La última ocurrencia del presidente de la República de Portugal muestra que el país atraviesa un momento de tal irracionalidad que todo se vuelve imprevisible. Los políticos que toman las decisiones no son irracionales, pero las condiciones con las que se resignan a trabajar nos obligan a actuar como si lo fueran. Para ser coherentes, […]
La última ocurrencia del presidente de la República de Portugal muestra que el país atraviesa un momento de tal irracionalidad que todo se vuelve imprevisible. Los políticos que toman las decisiones no son irracionales, pero las condiciones con las que se resignan a trabajar nos obligan a actuar como si lo fueran. Para ser coherentes, las decisiones políticas han de tener un solo punto de referencia y, en democracia, ese punto es la voluntad de los ciudadanos, y los conflictos surgen de las diferentes interpretaciones de esa voluntad. En la actualidad, en vez de uno, hay dos puntos de referencia: la voluntad de los ciudadanos y la voluntad de los mercados financieros. En las condiciones actuales, las dos son inconciliables.
El presidente de la República dijo hace una semana que era fácil conciliarlas y, a la siguiente, que sólo cuenta con la voluntad de los mercados. Un responsable político de este tipo acabará optando por factores que lo sobrepasan y que no puede prever. Dada la irracionalidad instalada, tales factores vistos desde fuera, son al final los más previsibles. A continuación, voy a citar algunos de ellos:
1. En condiciones de protección internacional, quien decide no es el que dice decidir y quien tiene poder para tomar decisiones no revela motu propio los límites de su poder. Por eso, las alternativas concretas o la capacidad de maniobra sólo son reveladas a quienes se dispongan a cuestionar esa protección. Este cuestionamiento implica, en este caso, poner la voluntad ciudadana como único punto de referencia. Si tal cuestionamiento tiene lugar, se podrá prever una agenda concreta marcada por el siguiente cuestionamiento.
Lo que hace meses era evidente sólo para los disidentes, hoy es evidente para todos los gobernantes europeos: las políticas de austeridad están conduciendo a Europa al desastre y no sólo a los países del sur; en Estados Unidos, de donde vino la ortodoxia económica que nos domina, el Estado no tiene ningún problema en intervenir en la economía siempre que el mercado descarrila; el montante actual de la deuda es impagable. Es técnica y políticamente complicado, aunque posible, recomprar parte de la deuda por debajo del valor nominal con total protección de la deuda que no se puede tocar. Lo mismo se aplica a una moratoria en el pago del servicio de la deuda durante la duración de una negociación con los acreedores; la mutualización europea de la deuda ya está en marcha y tiene que profundizarse en ella.
Tienen que cambiarse varias condiciones del memorando de la troika en función de las variaciones macroeconómicas. Otros países asfixiados por la deuda hicieron esto en diferentes momentos, por ejemplo, Alemania. Es perfectamente legal que el Estado active los poderes que le confirió la crisis (después de que le arrebatara muchos otros); de esta forma, el Estado, al recapitalizar algunos bancos, se convirtió en accionista mayoritario y puede activar los poderes que esa posición le confiere, sin extrapolar el derecho privado. Por esa vía, el Estado tiene la posibilidad de introducir alguna política industrial con crédito dirigido a PYMES y ciertos sectores de la industria.
2. La agenda que acabo de describir sólo puede llevarse a la práctica por un gobierno dotado de una legitimidad democrática reforzada, algo que sólo es posible mediante elecciones anticipadas. La desastrosa iniciativa del presidente de la República sólo tuvo un mérito: obligar al Partido Socialista a mostrar su alternativa, que hoy es más clara. Las medidas propuestas por el Partido Socialista son muy positivas, pero contienen una contradicción: presuponen una reestructuración de la deuda que incluye su montante. Un acuerdo parlamentario con otros partidos de izquierda puede reforzar la legitimidad para avanzar por este camino.
3. El capital financiero presiona a los Estados, pero no lo hace de forma uniforme. El poder Ejecutivo tiende a ser más vulnerable, seguido del parlamento. Los tribunales, en especial el Tribunal Constitucional, ya son más inmunes a estas presiones. Los despidos de funcionarios y los recortes en pensiones son inconstitucionales y es previsible que el TC no renuncie a su función de último garante de la cohesión social y de la democracia consagradas en la Constitución.
4. Lo más imprevisible puede, de repente, convertirse en lo más previsible. Me refiero a la revuelta de los ciudadanos en las calles y plazas, descontentos con el ultraje al que son sometidos por sus instituciones y gobiernos. No existe ninguna sociedad que no conozca la palabra ¡Basta!
Fuente: http://blogs.publico.es/espejos-extranos/2013/07/27/lo-previsible-puede-suceder/