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Lafontaine-Gysi, la ilusión necesaria

Fuentes: BERLINSUR / ARGENPRESS

Independientemente del desenlace de las negociaciones para formar gobierno, las elecciones del pasado 18 de septiembre demuestran que los alemanes no quieren saber nada del modelo neoliberal puro y duro anglosajón. Un rechazo amplificado por el regreso de reformistas como Oskar Lafontaine, hace década y media uno de los enemigos favoritos de la izquierda social […]

Independientemente del desenlace de las negociaciones para formar gobierno, las elecciones del pasado 18 de septiembre demuestran que los alemanes no quieren saber nada del modelo neoliberal puro y duro anglosajón. Un rechazo amplificado por el regreso de reformistas como Oskar Lafontaine, hace década y media uno de los enemigos favoritos de la izquierda social siendo presidente del partido socialdemócrata y hoy, referencia para el desarrollo de una alternativa electoral que cuestione los planes de recortes de prestaciones sociales defendidos por la derecha y el (aún) gobierno SPD- Verdes.

SPD-Verdes, el mal menor

El 1 de julio, los diputados del SPD sorprendían en la sesión de disolución del Bundestag atacando a un empresariado alemán ‘que no crea empleo a pesar de las facilidades concedidas’. La socialdemocracia había perdido su bastión de Westfalia en las regionales de mayo y la cúpula del partido entendía que, de cara a las generales de septiembre, era vital recuperar el perfil progresista. Ese mismo 1 de julio, curiosamente, el gobierno SPD-Verdes comunicaba la congelación de las pensiones (por segundo año consecutivo; un hito en la historia alemana) y entraba en vigor el aumento de un 0,45 % de la cotización a la seguridad social para sufragar prestaciones hasta ese momento recogidas en el catálogo del seguro público de enfermedad. El 0,45% restado del salario, por cierto, lo paga sólo el trabajador y no a medias con la empresa como ocurre con otras deducciones. Las medidas insisten en recordar la naturaleza de la política SPD-Verdes, 7 años extendiendo la precarización e individualizando los riesgos del mercado.

Y este balance era menester enmascarar en la campaña electoral. Los estrategas del SPD saben que la mayoría de la sociedad alemana ya no digiere más inseguridad. Pero lo hecho, hecho estaba, así que el primer objetivo socialdemócrata era neutralizar el discurso de la oposición de izquierda y  sobre todo de Oskar Lafontaine, hasta 1998 dirigente del SPD. Su nuevo partido, la Alternativa por el Empleo y la Justicia Social (WASG), defiende un reformismo clásico, basado en incentivar la demanda interna y en redistribuir la riqueza. Y nada temía más Schröder que a un Lafontaine poniendo cifras sobre la mesa y demostrando quién se beneficia de la política fiscal, de los recortes del gobierno. Pero el debate socioeconómico lanzado por Lafontaine quedó eclipsado por acusaciones de narcisismo y populismo por pedir una renta básica para todos los ciudadanos de Alemania.

El Frankfurter Rundschau calificó la campaña electoral de ‘inusitadamente hueca’. Pero esa falta de sustancia no fue casual. Relegada a un segundo plano mediático, la candidatura Izquierda-PDS (Wasg + poscomunistas de Gysi), la campaña quedó polarizada, como el SPD buscaba, en la opción Schröder-Merkel. La propuesta ultraliberal de conservadores y liberales entregó en bandeja a SPD-Verdes la etiqueta de defensores del ciudadano medio.

La izquierda despega en el oeste

Los resultados de esa estrategia hablan por sí solos, el SPD pierde menos votos de los que temía y la Izquierda-PDS obtiene un 8,7% cuando en junio las encuestas le daban un 12. No obstante, Lafontaine y Gysi han arrebatado un millón de votos al SPD. En el oeste del país, la Wasg (una plataforma surgida de las movilizaciones contra la reforma del mercado laboral) logra un significativo apoyo en las grandes urbes: Bremen (8,5%), Cuenca del Ruhr (7), El Sarre (18,5%). En esos lugares, la izquierda radical no había pasado del 2% en 2002. Otro cifra reveladora: mientras en el este el voto a Izq-PDS suma el 25,4% (+9%), en el oeste se queda en el 5%.

En general, Izq.-PDS recibió el apoyo crítico de iniciativas de base. Corinna, del Foro Social de Berlín, explica ese voto táctico:’la prioridad es crear estructuras solidarias y extraparlamentarias, pero les voté porque, a pesar de las críticas, no se puede negar que ese 9% es una forma de articularse políticamente. Por otra parte, me ha sorprendido la enorme atención que se ha prestado a esa candidatura en mi entorno político; en el fondo, traduce un deseo de representación que yo no comparto.’ Otros simpatizantes de la izquierda social consideran, por su parte, que nada se puede esperar de un partido como el PDS que acepta la lógica neoliberal cuando gobierna, como en la coalición de Berlín con el SPD.

La campaña electoral habría sido un momento ideal para que los grupos de base intervinieran para captar la atención del ciudadano, pero por falta de capacidad no ha sido posible.

Grietas en el monolito sindical

Según un reciente informe de la UE, los salarios reales bajaron un 0,9% en Alemania entre 1995 y 2004. En ese mismo periodo, los costes laborales unitarios crecieron apenas un 2,5%, la menor subida de la UE. Cifras que hablan de pérdida de poder adquisitivo, por un lado, y rebaten el mito empresarial de Alemania como un país con costes laborales disparatados. Los costes apenas suben, los beneficios crecen, pero se sigue destruyendo empleo. Solo esos datos podrían haber convencido a los sindicatos de la necesidad de negar el voto al gobierno SPD-Verde. Pero no ha sido así. Los planes de conservadores y liberales para cercenar el margen de intervención de los sindicatos, han colaborado para que la mayoría de las directivas sectoriales hayan buscado la cercanía del gobierno. Sólo los sindicatos del metal y del sector servicios han tenido una actitud más crítica y un número significativo de sus miembros ha pedido el voto para Izq.-PDS.

Los neonazis en standby

La ultraderecha logró un discreto 1,6% (744.000 votos; 2002: 0,4). Sólo en algunas zonas del este tienen una presencia electoral apreciable. En Sajonia, el NPD supera a los Verdes con el 4,9%. En esta región, la ultraderecha tiene estructuras y clientela electoral estables. No obstante sería muy atrevido pensar que el potencial racista en Alemania se limita a ese 1,6%. Un reciente estudio de la Universidad Libre de Berlín, revela que el 31% de los habitantes del estado de Brandeburgo comparte posturas racistas. De éstos, la mitad vota al SPD, o a la CDU.

A partir de ahora

WASG y PDS tienen ahora ante sí el debate de fusión aplazado por las elecciones. Las discrepancias no son pocas. Si se decide insistir en la retirada de reformas del mercado laboral, el PDS deberá explicar, por ejemplo, cómo piensa combinarlo con la aplicación de esas leyes en sus 2 gobiernos de coalición con el SPD. Lafontaine y Gysi aseguran que llevarán los movimientos sociales al Bundestag, pero no han dado detalles. El WASG no ha tenido tiempo para madurar y las iniciativas de base no logran establecer, aún, puentes entre las luchas sectoriales. La alternativa de izquierda (una izquierda que merezca ese nombre) está en pañales.