Cuesta trabajo creer que en nuestros días se siga enseñando en las escuelas de derecho y ciencias sociales que el elemento central del estado liberal descansa en la soberanía nacional. Este puntal de los estados modernos se presenta como la consecuencia de la revolución francesa y el surgimiento de la nación y por ende de […]
Cuesta trabajo creer que en nuestros días se siga enseñando en las escuelas de derecho y ciencias sociales que el elemento central del estado liberal descansa en la soberanía nacional. Este puntal de los estados modernos se presenta como la consecuencia de la revolución francesa y el surgimiento de la nación y por ende de la ciudadanía. Y digo cuesta creer que así sea porque en los últimos treinta años -en el marco de la reconfiguración del capitalismo vulgarmente llamada globalización, eufemismo indispensable para legitimar la explotación- los estados nacionales se han enfrentado a una acelerada pérdida de su relativa capacidad para controlar de manera autónoma su política económica. Hoy por hoy, el caso griego lo confirma claramente.
Todo la construcción teórica producida alrededor del estado liberal demuestra que la independencia, la autonomía y la democracia sólo sirvieron y sirven para ocultar el hecho de que las naciones forman parte de un sistema interesestatal en el que las reglas del juego no dependen de la voluntad general y las elecciones libres de representantes sino en el poder de las corporaciones internacionales, del capital financiero y en última instancia de la fuerza de las armas.
Todo el discurso democrático no deja de ser mas que una excusa para imponer la voluntad del capital pero a veces las cosas se salen de control, como en la llamada crisis griega. Un gobierno legítimamente electo, que llega al poder utilizando los mecanismos consagrados de la democracia liberal, enfrenta hoy una enorme presión por parte de los banqueros internacionales para ignorar el mandato de las urnas y someterse sin restricciones a la voluntad particular, a los intereses de unos cuantos. Para nada importa que el pasar por alto el mandato popular implique la reducción dramática de los niveles de vida, las incontables tragedias familiares o personales producto de la desaparición de un futuro digno. Primero está el dinero, el respeto irrestricto a la autoridad de las instituciones financieras, y luego que venga lo que sea.
Para los latinoamericanos este no es ninguna novedad. Desde Guatemala hasta Chile y en nuestros días en Venezuela o Bolivia, la región ha experimentado de primera mano la falacia de la soberanía nacional y la democracia liberal. Sabemos mejor que muchos que los límites de la representación, articulada desde el voto universal, los partidos políticos y las elecciones, están claramente delimitados en función de los intereses de unos cuantos. Por eso, la postura de Alexis Tsipras y su equipo no deja de asombrarnos. Para los mexicanos, la postura de Siryza nos recuerda la oportunidad perdida en 1982 y luego en 1994, cuando estuvimos en una posición similar a la de Grecia hoy, navegando en el centro del huracán. En aquellos coyunturas se impusieron las políticas del Fondo Monetario Internacional que quebraron al país para salvar a los bancos. ¿Cuál hubiera sido el resultado de un referéndum en 1982, por ejemplo, para aceptar o rechazar las recetas neoliberales para México? En todo caso seguimos pagando las consecuencias de la receta que se nos impuso entonces… y nuestros hijos y nietos seguirán pagando.
También en aquéllos años nos preguntábamos: ¿Quien debería estar más preocupado por la crisis financiera, los deudores o los acreedores? Era evidente entonces, como lo es en estos días con respecto a Grecia y la troika, que los acreedores tenían mucho más que perder. Y no sólo porque no podrían cobrar las deudas sino porque, al mismo tiempo, la suspensión de pagos ponía en cuestión todas las prácticas de los bancos para controlar y aplastar las decadentes soberanías nacionales, o sea a todo el entramado ideológica de la democracia liberal. Al mismo tiempo, ponía en tela de juicio la autoridad de los países centrales para definir las dinámicas económicas de la mayoría de la población del mundo, pero sobre todo la posibilidad de mantener funcionando el sistema financiero funcionando, al capitalismo pues.
En la coyuntura actual, la presión está concentrada una vez más en el sistema financiero internacional pues resulta imposible calcular el costo político, económico y social del derrumbe de la Unión Europea, que gira alrededor del poder financiero de los bancos europeos, particularmente el alemán que es al mismo tiempo el banco de Europa. Se ha dicho hasta el cansancio que la salida de Gracia de la zona euro significa al principio del fin del ‘sueño europeo’, el cual promovido en el mundo como el fin de los seculares conflictos bélicos en la región en realidad significó el reacomodo de las oligarquías europeas frente al fin de la guerra fría y un mundo multipolar. Detrás del discurso integrador que giraba alrededor de una cultura común y los ideales de la civilización occidental estuvo siempre la sed de ganancias. Después de todo el capitalismo nació en Europa.
Si la soberanía nacional fuera una realidad y la democracia hiciera posible la existencia en los hechos de sus principios básicos, las presentes reflexiones no tendrían razón de ser. Empero, lo que se observa es una lucha descarnada entre un pueblo que desde el 2010 se encuentra sujeto a medidas draconianas para mantener al sistema financiero funcionando en Europa, y un grupo de instituciones internacionales que se dedican a imponer ‘rescates financieros’ para salvarse a sí mismas. La batalla es en muchos sentidos la madre de todas las batallas.
La actitud de Tsipras en las negociaciones no puede ser más que una luz de esperanza para millones de seres humanos alrededor del mundo para reconfigurar el sistema social en el que sobrevivimos. Un Si Se Puede hace temblar a los poderosos y a todos los que, encandilados con la doxa financiera del capital y la simulación de la soberanía nacional, son incapaces de tomar al toro por los cuernos abriendo los ojos a lo que tenemos enfrente. La resistencia griega y de su mandatario demuestra que a pesar del inmenso poder de los dueños del dinero los ciudadanos de a pie pueden desafiarlos y con buenas posibilidades de éxito. Por eso, lo que está en juego en el referéndum griego del próximo cinco de julio es, ni más ni menos, la posibilidad de concebir un mundo diferente, incluyente y centrado en el ser humano. Y claro, la desaparición en los cursos de teoría política de la interpretación acrítica de la soberanía nacional, la democracia y el estado liberal.
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