Un terremoto ha sacudido Italia en las últimas elecciones y sus consecuencias se harán sentir en toda Europa. El movimiento de Beppe Grillo ha obtenido más del 25% de los votos en las últimas elecciones, dejando un país ingobernable. Un movimiento desvertebrado, con un programa mínimo razonable, contando con la buena voluntad de la ciudadanía, […]
Un terremoto ha sacudido Italia en las últimas elecciones y sus consecuencias se harán sentir en toda Europa. El movimiento de Beppe Grillo ha obtenido más del 25% de los votos en las últimas elecciones, dejando un país ingobernable. Un movimiento desvertebrado, con un programa mínimo razonable, contando con la buena voluntad de la ciudadanía, ha roto las rutinas de un sistema político incapaz de dar respuestas a las necesidades de la población. Hay quien ha calificado a ese movimiento de ‘anarcofascismo’, pero aquí se confunden los efectos con las causas; pues, en efecto, el peligro fascista está presente en Italia y en Europa, y este terremoto lo evidencia palpablemente. Pero Grillo no es la causa de las convulsiones que acechan a la sociedad europea, sino solo su indicador más significativo. No se puede olvidar que Dario Fo se presentó en el escenario del mitin de Milán, abrazando a su colega de profesión.
La historia, decía Hegel, siempre se repite dos veces, y Marx añadía en el 18 Brumario que la primera vez como tragedia y la segunda como comedia. Los actores de la historia se disfrazan con el ropaje de sus antepasados para poder concebirse a sí mismos dentro del proceso social en el que están sumergidos. Más claramente parecido al fascismo del pasado siglo es Berlusconi, que sigue obteniendo votos a pesar de toda la corrupción de la que hace gala. No se debe olvidar que il Cavaliere gobernó con la Liga Norte y la Alianza Nacional, partidos con una clara ideología de extrema derecha. Y así son las paradojas de la política italiana, en nombre de la estabilidad social pactó con un Presidente de la República proveniente del PCI, Napolitano. Un juego de equívocos. En ello reside el aspecto cómico de la política italiana actual, y no solo en las bufonadas de su más destacado representante institucional.
Pero, en realidad, Grillo es un fenómeno nuevo. Ha copiado las formas empresariales de hacer política, que nos trajo Berlusconi como consecuencia de la mercantilización completa de la vida social en el mundo globalizado; y las ha adaptado a la comprensión de las jóvenes generaciones que se criado en el mundo de internet, la comunicación globalizada. Unas jóvenes generaciones que saben que el capitalismo no tiene futuro, pero no quieren aceptar las asperezas espartanas del socialismo.
Esa joven generación ha aprendido las lecciones de las ‘primaveras árabes’, cuando la red global funcionó como instrumento para la subversión del régimen monolítico que dominaba en Egipto o Túnez, Libia o Siria. Como el 15 M que llenó las plazas del Estado español copió las manifestaciones de los jóvenes contestatarios del mundo musulmán. En esta década inaugural del futuro, la innovación política nos llega desde la otra orilla del Mediterráneo. Ante la incapacidad del orden político y económico liberal para resolver los gravísimos problemas a los que se enfrenta la humanidad del siglo XXI, el espontaneísmo de la protesta expresa la necesidad de luchar por un futuro humano.
Y ahí tenemos a Italia innovando la repetición de la historia, anunciando una nueva forma de demagogia populista, entre el cinismo burlón de Berlusconi -la vieja generación desencantada-y la ironía airada de Grillo -la nueva generación desilusionada-. Comparado con estos cómicos personajes que aspiran a gobernar la vida italiana de nuestros días, el Duce de los años 20 del pasado siglo parece un héroe trágico, que hubiera aceptado realizar un papel execrable para la historia, porque así lo exigían las circunstancias. ¿Para qué tanto sacrificio si se puede alcanzar el poder contando chistes malos?
Las reacciones ante el resultado electoral muestran la desolación de los intelectuales orgánicos al capitalismo liberal-reformista. La crisis económica no da para mantener el nivel de vida, ni siquiera los derechos consolidados de las clases trabajadoras europeas. La regresividad de la coyuntura es patente y patética. Si echamos un vistazo al panorama europeo, se hace difícil apreciar cuál de todos los gobiernos en plaza hace más ridículo. Ante la comicidad de los políticos falsarios, un cómico nos redescubre la política: representa la autenticidad para el ciudadano que ha comenzado a entender que nada será ya igual en el siglo que comienza.
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