Traducido por Antoni Jesús Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
La madre de todos los mensajes de las manifestaciones del pasado 2 de marzo [1] fue la afirmación de la vida contra la muerte. Una afirmación con tres nombres: dignidad, democracia y patriotismo. Y una canción [2], donde cupo todo el país, excepto el gobierno. Sintiendo un peligro y una amenaza viscerales, los portugueses se niegan a dejar de gustar de sí mismos y de su país. Viven un momento de intensa inteligencia intuitiva más allá de lo que afirman los discursos y las representaciones oficiales. Se niegan a aceptar que una vida honesta hecha de mucho trabajo y estudio pueda ser calificada de perezosa, liviana y aventurera, que los impuestos y descuentos pagados durante toda la vida hayan sido en vano, que quien menos pagó sea quien está más protegido en un momento de dificultad colectiva.
Se niegan a aceptar que la democracia sea una máquina de triturar la esperanza, un molino que sólo sabe hacer moler el molinero, una farsa donde sólo son reales los hilos que mueven a las marionetas, un engranaje encallado en un parlamento enterrado a la orilla del mar. Se niegan a aceptar que los representantes elegidos por el pueblo representen exclusivamente los intereses de acreedores depredadores, que los gobernantes tengan otra patria que no sea la de los gobernados, que la riqueza del país y el bienestar de los ciudadanos se conviertan en el embargo de un futuro hipotecado, que el robo deja de serlo sólo por estar institucionalizado y apreciado internacionalmente. Se niegan a aceptar que un gobierno nacional se comporte como la comisión de liquidación del país, que reduzca la historia y la cultura a números (de los que por cierto tiene tantas previsiones como imprevisiones), que viaje a escondidas por el país y sólo hable en público cuando su interlocutor es extranjero.
Esta inteligencia intuitiva, que afirma la dignidad, la democracia y el patriotismo, permite entender lo que parece inexplicable: que el gobierno sea indigno, a pesar de ocupar instituciones dignas; antidemocrático, a pesar de haber sido elegido democráticamente; y antipatriótico, a pesar de llamarse nuestro ante otros países. La inteligencia intuitiva no exime de errores ni desconoce riesgos, pero tiene con unos y otros una relación indirecta o fractal. Tiene así una ligereza traicionera que torna complejo su tratamiento político. He aquí algunas de las razones. Cerca de 20% del rendimiento fiscal se destina al pago de intereses (de cada 100 euros, 20 van a los acreedores); pagamos en intereses más de lo que gastamos en educación (108%) y 86% de lo que gastamos en salud; los intereses representan 15% del gasto efectivo total del Estado; la política de austeridad aniquila a los deudores hasta el punto de que lo único que no puede quitarles es la vida desnuda que todavía les queda; si propusiésemos una renegociación de la deuda y no pagásemos intereses durante el período de negociación (moratoria), nuestro presupuesto estaría equilibrado y sería posible liberar recursos para la inversión y creación de empleo.
¿Cuáles son los riesgos? Si se mantiene la política actual, los portugueses transferirán su ahorro al exterior durante los próximos treinta años; con el ritmo migratorio de 40 mil personas por año, en su gran mayoría jóvenes y mucho de ellos altamente calificados, dentro de diez años Portugal será un inmenso desierto con globos Google y de resorts para turistas. Más que riesgos, se trata de certezas. Contra ellas hay que ponderar los riesgos de la moratoria. ¿Portugal quedará sin acceso a los mercados? ¿Pero acaso no es la situación actual? ¿Qué ocurrió con Islandia? ¿Los acreedores, confrontados con una amenaza creíble de moratoria, serán rígidos o negociarán recibir algo en vez de nada? ¿La Unión Europea dejará caer definitivamente a la periferia, como está haciendo, o entenderá finalmente que la crisis del sur de Europa solo es grave porque hay un norte que se alimenta de ella y dispone de una moneda apenas coherente con su economía? Ante riesgos de desastre y certezas desastrosas, la inteligencia intuitiva no vacila.
El himno a la vida que se oyó en el país entero fue una moción popular por la dimisión del gobierno. Parafraseando lo que Humberto Delgado dijo sobre lo que haría de Salazar si ganase las elecciones: obviamente, ¡dimitan!
Notas
[1] Se refiere a la manifestación «Que se lixe a Troika», convocada contra los recortes y la austeridad en varias ciudades portuguesas. (N. T.)
[2] Grândola, Vila Morena, símbolo de la lucha por la democracia y contra la dictadura salazarista. (N. T.)
Artículo original del 7 de marzo de 2013.
http://visao.sapo.pt/a-vida-acima-da-divida=f716844
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra (Portugal).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.