Estos últimos meses la ciudad de Dublín está llena de homenajes y conmemoraciones de los 100 años de la revuelta de 1916 contra el gobierno británico, también conocida como el Levantamiento de Pascua, que fue encabezada por Patrick Pearse y James Connolly, entre otros, y que acabó con cientos de muertos, entre ellos el propio […]
Estos últimos meses la ciudad de Dublín está llena de homenajes y conmemoraciones de los 100 años de la revuelta de 1916 contra el gobierno británico, también conocida como el Levantamiento de Pascua, que fue encabezada por Patrick Pearse y James Connolly, entre otros, y que acabó con cientos de muertos, entre ellos el propio Connolly, un acontecimiento histórico que, a pesar de su fracaso, se considera como el momento clave en el proceso de independencia de Irlanda.
En 1918, los nacionalistas republicanos ganaron las elecciones en buena parte de la isla, pero las crecientes tensiones con Londres acabaron llevando a un nuevo conflicto armado que se convertiría en la guerra de independencia (1919 -1921), en la que murieron más de 2.000 personas. Finalmente, después de largas negociaciones, se llegó a un pacto por el autogobierno, el conocido como Dominion Status. El acuerdo supuso la creación del llamado Estado Libre de Irlanda, con William T. Cosgrave como primer ministro. El «Estado Libre» era un ente formalmente independiente, pero con la imposición de mantenerse bajo la monarquía británica y de aceptar una posible partición del país en caso de que algunos de los condados más unionistas del norte de la isla optaran por seguir formando parte del Reino Unido, como así fue en seis de los condados que formaban entonces la provincia del Ulster.
Sin embargo, las graves discrepancias entre los propios republicanos por las significativas limitaciones del tratado, comportaron un nuevo levantamiento armado, esta vez entre los propios nacionalistas, liderados por Michael Collins, uno de los máximos defensores del pacto con los británicos, y Éamon de Valera, uno de sus principales detractores. Los violentos enfrentamientos derivaron en la guerra civil irlandesa, un conflicto fratricida que provocó más víctimas mortales que la propia guerra de independencia, entre ellos el propio Collins y más de 4.000 personas, y que terminó con la victoria del sector más moderado y partidario del pacto.
Aunque podemos decir que de facto ya existía desde la nueva Constitución de 1937, no fue hasta 1949 que se proclamó y reconoció internacionalmente la República de Irlanda, también conocida como Éire en la lengua del país. La nueva república abandonó la Commonwealth ese mismo año y se incorporó a la ONU en 1955. Aún hoy, buena parte de los partidos que forman el Parlamento irlandés son herederos de aquella época, entre ellos el conservador Fine Gael, el liberal Fianna Fáil, el laborista Labour Party y la izquierda radical del Sinn Fein.
Casi un siglo después de la independencia, su lengua tradicional, el irlandés o gaélico, es claramente minoritaria, con tan sólo un 5% de la población que la conoce o la utiliza, frente al predominio casi absoluto del inglés, a pesar del importante esfuerzo del gobierno para la recuperación del idioma nacional. Una muestra de su debilidad es que, aunque el país entró en la Unión Europea en 1973, el irlandés no fue lengua oficial en la Unión hasta 2007.
También un siglo después, la hipotética reunificación de Irlanda sigue siendo una asignatura pendiente. Durante décadas, especialmente a partir de 1966, la grave discriminación de que era objeto la minoría católica, junto con el conflicto nacionalista propiamente dicho y las crecientes luchas obreras y sociales en general, así como las nulas concesiones por parte del gobierno británico, llevaron a un escenario de violencia y de constantes enfrentamientos armados, principalmente por parte del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y del unionista Ejército para la Defensa del Ulster (UDA), sin olvidar la fuerte represión por parte de la Policía Real del Ulster (RUC) y del propio Ejército Británico.
Con la autonomía suspendida y cientos de víctimas por las dos partes, dos episodios deberían marcar especialmente el conflicto ente los años siguientes: Por un lado, la muerte a tiros, por parte del Ejército británico, de 14 manifestantes desarmados el mes de enero de 1972 en Derry (Londonderry), en los trágicos acontecimientos conocidos como el Domingo Sangriento (Bloody Sunday), especialmente graves por ser responsabilidad exclusiva de un ejército regular siguiendo las órdenes de sus superiores. Por otra parte, la muerte en huelga de hambre de 10 prisioneros del IRA en 1981, durante su larga lucha por la restauración del estatus como presos políticos, entre ellos Bobby Sands, que llegó a ser diputado electo el Parlamento Británico poco antes de morir. Hechos como este fueron agudizando cada vez más el conflicto y provocaron las más masivas movilizaciones en muchos años contra el gobierno británico, encabezado desde 1979 por la conservadora e inflexible «dama de hierro», Margaret Thatcher. Un conflicto que, sin llegar a considerarse como una guerra propiamente dicha, provocó más de 3.500 víctimas mortales, entre ellas más de 1.800 civiles.
En 1993 el Reino Unido admitió por primera vez la posibilidad de un referéndum de autodeterminación para Irlanda del Norte. Este hecho fue decisivo para que en 1994 el líder del Sinn Féin, Gerry Adams, anunciara un alto el fuego del IRA, mientras los unionistas más radicales, liderados por el reverendo Ian Paisley, boicotearon buena parte del proceso.
En 1998, los llamados Acuerdos de Paz de Stormont, también conocidos como del Viernes Santo, firmado por los líderes de los principales partidos unionistas y republicanos junto con los jefes de gobierno del Reino Unido, Toni Blair y de la República de Irlanda, Bertie Ahern, fueron el inicio de un largo y definitivo proceso de pacificación. Un proceso que supuso un paulatino abandono de las armas por parte de los diferentes grupos, la creación de un nuevo parlamento autónomo y la formación de un gobierno compartido entre unionistas y republicanos, encabezado por el unionista Paisley como primer ministro y por el número dos del Sinn Féin, Martin McGuinness como vice-primer ministro, un acuerdo que, sin embargo, no pudo evitar algunos graves atentados por parte de grupos minoritarios. En 2003 el IRA anunció oficialmente el fin de la lucha armada, y pocos meses después el ejército británico se retiraba de Irlanda del Norte. Los republicanos terminaron pidiendo perdón por todas las víctimas civiles del conflicto mientras el gobierno británico acabó reconociendo, por primera vez, que las víctimas del Bloody Sunday habían sido manifestantes desarmados. También la práctica totalidad de los grupos paramilitares unionistas fue abandonando la violencia progresivamente.
A pesar del gran avance en el camino de la paz y la reconciliación, la división política en el Ulster sigue siendo clara: Por un lado el Partido Unionista Democrático (DUP) y el Partido Unionista del Ulster (UUP), ambos conservadores y pro-británicos, por otro lado el socialdemócratas del SDLP y la izquierda radical del Sinn Féin, republicanos y partidarios de la reunificación de Irlanda. Aún hoy, el muro de Belfast, con más de 5 km de longitud, sigue en pie como símbolo de tantos años de conflicto entre la zona unionista de la ciudad, pro-británica y mayoritariamente protestante, y la republicana, pro-irlandesa y mayoritariamente católica.
Sin embargo, el reciente referéndum por la posible salida del Reino Unido de la Unión Europea, el conocido como «Brexit», que ha sido favorable al gobierno tan sólo en Inglaterra y Gales, puede poner en entredicho la unidad del Reino Unido, dando más argumentos a los nacionalistas escoceses y a los que apuestan claramente por la reunificación de Irlanda.
Como conclusiones podemos decir, en primer lugar, que hay que considerar como enormemente positivo que la violencia sea un recurso cada vez más rechazado para defender o imponer las ideas políticas, salvo evidentemente por parte del islamismo radical más extremista. En segundo lugar, hay que ser conscientes de que procesos históricos de gran trascendencia como la creación de nuevos estados o su reunificación, sea o no mediante el deseable ejercicio del derecho de autodeterminación, requieren un amplio consenso entre todas las partes y un claro apoyo internacional. En tercer lugar podemos constatar, con la casi plena hegemonía del inglés en Irlanda, que la evolución de las lenguas depende de múltiples factores, más allá de las posibles imposiciones por parte de un estado centralista o colonial o, en el extremo opuesto, por la existencia de un estado propio.
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