Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El tono cada vez más convincente y crítico de las declaraciones ofrecidas respecto a Israel por ciertos gobiernos de la Unión Europea durante la actual crisis de Gaza, unido a la noticia de que Israel ha decidido enviar a sus ministros, como parte de una «guerra relámpago» propagandística, a realizar una gira por seis países europeos que aún no son suficientemente dóciles, no debería llevarnos a interpretar que la UE vaya a adoptar una posición fuerte contra el terrorismo de estado israelí ahora que hay ya un alto el fuego.
Un augurio lamentable de lo que podemos esperar es la decisión de los países de la UE representados en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas (HCR, por sus siglas en inglés) de abstenerse en su resolución del 12 de enero que entre otras cosas condenaba la operación militar israelí y llamaba al cese de los ataques tanto de Israel como de Hamas… en cumplimiento de la jurisdicción internacional sobre los derechos humanos y del derecho humanitario internacional…»
En una declaración en la que se quejaba de que esa cuidadosamente equilibrada moción «presenta sólo a una de las partes del conflicto» (una afirmación motivada por el llamamiento a que cesaran los ataques de Hamas), el representante alemán Reinhard Schweppe anunció que los países de la UE no representados en el HRC «se alineaban» con la abstención de Alemania y sus «socios» de la UE. La moción se aprobó con 33 votos a favor, 1 en contra (Canadá) y 13 abstenciones.
No hay duda de que Herr Schweppe sentía que estaba cumpliendo con las obligaciones del estado alemán respecto al pueblo judío. Sin embargo, desde 1948, la interpretación que Alemania hace de esas obligaciones implica un apoyo incondicional al estado de Israel -que no es lo mismo que el pueblo judío- y su también incondicional inculpación de las víctimas de ese estado. El intelectual estadounidense pro-palestino Norman Finkelstein, hijo de supervivientes del Holocausto, ha reprendido esta postura tildándola de «falso coraje» y definiendo que «el actual desafío a que debe hacer frente Alemania» es a «defender a los judíos de la malicia y condenar su abrumador y ciego apoyo a la brutal ocupación de Israel».
En privado, los políticos alemanes y austriacos afirman, al parecer, que por «razones históricas» convenientes, no pueden cambiar su posición mientras el Reino Unido siga ofreciendo apoyo incondicional a Israel. Gran Bretaña, sin embargo, no ha mostrado nunca mucho interés en rectificar las nefastas consecuencias de sus pasadas maquinaciones imperiales y coloniales ya sea en Palestina, Iraq, India/Pakistán o incluso en Irlanda, miembro ahora de la UE.
En 1919, dos años después de su infame Declaración postulando que Gran Bretaña «contemplaría favorablemente» el establecimiento de un «hogar nacional» judío en Palestina, Arthur Balfour declaró a Lord Curzon, su sucesor como Ministro de Exteriores británico: «No tenemos intención alguna de consultar qué es lo que desean los actuales habitantes de Palestina… Las cuatro grandes potencias están comprometidas con el sionismo, esté o no equivocado…, por lo que no son en absoluto importantes los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que habitan ahora en esa antigua tierra». Este rechazo del derecho de los árabes palestinos a tener derechos (en frase de Ana Arendt) tipifica la política del Reino Unido hacia Oriente Medio hasta este mismo día, y precisamente los ecos de esa política son los que siguen oyéndose aún en la nauseabunda retórica de Tony Blair y del actual Secretario del Foreign Office David Miliband…
Entre otros estados de la UE, Polonia, la República Checa y los Estados Bálticos han encontrado todos ellos «razones históricas» similares para apoyar a Israel. Sin embargo, no quedan muchas dudas de que la «razón histórica» principal presente en la cuestión es el chantaje y los sobornos a que les somete Estados Unidos, que ha transformado en ventaja para Israel la falsa percepción existente en esos países de que EEUU es un bastión contra el resurgimiento de Rusia.
Pero es natural que se plantee la siguiente pregunta: Dado que los países de UE tienen experiencias inmensamente distintas y, en algunos casos, relativamente sin mancha en cuanto a su participación en los crímenes coloniales o imperialistas del pasado, ¿deberían los imperativos históricos británicos o alemanes ser los que determinen su política exterior hacia la cuestión palestina?
Irlanda, por ejemplo, estuvo comprometida con las últimas luchas coloniales en Europa Occidental y, como Palestina y la India/Pakistán, sufrió su partición con su concomitante «carnaval de reacción» (en palabras del socialista revolucionario James Connolly, ejecutado por los británicos en 1916) como consecuencia de la ocupación británica. En los primeros año de la república hubo mucha simpatía emocional hacia la autoproclamada «Guerra de Independencia» de Israel, hasta que la guerra de 1967 dejó claro que tal «independencia» no era sino un proceso de colonización y limpieza étnica. Importantes figuras políticas irlandesas como Frank Aiken y Brian Lenihan padre esbozaron una política para Oriente Medio basada en la fórmula «paz por territorios», que resultaba progresista para el contexto de su época, y que se convirtió en la base de la política de la UE hasta que se produjo el colapso del proceso de Oslo. Ahora, por desgracia, es el peso combinado de Alemania, Gran Bretaña y los países del Este de Europa lo que determina la política desastrosa e injusta de la UE de apoyo incondicional a Israel, e Irlanda ha abandonado su tradicional política pro-palestina (que, sin embargo, sigue viva en gran parte de la retórica favorecida por los políticos irlandeses) en favor del «alineamiento» con las naciones más poderosas de la UE y, por consiguiente, de Israel.
Por tanto, aunque Israel no había desplegado su auténtica barbarie tan abiertamente como lo ha hecho en el pogromo contra Gaza, podemos absolutamente esperar que la UE siga otorgando cada vez más generosos privilegios comerciales al estado sionista, una vez que han dado por terminada su campaña y los palestinos han contado a sus muertos. Incluso se rumorea que la actual presidencia checa de la UE está ansiosa por proseguir el proceso que mejore el ya privilegiado estatuto de Israel tan pronto como se haya calmado el incómodo alboroto actual… Es en este punto donde se cruzan inesperadamente la campaña por los derechos palestinos y la campaña en contra del Tratado de Lisboa. Este «tratado-reforma», como a sus partidarios les gusta llamarlo, persigue al parecer «racionalizar» los trabajos engorrosos de la Unión Europa, aunque con ello consolide -según sus detractores- la militarización de la UE y su deriva hacia la transferencia de soberanía nacional a una serie de burócratas que no han sido elegidos y que estarán situados en Bruselas. En 2005 se rechazó la versión inicial de este tratado, descrito como «Constitución Europea», en sendos referendos celebrados en Holanda y Francia. Ese rechazo se debió a muchos motivos, no todos ellos progresistas. Sin embargo, el análisis objetivo del resultado sugiere que en ambos países la mayoría de los votantes estaban influidos por el temor a perder responsabilidad democrática y que tampoco querían ver cómo se consagraba el neoliberalismo -por vez primera en alguna parte- en una constitución vinculante.
El documento fue reformado y rediseñado como simple «tratado» para eludir la necesidad de los referendos nacionales. Sin embargo, el gobierno irlandés no pudo seguir el juego por los propios requerimientos de la Constitución irlandesa y el Tratado de Lisboa fue debidamente rechazado por el electorado irlandés en junio de 2008, para desmayo y horror de las elites de la UE. Ahora se han puesto en marcha una serie de planes para repetir ese referéndum -sin cambio sustantivo alguno- con la esperanza de alcanzar el resultado deseado en octubre de 2009. Así es la democracia de la UE.
Esto significa que los ciudadanos irlandeses conscientes tienen un as en sus manos, uno con el que pueden jugar a favor de los cientos de millones de colegas europeos a los que se ha privado de voto en la evolución de la Unión a la que sus naciones pertenecen. Un segundo «no» a esta constitución de facto frenaría la inmensa prisa de la UE por llegar a una política exterior común caracterizada por el desprecio hacia el derecho internacional y la nostalgia hacia los valores imperiales y coloniales, como se refleja en su apoyo incondicional hacia el estado israelí. Una voz común de la UE en asuntos internacionales es sólo deseable si esa voz habla el lenguaje de los derechos humanos y de la justicia política, un lenguaje en el que brille por su ausencia el vocabulario que exprese apoyo hacia el racismo, la limpieza étnica y el genocidio.
Raymond Deane, es compositor, miembro fundador y antiguo presidente de la Campaña Irlandesa en Solidaridad con Palestina, y uno de los patrocinadores del Movimiento Popular, una organización que lucha contra un «super-estado federal» en la UE.
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