El acuerdo económico y comercial impuesto por la administración trumpista de EE. UU. y firmado por la Comisión Europea certifica la dependencia y rendición económica de la Unión Europea. Su contenido y su forma expresan un nuevo equilibrio de poder en las relaciones atlánticas, con plena sumisión europea. Éste y el reciente acuerdo en la cumbre de la OTAN, al imponer Trump un gasto militar del 5% del PIB y redefinir sus adversarios (China), expresan la subordinación geoestratégica y militar de Europa respecto de los intereses geopolíticos de EE. UU. El foco es la recuperación del dominio imperial estadounidense: ‘América, primero… y otra vez grande’. La Europa liberal ha claudicado; avanza hacia una democracia iliberal, hacia un sistema postdemocrático y neocolonial, en el que espera posicionarse en un papel subordinado al de EE. UU.
La rendición de las élites europeas
Veamos algunos datos de la capitulación económica de la UE. Los aranceles estadounidenses del 15% suponen una transferencia de impuestos a productos europeos exportados a EE. UU., cerca de ochocientos mil millones de euros, en el último año, cuyos aranceles para las arcas estadounidenses alcanzan a más de cien mil millones de euros anuales.
No hay ninguna reciprocidad europea, cuyo superávit comercial alcanzó cerca de doscientos mil millones de euros, en el año 2024, ya que no impone ningún impuesto a los productos estadounidenses, que pueden gozar ahora de una mayor competitividad en los países europeos. Tampoco la UE reequilibra su déficit en el sector servicios (financiero, tecnológico…), que alcanza unos cuarenta y ocho mil millones de euros, en este año pasado, y del que ha pasado de largo.
Aparte de estar pendiente la concreción de la imposición en algunos sectores (farmacia, semiconductores, acero…) y las amenazas correspondientes ante posibles incumplimientos, Trump ha impuesto a la UE dos condiciones globales más.
Una, la inversión europea de setecientos cincuenta mil millones de euros en la compra de energía fósil estadounidense (petróleo, gas licuado, carbón, uranio…) mucho más cara; supone triplicar la compra actual, depender al 70% de su energía y lastrar la competitividad económica europea.
Dos, la inversión europea en bienes estadounidenses, principalmente en la compra de material militar, en los tres próximos años, dentro de su actual presidencia -para garantizar su cumplimiento inmediato-, de seiscientos mil millones de euros; Trump amarra el compromiso de la cumbre de la OTAN, de llegar al 5% del PIB en gasto de defensa y seguridad… para 2035.
Expresa una derrota estratégica de impacto duradero, una capitulación en toda regla, que apenas queda enmascarada con el argumento de Von der Leyen del ‘mejor acuerdo posible’. La Comisión Europea y el Consejo Europeo, que representan a todos los Estados europeos, han renunciado a la resistencia política o la negociación desde una posición de fuerza, sin contar con su similar poderío económico y comercial, en términos de PIB, y la voluntad de sus poblaciones. Las élites europeas se han doblegado, buscando acomodo en la nueva relación de subordinación jerárquica que impone Trump, a costa del bienestar de sus sociedades, su autonomía estratégica y sus valores sociales y políticos.
Mientras tanto, China, que en las últimas décadas se ha acercado a una posición similar a ambos a nivel mundial, en su capacidad económica, no militar, reforzada por sus alianzas con los BRICS y en el Sur Global, se ha permitido plantar cara y doblegar la prepotencia trumpista. Son reglas básicas de la actitud política ante posiciones de fuerza, como las actuales; solo que, en este caso, las élites europeas buscan resguardar sus propios intereses oligárquicos, transferir los daños a sus respectivas poblaciones y confiar en el designio imperial estadounidense de participar en el beneficio del reparto de poder del mundo. O sea, con un nuevo encaje neocolonial, empezando por su complicidad en el designio israelí-estadounidense para dominar todo el Oriente Próximo y liquidar al pueblo palestino.
Pero, este cálculo fáctico, imperial autoritario, aparte de su inmoralidad, que les preocupa poco, es difícil de ejecutar por el mundo empresarial europeo, además de la propia fragilidad de la economía estadounidense. La oligarquía europea queda unida y subalterna a ese plan, al mismo tiempo que en Europa (y también en EE. UU.) persisten los altos riesgos de desafección política interna, desvertebración social y descrédito en el Sur Global, irresolubles con mayor autoritarismo regresivo.
La prepotencia imperial trumpista
La prepotencia trumpista pretende modificar el orden internacional a su favor. Se ha iniciado una transición de las posiciones de poder, las normas y los discursos vigentes. En estas décadas, desde los años noventa, de globalización neoliberal, bajo hegemonía económica y estratégico-militar estadounidense, ha habido cierta regulación consensual y multilateral a través de organismos internacionales -desde la ONU y su Consejo de Seguridad hasta el G-7 o la OMC-. EE. UU. aparecía, formalmente, como primero entre iguales.
Ahora, con el despliegue del peso de su poder duro político-militar, en toda su crudeza geoestratégica, se imponen varios escalafones de dominio: el emperador y los súbditos europeos/occidentales y, al fondo, los pretendidos vasallos mundiales, sin el permiso de China y los BRICS.
Su objetivo está claro: la primacía de EE. UU., la subalternidad de Europa y el control y sometimiento del Sur Global, que se le escapa. Es una dinámica imperial, autoritaria e iliberal, que pretende reforzar a las derechas extremas en Europa, cuartear su Estado de bienestar y de derecho y vaciar la democracia representativa. Es el cierre a la Europa liberal progresista, a su modelo social y democrático. Sin que se plantee la ultraderecha, de momento, la ruptura de la UE o la salida de algunos os países de la Unión, se acomete una profunda reorientación geopolítica, estratégica y de articulación institucional.
Junto con mayor dependencia de la OTAN y el militarismo, se refuerzan los soberanismos estatales y los nacionalismos excluyentes y antiinmigración, las dinámicas institucionales autoritarias y tecnocráticas y la recomposición de las élites dirigentes, con la colaboración entre las derechas tradicionales, liberal-conservadoras, y las ultraderechas postdemocráticas.
El mecanismo principal de presión estadounidense es su poderío geoestratégico-militar y su privilegio financiero-monetario, ambos derivados de su hegemonía tras la segunda Guerra mundial y, posteriormente, reforzada tras el hundimiento del bloque soviético. Es la respuesta autoritaria a su declive, en términos económicos, políticos y de legitimidad social o, dicho de otro modo, la reacción regresiva ante los avances democráticos y de derechos civiles y sociales en el Norte, en el propio EE. UU. y Europa, y las afirmaciones autónomas en países del Sur global.
Por el camino sombrío aparecen mayores conflictos políticos e importantes crisis sociales y medioambientales. Habrá que apuntarlas al debe de esta apuesta estratégica de involución democrática, social e imperial, impuesta por las élites occidentales, que deberán renovarse y democratizarse. Otro mundo es posible, quizá con retrocesos relativos y nuevos sufrimientos humanos, sin descartar las dinámicas belicistas. Pero el neofascismo, según la experiencia histórica, fracasará. La democracia real, más igualitaria y solidaria, es la respuesta.
El fiasco de la autonomía estratégica
Con ocasión del giro trumpista hacia el control económico de Ucrania, junto con el sometimiento energético y geoestratégico-militar europeo y la relativización del conflicto con Rusia por su prioridad hacia el Asia-Pacífico, ha resurgido el discurso de la necesidad de la autonomía estratégica de la UE.
La paradoja ha consistido en la resignificación del concepto ‘autonomía estratégica’ respecto de EE. UU. Inicialmente, tenía una orientación progresista, pacifista y soberanista, enraizada en la experiencia europea contra la guerra y su nuclearización. En este momento, con ocasión de la llamada amenaza rusa y el supuesto abandono estadounidense, se le ha dado el sentido contrario. Se ha convertido en la justificación para profundizar en el rearme y la militarización de los países europeos.
Finalmente, se está imponiendo una evidencia: es una simple retórica que esconde la mayor subordinación europea a los intereses geopolíticos, la estrategia y el complejo militar industrial estadounidenses. El plan de Rearme europeo, de ochocientos mil millones de euros, queda sin esa justificación embellecida de garantizar la seguridad europea. Rusia -tras el hundimiento del bloque soviético- no es suficiente enemigo para Europa y la OTAN, y la relativa estabilidad en el Este -hasta la expansión de la OTAN y la agresión rusa a Ucrania- se ha resuelto en las décadas pasadas por acuerdos de seguridad y cooperación; además, era un socio comercial y energético para la UE y fundamental para Alemania, ahora roto en su perjuicio.
Tampoco el plan de Rearme es un motor neokeynesiano para estimular la industria o la innovación tecnológica europea. Trump impone y la Comisión Europea acata que el grueso inversor vaya hacia la industria militar estadounidense, con la dependencia operativa, estratégica, tecnológica e industrial que conlleva.
Se cierra la manipulación discursiva de la autonomía estratégica y su credibilidad. Trump su ufana de ello; las élites europeas están a sus órdenes. La pleitesía del secretario general de la OTAN, el holandés Rutte, y de la presidenta de la Comisión europea, la alemana Von der Leyen, constituyen el broche simbólico de la sumisión de los gobiernos europeos.
El soberanismo oligárquico europeo
Todo ello ha afectado, particularmente, al estatus de Alemania, tras su unificación, como motor económico e institucional de la UE, y en el plano político discursivo a Francia y su ‘grandeza’, cada vez más minorada. La penetración económica alemana en el Centro y Este de Europa, con su preponderancia política, cada vez más hegemónica respecto de la decaída Francia, parecía compatible con el acompañamiento de la expansión de la OTAN hasta las fronteras de Rusia.
Alemania, especialmente con su socialdemocracia, compatibilizaba su complementariedad energética en un clima de colaboración pacífica con Rusia, aun con los recelos de los propios intereses estadounidenses para la contención rusa y la subordinación alemana. Hasta que con la expansión otanista hacia las fronteras rusas, cuestionando su seguridad, especialmente desde 2014, y sobre todo con la agresión rusa a Ucrania en 2022, se ha roto el marco de complementariedad económica y cooperación política y de seguridad. Se han impuesto los propios intereses estadounidenses, estratégicos, energéticos, económicos y geopolíticos. O sea, Europa (y Rusia) pierde, y EE. UU. gana. Se produce una crisis de la estrategia y la identidad alemana (y europea), que se ha decantado por la sumisión a EE. UU., mientras un Reino Unido, formalmente laborista y con orientación conservadora, se hace más militarista y seguidista del amigo americano, y una Francia derechista intenta su recolocación.
Pero, además, tras varias décadas de dinámica neoliberal en la construcción de la UE, incluida la estrategia de austeridad (2010-2014) ante la grave crisis socioeconómica y, a pesar de algunas políticas expansivas frente a la pandemia, se prioriza este vasallaje a EE. UU. con transferencia de fondos, aumento y reorientación de su gasto militar y su dependencia estratégica y energética respecto de sus objetivos geopolíticos; primero, con el incremento de la hostilidad imperialista al resto del mundo y, segundo, con una regresión social y autoritaria en el interior de Europa.
El presidente alemán, el democristiano Merz, ha dicho recientemente que era el momento de la independencia de Europa, es decir, de un nuevo hegemonismo alemán, para el que refuerza su poderío militar y su expansionismo económico, con un macro plan financiero y militar. También se pueden recordar las ínfulas de dirigentes franceses de derechas sobre la refundación del capitalismo o la muerte de la OTAN, o sea, del protagonismo de las élites francesas y su poder nuclear. Mientras tanto, el Reino Unido, se declara leal al amigo anglosajón y se separa de Europa, pero reclama su poder político-militar para la seguridad europea.
Se trata del gran soberanismo de las élites y grupos de poder de los principales países, en busca del interés de sus oligarquías respectivas y sus elementos comunes frente a sus mayorías sociales y a terceros países, más subalternos. En ese camino, las derechas tradicionales se aprestan a colaborar con las derechas extremas, cada vez más potentes e influyentes, seguidistas del reaccionarismo imperial del trumpismo, en contradicción con su supuesto nacionalismo como bienestar de sus poblaciones y cada vez más argumento esencialista pro oligárquico. El resultado es neutralizar a las izquierdas y movimientos progresistas y monopolizar el poder institucional y cultural-ideológico.
La socialdemocracia europea, particularmente la alemana, la danesa y la británica, con posiciones de gobierno, se va derechizando, en especial con el exclusivismo nacional, el militarismo y la segregación racista.
El presidente Sánchez, aunque ostente la jefatura de la Internacional Socialista, apenas se distancia un poco de alguno de los aspectos más problemáticos del nuevo orden imperial y reaccionario en construcción: aplicación otanista del 5% del PIB para gasto militar, que declara que va a incumplir; rendición comercial y estratégica europea, ante la que se muestra poco entusiasta; genocidio israelí, sin oposición contundente y que solo reclama el reconocimiento formal del estado palestino… Su actitud de limitado distanciamiento discursivo, dentro del consenso europeo y sin incomodar mucho a EE. UU., busca mantener una mínima estabilidad gubernamental ante sus socios y las bases de izquierda, pero no es capaz -o no tiene la voluntad- de articular una posición española y europea diferenciada y consistente, que refuerce su legitimidad cívica y frene los procesos de derechización interna y externa.
La primacía estadounidense y el reacomodo europeo
De pronto, Trump ha corrido el telón del orden mundial y aparece la cruda realidad del poder y la disponibilidad estratégica de las distintas élites supremacistas. Se produce un proceso de adaptación y jerarquización de la nueva estructura imperial en formación. Aparte de la cobertura de las extremas derechas al nuevo poder reaccionario, los tres campeones geopolíticos y económicos europeos, Alemania, Francia y Reino Unido, con sus respectivos soberanismos nacionales, se aprestan a reconducir la supervivencia de su dominio relativo en sus sociedades, sus cercanías geoestratégicas y a nivel mundial, en un proceso adaptativo y subordinado con el jefe del imperio. No sin tensiones, con graves problemas de cohesión y legitimidad internas, y quizá esperando no ejecutar todo el sometimiento y que escampe a medio plazo, tras esta presidencia de Trump; pero prestos a cooperar entre ellos para mantener sus ventajas oligárquicas relativas, neocoloniales y de control de sus ciudadanías.
Ello explica la sumisión y el reacomodo de las élites europeas al liderazgo estadounidense, la renuncia a la autonomía estratégica, la dimisión como polo autónomo con un sentido progresista y pacífico. La apuesta geopolítica frente al Sur Global y el autoritarismo interno, están compartidos o, mejor, acatados respecto de EE. UU. y su actual estrategia extrema de dominación. Es la traición oligárquica a los supuestos valores fundacionales, a los intereses de sus países y sus pueblos; supone el retraimiento (gran) nacionalista y colonial, al amparo de la nueva hegemonía autoritaria.
Dentro del reajuste jerárquico con primacía estadounidense, los principales grupos de poder europeos tratan de construir un nuevo orden de ventajas relativas para súbditos leales y con mayor dependencia del resto de países para trasladar los daños a sus poblaciones. Todo ello, nada patriótico; solo beneficioso para los poderes de arriba, y con una gran fragilidad retórica, ética y cívica.
Ante esa dinámica se recrudece la pugna de las élites de ambas derechas y sus respectivos grupos poderosos, cada vez más extremos, por conseguir una posición relativa de mayor influencia en su orientación estratégica, así como en el reflejo, en las instituciones comunitarias, de los intereses de esos poderes nacionales renegociados, con nuevos equilibrios políticos. Atrás quedan las democracias liberales, en especial, para las instituciones europeas, incluida la OTAN, que se van vaciando de participación y confianza cívicas. Se avanza hacia sistemas políticos postdemocráticos.
Su designio autoritario está claro: Las mayorías sociales de los distintos pueblos europeos, si no se rearticulan, pasarán a estar más subordinadas, en particular, las izquierdas y los movimientos progresistas; el Sur Global seguirá su camino, más o menos disperso, aunque habrá que aislar a China y contener a los BRICS y, en particular, a los grandes países de izquierda (Brasil, México, Colombia, Sudáfrica…), mandando algún recado intimidatorio a posibles aliados díscolos (incluido el gobierno de coalición progresista español).
En todo caso, por su peso económico y político, el futuro de la humanidad también va a depender de la articulación de una nueva Europa, social y democrática, con los valores progresistas auténticos de igualdad, libertad y solidaridad, ajenos al poder establecido y la nueva jerarquía imperial. Entonces, se podrá hablar de un nuevo polo geopolítico autónomo, de referencia mundial multipolar y colaborativo. Pero la salida no vendrá de las élites europeas, sino de la capacidad democratizadora de sus sociedades.
Antonio Antón. Sociólogo y politólogo
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