El presidente libio fue recibido con todos los honores por Berlusconi. Después defenestró la política antiterrorista de Washington en la casa de uno de sus aliados europeos.
El presidente libio Muamar Kadafi incomodó ayer a sus anfitriones italianos con una pizca de su antigua retórica antinorteamericana. El líder africano dio dos discursos, y en los dos, los chiflidos y los abucheos sonaron más fuertes que los aplausos. «¿Qué diferencia existe entre el ataque de los estadounidenses en 1986 contra nuestras casas y las acciones terroristas de Osama bin Laden?», preguntó Kadafi frente al pleno de senadores italianos. A la pregunta le siguió un silencio incómodo. El presidente libio, quien había sido recibido horas antes con todos los honores por Silvio Berlusconi en su primera visita al país, ahora defenestraba la política antiterrorista de Washington en la casa de uno de sus aliados europeos. «No es muy inteligente perseguir a terroristas en las montañas afganas o en Asia Central. Es imposible. Debemos atender sus razones», sugirió.
Hasta hace apenas unos años hubiera sido imposible que el presidente libio de 67 años pisara territorio europeo y, mucho menos, para dar cátedra sobre la lucha contra el terrorismo. Durante los años ’80 su gobierno había sido responsabilizado de varios atentados contra objetivos europeos, a los que considera responsables de los crímenes del colonialismo y del subsiguiente imperialismo económico. En abril de 1986 un presunto comando libio hizo explotar una bomba dentro de un boliche en Alemania. El objetivo eran los jóvenes alemanes, pero los libios no sabían que entre ellos había dos soldados norteamericanos.
La noticia cayó como anillo al dedo al entonces presidente norteamericano Ronald Reagan, que inmediatamente ordenó bombardear algunos edificios gubernamentales y militares del país africano. Al menos 41 murieron en los ataques y más de 200 resultaron heridos. El propio Kadafi anunció que entre las víctimas fatales se encontraba su hija adoptiva. Dos años después, el presidente libio consiguió su venganza al derribar un avión de la aerolínea estadounidense Pan Am. La nave cayó sobre la ciudad de Lockerbie, en Escocia, con 270 personas a bordo, entre ellas 189 norteamericanos. Todos murieron.
Recién en el año 2006, Washington sacó a Tripoli de la lista negra de países que apoyan al terrorismo y los dos países restablecieron relaciones diplomáticas. Después de más de una década de bajo perfil y aislamiento internacional, Kadafi anunció públicamente que abandonaba la búsqueda de armas de destrucción masiva y renunciaba a apoyar cualquier acto o grupo terrorista.
La visita de Kadafi a Italia, la ex metrópoli colonial de Libia, seguía en la línea de esa reintegración a la comunidad internacional. El año pasado había visitado Francia y de la mano del presidente Nicolas Sarkozy había limpiado su vieja imagen ante las cámaras de todo el mundo.
A diferencia de su paso por París, donde cuidó mucho sus palabras, ayer en Roma fue el mismo Kadafi, polémico y contestatario de los años ’80. «Irak era una fortaleza contra el terrorismo con Saddam Hussein y la organización Al Qaida no podía entrar. Ahora, gracias a la intervención estadounidense, Irak es un campo abierto del que se beneficia Al Qaida», denunció el mandatario en el Senado.
Habló más de una hora y la ceremonia se atrasó porque las bancadas de la oposición de centroizquierda se negaban a recibirlo en la Cámara por considerarlo un dictador. No lograron evitar el discurso de Kadafi, pero consiguieron que el oficialismo mudara la ceremonia a un edificio anexo del Senado.
Después de allí lo esperaban en la Universidad de Roma para otro discurso, esta vez frente a profesores y estudiantes. Cuando llegó, el edificio estaba cercado por un fuerte operativo de seguridad, que mantenía lejos, muy lejos, a los estudiantes que protestaban y lanzaban insultos al invitado de honor.
Adentro, volvió a sugerir que se escuche y se entiendan las demandas de los terroristas antes de lanzar bombas y desplegar ejércitos. Otra vez la respuesta del público fue una mezcla de silencio incómodo, abucheos y aplausos muy leves. «Hay que entender las razones de ese fenómeno nocivo», explicó.
Como la presentación la organizaba la universidad, reservaron los últimos minutos para preguntas de los estudiantes. La primera fue una mujer que le preguntó por las denuncias de la ONG Amnistía Internacional sobre las malas condiciones y los malos tratos en las cárceles libias. «Si llegaran a Italia un millón de personas diciendo ser refugiados políticos, ¿los aceptarían? Si los aceptan, yo estaré siempre con ustedes en el respeto a los derechos humanos», contestó Kadafi.
La ronda de preguntas duró poco. Una dirigente del movimiento estudiantil agarró el micrófono para hacer la segunda pregunta, pero antes de que pudiera terminar la primera frase le apagaron el micrófono. Kadafi dio por terminado el acto y se retiró. Nadie aplaudió esta vez.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-126512-2009-06-12.html