Una vez más, la brutalidad policial francesa deja al desnudo la crítica situación de los cientos de miles de jóvenes nacidos en Francia, que hasta con cuatro generaciones en el país siguen siendo considerados poco menos que inmigrantes y como si ello fuera un justificado, siguen siendo objetivo de la persecución estatal, sin acceso a […]
Una vez más, la brutalidad policial francesa deja al desnudo la crítica situación de los cientos de miles de jóvenes nacidos en Francia, que hasta con cuatro generaciones en el país siguen siendo considerados poco menos que inmigrantes y como si ello fuera un justificado, siguen siendo objetivo de la persecución estatal, sin acceso a trabajo dignos, a educación y siempre en la mira de la violencia estatal.
La última víctima de este estado de situación ha sido un joven negro de 22 años llamado Abubakar Fofana, originario de Val d’Oise, en el cinturón pobre de París, asesinado de un disparo en el cuello, por un miembro de la Compagnies Républicaines de Sécurité, (CRS) un cuerpo policial que actúa en el control de «multitudes y disturbios», el hasta ahora confuso episodio del martes tres, por la noche, sucedido en el barrio de Breil, al noreste de la ciudad de Nantes.
El CRS, de la misma edad del muerto, bajo custodia policial desde el jueves, fue acusado de «violencia por parte de una autoridad pública que causó la muerte sin intención», en una declaración posterior alegó que había disparado por accidente mientras intentaba arrestar a Fofana, quién estaba en el interior de su auto, cuando en primera instancia había reconocido haber actuado en «legítima defensa» tras un «comportamiento extraño» de la víctima, que según la versión policial, tras pedirle la documentación del auto y como iba sin ella, decidieron llevarlo a la comisaría para verificar sus datos, a lo que el joven se habría negado.
Según el relato policial, el joven Fofana tenía una orden de arresto en su contra desde junio del año pasado, por «robo organizado, ocultamiento y conspiración criminal», y que el disparo mortal se produjo cuando el joven, tras ser obligado a detenerse por no llevar el cinturón de seguridad, presuntamente, intentó eludir el control policial. Versión ratificada por otros cinco policías, que declararon que el auto estaba retrocediendo a mucha velocidad e incluso poniendo en riesgo la vida de varios niños que jugaban en las cercanías del hecho. Aunque a posteriori estas declaraciones no pudieron ser confirmadas por el fiscal y se contradicen con las de varios vecinos, testigos del hecho, que incluso alegan tener filmado el momento del único disparo. El policía detenido ha quedado a disposición de un tribunal que lo podría acusar de «violencia deliberada».
Tras conocerse el asesinato del joven, una cadena de violentas protestas estalló en distintos barrios de Nantes, que se sucedieron durante las cinco noches posteriores. Los primeros incidentes fueron protagonizados por unos 2 mil jóvenes, que marchan por las calles de la ciudad reclamando justicia y fueron reprimidos por la policía.
Las protestas del barrio de Breil, donde fue el asesinato, se extendieron a otras barriadas complejas y siempre calientes del Nantes como Malakoff, Dervallières, Beaulieu, Bottière, Bellevue y Bout de Pavés, donde aplicando las mismas tácticas de los grandes incidentes de 2005, jóvenes encapuchados incendiaron en las cinco noches sucesivas, más de cien autos, entre ellos el de la alcaldesa socialista de Nantes, Johanna Rolland, y atacaron un número similar de locales comerciales, edificios públicos e incluso centros deportivos y escuelas. Los incidente de Nantes llegaron a replicarse también en los banlieue de París, donde se multiplicaron los actos de vandalismo.
La tensión en los suburbios de Nantes ya llevaba algún tiempo; unos días antes de la muerte del joven, varios desconocidos armados con metralletas dispararon contra el frente de un edificio hiriendo a una niña, lo que se cree fue un ajuste de cuentas entre delincuentes, lo que obligó a las autoridades a saturar las calles de Briel de efectivos del CRS, lo que había creado cierta tensión en todo el barrio.
El hecho, si bien más grave, recuerda el abuso policial al que fue sometido el joven Theo Luhaka en febrero de 2017, en el suburbio parisino de Seine-Saint-Denis, sodomizado con un bastón policial, que volvió a generar protestas contra el abuso policial, que dejaron otra vez varios autos incendiados y entonces 500 detenidos. La ola de violencia fue desactivada por el entonces presidente François Hollande, quien visitó a Theo en el hospital, urgido por las cercanía de las elecciones donde finalmente se impondría Emmanuel Macron.
Los culpables de siempre
Francia, sobre las ruinas del viejo imperio, construyó el mito de una democracia moderna y eficiente, que buena parte de la intelectualidad occidental le ha comprado sin beneficio de inventario, olvidando la perversidad de sus guerra coloniales en Indochina, en Argelia, las consecuencias que el mundo sigue pagando tras el espurio acuerdo Sykes-Picot de 1916 con el Reino Unido, que le daría forma al mapa de Medio Oriente y del que desde entonces no ha dejado un solo día de drenar sangre de inocentes. La misma sangre que empapó las calles de Paris el 17 de octubre de 1961, donde cerca de 400 argelinos fueron masacrados por la policía y docenas de ellos arrojados al Sena, en un intento brutal de ocultar el crimen. La presencia francesa en África ha generado millones de muertos, millones de desplazados, pueblos paupérrimos y gobiernos lacerados por la corrupción, en países construidos sobre los antojadizos mapas de la Conferencia de Berlín (1884-1885), y que desde entonces Paris como la gran Metrópoli, sigue interviniendo tanto con generales, como con gerentes. Conflictos como los de Ruanda, Mali, el Congo, Burkina Faso, República Centro Africana o Sudán del Sur, sin mencionar más por ser medidos y no expandirnos en sus desbocadas políticas imperiales, xenófobas y racistas. Sus últimas andanzas en Libia, en Irak, en Siria, en Afganistán y en Yemen, hacen que el reciente crimen de Abubakar Fofana, sea una perfecta síntesis de los siglos que lleva agobiando al mundo.
Analizar la crisis de Nantes, una crisis latente que en cualquier momento puede volver a brotar en cualquier otra ciudad francesa, nos retrotrae obligatoriamente a las ardientes jornadas de octubre y noviembre de 2005 cuando miles de jóvenes franceses de origen musulmán salieron a las calles a protestar exactamente por lo mismo que protestaron los jóvenes de Nantes estas últimas noches, falta de oportunidades y abuso policial.
Aquellos disturbios que comenzaron en Clichy-sous-Bois, una barriada pobre al este de Paris y se extendieron rápidamente a otros banlieue (suburbios pobres) de la capital francesa como Aulnay-sous-Bois, Noisy-le-Grand, Neuilly-sur-Marne, Le Blanc-Mesnil y Yvelines, Sena y Marne, Val-d’Oise, y a otras ciudades como Lille, Dijon, Ruan y Marsella ; llegaron a replicarse también en Bélgica, Dinamarca, Alemania, Grecia, los Países Bajos y Suiza.
En aquellas jornadas, cada noche los jóvenes descartados por el sistema salían a las calles de sus barriadas a manifestarse, enfrentando a la policía e incendiar vehículos, hecho que se convirtió en la marca registrada de la protesta, a lo largo de aquellas 20 jornadas en que se alcanzaron a quemar casi 6 mil vehículos. Lo que obligó al gobierno del presidente Jacques Chirac a declarar el toque de queda en los centros del conflicto.
El entonces Ministro del Interior, y quien fuera presidente de Francia desde 2007 a 2012 Nicolás Sarkozy, trató de «escoria» a los jóvenes musulmanes alardeando frente a los vecinos de uno de los barrios afectados por las protestas: «Vous avez assez de cette bande de racaille ben, on va vous on débarasser» (Están hartos de esa escoria, bien, se los vamos a quitar de encima).
Sin duda desde esos mismos sectores surgieron los miles de jóvenes franceses, que a partir de 2011, viajaron a Siria para integrase a las bandas integristas de al-Qaeda, al-Nusra y Daesh, emparentados también con los protagonistas de los ataques a Charlie Hebdo y los atentados de Paris en noviembre de 2015 y otros tantos hechos similares como los de Niza, Londres, Manchester, Barcelona por ejemplo.
El asesinato de Abubakar Fofana, solo demuestra que en la glamorosa Francia, siguen pagando los culpables de siempre.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.