Laboratorio privilegiado de la lucha política alternativa, Italia vive hoy una intensa agitación estudiantil. Miles de jóvenes han tomado las facultades de universidades de todo el país. El pasado martes más de 100 mil personas asediaron el Parlamento en Roma, en una acción sin precedente en la historia de las luchas sociales recientes. Su consigna […]
Laboratorio privilegiado de la lucha política alternativa, Italia vive hoy una intensa agitación estudiantil. Miles de jóvenes han tomado las facultades de universidades de todo el país. El pasado martes más de 100 mil personas asediaron el Parlamento en Roma, en una acción sin precedente en la historia de las luchas sociales recientes. Su consigna es: «nuestro tiempo empieza ahora».
Protestan contra una reforma educativa que rompe con los mecanismos de docencia y reclutamiento de personal académico, que ata la investigación y la cátedra al financiamiento privado, y que busca vincular estrechamente la universidad a los requerimientos del mercado de trabajo. La nueva legislación ha sido promovida por el gobierno de derecha del empresario Silvio Berlusconi, para acabar, según se ha dicho, con la oligarquía de los barones del conocimiento. Y es que, como en gran cantidad de instituciones de educación superior el pensamiento de la izquierda es sumamente influyente, los conservadores han decidido emprender una ofensiva en forma para desmantelar su presencia.
Esta reforma, sin embargo, no es novedosa, sino que es el último eslabón de una cadena, impulsada por una legislación anterior nacida de las filas de la administración de centro izquierda en 1998, y que, según diversos analistas, abrió la puerta a la descalificación y parcelación del saber, canceló el Plan de Estudios Libres e impuso un sistema de financiamiento a los estudios disciplinarios.
La universidad está bajo ataque, dice Nicola Grigion, dirigente estudiantil universitario de Padua ligado a los Centros Sociales. La reforma formaliza una situación de precariedad juvenil. Los estudiantes de hoy viven la incertidumbre no sólo del futuro, sino del presente. De triunfar la reforma -añade-, la universidad no les daría la posibilidad de construirse un futuro, pues estaría sujeta a la racionalidad del mercado, que hace depender todo del dinero.
Los muchachos que protagonizan la protesta forman parte de una generación que incursionó en la arena de la lucha social a partir de la movilización contra la globalización neoliberal efectuadas en Génova durante la reunión del G8 en 2001. Muchos participaron en las jornadas de lucha contra la guerra e invasión de Irak. Este movimiento retoma muchas de las formas de lucha puestas en práctica en aquel entonces.
Se trata, por principio de cuentas, de una fuerza autoconvocada y autorganizada, que no delega su representación en nadie, de funcionamiento horizontal, no promovida ni dirigida por los partidos, organizaciones políticas ni sindicatos. Funciona sobre la base de las asambleas estudiantiles soberanas. Para trasladarse a Roma y asistir a la manifestación tomaron trenes y pagaron sólo un euro.
Esta intensa movilización corre paralela a los comicios electorales de abril del año que viene. A pesar de que el conflicto estudiantil ha atravesado los comicios, la mayoría de los partidos políticos no miran la lucha de los jóvenes desde su especificidad, sino desde la lógica de búsqueda de los votos.
Aunque las encuestas señalan la probabilidad de un triunfo electoral de la coalición de centro izquierda, que acaba de nombrar al moderado Romano Prodi como su candidato, la situación se ha vuelto más compleja. Berlusconi acaba de cambiar la ley electoral a su favor, ha restablecido la unidad en sus filas y superado las acusaciones en su contra. Por el contrario, en la centro izquierda persiste un peligro real de división.
Diversos sectores del movimiento social italiano ven con mucho escepticismo un posible triunfo electoral de la izquierda. Consideran que la posibilidad de su victoria no significará un cambio significativo de los problemas cruciales. No exageran. Según Massimo Cacciari, alcalde de Venecia, con el triunfo de Prodi no habrá retirada de las tropas italianas de Irak ni legalización del matrimonio entre las personas del mismo sexo, pues si se defendieran esas posiciones «no sacaría ni 20 por ciento de los votos.»
Abona a esta desconfianza la experiencia vivida con el gobierno de Sergio Cofferati, actual alcalde Bolonia, ciudad que durante décadas constituyó un baluarte rojo, pero que durante el último quinquenio fue gobernada por la derecha. Dirigente durante muchos años de la poderosa central sindical CGIL,
Cofferati obtuvo la postulación a la alcaldía de su partido, el Democrático de Izquierda, al perder las elecciones internas para encabezarlo. Su pasado sindical generó esperanzas en que haría posible otra política más progresista. Sin embargo, bajo el eslogan de la defensa de la legalidad ha reprimido pobres urbanos, movimientos disidentes y expresiones genuinas de descontento social. No falta quien asocia su conducta con una tentación estalinista.
Al margen de las elecciones -pero no contra ellas- Italia sigue siendo el teatro en el que se despliega la acción de un vigoroso e innovador movimiento asociativo. Esta semana se llevarán a cabo una serie de protestas en supermercados, bloqueando sus cajas registradoras e instalando plantones de agricultores afuera de sus locales, para exigir 50 por ciento de descuento para alimentos básicos. Mientras tanto, los milagros de San Precario, el santo recientemente aparecido de los que nada tienen, sigue produciéndose, al tiempo que centenares de activistas cubren su rostro con pasamontañas con los colores del arcoiris.
El movimiento estudiantil muestra la maduración creciente que en la sociedad italiana ha tenido un nuevo sujeto social. Expresa, además, la crisis de las mediaciones políticas tradicionales. Es el anuncio de que, cuando el presente es incierto, el ahora es el tiempo de los precarios.