Después de más de una década como rostro visible de Attac en Francia, Aurélie Trouvé (Chauny, 1979) dio el salto a la política institucional en junio. Esta economista y militante altermundialista representa una de las figuras emergentes de la gauche. Con la alianza de la NUPES –formada por la Francia Insumisa, el Partido Socialista, los verdes y los comunistas–, las formaciones progresistas triplicaron su presencia en la Asamblea Nacional, lo que favoreció la llegada a sus bancadas de numerosos activistas implicados en colectivos y movimientos sociales. Trouvé es una de las caras más conocidas.
“Los partidos de izquierdas debemos dotarnos de dos patas: la de los movimientos sociales y la institucional y electoral”, explica en una extensa entrevista en la cafetería de la Asamblea. Doctora en Economía e ingeniera agrónoma, Trouvé preside desde hace un año el Parlamento de la Unión Popular. Un singular organismo que, primero, agrupó a activistas, figuras de la sociedad civil –entre ellas Annie Ernaux, premio Nobel de literatura de 2022– y dirigentes de la Francia Insumisa para apoyar la candidatura de Jean-Luc Mélenchon en las presidenciales. Y ahora sirve para reunir a los distintos partidos de la NUPES con activistas y militantes en aras de “construir una cultura política común”.
También es la autora de Le bloc arc-en-ciel, un interesante ensayo en el que propugna una estrategia inclusiva de las distintas luchas de la izquierda (sindical, ecologista, feminista…) y que sirvió como inspiración para la composición de la NUPES. En esta charla analiza el futuro de esta inesperada coalición, la articulación entre formaciones progresistas y movimientos sociales y la situación política y social en Francia en el inicio del segundo mandato de Emmanuel Macron.
¿Cómo han ido estos primeros meses en la Asamblea Nacional? ¿Han representado el retorno de una izquierda parlamentaria fuerte?
Tras los buenos resultados en las legislativas, somos la primera fuerza de oposición. Gracias a ello, logramos la presidencia de la Comisión de Finanzas –la más importante en el Parlamento francés y cuya presidencia recae en la oposición–. Los distintos partidos de izquierda pasaron de tener 60 diputados en la anterior legislatura a los 151 de ahora de la NUPES (en el hemiciclo hay 577 escaños). No solo somos la principal oposición por el número de diputados, sino por nuestra forma de actuar, encarnar un proyecto de ruptura ecológica y social, claramente distinto al del presidente Macron.
Pero en esta lucha de oposiciones se enfrentan a la competencia de la Reagrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen. La ultraderecha dio la sorpresa al conseguir 89 diputados.
La ultraderecha lepenista representa una oposición de pacotilla, una falsa oposición. No debemos olvidar la especie de alianza entre la RN y el macronismo que se produjo en las primeras semanas de esta legislatura. En julio, numerosos diputados de La República en Marcha (partido presidencial) y de Los Republicanos (afines al PP en Francia) votaron para que la RN consiguiera dos vicepresidencias de la Asamblea. Esto no sucede en otros países, como Alemania, donde permanece un consenso de no votar jamás a favor de altos cargos de Alternativa para Alemania. En Francia, se están desmoronando los diques entre la derecha y la ultraderecha. Y esto sucede después de cinco años en que se banalizaron las ideas ultras, hasta el punto de que el ministro del Interior, Gérald Darmanin, dijo a Le Pen que su posición sobre el islam era demasiado suave.
Estos primeros cuatro meses de legislatura se han caracterizado por la debilidad del Gobierno, que no dispone de la mayoría absoluta en el Parlamento, algo muy infrecuente en Francia. Ha aprobado numerosas leyes por decreto a través del polémico artículo 49.3 de la Constitución y ya se ha enfrentado a seis mociones de censura. ¿Cómo analiza esta situación?
Cuando empezó la legislatura, el Ejecutivo decidió no someterse al voto de confianza de la Asamblea Nacional, algo que no sucedía en Francia desde 1993. Macron ha intentado imponerse por la fuerza con un Ejecutivo 100% macronista y que solo quiere aplicar el proyecto presidencial, sin buscar acuerdos con la oposición, a pesar de que solo dispone de una mayoría relativa en el Parlamento. A esta debilidad política se le suma el hecho de que el presidente fue reelegido en unas presidenciales en abril con unos niveles de participación históricamente bajos, lo que comportó que, en la primera vuelta, solo le apoyaran el 12,5% de los electores inscritos.
¿Cree que es posible aprovechar esta situación para lograr apoyos puntuales con el Gobierno y lograr así que apruebe medidas progresistas?
Lo veo muy complicado. El Gobierno de Macron se ha negado a dar cualquier paso hacia lo que representamos como fuerza de progreso social y ecológica, y eso que la NUPES fue la coalición más votada en la primera vuelta de las legislativas. Con la ley sobre el poder adquisitivo, se opusieron a nuestras propuestas para impulsar un aumento real de los salarios y limitar los precios de los productos de primera necesidad –y algo parecido sucedió con el debate sobre los presupuestos de 2023 y la negativa del Ejecutivo a la adopción de un impuesto especial a los “superbeneficios” de las empresas–. El macronismo está tan impregnado por el liberalismo económico que incluso prefiere alcanzar acuerdos puntuales con la ultraderecha que hacerlo con nosotros. Tanto Le Pen como Macron coinciden en algo esencial: defienden los intereses de las multinacionales y las grandes fortunas.
Ante la inflación y la crisis energética, las principales medidas de Macron han sido subvencionar el precio de la luz, el gas y la gasolina, así como una política de primas y ayudas. Aunque son parecidas a las adoptadas por otros países de la UE, en NUPES son muy críticas con ellas. ¿Por qué?
Porque no evitan el aumento de la inflación ni la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. La inflación actual no se debe a un aumento de los salarios, sino a la especulación y al incremento de los beneficios del capital. La única manera de frenar esto es bloquear a la baja los precios de los productos de primera necesidad. Esto no debe hacerse subvencionando con dinero público una parte del precio de la energía, sino enfrentándose a los beneficios de las grandes eléctricas. Para los asalariados, con el agua al cuello, hace falta aumentar los salarios reales. En lugar de subidas salariales, el Gobierno de Macron prefiere promover que las empresas den primas libres de impuestos. Pero estas resultan insuficientes, ya que muy pocas empresas las dan y tampoco cotizan para la Seguridad Social. Y eso debilita el Estado del bienestar.
¿La coalición de la NUPES puede mantenerse unida? ¿O quedará como una alianza circunstancial de las últimas elecciones legislativas?
La NUPES puede mantenerse unida. Aunque no tenemos un grupo único en la Asamblea Nacional, sí disponemos de un intergrupo y nos reunimos todas las semanas representantes insumisos, socialistas, verdes y comunistas. A pesar de que algunos auguraban que nos pelearíamos desde el minuto uno, hemos ido superando etapas. Ahora hace falta que esta unión se constituya a nivel local y se implante. Cuando exista una cultura política común entre los militantes de los distintos partidos de izquierdas, entonces resultará mucho más difícil que vuelva la división. Las bases nos reprocharían que nos presentáramos por separado.
Desde diciembre del año pasado, preside el Parlamento de la Unión Popular –rebautizado luego como Parlamento de la NUPES–. ¿Qué rol tendrá a partir de ahora este organismo?
Este Parlamento está formado por una mitad de representantes políticos y otra mitad de personas de la sociedad civil (activistas, intelectuales, figuras de la cultura…). Primero, sirvió para apoyar la candidatura en las presidenciales de Mélenchon y luego a la NUPES en las legislativas. Una vez terminado el ciclo electoral, su función debe ser fortalecer el vínculo entre los partidos de izquierdas y los movimientos sociales y el mundo de la cultura. También debe servir para que se debatan en su seno el 5% de medidas –sobre todo en política europea e internacional– que no generan consenso entre los distintos partidos de la NUPES.
En el libro Le bloc arc-en-ciel, insiste en que “se deben reforzar los vínculos entre los movimientos sociales y los partidos de izquierdas”. ¿Cómo se pueden potenciar estos vínculos?
Creo que hace falta reconstruir una cultura política común entre partidos de izquierdas, sindicatos y movimientos sociales. Esta nueva relación debe basarse en el respeto de la autonomía de los movimientos sociales. No vamos a sustituirlos ni a encabezar sus protestas, pero vamos a trabajar codo con codo con ellos para llevar a cabo batallas juntos. Y así superaremos la desconfianza mutua entre movimientos y partidos.
Con la NUPES, han llegado a la Asamblea numerosos activistas sin experiencia antes en la política representativa. Es su caso, pero también de Rachel Kéké, conocida por la exitosa lucha sindical de las camareras de piso; de Alma Dufour, implicada en los ‘chalecos amarillos’ y en la campaña contra los almacenes de Amazon, así como el de numerosas jóvenes activistas ecologistas y feministas.
Sí, exacto. Esto ya sucedía en la anterior legislatura con los 17 diputados de la Francia Insumisa, algunos de los cuales estaban muy implicados en movimientos sociales, como François Ruffin. Pero ahora somos muchos más los diputados de izquierdas con este perfil. Creo que nuestro desafío debe ser no alejarnos de los movimientos sociales y conservar esta cultura de lucha. Llevarla a la Asamblea y mantener una interacción constante con los movimientos sociales.
¿La presencia de diputados con este perfil también puede servir para reducir la desconfianza de la ciudadanía respecto a la clase política?
Sí, sin duda. Que alguien como Rachel Kéké o yo misma hayamos ocupado un escaño en el Parlamento sirve para decir a la gente y a los militantes de base que hace falta implicarse en la política institucional. Hace falta estar en las instituciones y transformarlas, ponerlas al servicio de la gente corriente. Los partidos de izquierdas debemos dotarnos de dos piernas: la de los movimientos sociales y la institucional y electoral. Debemos avanzar a través de estas dos patas.
En su libro explica que el primer mandato de Macron estuvo marcado por una izquierda política débil y muy dividida y en paralelo por un aumento de las movilizaciones en la calle. Pero también es cierto que desde la pandemia a los sindicatos franceses les está costando movilizar. Ahora que la izquierda ha ganado fuerza en el Parlamento, ¿teme que se produzca un efecto contrario y resulte más difícil que haya grandes protestas?
Los movimientos sociales casi siempre fueron débiles durante los periodos electorales en Francia. Durante las campañas, la gente y los medios se concentran en la disputa política. Ahora hemos concluido este ciclo electoral y nos adentramos en un periodo propicio para que se produzcan protestas importantes –por ejemplo, la reciente huelga de los trabajadores en las refinerías–. La gente está cada vez más agobiada por el coste de la vida y el aumento del precio de productos básicos. Cuando la gente no puede satisfacer necesidades esenciales, esto provoca el estallido de movimientos sociales y revoluciones ciudadanas.