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Nicaragua

La victoria de la esperanza

Fuentes: Rebelión

El 16 de julio de 1979 -hace algo más de 36 años- se inauguró en Caracas una Conferencia Internacional de Solidaridad con Nicaragua. En esa circunstancia, formé parte de la delegación peruana preparada por el COSAL, que funcionaba en aquellos tiempos bajo la sabia orientación de Esteban Pavletich, el valeroso guerrillero peruano que luchara en […]

El 16 de julio de 1979 -hace algo más de 36 años- se inauguró en Caracas una Conferencia Internacional de Solidaridad con Nicaragua. En esa circunstancia, formé parte de la delegación peruana preparada por el COSAL, que funcionaba en aquellos tiempos bajo la sabia orientación de Esteban Pavletich, el valeroso guerrillero peruano que luchara en Las Segovias, como secretario de Sandino.

El evento reunió a más de doscientos representantes de diversos países, entre los que se hallaban exponentes de diversas tendencias de Nicaragua, que vivía días complejos. Tuvimos conciencia de ello, el 17 de julio, cuando la TV informó, al cortar su programación, la «renuncia» .en Managua- de Anastacio Somoza y de su «precipitada salida del país». Cuando en la mañana siguiente percibimos que ninguno de los delegados del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) se hallaba en la encuentro, nos dimos cuenta que en la capital Nica todo había cambiado. Desde entonces, el 17 de julio sería proclamado después en Managua, como «El Día de la Alegría»

Para atenuar esa alegría, el 18 de julio los sectores de la burguesía Nica y la embajada de los Estados Unidos buscaban una «salida» -cualquier salida- que les permitiera ocupar el espacio de Somoza, cerrando el acceso al Poder al Frente Sandinista de Liberación Nacional. Pactar con el diablo, si fuera necesario, parecía ser la consigna de los dirigentes de los Partidos Tradicionales -el Liberal y el Conservador- que habían vivido constituyendo la expresión de la «clase dominante».

Aunque algunas de sus fuerzas se habían alejado de la siniestra dictadura -la Estirpe Sangrienta de los Somoza- y dado vida a un así llamado «Frente Amplio de Oposición», ellos no buscaban cambiar el modelo vigente sino simplemente «democratizarlo», «embellecerlo», para que fuera mejor digerido por la población.

Esa no era, la voluntad de Nicaragua, ni la decisión de los miles de jóvenes que habían tomado las armas bajo el ejemplo de Sandino, y por iniciativa de Carlos Fonseca, Germán Pomarez, Santos López, Tomás Borge y Silvio Mayorga, el núcleo que diera forma al Frente Sandinista de Liberación Nacional.

En las difíciles horas del 18 de julio de 1979, la fuerza del pueblo dio al traste con los cubileteos de los prestigitadores de la política yanqui en Managua, y la quebraron. Incluso, la OEA fracasó en el intento de birlar la victoria del pueblo procurando acuerdos con el «Presidente delegado» por Somoza, Francisco Urcuyo, quien debió huir también de Managua apremiado por la demanda popular.

Cuando el 19 de julio, ingresó a la capital, la columna guerrillera del FSLN en señal de victoria. Ella se concretó al día siguiente, en la Plaza Principal de la Ciudad con la proclamación de un Gobierno Popular encabezado por el Sandinismo.

Los Sandinistas -verdaderos artífices de la victoria del 79- estuvieron en el Poder durante diez años. En ellos, tuvieron que reconstruir un país que hallaron virtualmente quebrado en los planos de la producción y la economía, además de dolorosamente ensangrentado.

En la explicación de su política, el gobierno sandinista cambió por completo los términos de la relación ciudadana. Las entidades policiales, a cargo del Ministerio del Interior jefaturado por Tomás Borge, fueron guardianes de la felicidad de la población. Eso, unido a decisivas medidas económicas y políticas orientadas a borrar la desigualdad reinante, ganó el afecto de millones, pero la desconfianza de quienes siempre le tuvieron miedo al pueblo.

La derecha tradicional, e incluso grupos de «izquierda» harto confundidos, hicieron la «guerra» al Sandinismo y promovieron destacamentos armados en el interior del país y alentaron el desorden económico y administrativo.

Paralelamente, el Gobierno de los Estados Unidos organizó el bloqueo contra Nicaragua -similar al impuesto contra Cuba-, y organizó «guerrillas» contrarrevolucionarias. En el extremo Washington, puso en marcha la Operación «Irán-Contras», un sistema que permitió la entrega gratuita de armas por parte de USA a Israel a los grupos alzados en Nicaragua para derrocar a los sandinistas.

Cuando se hace ahora un recuento de esa etapa de la historia, las mismas fuentes formales recogidas por los medios, lo admiten:

«La expropiación de los bienes de las compañías transnacionales y de algunos sectores de la oligarquía, y la solidaridad internacional manifestada por la Revolución Popular Sandinista (RPS), trajo como consecuencia la ofensiva militar de los Estados Unidos contra la revolución que empezó minando puertos, bombardeando unidades productivas, dinamitando puentes y torres eléctricas y continuó durante diez años con lo que la administración Reagan llamó «una guerra de baja intensidad».

Esta guerra le costó al pueblo de Nicaragua cerca de 50 mil muertos, la destrucción de gran parte de su infraestructura, de sus unidades productivas y la obstaculización del desarrollo que estratégicamente la revolución quería impulsar. Ante esta agresión abierta, Nicaragua recurrió ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya , acusando a los Estados Unidos y después de la presentación de pruebas contundentes el alto tribunal internacional de justicia determinó que el gobierno de los Estados Unidos era responsable de agresión y destrucción de vida y bienes contra el gobierno y el pueblo de Nicaragua, obligando de esta forma al gobierno del presidente Reagan a que cumpliera con una indemnización al gobierno y pueblo de Nicaragua por los daños causados.

Las consecuencias de la agresión del gobierno del presidente Reagan fueron calculados por el Gobierno de Nicaragua en 17 mil millones de dólares; es decir, casi ocho veces el presupuesto anual de Nicaragua. En esta situación estaba el desarrollo de la Revolución Popular Sandinista cuando se produce la derrota electoral del 25 de febrero de 1990

La derecha no logró su propósito a plenitud. Alcanzó una transitoria victoria electoral que le permitió recuperar parte de la gestión pública en 1990, pero no pudo impedir, por ejemplo, la subsistencia del Ejército Popular Sandinista, creado victoriosamente a partir de 1979, ni desaparecer al FSLN de la conciencia de los nicaragüenses.

Recordando esos años, Carlos Fonseca Terán -hijo del fundador del Frente, y hoy Vice Responsable de Relaciones Internacionales del FSLN- nos asegura que en los comicios aquellos, votó el pueblo con una pistola puesta sobre la sien izquierda y otra sobre la sien derecha, además de un cuchillo en la garganta. Nos dice también que para muchos, votar por el Frente en esa coyuntura asomaba como votar por la continuación de la guerra y la perpetuación del bloqueo, en una circunstancia en la que la reacción aseguraba que el Socialismo había sido destruido y que Cuba «desaparecería pronto», aludiendo así a los sucesos de la URSS y Europa del Este.

Destruidas esas falacias y mostrada la corrupción y la incapacidad de dos administraciones reaccionarias -Violeta Chamarro y Arnoldo Aleman-, el pueblo devolvió la gestión gubernativa al FSLN, que lo detenta, y lo confirmará, sin duda, en los comicios previstos para noviembre del 2016.

Hoy, las encuestas menos adictas al Sandinismo, le reconocen a Daniel Ortega un 70.2% de aprobación ciudadana. El 67.3% de entrevistados está convencida que el rumbo económico del país es el apropiado; el 72.8% tiene esperanza que mejorará, y el 73.7 cree que el Presidente marcha «en dirección correcta».

De manera independiente de las encuestas, basta caminar por calles y parques de Nicaragua, recorrer algunos puntos del país y hablar con la gente. Brota espontánea la alegría, desborda la satisfacción ciudadana, crece la adhesión pública. Particularmente los jóvenes, muestran una clara identificación con un proceso del que se sienten realmente protagonistas.

En Nicaragua no hay censura de prensa. La escrita, es hostil al gobierno. «La Prensa» de Nicaragua, que ya no está en manos de los antiguos Chamorro -demócratas al fin,- sino en poder de otros más bien comerciantes que viven a la sombra del Imperio; es la más agresiva: y el «Nuevo Diario» juega un rol similar, pero no hacen mella en la voluntad de los Nicas.

En la Televisión, se suceden los programas que alientan la confianza, la alegría, el amor y la fe en la comunidad. Los temas más difundidos aluden a los programas de educación, empleo, construcción de vivienda, protección de la salud, defensa medioambiental, higiene, servicios públicos. Y eso es porque la oposición, no tiene banderas, ni liderazgos. Ni siquiera, voluntad de lucha. Ni alienta figuras, ni las posee.

El camino está sembrado, entonces. En Nicaragua, se afirma la esperanza.

Gustavo Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.