En los sondeos, en la calle y en las conversaciones de los altos tecnócratas, las señales de que en Francia algo se está moviendo son múltiples. Como una placa tectónica, los partidos de la izquierda que aboga por una ruptura con el capitalismo están subiendo y ganando adeptos. Las encuestas lo apuntan. El surgimiento en […]
En los sondeos, en la calle y en las conversaciones de los altos tecnócratas, las señales de que en Francia algo se está moviendo son múltiples. Como una placa tectónica, los partidos de la izquierda que aboga por una ruptura con el capitalismo están subiendo y ganando adeptos.
Las encuestas lo apuntan. El surgimiento en el paisaje político francés del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), una agrupación política enteramente nueva, es la principal señal del movimiento telúrico que se está produciendo en el seno de una izquierda, cuyo color se va volviendo progresivamente más rojo.
Pero no un rojo a la antigua sino un rojo de tonos nuevos. El NPA reivindica alto y claro su condición de partido experimental que, reuniendo a jóvenes neorebeldes inexpertos con la vieja guardia trotskista que pasó 30 años sin renegar de ningún principio, planea inventar «el socialismo del siglo XXI», en palabras de su líder, Olivier Besancenot.
Si bien en Latinoamérica y otros puntos del Sur esos experimentos ya empiezan a surtir efecto, en la mayoría de países del Norte, la reinvención de los partidos de extrema izquierda no ha servido, por el momento, para salir de la marginalidad política en la que se encuentran.
Se llamen como se llamen, los postrotskistas italianos, españoles o belgas reúnen porcentajes de intenciones de voto infinitesimales, pero en el caso francés está ocurriendo todo lo contrario. El auge del NPA entre la opinión pública gala está haciendo crecer las intenciones de voto de la izquierda, y tiñéndola de radicalismo. Es como si la posibilidad del debate hubiera desplazado su centro de gravedad 180 grados a la izquierda. Frente a un poder conservador que repite constantemente el eslogan «voy a moralizar el capitalismo», hay todo un posible elenco parlamentario que articula una agenda política cuyo objetivo final es el de «otro mundo es posible».
Francia se ha convertido en el primer país rico donde la tensión social de la crisis puede desembocar en una batalla política entre conservadores y revolucionarios de nuevo cuño. La huelga general de seis semanas en la isla franco-caribeña de Guadalupe fue la salva de advertencia. Y los comicios europeos de junio serán la primera prueba electoral.
Según el último sondeo realizado por el Instituto Ipsos, el nuevo NPA de Olivier Besancenot cuenta con una intención de voto del 9% cara a las europeas. Ese porcentaje indica ya una subida considerable respecto al 2% y 4% que obtenía su predecesor político, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR). Y eso a pesar de que la campaña todavía no ha empezado ni la crisis ha enseñado todos los dientes en Francia.
Los buenos augurios pronostican que el NPA no capta sus sufragios restándolos a las otras fuerzas de la izquierda, sino que atrae sus propios votos al campo de los partidarios del progreso. Allí donde no llegan ni el Partido Comunista Francés (PCF) ni el Partido de Izquierda (PG) llega la palabra del mediático Olivier Besancenot, muy cortejado por todas las televisiones, incluidas las privadas.
Intento fallido en los ochenta
Lucha Obrera el otro gran movimiento trotskista francés, que ha decidido mantener su independencia mantiene un 2% en intención de voto y el Frente de Izquierdas, formado por el PCF y el PG, alcanza el 6%.
Con ese 17% del bloque izquierdista, la dinámica comienza a inclinarse del lado de quienes desean renovar el intento de ruptura con el capitalismo y «desconectarse» de los mercados financieros mundiales, una experiencia que Francia ya intentó con escaso éxito en 1981. Pero el partido de Sarkozy parece haber tocado techo 24% y el Partido Socialista (PS) no supera la barrera del 20%.
Por este motivo, la dinámica que ha puesto en marcha esta izquierda radical recuerda mucho a la pesadilla vivida por los conservadores franceses en 2005. Entonces, el referéndum sobre la Constitución europea se convirtió en la catapulta de una plataforma innovadora por el No social. Más del 50% de los votantes tradicionales del PS desobedecieron a su dirección y optaron por el No , la clave de la victoria antiglobalización.
«El auge del NPA tiene una explicación endógena: en los 80 y 90, cuando la militancia iba mal, muchos trotskistas invirtieron energía en movimientos innovadores que ahora están dando frutos», explica Florence Johsua, investigadora del CEVIPOF, el principal centro de politología galo.
Crisis del PSF
«Hay otra explicación exógena: El PS es una ruina porque sigue sin tomar nota de las consecuencias de su aceptación del sistema y del fracaso de 2002», señala. «Está por ver cómo se repartirán el NPA, el Partido de Izquierda, los Verdes y un PCF en declive un espacio político que crece», dice.
El milagro del NPA se encuentra en las ideas innovadoras que los franceses esperaban desde hace años. «Es el único partido que ha realizado claramente un relevo generacional, representado además por Olivier Besancenot, un cartero joven, modesto, que gana menos de 1.300 euros, como la mayoría de los franceses», concluye Johsua.
Así, la subida de la izquierda radical es la respuesta francesa tanto a las consecuencias de la crisis como a su propia cultura política, siempre favorable a dar una oportunidad a activistas nuevos capaces de reintroducir la noción de progreso.
Al radicalismo juvenil con mil caras de las manifestaciones de la primera mitad de la década, responde ahora otra realidad: los veinteañeros y treintañeros que entran masivamente en política, por la izquierda, y sin creer en las filigranas verbales del PS.
Pese a las incógnitas que subsisten sobre el NPA y el Frente de Izquierdas ¿mantendrán la radicalidad o se acomodarán al sistema? hay algo claro. Frente a un sarkozysmo que habla de la crisis como «una catástrofe natural», en palabras del portavoz del presidente, la izquierda radical ha comenzado a producir un antídoto. Y, probablemente, más que eso: la primera muesca de que vuelve al ataque.
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