Es posible que los albores del siglo XXI, con el ascenso de la revolución bolivariana, como anuncio de que llegaba la hora de los pueblos, sea el mejor momento de toda América Latina en los últimos 500 años. En el momento de más fuerza de la unipolaridad, surge un replanteamiento que ha de derrotar muchas […]
Es posible que los albores del siglo XXI, con el ascenso de la revolución bolivariana, como anuncio de que llegaba la hora de los pueblos, sea el mejor momento de toda América Latina en los últimos 500 años. En el momento de más fuerza de la unipolaridad, surge un replanteamiento que ha de derrotar muchas veces al neoliberalismo y al tan cacareado «fin de la historia».
Durante la los últimos 15 años quedó claro, más que nunca antes, la verdadera naturaleza del capitalismo, su función intrínseca de reproducirse, y obligar a los más pobres a pagar sus garrafales fallas de origen. Además, quedó claro que el socialismo no era una función errada de la historia, que era ante todo la respuesta y la esperanza de reemplazar la voraz maquinaria predatoria capitalista, y que ni era mecánico, ni determinista y no terminaba por definición; mientras exista el capitalismo y su amenaza contra la humanidad, el socialismo será una alternativa.
Ahora bien, las victorias constantes de este cambio de época, no ha sido, ni será, un tránsito fácil para nuestros pueblos. El asedio constante del imperialismo, que luce siempre sediento de la sangre de nuestros hermanos y hermanas, sigue abriendo frentes, provocando heridas y utilizando todos sus recursos por frenar a una América Latina, que de traspatio paso a ser ejemplo de lucha para el mundo entero.
Este acoso permanente, que cuenta siempre con la abyecta colaboración de clases dominantes acostumbradas a vivir de las migajas que les dan los amos norteños, tiende ahora hacia un momento decisivo, hacia una batalla de la que dependerá la historia de este siglo; ya no se trata del amanecer de la esperanza, sino de ganar el derecho a vivir en paz, frente a un enemigo que nutre de la guerra; esa batalla se libra en la tierra de Bolívar, en la Venezuela de Chávez y de Alí Primera, en esa República Bolivariana nuestroamericana.
La oposición traidora, desinteresada absolutamente de lo que suceda a la patria, cree que el «destino manifiesto» también les abarca, que ellos son dueños de las riquezas y que los pobres que ahora reciben beneficios y viven mejor, no tienen derecho a otro tipo de vida que el de la miseria, porque no entienden, porque son tontos y porque son haraganes, que no quisieron ser emprendores. Todo ese pensamiento de la mente colonizada de las clases dominantes latinoamericanas que se sienten felices de ser «sirvientes con dormida adentro».
Esa oposición castrada, sin ideas, y, sobre todo, sin voluntad de compartir la construccion de una nación digna, se presta a la trama mas vil y se apresta a hacer correr la sangre inocente de muchos venezolanos, incluso la de muchos de sus simpatizantes, si eso le sirve a sus intereses.
No cabe duda que un Golpe de Estado está en ejecución en Venezuela. por las condiciones particulares, el golpe en cuestión está destinado a ser sangriento, violento, con una escalada en muchos campos que ya hemos podido observar en las últimas semanas. La campaña mediática a nivel internacional dibuja un ambiente de carencias y zozobra, una especie de bomba de tiempo que volara en pedazos en cualquier momento. Todos los días, a toda hora, incluso para minimizar las propias crisis locales los medios en nuestros países hablan de que corremos peligro de «llegar a estar como Venezuela».
Igual envían a tres expresidentes a desafiar las leyes y las instituciones bolivarianas, dizque en apoyo de derechos humanos, mismos que los tres violaron flagrantemente en sus administraciones, cometiendo crímenes por los que deberían guardar prisión. Buscan descaradamente poner en un rincón al presidente Maduro al que quieren mostrar como tirano y como debilucho a la vez, y entonces abusan de la hospitalidad y visitan a un criminal peligroso, que en ningún gobierno de derecha tendría acceso ni a luz del sol.
Simultáneamente, acusan funcionarios de alto rango de tener nexos con el narcotráfico, con lo que las ramas fascistas de la desinformación tienen suficiente para hablar de narco estado, mientras a los verdaderos narco estados los felicitan y les prometen Planes Colombia a granel. Entonces aparece Brownfield «preocupado» por la situación en Venezuela, olvidándose de sus propios 46 millones de pobres, y sus decenas de millones de drogadictos y de sus propias agencias de seguridad nacional involucradas en el tráfico de estupefacientes al mercado «libre» de las drogas que tiene en su propia casa.
A esto se suma la guerra económica que ya hicieron varias veces en el pasado. El acoso de los empresarios es tenaz, calculan los beneficios que obtendrán cuando los fascistas venezolanos, como Maria Corina, Ledezma o Capriles, hayan tomado el poder. Todos imaginan un amanecer con Pinochet reencarnado y los comunistas corriendo por sus vidas, porque al final, las ideas no valen nada; «el mejor comunista es el comunista muerto».
La situación actual en la República Bolivariana de Venezuela plantea un reto que nos es común a todos los latinoamericanos. Históricamente hemos sido muchos pedacitos luchando contra el gigante, sucumbiendo por impotencia (con la extraordinaria excepción de la Cuba revolucionaria). Hoy es imperativo que entendamos que todos somos Venezuela, y que la solidaridad no puede ser únicamente enunciativa, que eventualmente, y porque no quedan muchas salidas, el imperio buscara un pretexto para crear la «solución militar» al «asunto venezolano».
Es sumamente importante pensar con claridad, especialmente para la izquierda; la lógica yanqui y la de sus lacayos locales no contempla la conservación de ningún tipo de foco opositor. La vocación democrática de la revolución bolivariana, es lo último que querrán replicar los expertos del imperio en un país donde el pueblo sabe muy bien como derrotar a sus enemigos en las urnas. No es casual, que hoy por hoy, los contrarrevolucionarios venezolanos hablen de «solución final» o «final del chavismo».
Está claro que la historia nos enseña lecciones, hoy tenemos un momento decisivo en Venezuela, y los enemigos de Latinoamérica, externos e internos, deberían entender que no permitiremos un nuevo 11 de septiembre de 1973.
Muchos criticaran la posición abierta y militante de este escrito, pero ante el cinismo y desfachatez del ataque contra nuestro baluarte, no hay más remedio que dar un paso hacia adelante, para defender la revolución.