Sin ni siquiera la máscara dramática de una Gloria Swanson en Sunset Boulevard, sino más bien con los tonos de una farsa digna de los hermanos Vanzina, ha tirado la toalla Silvio Berlusconi, renunciando a la loca e increíble carrera hacia el Quirinal. Es una liberación, en primer lugar para el país, que no merecía entretenerse con esta pantomima. También es una buena noticia para el centro-derecha, al que Berlusconi ha seguido manteniendo en la cuerda floja con desmadejadas reuniones a través del “zoom”, poco apropiadas para una decisión tan importante como debería ser la elección del Presidente de la República.
Desde hace tiempo, y ya sin el consenso religioso del pueblo que le cantaba a coro «menos mal que está Silvio», es evidente para todos menos para él que la antigua gloria no podía resucitar en alas de una improbable mayoría de grandes electores. Y sin embargo, gracias al círculo de sus cortesanos y al locutorio creado por alguien que le debe mucho, como Sgarbi, ha conseguido mantener a Italia a merced de sus seniles ansias de poder.
Tras el gran cónclave con el general desarmado y los coroneles guardándose las espaldas unos contra otros armados, a la esperada salida de escena le siguió una especie de contraseña rebotada entre los distintos líderes del partido: que Draghi se quede en su puesto y no se atreva a pensar en el Quirinal [residencia del Presidente de la República]. Pronto veremos lo que ocurre.