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Italia: cuestión de fe

Fuentes: CTXT

La UE tiene que seguir siendo plana y austera, mal que aumente la desigualdad. ¿Resulta esta Unión Europea creíble para las clases medias empobrecidas?

 

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Creer o no creer. En tiempos del dios dinero, como diría Francisco, el ser o no ser de un país de la eurozona es cuestión de confianza y credibilidad en los mercados. O mejor: lo era, puesto que ahora comienza a haber fieles que han dejado de creer en ellos y tan solo dan valor a sus líderes, humana encarnación del sagrado Pueblo. Italia vive una crisis de fe política. ¿En qué creer: en Italia o en la UE? ¿En las instituciones o en la democracia participativa? ¿En los mercados o en el pueblo? Solo cabe resolver estas dicotomías confesándose en las urnas. Vamos de cráneo a nuevas elecciones. Hoy dicen que serán el 29 de julio. Mañana quién sabe. Deprisa, deprisa, en Italia se está -como desde siempre- escribiendo la historia.

La gravísima crisis institucional que arrecia estos días demuestra que han aparecido anatemas, que se aprecian fracturas en el dogma de la irreversibilidad de la moneda única y espectaculares aunque poco convincentes reniegos en el discurso antieuro tanto de la Liga como el M5E. Más allá de los sorprendentes hechos que se suceden sin parar, persiste un hecho novedoso: la salida del euro ha pasado de ser un tabú a convertirse en una hipótesis tan peligrosa como el Vesubio si quisiera (no lo quiera) despertar. En Italia hay quien cree que «el problema de la UE no es la autonomía de las soberanías fiscales nacionales, ya vinculadas a los parámetros de Maastricht y reforzadas con el Fiscal Compact, sino la ausencia de una unión política en una de las formas conocidas de Estado». Esa misma persona afirmaba: «Siento tener que recordarlo, pero, cabalgando el alto ideal de poner fin a las guerras entre países europeos, no pudiendo proceder por la vía política, los grupos directivos decidieron adoptar una solución donde no tienen cabida los principios democráticos. La consecuencia de esta decisión tiene los contenidos de un fascismo sin dictadura y, en economía, de un nazismo sin militarismo». El santo o el hereje capaz de expresar abiertamente el pecado original de esta UE se llama Paolo Savona. Hay quien cree que fue vetado como ministro de Economía el pasado domingo por Sergio Mattarella, presidente de la República. Pero también hay otros que creen que fue la Liga quien provocó a posta la crisis imponiendo el nombre de Savona ya que sabían que Mattarella rechazaría. Matteo Salvini (Liga) ya anuncia que volverán a proponerlo al mismo Ministerio si ganan las elecciones.

El presidente Mattarella justificó su veto a Savona diciendo que era su deber velar por los ahorros de los italianos. Pretendía lanzar una señal de confianza y credibilidad a los mercados nombrando a un exfuncionario del FMI y devoto rigorista (Carlo Cottarelli) como presidente de un nuevo gobierno técnico que se encargaría solo de la ordinaria administración y de conducir el país a nuevas elecciones. Distintos líderes europeos, de Macron a Merkel pasando por Mogherini, consideraron acertada su decisión. Hubo quienes suspiraron aliviados y creyeron que la prima de riesgo se estabilizaría de inmediato. No ha sido así: el 30 de mayo se ha producido la mayor desbandada de la deuda de Italia a corto plazo desde hace más de 25 años. La solución del establishment ha resultado poco creíble para los propios mercados. Encima, quien resultaba teóricamente creíble ante los mercados, no obtendría ni siquiera un voto de confianza en el Senado. Todo el mundo mira ya a las elecciones. Un sondeo del Instituto Cattaneo estima que una alianza entre Liga y M5Estrellas, de comportarse los electores como en las elecciones pasadas, permitiría a dicha coalición hacerse con el 90% de escaños en ambas cámaras. Gran tentación para los nacionalpopulistas.

No resulta creíble quien afirma que no hay razón para alarmarse porque las cuentas públicas están en orden. Tampoco el presidente del Banco de Italia al tratar de tranquilizar a la ciudadanía diciendo que los mercados han reaccionado de una manera «emotiva» o al afirmar que el destino de Italia está en Europa, pura perogrullada. Desdichadamente, sí que es creíble Günther Oettinger, comisario europeo de Programación Financiera y Presupuestos, a quien se le escapa una horrenda represalia en un tuit equivocado: «Los mercados enseñarán a los italianos a votar». Corre el presidente Donald Tusk a arreglar el desaguisado afirmando que hay que respetar a los electores y que no hay que dar lecciones a nadie. Otra perogrullada increíble.

Italia vive una crisis institucional sin precedentes, lo dice hasta L’Osservatore Romano. La exporta a Europa. Algunos creen que el presidente de la República dio un golpe de Estado; otros manifiestan fervorosos su agradecimiento por haber salvado la República de las hordas populistas. La fractura social es profunda. El día 1 de junio se manifestará el Partido Democrático en apoyo del presidente; el día 2, fiesta de la República italiana, el M5Estrellas anima a colgar banderas tricolores en los balcones.

Entre esos dos nuevos bandos -si se fijan bien lo verán- pulula el fantasma de la oposición de izquierda, que expía la culpa de haber soslayado el debate sobre el euro mayormente por cuestión de rentabilidad electoral. Hacía falta un enorme esfuerzo pedagógico para informar a la ciudadanía de complejas cuestiones macroeconómicas que condicionaban su microeconomía. «La gente no está preparada para ese debate», se oía decir hace años. Criticar el dogma de los tratados y el euro, su instrumentum regni, equivalía a ser fácilmente tachado de eurófobo. Y la izquierda, siempre un tanto alérgica a la defensa de lo nacional, y un tanto traidora por comodona, entregó ese terreno a los nacionalpopulistas de extrema derecha. Hoy no hay sino esos dos bandos enfrentados. Comienza a correr el runrún de que de las cenizas del Partido Democrático pueda nacer algo así como un «Frente Republicano». Matteo Renzi anuncia que las próximas elecciones, en realidad, serán un referéndum sobre el euro; sin embargo, defender el interés nacional y los tratados europeos al mismo tiempo, ¿por qué ha de resultar esta vez creíble? Por más que premios Nobel como Feldstein, Krugman o Stiglitz hayan criticado la sostenibilidad del euro desde su creación, por abundante que sea la literatura académica al respecto, no caben en la UE gobiernos que pongan en tela de juicio los tratados europeos y menos aún el euro, la moneda sin Estado. No puede haber gobiernos que se aventuren a tierra de macroeconomía incógnita. La UE tiene que seguir siendo plana y austera, mal que aumente la desigualdad. ¿Resulta esta Unión Europea creíble para las clases medias empobrecidas?

En el Diálogo entre Cristóbal Colón y Pedro Gutiérrez escrito por Giacomo Leopardi en 1824, Gutiérrez acusa a Colón de haber arriesgado su vida, amén de la de sus compañeros, basándose en una mera opinión especulativa. El Almirante genovés lo acaba convenciendo enumerándole una larga lista de señales que invitan a la esperanza. Esta es la primera: «La sonda toca fondo desde hace días y la calidad de la materia que arrastra parece un buen indicio». Así está Italia. Así está Europa. Aquí siguen escribiendo la Historia. Rescato un pecio de Sánchez Ferlosio: «El fascismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia». Creer o no creer para ser o no ser.

Fuente: http://ctxt.es/es/20180530/Politica/19899/Gorka-Larrabeiti-italia-ue-pol%C3%ADtica-elecciones.htm 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.