Un vigoroso resurgimiento del latinoamericanismo -que recupera las rebeliones indígenas, las luchas por la independencia y el heroico ejemplo del triunfo y la resistencia cubana, además de que da cuenta de renovados liderazgos en Bolivia, Venezuela, Brasil, Nicaragua, Ecuador, Argentina y Brasil- da paso a la fundación de la CELAC y a los sueños de […]
Un vigoroso resurgimiento del latinoamericanismo -que recupera las rebeliones indígenas, las luchas por la independencia y el heroico ejemplo del triunfo y la resistencia cubana, además de que da cuenta de renovados liderazgos en Bolivia, Venezuela, Brasil, Nicaragua, Ecuador, Argentina y Brasil- da paso a la fundación de la CELAC y a los sueños de alcanzar la plena emancipación. El nacimiento de la CELAC ha sido un parto histórico, su proyección -en medio del imperialismo más grande que haya padecido la humanidad- será una hazaña histórica.
Nuestra América hace historia, pero no como tragedia ni comedia, sino como esperanza y horizonte emancipador. Retomando el camino de las resistencias indígenas a la invasión europea y las luchas independentistas de los siglos XVIII y XIX, los jefes de Estado y de gobiernos de 33 países acaban de protagonizar un hecho histórico: la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Este acontecimiento, el más importante de los últimos 200 años, según ha afirmado el presidente de Cuba, Raúl Castro, abre la posibilidad de seguir avanzando, desde una perspectiva latinoamericanista y en medio de una coyuntura mundial extremadamente compleja, hacia la emancipación plena de todas las formas de enajenación de las que son objeto los seres humanos y la naturaleza.
Lo que ha ocurrido en Caracas estos 2 y 3 de diciembre ho habría sido posible, sin embargo, sin la confluencia de varios factores objetivos y subjetivos, cuya forma de articulación política es el resultado del reconocimiento de pensar-vivir-sentir Nuestra América a partir del origen común que lo acompaña, de los problemas comunes que lo sacuden, de las amenazas comunes que lo acechan y de la pluralidad inter-gubernativa que expresa cada uno de los países de esta parte del continente.
Un primer factor es el resurgimiento de un vigoroso latinoamericanismo que, hostigado y presionado por el imperialismo español -primero- y estadounidense -después-, recoge el aporte de las grandes rebeliones indígenas de los siglos XVI y XVIII que se desarrollaron en todo el Abya Yala, que es el nombre originario de nuestro continente que unía al Águila del Norte y el Cóndor del Sur.
Pero también es la recuperación de la gran revolución negra de principios del siglo XIX en Haití y que, junto a las ideas de la ilustración, influyó en las grandes gestas independentistas entre 1809 y 1826, cuando Nuestra América conquistó, aún sea solo en el ámbito de lo político, una independencia formal que luego sería asfixiada por el imperialismo estadounidense, cuya intervención temprana bloqueó la aspiración de Cuba y Puerto Rico para constituirse como repúblicas. La primera se independizó del dominio de todo tipo de imperialismo en 1959 con la conducción de Fidel Castro, quien nunca dejó de levantar el alto su convocatoria al latinoamericanismo, y la segunda continúa sometida a Estados Unidos como estado «asociado».
Un segundo factor, es el irrenunciable sueño de muchos líderes políticos y jefes militares del siglo XIX, pero también del siglo XX, de construir un escenario de encuentro de los gobiernos y los pueblos latinoamericanos, independientemente de su signo ideológico, interesados en lograr una posición de soberanía frente a los Estados Unidos, cuya actitud imperial fue anticipada por personajes como Simón Bolívar y José Martí.
Los sueños de unidad latinoamericana enfrentaron en el siglo XIX las reacciones de Estados Unidos, Francia e Inglaterra y no prosperaron por la actitud cómplice de las élites gobernantes que temían más al caminar de los pueblos que a la dominación imperial. Así fracasó el Congreso Anfictiónico organizado por Bolívar en 1826 en Panamá; en 1830 fue derrotada la idea de la Gran Colombia (Venezuela, Nueva Granada y Ecuador); la Confederación Perú-Boliviana de 1839 no prosperó, entre 1839-1848; Francisco Morazán no pudo impedir la disolución de las Provincias Unidas en cinco países (Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica); y otros intentos similares sencillamente fueron ahogados a tiempo por el imperio con la complicidad de las elites locales.
Pero el fuerte dominio imperial no terminó con las aspiraciones latinoamericanistas, motivadas en el siglo XX por el nefasto papel de la Organización de Estados Americanos (OEA) -considerado un Ministerio de Colonias de los Estados Unidos-, cuya actuación legitimaba -como lo hace hasta ahora- las intervenciones militares abiertas y los golpes de Estado que eran planificados en el Departamento de Estado y ejecutados por el Departamento de Defensa de EE.UU.
Y precisamente, en 1983, se activó el Grupo Contadora con el objetivo de buscar una salida política al conflicto armado que azotaba Centroamérica y particularmente para evitar un mayor desangramiento del que era víctima el pueblo nicaragüense por parte de las bandas contrarrevolucionarias que financiadas por Estados Unidos no cejaban en su intento de derrotar a la revolución sandinista que se alzó victoriosa en 1979. El nacimiento de este grupo (conformado por Colombia, México, Panamá y Venezuela) y luego del Grupo de Apoyo a Contadora (Argentina, Brasil, Perú y Uruguay) daría lugar en 1990 al Grupo de Río, como mecanismo de Consulta y Concertación Política de los gobiernos de América Latina y el Caribe.
Del carácter defensivo de estas iniciativas en el siglo XX, un inesperado cambio de correlación de fuerzas en el continente y una apuesta por retomar el camino de la integración y la unidad latinoamericana se tradujo en diciembre de 2004 en la constitución de la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA) entre Cuba y Venezuela y cuatro años después en la conformación de la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) en la que Brasil ha desempeñado un papel central. El ALBA cuenta con 8 países miembros y varios observadores, y la UNASUR juega un rol valioso en Sudamérica.
Como parte de esta ofensiva, en medio de una crisis del capitalismo central y la pérdida de hegemonía de los Estados Unidos en América Latina, en diciembre de 2008 una triple cumbre celebrada en Brasil (Unasur, MERCOSUR y la I Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC) aprobó organizar en febrero de 2010 una Cumbre de Unidad en México, donde finalmente se sentaron las bases de la I Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños que se llevó a cabo estos 2 y 3 de diciembre en Caracas.
Un tercer factor es la crisis de hegemonía de los Estados Unidos y el agotamiento del Sistema Interamericano de la Organización de Estados Americanos (OEA). Desde su fundación en 1948, bajo el influjo de la «Doctrina Monroe» (América para los americanos), la OEA nunca ha dejado de ser el instrumento por el cual Estados Unidos ha pretendido «camuflar» sus poderosos intereses en la región. En la década de los 60 lo quiso hacer a través de la Alianza para el Progreso y tras la expulsión de Cuba por razones ideológicas, en los 80 con el consenso de Washington y en los 90 con el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) y los Tratados de Libre Comercio (TLC).
El mecanismo creado para dar oxígeno a la deteriorada hegemonía de los Estados Unidos en la región ha sido «La Cumbre de las Américas». Impulsada por Clinton en 1994 en Miami, esta primera cita, a la que Cuba no fue convocada, aprobó e instaló la agenda de Estados Unidos: guerra internacional contra el narcotráfico, defensa de la democracia representativa y el acuerdo de libre comercio. Las dos posteriores cumbres ordinarias en Chile (1998) y Canadá (2001), además de la extraordinaria de México (2004), ratificaron esa línea. Si bien los planes estadounidenses no fructificaron por el certificado de defunción que una nueva configuración política latinoamericana dio al ALCA en Mar del Plata, Argentina, en 2005, la presión y las maniobras de la Casa Blanca se han vuelto a expresar, sin lograr resultados, en la V cumbre de Trinidad y Tobago en 2009.
Si bien quedan en el recuerdo el silencio cómplice de la OEA ante las invasiones militares estadounidenses de Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Granada (1983), Panamá (1989) y Haití (1994), hay dos últimos hechos que confirman el agotamiento de la OEA y el Sistema Interamericano: la violación de territorio ecuatoriano por las fuerzas armadas de Colombia con el objetivo, logrado, de asesinar el jefe rebelde de las FARC en marzo de 2008 y el golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya en junio de 2009 en Honduras.
Un cuarto factor es la crisis del capitalismo. Al cumplirse cerca de cinco siglos de hegemonía del capital, es posible apreciar un alto grado de descomposición de un sistema que en la palabra y la voz de varios intelectuales se presentaba, en la última década del siglo XX, al derrumbarse el llamado socialismo real, como el único sobreviviente en las arenas calientes del campo universal.
La realidad se ha encargado de negar los gritos de algarabía de la burguesía imperial. La aparición de una burbuja financiera ha provocado desde hace más de dos años una de las crisis más profundas de los Estados Unidos y que, lo han asegurado muchos, es apenas una expresión de una crisis estructural del sistema capitalista mundial que no termina de resolverse.
La crisis del capitalismo podría sintetizarse en el agotamiento de la forma de producir, en el agotamiento de la forma de distribuir y en el agotamiento de la forma de vivir. Estamos, por tanto, ante una crisis multidimensional provocada por capitalismo: financiera, productiva, energética, alimentaria y climática que no encuentra una respuesta de salida dentro del sistema.
Ninguna de las iniciativas adoptadas por los países del G-20 en los últimos años da con la punta del ovillo. No hay respuesta. El Consenso de Washington, que en la década de 1990 era el catecismo con el cual las clases dominantes construían imaginarios colectivos en las clases subalternas, ha dado paso, ni veinte años después, al llamado Consenso de Londres, en marzo de 2009, cuando los países mas industrializados del planeta se reunieron para conjurar las causas y los efectos de una crisis mundial que amenaza con arrastrar al capital, si hay sujeto social que se le enfrente, a una fase terminal de su existencia. Pero ni Londres, ni Seúl (2010) ni Cannes (2011) han atacado las raíces de la crisis y el énfasis únicamente en lo financiero no hace más que agravar la tendencia.
Un quinto factor es el predominio de gobiernos populares, progresistas y revolucionarios en América Latina y el Caribe. Salvo Panamá, Colombia, Costa Rica, México, Chile y Guatemala (por el reciente triunfo de la ultraderecha), el resto de los países está conducido por presidentes y primeros ministros que son el resultado de una crítica radical al neoliberalismo y al orden social injusto dictaminado por el capital.
No cabe la menor duda de que en ese grupo de jefes de Estado y de los pueblos que los acompañan existen dos corrientes: los que apuestan a construir una sociedad que supere el capitalismo y otros que apuestan por un capitalismo latinoamericano que cuestione la hegemonía del capitalismo central en general y de los Estados Unidos en particular. El punto de encuentro entre una y otra posición es una actitud de soberanía frente al imperio más poderoso que ha conocido la humanidad.
La creatividad y la ofensiva política de los gobiernos progresistas y de izquierda ha sido fundamental para avanzar en la dirección del resurgimiento del latinoamericanismo. El ALBA primero y UNASUR después, bajo las siempre lúcidas reflexiones de Fidel Castro, quien siempre recomienda no perder de vista al enemigo principal, se constituyeron en verdaderos motores de la unidad y la integración, traducida ahora en el nacimiento de la CELAC.
Es evidente que la falta de respuestas a la crisis por parte del capitalismo central y la fuerza de los gobiernos progresistas y de izquierda han logrado «atraer» a los gobiernos de derecha a la CELAC, aunque es evidente que habrá que estar atentos a la evolución de sus posiciones.
Los desafíos de la CELAC
La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños tiene al frente un cúmulo de desafíos que, dependiendo cómo los vaya enfrentando y resolviendo, podrá determinar la naturaleza de su vida y contribuir a la profundización de la tercera ola emancipatoria de Nuestra América.
El primer desafío es convertirse en los hechos, tal como se ha propuesto desde su fundación, en un foro político regional en el que prevalezca en términos reales y no formales el principio de la igualdad política. Ya ninguno de los Estados, incluso los más dóciles, quieren que los siga mirando desde arriba el sumo pontífice del Norte.
La igualdad desde la política implica abandonar la visión reducida e instrumentalizada de un modelo de democracia representativa que en pleno siglo XXI ya no es la única manera de organizar la vida de los pueblos y las sociedades. El desarrollo de otras formas de democracia en varios países de América Latina y el Caribe enseña que la democracia no puede ni debe reducirse a un mero procedimiento por el cual los pueblos eligen a sus gobiernos y representantes. Los pueblos, en su condición de sujetos colectivos y plurales, quieren votar, elegir, participar y decidir. Es decir, quieren otra forma de articular los Estados y las sociedades.
Este principio de igualdad política implica, además, convertir a este potencial organismo regional, en contraposición al fundado en 1948 en Bogotá, en un espacio común en el que confluya una diversidad de actores, cada uno portador de su historia particular y proyecto de país específico. Es el respeto efectivo y no retórico a la autodeterminación de los pueblos, por lo tanto es la aceptación de las diversas formas de gobierno.
El reconocimiento del principio de igualdad política -independientemente del tamaño del Estado-, conduce a una reconceptualización de la soberanía, la integración y la democracia, así como a clausurar el principio del alineamiento con el que se ha actuado desde la OEA y que ha conducido a decisiones aberrantes como las de excluir a Cuba en la asamblea de Punta del Este, en 1962, y a mantener un silencio cómplice ante el criminal bloqueo del que es víctima la mayor de las antillas y ante las invasiones militares estadounidenses de varios países de América Latina y el Caribe.
Y eso conduce a otro principio, ahora inexistente en la OEA: el principio de la cultura de la paz y la declaración de que América Latina y el Caribe no serán bases militares de ninguna potencia mundial. Es decir, lo que está en crisis es la idea de «lo políticamente aceptable» en el uso de la fuerza. Con ese argumento se ha mantenido un silencio cómplice ante las invasiones militares y los golpes de Estado organizados, ejecutados y alentados por los Estados Unidos.
Como la política es la economía concentrada, es evidente que la CELAC debe dar pasos importantes para fortalecer las iniciativas de integración que hay en América Latina y el Caribe. Para eso debe materializar el principio de la igualdad económica interestatal, que no es otra cosa que alentar todas aquellas iniciativas conducentes a poner a fin al carácter primario-exportador de nuestras economías, por mucho valor agregado que se haga a la explotación de los recursos naturales. Se trata de construir una economía latinoamericana basada en la complementariedad y la reciprocidad.
Y, finalmente, hablando de la incorporación de nuevos principios, está el principio de respeto a todas las formas de vida. Esto impone el desafío de encontrar espacios de acuerdo para que las formas de reproducción de la vida no sean incompatibles con la naturaleza, lo cual implica una redefinición de las formas de producir y distribuir la riqueza. América Latina y el Caribe son susceptibles de sufrir los más terribles desastres naturales producto de huracanes, ciclones, sismos, terremotos, sequías e inundaciones. Ningún organismo regional puede ignorar esa realidad y no tomar medidas.
Pero sería ingenuo pensar que los Estados Unidos Estados Unidos van a quedarse quietos y resignarse ante la fundación de este Foro Político que cuestiona su hegemonía. Está claro que se esforzará por matar al nuevo organismo. Una manera de hacerlo será por la vía de fortalecer en sus gobiernos aliados la idea de no anteponer la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe a la OEA. La otra, de tantas opciones en manos, derrocar a los gobiernos contestones del continente.
La fundación de la CELAC es un acontecimiento histórico que da cuenta de la posibilidad que se tiene para avanzar hacia la emancipación, pero también nos advierte de que se deberá enfrentar a problemas y amenazas muy grandes. El imperio no está derrotado. El nacimiento de la CELAC ha sido un parto histórico, su proyección -en medio del imperialismo más grande que haya padecido la humanidad- será una hazaña histórica.
Hugo Moldiz Mercado es abogado, periodista y magíster en relaciones internacionales. Escritor e investigador y coordinador de la red de intelectuales y artistas en defensa de la humanidad, capítulo boliviano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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