A la hora de explicar lo acontecido recientemente en Grecia nos encontramos con dos versiones principales: 1) El gobierno de Tsipras ha hecho lo único que podía hacer, 2) Se ha producido una traición a los principios de Syriza y al pueblo griego. Yo pienso que cualquiera de estos dos extremos no explica por sí […]
A la hora de explicar lo acontecido recientemente en Grecia nos encontramos con dos versiones principales: 1) El gobierno de Tsipras ha hecho lo único que podía hacer, 2) Se ha producido una traición a los principios de Syriza y al pueblo griego. Yo pienso que cualquiera de estos dos extremos no explica por sí solo lo ocurrido. La primera explicación sería algo así como aceptar cierto determinismo fuerte en la historia humana, llegando incluso al fatalismo. La segunda sería acorde con una visión en la que sólo cuenta la voluntad de los seres humanos, sería caer en el voluntarismo.
Como decía Marx, los seres humanos hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas por el pasado. El marxismo, la ciencia aplicada a la sociedad humana, estipula un determinismo débil, es decir, las condiciones iniciales influyen mucho en el devenir de los acontecimientos pero no por completo. El libre albedrío existe, pero está muy condicionado por las circunstancias. Indudablemente, la herencia recibida por Syriza es la peor posible para un gobierno: un país arruinado, al borde de la quiebra, controlado desde el extranjero. Sin dudas, el margen de maniobra de Tsipras era pequeño, pero, sin dudas también, no era nulo. La cuestión a dilucidar es si dicho margen se ha usado todo lo posible o no, si realmente se ha hecho todo lo que podía hacerse. En mi humilde opinión, no. Syriza ha cometido errores muy graves (admitiendo que no hubiese intención premeditada de traicionar el proceso supuestamente defendido), errores que le pueden pasar una gran factura al país heleno e incluso a Europa y al mundo en general.
Lo primero de todo, cuando uno quiere distanciarse de los gobiernos anteriores, no debe prometer algo si no está seguro de si podrá hacerlo. Para ello es imprescindible tener un mínimo de previsión. Hay que ser muy riguroso a la hora de diseñar un programa político transformador. Como mínimo, se debe advertir claramente de las dificultades que puede haber y de cómo enfrentarlas. Toda revolución necesita un plan de acción. Por supuesto, no se puede tener todo bien atado, hay que estar preparado también para los imprevistos, habrá que tirar de la improvisación, pero en la ciencia revolucionaria, más que en ninguna otra, cualquier error se paga muy caro y, lo que es peor, no siempre pueden repetirse los experimentos, con frecuencia al menos hasta mucho tiempo después. Todo gobierno que pretenda transformar la realidad debe tener una hoja de ruta lo más precisa y completa posible y hacer un gran esfuerzo para prever los posibles movimientos del enemigo buscando distintas alternativas. Ir al campo de batalla sin ser consciente de que se va a la guerra es un suicidio, una gran irresponsabilidad. Ir a la guerra sin preparar concienzudamente una estrategia es garantía de perderla. Subestimar al enemigo puede ser fatal, no digamos ya pensar que no hay enemigo. Primer gran error de Syriza: no ser suficientemente consciente de que se enfrentaba a un poderoso enemigo, pretender hacerle entrar en razón simplemente argumentando, tener la esperanza de que se daría cuenta de lo inhumano e ineficaz, desde el punto de vista racional, que supone seguir con las políticas neoliberales. A las élites capitalistas les importa un pimiento el bienestar de la gente común, incluso que la economía en su conjunto funcione o no. Pienso que a estas alturas no creer esto es pecar de una enorme ingenuidad. Como mínimo, el gobierno de Syriza ha sido tremendamente ingenuo.
No sólo no se prepararon planes alternativos para combatir lo que era muy probable que ocurriera (que la Troika haría todo lo posible para impedir a Syriza ejecutar su programa anti-austeridad) sino que no se supo reaccionar ante lo que no se previó claudicando, incluso dando la espalda al pueblo que abrumadoramente dijo que no quería austeridad. Se convoca al pueblo para rechazar un memorándum de la Troika, el pueblo responde con valentía y a los pocos días se acepta otro memorándum todavía peor. ¿No afecta esto a la moral de la ciudadanía? ¿Realmente no se podía haber hecho otra cosa? Admitamos incluso que a Syriza le pillaron por sorpresa los acontecimientos. Lo cual, dicho sea de paso, es mucho admitir. Pero hagámoslo. «Sorpresivamente», la Europa del euro no cede y pretende imponerle al gobierno de Tsipras sus políticas neoliberales, «sorpresivamente», algún ministro poderoso europeo, que lleva la batuta en la «Unión» Europea, llega a afirmar alegremente que las urnas no pueden alterar lo que hay que hacer. Sorpresivamente, el pueblo griego no se deja amedrentar por la oligarquía internacional y sus cómplices, se rebela y vota «oxi», a pesar del corralito provocado por la «solidaria» Europa, a pesar de una brutal y masiva campaña del miedo. ¿Qué podía haber hecho el gobierno de Syriza? Yo creo que, al menos, no aceptar un «rescate» peor que el que fue rechazado por el pueblo. Pero incluso admitamos que la situación apremiaba y para evitar la bancarrota del país no tuvo más remedio que aceptar el chantaje europeo.
Como mínimo, Syriza debería haber abierto un amplio debate en el seno de su partido y en toda la sociedad sobre las posibles alternativas. Si el pueblo dice no a la austeridad pero (indirectamente, supuestamente) sí al euro y la Europa del euro impone la austeridad, entonces es que tenemos un problema. ¿Y cómo debe resolver este tipo de situaciones un gobierno que pretenda beneficiar al pueblo? Con democracia. Dando la voz al pueblo. Pero no sólo para decirle que decida, sino que también informándole adecuadamente para que dicha decisión se tome con pleno conocimiento de causa. La democracia es mucho más que poder decidir, es también conocer bien todas las opciones y sus consecuencias en igualdad de condiciones. Siempre es imprescindible un amplio debate antes de que las urnas hablen. Y mucho me temo que, tal como se están haciendo las cosas, ese debate no va a ser posible o va a ser muy insuficiente. En estas condiciones, es previsible que el pueblo, salvo sorpresas, no sepa muy bien qué votar. Es previsible que la abstención suba, que Syriza baje mucho, que algunos partidos viejos recuperen terreno e incluso que los neonazis saquen resultados escandalosos. O, tal vez, se dé una gran sorpresa y gane alguna fuerza política favorable a abandonar el euro, recuperar la soberanía nacional y acabar con el austericidio. En breve lo sabremos.
Pero lo que está claro es que Tsipras ha evitado el debate en su propio partido, donde probablemente sus posiciones hubieran sido muy criticadas, donde quizás se hubieran impuesto otras alternativas a la propugnada por él, donde, tal vez, tendría que haber dimitido. ¿No hubiese sido más democrático discutir en el partido si abandonar o no su programa inicial, su seña de identidad? Da la sensación de que Tsipras ha aceptado ser el nuevo ejecutor de las viejas políticas neoliberales y cree que ahora es mejor consultar a su pueblo antes de que éste padezca las consecuencias del nuevo «tratado» con la Europa del Capital, antes de que los rebeldes de Syriza se reorganicen y puedan convencer a la ciudadanía de sus postulados, o puedan unirse a otras fuerzas políticas más cercanas a sus ideas. O antes de perder el control de su propio partido. Dicho sea de paso que un partido transformador no debería permitir que su líder tome ese tipo de decisiones que coartan la democracia interna, que dinamitan al partido. Yo creo que hubiera sido mucho mejor, aun admitiendo, insisto, que Tsipras no hubiese tenido más remedio que aceptar el chantaje europeo, que, pasado cierto tiempo prudencial, reorganizando su estrategia, con un amplio debate interno y abierto a toda la sociedad, se le plantearan al pueblo las distintas alternativas para evitar o mitigar las políticas neoliberales.
Creo que lo peor que puede hacer Syriza es ejecutar a rajatabla las políticas neoliberales con la promesa de suavizar todo lo posible su impacto (un brindis al sol). Mejor es no gobernar que hacerlo en contra de los principios básicos para los que se llegó al poder, para los que se nació como organización. Esto desmoraliza mucho a la ciudadanía (internacional, incluso) que apostaba por iniciar un cambio. ¡Y la moral es muy importante en cualquier guerra! De poco sirve consultar a la gente para luego decirle (sobre todo con hechos) que sus decisiones son imposibles de llevar a cabo, esto hace mucho más daño a la democracia que cualquier golpe de Estado tradicional. Estamos asistiendo, tal vez, a la anulación de la democracia usando la propia democracia, vaciándola todavía más de contenido. ¡Y esto en la cuna de la democracia! Una posible jugada maestra de la oligarquía ejecutada (consciente o inconscientemente, quién sabe) por su supuesto enemigo más acérrimo: la izquierda radical. Quizás el «experimento griego» no sea sólo económico sino que también, sobre todo, político. Un experimento para intentar afianzar la dictadura capitalista internacional. En cualquier caso, por ahora, los resultados son desalentadores.
Como decíamos al principio, la voluntad humana no puede explicar por sí sola los acontecimientos humanos, pero tampoco pueden explicarse éstos haciéndola desaparecer del mapa. Creo que Syriza, y Tsipras en particular, podría haber hecho más y mucho mejor. Es también por la voluntad de unos pocos que la sociedad se encamina hacia una nueva Edad Media (aunque tecnológica) en la que cada vez menos personas acaparan cada vez más riqueza. Evidentemente, nadie puede tener el control completo. Pero es obvio que unos pocos tienen la sartén por el mango. Millones de griegos no han podido contra unos pocos tecnócratas europeos. La voluntad de éstos (además de contar con todos los medios posibles) ha podido más que la voluntad de todo un pueblo, pues el gobierno que lo representaba no supo estar a su altura. La voluntad humana también cuenta y puede ser ese factor diferencial que decante la balanza hacia un lado u otro, hacia el progreso o hacia una nueva barbarie. Negar la importancia relativa de la voluntad humana es hacerle el juego al pensamiento único, es caer en el fatalismo fomentado precisamente por quienes se esfuerzan más que nadie por mantener el control.
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