Las divergencias entre socialistas y conservadores dejaron en suspenso la formación del nuevo Ejecutivo. Lucas Papademos desapareció de la lista de candidatos a premier debido a las condiciones que impuso para aceptar el cargo.
Dimitra acaricia con desazón el pasaje apretado en los dedos de su mano izquierda. «Es la llave de mi porvenir, o la de mi tumba», dice con ironía festiva. Entre familia y ahorros juntó 3200 euros para un viaje sin retorno programado: un pasaje de ida sólo hacia Londres y toda la esperanza puesta en encontrar un trabajo. Se cansó de las manifestaciones, de la violencia policial y de la inoperancia clánica de una clase política que funciona en círculo cerrado. Los griegos han dejado de creer que un nuevo gobierno sea capaz de diseñar un país distinto. El discurso pronunciado por el hasta ayer en funciones primer ministro, Giorgos Papandreu, anunciando el fin del acuerdo para formar un gobierno de unidad nacional y su consiguiente renuncia les dejó a los atenienses un sabor más amargo que el que acarrean desde la crisis. Nadie apareció para reemplazar a Papandreu. Los políticos griegos siguen encallados en sus divergencias. «Desaparecemos como país y nuestro sistema político se dedica a salvarse a sí mismo», dice Costas Kavanafis con profunda rabia. El muchacho, de apenas 21 años, se compró un planisferio y juega cada mañana con un lugar en el mundo donde «aterrizar con una pista de futuro». Las imágenes que surgen en el entreverado de las calles de Atenas dicen más que mil palabras. En la calle de la Academia, una inmensa banderola negra cubre por completo la fachada del edificio de la Cruz Roja. Los locales están de luto, ocupados por el personal que hace seis meses no cobra sus salarios.
Giorgos Papandreu dejó el barco con un mensaje que suena casi a una broma en las laberínticas callejuelas del barrio de Plaka, la zona más de moda en la capital griega. «Estamos intentando inaugurar una nueva fase en nuestro país. Debemos forjar una Grecia diferente y también garantizar que el acuerdo para el rescate europeo (el plan de 8000 millones de euros de la Unión Europea) siga adelante.» El renunciante jefe de Gobierno destacó: «Uniremos nuestras fuerzas para seguir en el euro». Al discurso se lo tragó el viento. Las divergencias entre socialistas y conservadores dejaron en suspenso la formación del nuevo Ejecutivo. El nombre del próximo primer ministro quedó en la bruma después de que el candidato más seguro, el economista Lucas Papademos, ex número dos del Banco Central Europeo entre 2002 y 2010 y asesor «informal» de Papandreu, desapareciera de la lista de candidatos debido a las condiciones que impuso para aceptar el cargo. Según la prensa griega, Papademos, que era el favorito de los bancos y del mundo de los negocios, rechazó de cuajo mantener el calendario de las elecciones anticipadas pactadas por los partidos políticos para el próximo 19 de febrero. En el camino de la discordia hacia el futuro gobierno se atravesó un nuevo nombre: el socialista Filipos Petsalnikós, presidente del Parlamento. A él se le suman otros tres o cuatro perfiles suplementarios que han convertido las negociaciones políticas en una lotería. Nadie cree en la clase política, ni siquiera en el reemplazante inmediato de Papandreu o en el próximo que vendrá. El diario Athens News escribía ayer que Grecia es «un naufragio sin capitán». En la Plaza de la Constitución, donde está el Parlamento, los atenienses asimilan el edificio a una mala metáfora de la democracia: «Un estudio de cine donde se monta un espectáculo para que, detrás de las cámaras, los productores no pierdan plata», según dice Nikos Constantinaus, un joven con un diploma de arquitectura bajo el brazo sin trabajo desde hace dos años. «Todo esto es una patraña humillante. Están todos de acuerdo, izquierda, derecha, centro, pura comedia de sobrevivientes. Son unos irresponsables. Llevan semanas y semanas negociando mientras las cajas del Estado están vacías, el país paralizado, los sueldos impagos, la juventud sin trabajo y Grecia expuesta a la humillación ante el mundo entero», protesta con gestos vehementes Ioannis Konstantanarias, un comerciante del barrio de la Asamblea.
Los griegos tienen odio en las entrañas. Grecia pende de un delgado hilo pero la clase política empuja hacia el abismo. En Atenas, la exasperación es un componente central de la vida cotidiana, igual que la pobreza galopante, visible, hiriente. El acuerdo para la formación del gobierno condiciona el reembolso de los 8000 millones de euros provenientes del rescate europeo. Sin ese dinero, Grecia se hunde, con ese dinero Grecia acentuará más las políticas de rigor, el ahorro del gasto público, el congelamiento de los salarios, en suma, lo más pernicioso de las recetas liberales. Sin embargo, el presidente de la República, Karolos Papulias, aún no tiene gobierno para anunciar. Los griegos no le ven salida al laberinto. Un Ejecutivo renovado no les ahorra los malos días por venir. El futuro primer ministro interino tendrá que tomar en poco tiempo -hasta las elecciones de febrero- medidas que condicionarán la vida griega durante mucho tiempo. Le espera una dura negociación con Bruselas y el Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre la implementación de un segundo rescate financiero indispensable para evitar la quiebra y estabilizar la situación antes de que se aplique una nueva salva de reformas estructurales. «Ya lo sabemos: nos espera una avalancha de sacrificios, de recortes sociales, de privaciones. Un pozo negro por culpa de estos mentirosos», dice Nikos Constantinaus.
La mentira y la inoperancia son aquí dos heridas siempre abiertas, junto a la pobreza. Grecia lleva cinco huelgas generales. El país, que sólo pesa 2 por ciento en la economía europea, aparece como la oveja negra de la UE. «Vivimos desde hace años en estado de intervención extranjera», asegura Costas Kavanafis refiriéndose a la troika compuesta por la Comisión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo que desde hace dos años tienen prácticamente intervenida la economía del país. Lo más paradójico que acarreó la crisis es el alza de los impuestos calculados sobre salarios que aún no fueron pagados. «Las empresas llevan más de seis meses sin ponerse al día con los salarios», explica Ioannis Konstantanarias. El hombre sale de su boutique y señala con un brazo el jardín de papeles amarillos que floreció en los comercios de la zona: «Se vende, se alquila», dicen los anuncios. La «mentira» griega» tiene fecha. En 2009, cuando Papandreu llegó al poder, se encontró con un montaje falso, un presupuesto nacional disfrazado gracias a argucias financieras creadas y vendidas por Goldman Sachs. El anunciado déficit de 3,7 por ciento se elevó en realidad al 15 por ciento. «Pero todas las medidas que se tomaron desde entonces estuvieron destinadas a proteger a los ricos y a hacer pagar a la clase trabajadora y la clase media el tributo de la falsificación», explica Moise Lipsis, periodista del diario de izquierda Elefterotipia. Su análisis tiene cuerpo en la calle.
Atenas se transfiguró. Un ejército de mendigos y vendedores ambulantes de pañuelos de papel, lapiceras y chucherías emergió de los escombros de la crisis. El horizonte está tapado. La deuda griega representa el 170 por ciento del PIB. El plan de rescate que negociará el próximo Ejecutivo requiere el desbloqueo de 130.000 millones de euros. A ello se le agrega la quita de la banca privada. Esta debería dejar en el aire la mitad del dinero que los griegos adeudan, o sea, unos 100.000 millones de euros más. El presidente del patronato griego, Dimitrious Laskasas, explicó que la gran lección de esta crisis está en que «se pidió demasiado dinero prestado». Los griegos aprueban su análisis, pero no el hecho de que esa deuda la tengan que pagar ellos sin un capitán que fije un rumbo. «Estamos como perdidos, nos piden sacrificios, bueno, adelante, no hay dudas de que hay que reformar el país, pero ¿para ir hacia dónde? Los planes de austeridad se siguen sin solución de continuidad pero continuamos cada vez peor», explica Loukiami, un egresado de la carrera de Economía, también sin trabajo. Grecia está harta de sus dirigentes y de los regateos entre los dos grandes partidos, los conservadores de la Nueva Democracia y los socialistas del Pasok. El país se resigna a días sin recursos y sin gloria. En las calles de Atenas y en las numerosas manifestaciones diarias, una pegatina, simbolizada por un helicóptero, un slogan similar al que se popularizó en la crisis argentina del 2001 empieza a circular: «¡que se vayan!».
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-180927-2011-11-10.html