«El inmigrante» funciona […] como un extraordinario analizador de las regiones más oscuras del inconsciente»
Pierre Bourdieu.
La ley sobre «separatismo» anunciada para su presentación en el Consejo de Ministros el 9 de diciembre de 2020 dibuja los contornos de las futuras elecciones presidenciales de 2022. No es sorprendente que la inmigración, el Islam, los barrios obreros, etc., se coloquen una vez más en el centro de los debates políticos y las polémicas que los acompañan. La derecha está ya protestando contra un texto considerado demasiado «blando» y la extrema derecha lo ve como confirmación y reconocimiento de sus tesis. Los columnistas de los medios de comunicación se complacen en advertir contra un peligro inminente relacionado con el «comunitarismo» o contra una catástrofe en curso que tiene su origen en la inmigración y sus herederos franceses. En una impresionante lógica de sobrepuja, cada uno de ellos plantea sus propuestas para proteger a la República, el secularismo, la libertad de expresión, etc., que se verían amenazados por este pseudo-«separatismo»: prohibición del velo para las acompañantes en las salidas escolares en opinión de algunos e incluso en la calle de otros, restauración de la doble pena, expulsión de menores no acompañados o en algunos casos, de las mujeres que lleven el fulard, restablecimiento de la pena de muerte, organización por el Estado de un “islám de Francia”, reapertura de un presidio, etc.
Una vez más, se impone un debate/pantalla política y mediáticamente, relegando a un segundo lugar una gestión calamitosa de una pandemia sin precedentes, una masificación del empobrecimiento y la precariedad que conduce a un desclasamiento generalizado que ahora se extiende a las clases medias, un movimiento social a gran escala que, desde los Chalecos Amarillos hasta el movimiento contra la reforma de las pensiones pasando por el movimiento contra los crímenes racistas, visibiliza una crisis de legitimidad de las políticas neoliberales de estos últimos decenios, cuando la violencia policial se extiende ya a todas las protestas sociales, cuando éstas han sido durante mucho tiempo el “privilegio” de los barrios populares y de sus habitantes, de las intervenciones militares del ejército francés en todas las direcciones, etc. Para ello, la vieja receta del miedo se moviliza nuevamente en forma de un discurso de guerra que llama a una lógica de unidad nacional contra un «enemigo del interior» y a hacer callar las diferencias sociales y los desacuerdos políticos frente al peligro representado.
El asesinato odioso de un enseñante por «decapitación» en octubre de 2020 por un joven de 18 años es interpretado por el Presidente de la República, su Ministro del Interior, muchos políticos y nuestros famosos columnistas como prueba de la veracidad del peligro y la urgencia de una reacción firme. El asesino responsable de este horrible acto afirmó castigar a este maestro por haber utilizado una caricatura del profeta del periódico Charlie Hebdo en una secuencia pedagógica sobre tolerancia.
Toda la gente que rechaza esta lógica de guerra es reducida a la caracterización de “islamoizquierdista» que hace el juego, ya sea por cálculo o por ingenuidad al «islamismo». Como era de esperar, la instrumentalización de una emoción colectiva frente a la ignominia despierta una serie de actos, espontáneos algunos, muy bien organizados otros, contra las y los musulmanes reales o supuestos : agresión a dos mujeres que llevaban un «velo» en París, pegada de carteles con las caricaturas del Profeta en las paredes de varias mezquitas, depósitos de jamón en las estanterías halal de los supermercados, etc, y contra los llamados “islamoizquierdistas”, pintada de la palabra “colaboracionista” en la sede del PCF en París, exigencia de un reemplazo de los responsables del observatorio del laicismo acusados de no compartir la visión guerrera y excluyente de este principio democrático, etc.
Nos encontramos con este panorama al terminar este libro, cuyo proyecto y contenido son el resultado de las discusiones establecidas durante nuestras muchas conferencias sobre las inmigraciones y sus herederos, sobre los barrios populares y los procesos sociales que se despliegan en ellos y sobre las políticas de las últimas décadas relativas a estos territorios y sus habitantes. El enfoque fragmentario de estas cuestiones, aislándolas a cada una de ellas del contexto global (histórico, económico, ideológico, político, etc.), nos parecía frecuente. Sin embargo, aislar una parte (o partes) de la totalidad que la determina es un obstáculo para comprender los problemas generales de estas cuestiones. Los hechos descritos anteriormente, es decir, la gestión mediante el miedo de un hecho social vil, por un lado, y las reacciones islamófobas suscitadas por esta gestión, por el otro, solo son posibles teniendo en cuenta este reduccionismo metodológico ahora trivializado por columnistas y demás «expertos» que pueblan los platós y, por lo tanto, influyen en la opinión pública en una sola dirección. Proponer una recontextualización histórica, económica e ideológica de los diversos temas relacionados con las inmigraciones, sus herederos franceses y los territorios donde viven es el objetivo principal de este libro. No pretendemos una exhaustividad imposible, sino simplemente un recordatorio de algunos datos de estos diferentes contextos sin los cuales las y los dominantes pueden imponer fácilmente sus lecturas de lo real incluso a una parte significativa de quienes quieren combatirlos.
Históricamente, la idea generalizada de la inmigración contemporánea como algo que plantea dificultades al resto de la sociedad o constituye un peligro para ella, presupone una reescritura de la historia de las inmigraciones pasadas. En efecto, se recurre al relato de una integración armoniosa de las inmigraciónes europeas para resaltar la imposible «integración» de la inmigración contemporánea. Para hacerlo, los discursos y tratamientos sufridos por estas inmigraciones europeas en el momento en que tienen lugar se borran de la memoria histórica. En términos de tratamiento, estas sucesivas inmigraciones se han asignado sistemáticamente a empleos y sectores sobreexplotados, viviendas segregadas y a la incertidumbre de la residencia. En términos de discurso, estas y estos inmigrantes «europeos» han sido estigmatizados sistemáticamente como portadores de todos los males sociales, tanto en el discurso político como en los medios de comunicación. Desde las y los «inmigrantes del interior» ( procedentes de regiones marginadas como Bretaña y Auvernia) hasta las inmigraciónes «europeas», la estigmatización ideológica de estas inmigraciones responde a sus funciones económicas.
En el plano económico, estas sucesivas inmigraciones remiten a causas similares, lo que no excluye, por supuesto, las especificidades secundarias, y a un modo igualmente comparable de integración en la sociedad francesa. Las causalidades identificables, ayer como hoy, para las inmigraciones europeas o para las de las colonias y luego las antiguas colonias, se encuentran en la destrucción de las economías campesinas comunitarias y familiares, basadas en la agricultura dirigida al autoconsumo y en una economía de subsistencia, por un capitalismo que solo puede funcionar expandiéndose, es decir, destruyendo todos los demás modos de producción a su paso. La colonización en este sentido es una generalización por la fuerza armada de las relaciones socioeconómicas capitalistas que conducen a los mismos resultados, pero mucho más radical y rápidamente, que los obtenidos por la ruina del campesinado europeo. Las y los campesinos desposeídos son «libres» a partir de ahí para transformarse en proletarios que el sistema capitalista necesita. A partir de ahí, constituirán, ayer como hoy, una variable de ajuste estructural a través de una segmentación del mercado laboral que permite explotar a todos los trabajadores y sobreexplotar a algunos de ellos. La desigualdad de derechos sociales, sindicales y políticos y la discriminación legal relacionadas con la nacionalidad, la amenaza de expulsión y la represión contra las veleidades de protesta se han utilizado continuamente para imponer una adscripción a la sobreexplotación. En otras palabras, la «raza» se ha utilizado constantemente como una forma de gestionar las relaciones de clase para enmascararlas, dividir según el origen de las y los trabajadores que tienen un interés estratégico en unirse, invisibilizar la sobreexplotación explicando de forma esencialista la condición social de las inmigraciones sucesivas como resultado de un «fracaso de integración», a su vez suscitado por una diferencia pseudocultural. El esencialismo fue así (y sigue siendo hoy) el acompañamiento ideológico de esta gestión de las relaciones de clase.
Esta invariancia de la función económica de ninguna manera impide la existencia de variaciones relacionadas con las correlaciones de fuerzas sociales de cada secuencia histórica. Dependiendo de cómo las organizaciones del movimiento obrero hayan abordado los problemas de inmigración, la adscripción laboral y la sobreexplotación que la acompaña han sido más o menos fuertes y más o menos duraderas. Ahora bien, las últimas décadas del siglo pasado han visto un cambio significativo en la correlación de fuerzas sociales a nivel nacional y mundial. Lo que se ha llamado «globalización» es una estrategia de reconquista por parte de las clases dominantes de las conquistas sociales arrancadas por las luchas sociales durante más de un siglo y medio. Estamos presenciando la destrucción paso a paso de todos los obstáculos a la lógica capitalista impuestos por las luchas sociales anteriores, una gran venganza histórica en cierto modo. La puesta en competencia a escala mundial de la fuerza de trabajo constituida por esta globalización capitalista (o más precisamente esta nueva fase de la globalización capitalista) requería un nuevo modelo migratorio y un nuevo apoyo ideológico. A diferencia de la fase anterior del capitalismo, el acceso a la fuerza de trabajo sobreexplotada ahora se obtiene primero por la exportación de empresas y secundariamente por la importación de inmigrantes. De ahí se deriva el cierre de fronteras en una lógica de construcción de la Europa fortaleza, por un lado, y en la precarización de la residencia de nuevos inmigrantes para sectores no reubicables de la economía, por el otro. El acompañamiento ideológico, por su parte, toma la forma de discursos sobre el «umbral de tolerancia», la «crisis migratoria», el «gran reemplazo», etc.
Es este nuevo contexto global que constituye la «globalización» lo que creemos que debe tenerse en cuenta en el análisis de los diferentes problemas contemporáneos relacionados con la inmigración y los barrios populares. No solo no hay ninguna crisis migratoria (en el sentido de una afluencia masiva que exceda la pseudocapacidad de acogida), sino que las estructuras demográficas europeas hacen necesario un aporte migratorio para contrarrestar o ralentizar el envejecimiento de la población. No hay una afluencia masiva de nuevos inmigrantes, a pesar de las consecuencias catastróficas de las políticas neoliberales impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial y los efectos destructivos de las guerras por los minerales y energías dirigidas por las grandes potencias, porque es a los países vecinos a los que migran los parias de la tierra de la mundialización capitalista. Por lo tanto, el nuevo modelo de migración satisface otras necesidades. La primera necesidad es fijar mano de obra barata en su país de origen para ponerla a disposición de los empleos deslocalizados. Esto da como resultado el principio del cierre militarizado de las fronteras europeas y estadounidenses, lo que se traduce en que las fronteras mediterránea y mexicana se conviertan en cementerios gigantes. La segunda necesidad es la captura de mano de obra cualificada (la famosa «fuga de cerebros» africanos, por ejemplo) que ya no encuentra trabajo en su país debido a la destrucción de los servicios públicos impuesta por los planes de ajuste estructural del FMI. De ahí deriva el cínico principio de «inmigración elegida», que consiste en recuperar una mano de obra cualificada cuyo costo de capacitación no ha sido asumido por la economía francesa. La crisis de Covid ha puesto así de relieve el gran número de médicos extranjeros que trabajan en los servicios de urgencias. La tercera necesidad es proporcionar una fuerza laboral «competitiva» para los sectores no deslocalizables.
El resultado de todo ello es en primer lugar una producción jurídica de inmigrantes sin papeles, la espada de Damocles de la expulsión y las limitaciones de supervivencia que les obligan a aceptar condiciones de trabajo y remuneración similares a las de los empleos reubicados en países dominados. El «estatus» de los inmigrantes sin papeles, anteriormente de corta duración, ahora se extiende a lo largo de varios años, constituyendo así un vivero sustancial de mano de obra sin más remedio que aceptar este tipo de empleos.
En segundo lugar, el resultado es la precarización de la residencia para las personas inmigrantes «regulares», sobre las que ahora pesa la amenaza permanente de no renovación de su permiso de residencia. Las leyes de residencia, que se han multiplicado en las últimas décadas, han ido en la dirección de la inestabilidad que hace que las y los inmigrantes «regulares» sean cautivos de ciertos empleos y sectores.
Finalmente, en tercer lugar, de lo anterior deriva un sistema de discriminación racista que afecta a las y los herederos franceses de las inmigraciones provenientes de las antiguas colonias. A diferencia de las inmigraciones europeas, para las que el trato discriminatorio terminaba con los hijos franceses de estos inmigrantes, ahora dura al menos varias generaciones para los herederos de las inmigraciones poscoloniales. El estigma xenófobo ahora adquiere una dimensión transgeneracional. A la nacionalidad como criterio de discriminación legal se añaden ahora como criterios de discriminación ilegal pero generalizada el origen o el color. Es así como el capitalismo globalizado organiza una verdadera pirámide de fuerzas laborales en cada uno de los países del centro dominante. Lejos de detenerse en la inmigración, esta lógica piramidal se extiende al conjunto de las fuerzas de trabajo a través de la desregulación, la flexibilidad y la multiplicación de los estatus y, en particular, los estatus precarios. Es este proceso global el que tiene como objetivo enmascarar o legitimar ideológicamente una serie de nuevos discursos (o viejos reformulados) que constituyen polémicas políticas y mediáticas recurrentes sobre la inmigración o sobre la juventud de los barrios populares: «crisis de integración», «comunitarianismo», «ensalvajamiento», etc.
Estos nuevos discursos proceden invirtiendo el orden de las causas y consecuencias. Los resultados del trato desigual se presentan como causas relacionadas con una esencia, cultura, religión. Por lo tanto, la discriminación racista, que ya no se puede negar debido a su amplitud, se atribuye a las víctimas. La discriminación en el acceso a la vivienda se convierte así en el resultado del comunitarismo. Las discriminaciones en materias escolares se transforman en un resultado de la cultura familiar. Las producidas en términos de empleo se transforman como resultado de una pseudocrisis de integración. Por lo tanto, la denuncia de estas discriminaciones puede interpretarse como victimización patológica o estratégica para acceder a un bien raro inmerecido (empleo, capacitación, vivienda, etc.). Las consecuencias de esta discriminación racista en las trayectorias de quienes la sufren y en la comunidad son significativas. Colectivamente, se difunde la imagen de una parte de la población francesa problemática en función de un criterio de color y origen. En términos de trayectorias, el daño invisible (o más precisamente invisibilizado por el discurso dominante) se despliega tanto en términos de salud física como mental. La sensación de ser un francés de segunda clase no está exenta de consecuencias en la relación consigo mismo, con los demás y con la sociedad global.
De la revuelta individual al nihilismo, pasando por la autodestrucción de uno mismo y/o del propio entorno y las revueltas colectivas de los barrios populares como en noviembre de 2005, estamos en presencia de los efectos de este sistema de discriminaciones racistas. Para una extrema minoría de esta juventud, la que tiene menos factores protectores en su entorno, el debilitamiento de la existencia y la proyección imposible hacia el futuro conducen a ponerlos a disposición de todas las recuperaciones ideológicas. Es así como las discriminaciones racistas forman un caldo de cultivo para charlatanes de todo tipo (desde el “complotismo» hasta el «terrorismo»). Estas consecuencias del contexto discriminatorio son a su vez puestas en escena como otras tantas causas ligadas a una pseudo especificidad del islám.
La explicación culturalista en lugar de la explicación socioeconómica permite así pasar de una extrema minoría a toda una categoría de la población caracterizada por su fe real o supuesta, al tiempo que invisibiliza las causas reales del proceso. A pesar de una multitud de investigaciones que documentan los procesos de discriminaciones racistas masivas y estructurales, estos desaparecen de los análisis dominantes de los hechos y males sociales que afectan a los barrios populares y a sus habitantes. Continuado en el plano de las trayectorias, se desarrolla un efecto masivo, determinado por las imposiciones de la supervivencia: la disminución de la ambición, es decir, la resignación a la degradación. Así se produce de nuevo un vivero consecuente de mano de obra disponible para los empleos sometidos a la sobreexplotación.
Estos nuevos discursos ideológicos no podían dejar de producir una reconfiguración del racismo, adaptándolo a las nuevas necesidades del capitalismo globalizado. Contrariamente a las explicaciones idealistas, el racismo no es una característica inherente al ser humano, sino una producción histórica datada. La puesta en escena por el antirracismo de Estado del racismo como una maldición ineludible, un rostro negativo de la humanidad, una realidad que siempre ha existido, etc., enmascara las funciones sistémicas del racismo a nivel económico, político e ideológico. Para ello, el racismo se amalgama con otros procesos que han existido en el pasado, y en particular con el etnocentrismo y la xenofobia. Ahora bien, el racismo surge como una teorización de la desigualdad legítima entre las personas según el criterio de pertenecer a pseudorazas en el momento del surgimiento del capitalismo, para justificar su extensión al resto del mundo. Para él también, son necesidades materiales las que dan lugar a justificaciones ideológicas. Por las mismas razones, el racismo tiene una historia que lo mueve de una figura a otra en función de las necesidades de justificación y de las correlaciones de fuerzas. Estas últimas, transformándose, despiertan nuevas figuras que están menos desacreditadas y, por lo tanto, son capaces de desempeñar mejor su función de legitimar la dominación. Los horrores de la Segunda Guerra Mundial y el nazismo, el progreso del conocimiento científico y las revueltas de las «razas inferiores», han hecho obsoleta la figura del racismo biológico a nivel mundial. Entonces podía aparecer la figura del racismo culturalista. La mutación de la forma estaba así al servicio de la continuidad de la función.
Las mutaciones de la mundialización capitalista son de tal magnitud y causan tal regresión social que hicieron necesaria una nueva mutación de las modalidades del racismo. Sin dejar de centrarse en un enfoque culturalista, estas nuevas modalidades tenían que satisfacer las necesidades de legitimación de la globalización: justificación de las nuevas guerras por la energía y las materias primas, legitimación de la política criminal de cierre armado de las fronteras, justificación de la discriminación racista y la organización piramidal de las sociedades en los países dominantes, etc. La teoría del «choque de civilizaciones» proporciona un marco teórico global para esta necesidad de nuevas modalidades de racismo. Ésta se argumenta ahora, de forma explícita o más enmascaradamente, invocando la existencia de un «conflicto de civilización» que hace necesario defender una civilización occidental que estaría amenazada por otras. Toma así la forma de racismo civilizacionista. La ventaja de esta nueva figura es tener una gran plasticidad que le permite adaptarse a una diversidad de objetivos de acuerdo con las necesidades del país en cuestión, el momento histórico o el objetivo a corto plazo perseguido. Puede traducirse en racismo antilatino en los Estados Unidos e islamofobia y negrofobia en Francia. Si bien es unitaria (en el sentido de una unidad de argumentario), la nueva figura no es unívoca (en el sentido de la multiplicidad de sus posibles traducciones).
Por supuesto, quienes están en el punto de mira de estas nuevas formas de racismo no se han quedado sin reaccionar. Desde principios de la década de 1980, se han multiplicado las luchas contra la discriminación racista, la islamofobia, las guerras imperialistas, la violencia policial, etc., para denunciar las consecuencias racistas de la globalización capitalista. Las convergencias se han multiplicado hasta el punto de trazar los contornos de lo que ahora se conoce como «antirracismo político», una expresión elegida por estas y estos activistas para enfatizar la naturaleza sistémica del racismo en oposición a un planteamiento dominante del racismo que le define como reacción individual. La naturaleza sistémica del racismo requiere acción política, mientras que su definición individual se orienta hacia acciones morales o educativas o se limita a la deconstrucción de prejuicios. Se han producido intentos de organización y, a pesar de las diferencias, profundas sobre ciertos temas, han convergido para visibilizar lo que los nuevos discursos de dominación estaban tratando de ocultar.
La reacción sistémica fue violenta, tan violenta como los intereses en juego. Primero tomó la forma de un intento de contener y aislar el antirracismo político mediante la intimidación a posibles aliados. El contexto de los atentados fue utilizado e instrumentalizado para hacerlo. La aparición, y luego la recuperación masiva por parte de los medios del neologismo «islamoizquierdismo» con un propósito de descalificación y luego de amenaza, ilustran este intento de imponer el orden, es decir, de reimponer el silencio. Luego tomó la forma de un control del vocabulario tratando de prohibir ciertos conceptos que permiten comprender las mutaciones contemporáneas del racismo: racismo de Estado, islamofobia, etc. Finalmente, tomó la forma de una vieja lógica de responder a los requisitos de igualdad, la de la inversión. Así, y para llevarlo a la práctica, se difunde en los medios de comunicación la tesis de la existencia de pseudo-«racismo antiblanco».
Esta tesis oculta el vínculo entre racismo y poder y permite así poner en el mismo plano insultos individuales y desigualdades de trato debido al origen o el color. La lógica desplegada es del mismo tipo que la planteada anteriormente a propósito de la exigencia de igualdad entre hombres y mujeres a la que también se opuso un pseudosexismo anti-hombres.
Tal inversión solo podía intentar imponerse propagando el miedo social, que tomó la forma de discursos políticos y mediáticos sobre «comunitarismo», «separatismo», «asalvajamiento», etc. Dentro de la propia República, según estos discursos, habría un enemigo interior que amenazaría indiscriminadamente a la República, al laicismo, a los derechos de las mujeres y propagaría un racismo antiblanco.
A partir de ahí, se podría desplegar una lógica de guerra preventiva contra este enemigo en formas que no dejan de recordar a las lógicas anticomunistas de los momentos más exacerbados de la Guerra Fría. Justificar por el temor un trato de excepción a parte de la población es, ayer como hoy, una forma de gestionar la protesta social. Este tratamiento específico tiene como objetivo vigilar y castigar a una parte de la población a la que sus condiciones de vida impulsan a la reivindicación y la revuelta social. Los discursos sobre los «territorios perdidos de la República» que sería urgente reconquistar, si fuera necesario por la fuerza, tienen como objetivo actualizar la vieja obsesión con el control de las «clases peligrosas». Han preparado a la opinión pública para aceptar un cambio en los objetivos policiales en los territorios donde viven estas poblaciones construidas como peligrosas. Verdadera lógica de guerra, la pseudo-«reconquista territorial» se traduce en una militarización del armamento policial, la creación de una fuerza policial específica de la que la BAC (Brigada Anti Criminalidad) es su servicio más conocido, un aumento de los controles según los rasgos físicos de las personas con fines de intimidación y recordatorio de dominación. El resultado no es sorprendente y toma la forma de violencia policial sistémica que conduce a repetidas muertes en los barrios obreros. Lejos de ser excesos puntuales, son solo la parte visible del iceberg de la violencia policial, resultado de las opciones políticas de mantenimiento del orden en algunos territorios.
Las interacciones entre todas estas diferentes cuestiones se desarrollarán en los diferentes capítulos de este libro. Subrayemos por el momento, de nuevo, la importancia de un enfoque sistémico contra la lectura fragmentaria dominante. La lectura fragmentada de cuestiones relacionadas con la inmigración y los barrios populares, la disociación de estas cuestiones del contexto económico y político global y mundial, la no inclusión de estas cuestiones en la dinámica histórica con sus invariancias y mutaciones, que lleva a la percepción de la realidad contemporánea como completamente nueva o, por el contrario, totalmente idéntica, la negación de las contradicciones materiales y políticas que determinan esta dinámica histórica, etc., son las características esenciales de los análisis hegemónicos de los problemas ligados con la inmigración en la escena política y mediática. Todas ellas conducen a una negación de la dimensión sistémica que une al conjunto de estas cuestiones entre sí. No hay violencia policial, por un lado, y discriminación racista, por el otro, por un lado guerras imperialistas y por otro lado el desarrollo de la islamofobia y la negrofobia, aquí la pseudo»crisis de los refugiados» y allí el tema de los inmigrantes indocumentados. Estas cuestiones están unidas entre si por un mismo contexto que las determina y por un mismo sistema social dominante que las estructura. No es por casualidad que los términos militantes satanizados sean precisamente los que llevan a la consideración de esta dimensión sistémica: racismo de Estado, violencia policial, islamofobia, etc.
Este vínculo sistémico no significa que estemos en presencia de un gran complot desarrollado en secreto y luego implementado paso a paso. Las acusaciones de complotismo a menudo tienen como objetivo invalidar las tomas de conciencia de esta dimensión sistémica. Así, si el complotismo es reductor, la acusación sistemática de conspiración es igual de reductor. El anticomplotismo dominante acompaña el proceso de invisivilización de la dimensión sistémica de los problemas sociales. Impide tener en cuenta las estrategias de las clases dominantes para defender sus intereses materiales. De hecho, es a través de sucesivas adaptaciones como se establece la coherencia general entre las necesidades económicas y sus justificaciones ideológicas. Desde el momento en que cada una de las cuestiones se aborda sobre la base de un criterio común, en este caso la búsqueda del máximo beneficio y, más precisamente, la reducción del costo de la fuerza de trabajo, las respuestas terminan convergiendo, fortaleciéndose mutuamente, complementándose entre sí, constituyendo un sistema. Al igual que el juguete tradicional «culbuto» que siempre vuelve a su equilibrio porque su base está lastrada por un peso, un sistema dominación en mutación termina recuperando una coherencia global debido a que tiene una base lastrada por su criterio central (actualmente el beneficio máximo). Parafraseando a Malcolm X, podríamos decir: «Si no prestas atención a la dimensión sistémica, la ideología dominante te hará odiar a los oprimidos y amar a los opresores”. Si este libro contribuye modestamente a esta toma de conciencia colectiva de la naturaleza sistémica que vincula todos los temas relacionados con la inmigración, con sus herederos franceses y los barrios populares, habrá hecho un trabajo útil. Si ayuda a entender que estos temas constituyen un analizador de la sociedad francesa y sus mecanismos de explotación y dominación, habrá hecho una modesta contribución a la lucha por la igualdad.
Fuente original:
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
Said Bouamama: Des classes dangereuses à l’ennemi intérieur, Ediciones Syllepse, París 2021, 500 páginas, 23 euros, https://www.syllepse.net/des-classes-dangereuses-a-l-ennemi-interieur-_r_22_i_866.html