Liz “la breve” Truss se convirtió en la primera ministra que menos duró en su cargo en la larga historia de este país: 45 días. El fracaso de su experimento ultraneoliberal y la agitación social que provocaron sus ajustes económicos fue tan rotundo, que ella misma se vio obligada a admitirlo en las puertas de 10 Downing Street.
“Asumí en un momento de gran inestabilidad económica e internacional con una visión de país de bajos impuestos, alto crecimiento que podía aprovechar las ventajas que nos daba el Brexit. Pero reconozco que dada la situación no puedo cumplir con este mandato”, dijo Truss.
Su descenso fue rápido. Una semana atrás una nueva encuesta de YouGov Political Research sobre los miembros del gobernante partido Conservador, encontró un remordimiento significativo entre los miembros del partido en torno a su decisión de setiembre de elegir a Liz Truss, como primera ministra.
La mayoría de los miembros del partido dijeron que no volverían a respaldarla primer ministro: el 55 % de los miembros dijo que esta vez respaldaría a Rishi Sunak, y solo el 25 % apoyaría a Truss. Cerca de dos tercios de los miembros del Partido Conservador señalaron que a Truss le está yendo peor de lo que esperaban como líder. Dos de cada cinco simpatizantes de Sunak señalaron que a Truss le está yendo “como se esperaba”: mal.
Los conservadores celebrarán primarias la semana que viene para buscar un sucesor, pero la figura de Boris Johnson, un adicto a los escándalos, que a pesar de su reciente fracaso, aparece como el candidato preferido por los tories.
Dice el refrán popular que a río revuelto ganancia de pescadores: el ex primer ministro está por anunciar su deseo de asumir el cargo, reasumirlo en medio del caos que él comenzó, como si se hubiera tomado unas breves vacaciones para contemplar la tragicomedia en que se embarcaba su hasta entonces canciller y favorita para sustituirlo.
Lo que ocurre una primera vez como tragedia suele repetirse como farsa. Entre 1979 y 1990, la primera ministra conservadora Margaret Thatcher –la llamada Dama de Hierro- encabezó la triunfante embestida neoliberal contra el estado de bienestar, destrozó a los sindicatos e instaló una duradera hegemonía del individualismo extremo, el culto a las corporaciones, el consumismo voraz y la ruptura de la solidaridad social más elemental.
Tres décadas después, Liz Truss escaló mostrando una identificación discursiva e incluso iconográfica con la diosa de la ultraderecha, fotografiándose en poses y escenarios similares a la de algunas de las fotografías más famosas de Thatcher que los ciudadanos más veteranos recuerdan, e incluso copiando su estilo de vestir al presentarse a debates televisados.
Sin embargo, mientras Thatcher logró imponer su agenda sin reparar en los métodos y arrollar a la oposición, Truss se vio obligada a dimitir apenas 45 días después de que la fallecida monarca Isabel II le encargase la formación del gobierno, con lo que se convirtió en la premier más efímera de toda la historia británica.
De Truss se esperaba seriedad y estabilidad para recomponer simultáneamente la credibilidad política de su partido y una economía vapuleada por la inflación, la descontrolada alza de precios de los energéticos y los sobresaltos del Brexit.
Apenas llegada al cargo y en pleno luto nacional por la muerte de la reina, presentó un paquete fiscal que dinamitó la confianza de los grandes capitales, el ya precario respaldo popular a su mandato y el delicado acuerdo entre sus correligionarios que le había permitido subirse al poder.
Días antes de hacer pública su renuncia, despidió a su encargado de Finanzas, Kwasi Kwarteng, con quien mantenía una estrecha afinidad ideológica, y aceptar como remplazo a su rival en la carrera por el liderazgo conservador, Jeremy Hunt, quien se dio el lujo de cancelar –con verborragia diplomática- casi la totalidad del programa económico de Truss.
Obviamente, todos entendieron que se trataba de la humillación proferida a quien fue calificada por la prensa de primera ministra “honoraria” por la evidente pérdida de control sobre su propio gabinete. Hay quien hablan de la decadencia del Partido Conservador, pero, sobre todo, el nivel de fanatismo y dogmatismo alcanzado por los adeptos del credo neoliberal,
Para algunos analistas, Truss es un ejemplo extremo y, por lo mismo, iluminador, del carácter ideológico del neoliberalismo, y su fracaso supone una llamada de atención para académicos, políticos y formadores de opinión que porfían en defender un modelo caduco, sumamente dañino y a todas luces contraproducente, tanto para las perspectivas económicas de las grandes mayorías como para la supervivencia de las llamadas democracias de inspiración occidental, aúpadas por las grandes trasnacionales.
Sin duda, un agitado comienzo de reinado para Carlos III.
* Periodista chilena residenciada en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)