Situadas en el Mar Báltico, a medio camino entre Finlandia y Suecia, este pequeño archipiélago sigue disfrutando de un extraordinario acuerdo alcanzado con los finlandeses en 1922, y revalidado por la Unión Europea en 1995.
Cuando el viajero desembarca en Mariehamn (una diminuta capital de 11.000 habitantes en una pequeña provincia de 28.000) lo primero que ve es un gran letrero que reza: «Bienvenidos a las Islas Åland, territorio desmilitarizado». Ningún ejército del mundo puede venir aquí. Ni tan siquiera el de Finlandia, país al que pertenece esta provincia autónoma. Gunnar Westerholm, representante del Gobierno de Åland, lo explica así: «Nuestra seguridad nos la proporciona la neutralidad y el derecho internacional. No necesitamos que vengan soldados de ningún lado». Y tienen motivos para pensarlo. Rusos, británicos, franceses o alemanes, además de finlandeses, han atacado y ocupado el archipiélago a lo largo de los siglos, pero no sería hasta la independencia de Finlandia en 1917, cuando los alandeses tratarían de regresar a sus orígenes, que son suecos. «Puedes ver nuestra raíz sueca en los apellidos, la cultura, y claro, en nuestra única lengua oficial, que es el sueco y no el finlandés», dice orgulloso Westerholm. «De hecho», prosigue, «cuando nuestros jóvenes quieren estudiar en la universidad, la gran mayoría acuden a universidades suecas y no finlandesas».
Tomada por Finlandia en 1919, tras la salida de los últimos soldados alemanes que la mantenía ocupada, Åland buscó la inmediata secesión de Finlandia, o más bien, la incorporación a Suecia, pero llevado el litigio a la Sociedad de Naciones, tuvieron que darse por satisfechos con la actual autonomía, en vigor desde 1922. Gracias a esta, Åland tiene su propio parlamento, con un primer ministro, carteras ministeriales y representación de dos butacas en el Consejo Nórdico, al igual que las tienen Groenladia o las Islas Feroe, quienes se sientan a planificar con noruegos, suecos, daneses, finlandeses e islandeses el futuro de sus territorios. Así, el celo por preservar su inusual estatus se aprecia en cada manifestación institucional, como cuando hablan de una región autónoma «en Finlandia» y no «de Finlandia». Son matices que les son importantes, y forman parte de su singularidad político-administrativa, tal y como se puede ver en sus pasaportes, pues la denominación Åland está claramente incluida en las cubiertas. También en las matriculas de los vehículos en las que no hay mención alguna a Finlandia sino sólo a Åland; en las fronteras, que controlan ellos mismos; o en Internet, donde los protocolos internacionales les reconocen como si de un país plenamente soberano se tratara. Es más, siendo una provincia con sólo 16 municipios, emiten sus propios sellos, los cuales les producen grandes beneficios en el mercado filatélico.
Sin embargo, la política exterior, la tributación y la mayor parte de la legislación sí está subordinada a Finlandia. «Pero con matices», tal y como le gusta remarcar siempre a Gunnar Westerholm. Por ejemplo, si una persona desea crear una empresa en estas islas, la sociedad debe tener una parte de alandeses entre sus dueños. Y para comprar tierra y propiedades, lo mismo. Lo llaman, «derecho de domicilio», y tiene como fin mantener Åland en manos de sus habitantes nativos.
Sentada en una butaca del Parlamento autonómico, la ministra de Asuntos Municipales, Vivienda e Integración, Nina Fellman, admite la evidencia. «Sí, somos proteccionistas porque queremos mantener nuestra lengua y tradiciones. No lo podemos ver como algo malo. Por otro lado, no renunciamos a la inmigración, porque es obvio que también la necesitamos. En Åland muere más gente de la que nace, y tenemos la población más vieja de todos los países nórdicos». Viejos pero sanos. El archipiélago tiene las mejores estadísticas de salud de todos los países nórdicos, así como la sociedad más cohesionada de Europa. «No hay verdadera criminalidad o pobreza, y el último atraco se produjo hace diez años», asegura Fellman.
La ministra es socialdemócrata, de un partido que no está subordinado al partido socialdemócrata finlandés, y que como la mayor parte de los partidos del archipiélago, no responde a ninguna estructura con sede central en la capital estatal, Helsinki. «Aquí no hay partido de izquierda y ahora lamentablemente tenemos un diputado xenófobo. Así las cosas, los socialdemócratas solemos gobernar en coalición con los otros dos partidos mayoritarios, el liberal y el de derechas. Es una fórmula muy típica de aquí», dice en alusión, a una vieja tradición sueca de equidad y búsqueda de consenso. «Nos gusta alcanzar acuerdos. Es parte de nuestra cultura y haciéndolo así nos ha ido bien», sostiene complacida. Y lo cierto es que, hoy por hoy, en Åland se puede decir que la gente está satisfecha con su exitosa autonomía. «Sólo un 8% quiere la independencia. Quizás porque tenemos la mejor economía de todos los países nórdicos y el paro es sólo del 2%», señala.
En Åland, según reconoce la ministra, «hay gente que se podría decir verdaderamente rica, pero sus hijos van a los únicos colegios que hay, que son todos públicos, como la salud. Aquí no existe ni educación ni salud privada». A pesar de ello, la iniciativa privada también es muy fuerte en el archipiélago, con una sociedad mercantil registrada por cada diez personas. «Empresarialmente, son los ferris y el tráfico marítimo la fuente de ingresos más importante», aclara. «En un gesto de fidelidad, compañías de ferris turísticos como Viking Line mantienen sus oficinas centrales en Åland y no en Estocolmo o Helsinki, donde quizás serían más operativas», asegura. A pesar de que la marítima es sin duda, la principal industria (de hecho Åland significa «país del agua» en sueco) existen otro tipo de actividades, como granjas que producen manzanas, leche, carne, y una gran cantidad de piscifactorías. «Pero el turismo y las tiendas libres de impuestos de los barcos que paran en nuestro archipiélago son un asunto clave», reconoce. Se trata de una excepción más. «Una de las más duras de conseguir cuando en 1995 negociamos la entrada a la Unión Europea junto a los finlandeses», recuerda. Porque hoy día los ferris que hacen parada en este archipiélago son los únicos con verdadero duty free dentro de la Unión Europea.
En el museo de Historia, la guía Matilda Ericsson, ofrece detalles reveladores sobre las filias y fobias de unos alandeses, que como suecos y finlandeses, se declaran neutrales, es decir, fuera de la OTAN. Lo hace comenzando por un tour que evita hablar de una ocupación que no sea la rusa, síntoma de la neutralidad relativa que palpita en sus corazones. Según cuenta la historiadora, «es cierto que la isla era muy pobre, y que al llegar, los rusos construyeron el primer hospital, pero también que lo hicieron porque ellos nos traían enfermedades». Off the record, muchos alandeses, cargos públicos incluidos, afirman que en un futuro estarían cómodos dando la espalda a su acuerdo con Helsinki e incorporándose a Suecia, pero como hoy la economía va viento en popa, esta propuesta se encuentra fuera de sus prioridades. De este modo, Finlandia, la nación que hace cien años les impidió ser plenamente soberanos, hoy es vista como un socio y no como un adversario. Y no es que se afanen en excusar lo pragmático de sus inclinaciones, sino que se ríen abiertamente sobre lo atrevidas que muchas veces resultan estas. «Nos adaptamos a cada ocasión». Admite Fellman. «Si se trata de hockey hielo, somos finlandeses, pero si se trata de una competición cultural, somos suecos. Es la verdad».
No obstante, y aunque la neutralidad alandesa sea motivo de bromas, en el ámbito público las apariencias se guardan. Sin ir más lejos, en una visita oficial del actual primer ministro sueco, Stefan Löfven, el avión en el que volaba tuvo que darse la vuelta, pues era propiedad de la Fuerza Aérea Sueca, «y esto es área desmilitarizada», recuerda la ministra. Así, con una policía autónoma como única institución armada, dos periódicos locales, una radio y televisión pública (aunque esta última sin producción propia) los alandeses no echan de menos ni siquiera el mundo del fútbol, pues no sólo compiten en la Primera División finlandesa, sino que ganan su Liga, como sucedió hace dos años con el profesionalizado, IFK Mariehamn. «Pero no es cuestión de querer ganar siempre en todo -se explica la ministra- porque saber hacer concesiones también es lo que nos permite seguir siendo como somos».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.