Hace algún tiempo, un importante analista internacional, conocedor de los entresijos del nuevo movimiento jihadista internacional, señalaba que «llegará un día en que Bagdad, Faluya, Najaf o Jenin alcanzarán Londres, y los «daños colaterales» estarán en «nuestro lado»» Los recientes acontecimientos en Londres y Glasgow son una muestra fehaciente de que aquél análisis no estaba […]
Las alarmas de muchas cancillerías occidentales se han vuelto a encender tras esos hechos. La relativa «inactividad» de al Qaeda o de las múltiples redes locales que se acogen a su paraguas ideológico llevaban tiempo sin realizar acciones «de envergadura» contra los intereses occidentales en su mismo suelo. Sin embargo, ese «silencio» no obedecía a una imagen de debilidad, al contrario, la mayoría de investigadores de esa realidad islamista sitúan la capacidad organizativa y operativa de dicha organización en unos de sus mayores niveles.
El hecho de que estos ataques no hayan logrado culminar su objetivo de causar un importante número de víctimas civiles e inocentes no debería interpretarse como fruto de la «poca preparación» de sus autores o apuntarse como un éxito de los servicios de seguridad británicos. Al contrario, y a pesar de las declaraciones públicas de la clase dirigente londinense, el desenlace habría que atribuirlo a algún fallo técnico. Además, menospreciar la capacidad de este tipo de activistas por su supuesta «poca profesionalidad» es un error. Si bien es cierto que los miembros de organizaciones mejor estructuradas tienen una mayor capacidad «operativa» y se presentan como más efectivos, esa otras «red de activistas se presenta como una fuerza más difusa y sobre todo más resistente».
Dos claves son importantes a la hora de analizar estos sucesos. Por un lado el fracaso de las medidas de seguridad y del trabajo de las llamadas fuerzas de seguridad. Y en segundo lugar, la directa relación de estos hechos con la política internacional, más concretamente con lo que está sucediendo en Iraq. El primer factor es evidente, las medidas adoptadas para frenar este tipo de ataques no son las adecuadas. Los servicios de información y seguridad han visto incrementada su plantilla y su presupuesto, y a pesar de ello se siguen sucediendo los errores. Un desconocimiento de las culturas y lenguas de las comunidades musulmanas en Gran Bretaña, unido a la utilización de tópicos preconcebidos son insuficientes para acabar con esa amenaza.
El recorte de las libertades y derechos fundamentales, la restricción de los viajes o de las transacciones financieras, no han frenado a los autores de estas acciones, y sí ha significado un importante retroceso para la mayoría de los ciudadanos de estos países. Además, con esas acciones, sus autores han logrado extender la sensación de temor entre la población, mostrando que a pesar de las medidas restrictivas adoptadas, «su seguridad está en entredicho», ya que esas organizaciones han demostrado que pueden golpear y atacar en cualquier momento y en cualquier lugar.
Ante esta situación, algunas medidas post-ataques llaman la atención por su inutilidad, y por su aprovechamiento mediático. Así, las restricciones y controles en torno a los aeropuertos son un claro ejemplo. Esas medidas de seguridad cesan al cabo de los días por las presiones económicas (generan muchas pérdidas) y en cuanto los titulares mediáticos se desvían hacia otras realidades se vuelve a la situación anterior. Además, medidas de fuerza, como la que se desarrolló en los aeropuertos londinenses hace algún tiempo, con el despliegue de tanques y el ejército, son medidas virtuales e inoperantes, que más que evitar nuevos atentados buscan mostrar una fortaleza ante la propia opinión pública.
Por otro lado la relación de losa acontecimientos en la escena mundial, sobre todo la situación de Iraq, con este tipo de situaciones se hace cada día más evidente. La guerra y la ocupación de la alianza occidental ha surtido de una especie de «justificación moral» a buena parte de los militantes que remueven en torno a la esfera jihadista y les ha provisto de razones suficientes para autojustificar sus acciones.
Otro claro error en el que incurren algunas agencias occidentales es mostrar estos hechos como carentes de ideología, rozando el «sin sentido». Para los analistas que conocen ese mundo esas actuaciones se enmarcan dentro de una clara estrategia, cuyo objetivo es «expulsar las fuerzas militares extranjeras de los territorios que esos activistas ven como propios».
Las secuelas de la política neoconservadora se están mostrando cada día con mayor claridad, y los recientes ataques en Londres y Glasgow han mostrado por un lado la determinación de esos jihadistas para atacar los corazones de Occidente, al tiempo que demuestran que pueden «golpear cuando y donde quieran», extendiendo aún más la sensación de inseguridad en los países occidentales.
Finalmente, la utilización de coches bomba puede tener también un importante componente metafórico, ya que su utilización se ha convertido en un arma mortal que día tras días sacude las ciudades ocupadas por la coalición de EEUU y sus aliados, y tal vez en esta ocasión los autores de los ataques hayan pretendido traer la guerra a casa, entendida ésta por nuestros pueblos y ciudades.
En este contexto, urge un replanteamiento general de las políticas que desde Washington son llevan a buena parte del planeta a un enfrentamiento cruel y a una situación de inseguridad permanente. La búsqueda de soluciones negociadas debe guiar la agenda de resolución de los conflictos, propiciando un acercamiento entre las distintas sensibilidades y evitando romper los puentes que nos unen.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)