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Los caminos de la utopía: memoria, identidad y futuro en UNASUR

Fuentes: Pacarina del Sur

Discutimos el nuevo horizonte de sentido del nosotros continental que legitima su real diferenciación y escisión. Utopía y proyecto se tocan y friccionan. En ese contexto se analizan los elementos que bajo las últimas administraciones gubernamentales orientaron la definición de la política exterior mexicana como coadyuvante de la conversión nacional en alteridad de la América […]

Discutimos el nuevo horizonte de sentido del nosotros continental que legitima su real diferenciación y escisión. Utopía y proyecto se tocan y friccionan. En ese contexto se analizan los elementos que bajo las últimas administraciones gubernamentales orientaron la definición de la política exterior mexicana como coadyuvante de la conversión nacional en alteridad de la América del Sur. México durante las dos últimas décadas orientó sus principales esfuerzos en materia económica, energética y geopolítica a acelerar su integración al bloque trilateral del norte, liderado por Estados Unidos y acompañado por Canadá. La escisión de las Américas se hizo más evidente con la constitución de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Alianza del Pacífico. Se toman en cuenta las aristas complejas de la resignificación de la soberanía nacional mexicana, así como las memorias de los agravios y riesgos en las relaciones de los países de UNASUR. Bajo tales términos presentaremos críticamente la redefinición de las fronteras geoculturales, económicas y políticas y en su interior, su real y subalternizada diversidad etnocultural.

El nosotros supranacional entre la enunciación y sus imágenes

En el horizonte cotidiano de nuestros pueblos, los modos de enunciar y representar en imágenes el nosotros supranacional no son desdeñables, en ellos hay un componente utópico en tensión crónica con su componente real. En el habla popular del último medio siglo se fueron extendiendo las formas del nosotros, que trascendieron las adscripciones nacionales. Enunciar un nosotros andino, amazónico o conosureño, gracias a su tenor polisémico, ganó mucha más presencia, mientras que el adscribirnos como suramericanos continuaba en su accidentado periplo ideológico, político y cultural. Nos dolió que España a inicios del último cuarto del siglo XX, nos rebautizase como sudacas. Cierto es que inicialmente el estigma ibérico fue dirigido hacia nuestros migrantes, pero que por derivación de sentido nos terminó incluyendo a todos. No nos solazaremos con la crisis española que también nos duele como nos lo recuerdan los migrantes latinoamericanos y africanos. Sin pretender agotar las aristas de la identidad cultural suramericana debemos precisar sus retos contemporáneos.

La construcción de la identidad cultural suramericana, en primer lugar, no puede quedar circunscrita a su territorialidad geográfica o política, ya que sus fronteras son móviles, tanto como sus flujos migratorios y lugares de tránsito o destino. En segundo lugar, la identidad cultural suramericana no puede quedar reificada a la lectura esencialista e imaginaria de lo que creemos compartir. En esa dirección debemos auscultar, debatir y evaluar el modo de enunciación del nosotros supranacional, sus mudanzas y variaciones de sentido de cara a reorientar nuestros procesos de integración. Debemos ponderar si es viable y pertinente impulsar una postura inclusiva frente a esos nosotros supranacional. En tercer lugar, la identidad suramericana debe ser resignificada no sólo desde arriba, posibilitando que las voces de nuestra heterogeneidad étnica cultural brinden sus granitos de arena. Lo anterior, coadyuvará a que la identidad sudamericana depure sus alienadas ideas acerca de su inveterado atraso y subalternidad. La idea fuerza de la unidad sudamericana debe ser connotada afectivamente de manera positiva. Sostenemos que la comunidad emocional de toda identidad cumple la función de cohesionar y propulsar la voluntad colectiva. La identidad suramericana tiene que ver con la restitución de la memoria de su heterogeneidad y la de sus puentes de fraternidad. Nuestra identidad está en efervescente transición y desarrollo, y su horizonte de futuro está en juego.

Desde la perspectiva de UNASUR, la identidad suramericana tiene una dimensión social que puede ser capitalizada a su favor. Siempre y cuando se proponga una estrategia inclusiva frente a los migrantes intracontinentales. Estos actores todavía resienten su marginación en los marcos ciudadanos del país de su residencia, siendo más grave el caso de los indocumentados sobre los que pesan los agravios de su detención y expulsión. El trato a los indocumentados es duro, suele justificarse bajo los artilugios de su presunta «ilegalidad», criminalizando su presencia. Migrantes formales e indocumentados han borrado las fronteras nacionales. Colombianos en el Ecuador, paraguayos, bolivianos y peruanos en la Argentina, peruanos y bolivianos en Chile, colombianos, ecuatorianos y peruanos en Venezuela.

Veamos la perspectiva del sujeto migrante emergida de su experiencia. Las comunidades migrantes sudamericanas más significativas en el Brasil, se estiman a la fecha en medio millón. La mayoría se concentra en Sao Paulo, ciudad en la que se calcula residen 200 mil bolivianos, 40 mil peruanos y 35 mil paraguayos.[2] En dicho país, la lucha por la amnistía logró en 2009 la expedición de una ley que atendió esa demanda coyuntural, pero que según los activistas de dichas comunidades, representa sólo el primer paso para conquistar sus plenos derechos con la obtención de la ciudadanía, independientemente de sus filiaciones nacionales.

La migración intracontinental dista de haberse cribado en las últimas décadas, tiene una larga historia por recuperar cuyo arco temporal tiende hilos de continuidad entre los primeros tiempos de la vida republicana y el presente. Los migrantes tienen en su seno un segmento frente al cual la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) ha impulsado algunas prevenciones y medidas de apoyo; nos referimos a los desplazados de las guerras internas, el caso colombiano sigue siendo el más emblemático de los últimos años.

Frente a todo ello, la identidad suramericana necesita cimentar una de sus bases en la reelaboración entre todas las cancillerías de la región de una política concertada en materia de migraciones intra continentales y extracontinentales. Nuestros migrantes en Estados Unidos, Europa, y demás continentes demandan una estrategia concertada de nuestros gobiernos que algunos casos sólo se preocupan por las remesas y muy poco por atender sus necesidades culturales, las cuales no deben confundirse con las ofertas que se desprenden de los calendarios patrios. UNASUR es consciente de que los flujos migratorios continuarán a la alza y crecerán mucho más con las obras de integración, como son los corredores bioceánicos, las carreteras y los nuevos corredores ferroviarios y lacustres, sin que contraigan de otro lado, los flujos migratorios extra continentales, mientras no se abran mejores horizontes en su compartido espacio continental.

Patrimonializar las bases sociales de su identidad supone atender de otro modo a sus migrantes sin distinción de nacionalidad dotándolos del derecho a la ciudadanía, implica además recuperar una historia todavía sumergida, la de los desterrados y asilados suramericanos. Este tema apareció en más de una oportunidad en la historia de los proyectos de integración pero en sentido nada tolerante, y felizmente no logró acuerdos. En el curso de los debates del segundo congreso continental de 1848, el representante del gobierno de turno en Chile, presentó una moción para ser votada en la plenaria, con la finalidad de silenciar las voces de los adversarios políticos nacionales que fueron deportados y que cuestionan a su gobierno desde los espacios públicos de sus países refugio. Asunto muy delicado además, porque desde la fundación de nuestras repúblicas, los nuevos gobiernos que dejaron atrás las prácticas represivas, muy pocas veces, promovieron políticas de retorno viables. Esos intelectuales, científicos, artistas que por razones políticas de diversa índole, echaron raíces de por vida en países refugio, muy excepcionalmente han sido recuperados por las historias nacionales. Los desterrados dejaron sus obras y sus huellas diseminadas por el territorio sudamericano, centroamericano, mexicano y antillano, dislocándolas contra su voluntad de sus patrias originarias. La historia de los exilios que no está hecha en América del Sur tiende puentes de hermandad, por su pluralidad ideológica, revelando además su heterogeneidad étnica. No todos fueron criollos ni mestizos. El hermano de Túpac Amaru recibió el asilo de la recién independizada Argentina, y dos de los principales líderes del congreso indígena boliviano, tras el derrocamiento del gobierno de Gualberto Villarroel, encontraron refugio en el Brasil a mediados de los años cuarenta del siglo XX. Los exilios de nuestros próceres de la independencia señalan esa paradoja de nuestra historia política marcada por la negación y el reconocimiento, la exclusión nacional y la hermandad de un pueblo hermano, vecino o no.

El ciclo de la independencia en América del Sur no abarcó al Brasil, aunque sí recibió su influjo. En el imaginario social de nuestros pueblos recién emancipados coexistió la idea de patria como horizonte local, la de república en tensión con la de la soberanía del pueblo y la de hermandad americana. La inserción de nuestros países en la economía mundial generó desarticulaciones regionales

Una nueva alteridad, una nueva frontera

Con el inicio del siglo XX, resentimos el influjo de la academia estadounidense de pensar la historia cultural y la identidad desde un prisma supranacional. Así se formularon las tipologías sobre las áreas culturales en nuestro continente, a partir de identificar ciertos ejes de articulación de rasgos culturales compartidos, también llamados «complejos culturales» y que inevitablemente abrieron la discusión sobre el lugar y el papel del centro en los procesos de reproducción e irradiación cultural precolombinos. Las narrativas descriptivistas sobre las áreas culturales no tardaron en ser criticadas por algunos intelectuales, políticos y militares, quienes expresaron sus desconfianzas, dudas y observaciones. Los potenciales usos geopolíticos contemporáneos del concepto de área cultural son conocidos. En el fondo, se trataba de legitimar la presunción de que en cada área el centro significaba y dominaba su hinterland cultural y algo más, por lo cual el origen cultural devino en capital simbólico en las disputas nacionales del presente.

América del Sur ha sido diferenciada por sus legados culturales prehispánicos, así como sus reconfiguraciones coloniales y republicanas bajo conducción criollo-mestiza. Del otro lado de América del Sur, México ha sido identificada como el asiento de las dos principales culturas mesoamericanas en el altiplano central y en el sureste: la azteca y la maya, mientras que las culturas del norte, quedaron bajo las adscripciones de las siguientes áreas culturales: Árido América, Oasis América o integradas al gran suroeste norteamericano.

Pensar los espacios histórica y culturalmente compartidos suscitó el desarrollo de propuestas heterodoxas e interesantes aunque poco debatidas. La de Indoamérica del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre y sus cuatro sectores, que a su manera retomó el intelectual ecuatoriano, Luis Monsalve Pozo, o la trilogía propuesta por el brasileño Darcy Ribeiro sobre los pueblos testimonios, los pueblos nuevos y los pueblos trasplantados, que permitió apreciar por ejemplo ese corredor cultural compartido existente en los puntos de enlace territorial de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay.

A partir de la década del 70 del siglo XX emergieron otras propuestas desde el mirador sudamericano, por ejemplo: la de la unidad amazónica, la del área andina y la de cuenca del Plata, cada una reclamando un núcleo de poder y articulación. Estos enfoques fueron diseñados sobre espacios y sujetos supranacionales por lo que en ellos la noción de fronteras se proyectó con tensión algo más que discursiva frente a los límites y soberanías de los estados involucrados, aunque generó instancias de integración más económica que política y cultural. Sin embargo, las tramas de identidad cultural supranacional distaron de constituir temas de investigación y debate especializado de académicos, políticos, militares y diplomáticos.

México resentía desde décadas atrás los alcances de un área polémica llamada Gran Suroeste por la academia estadounidense y en la que algunos han destacado el desarrollo cultural de los indios pueblo. A pesar de que en el estado de Chihuahua, que es fronterizo con Estados Unidos, y a un par de horas de Ciudad Juárez, se ubica el importante complejo arqueológico de Paquímé en los bordes de la ciudad de Casas Grandes, los arqueólogos de Estados Unidos dirigen las excavaciones y su inserción en una controvertida redefinición de las áreas culturales. Por si fuera poco, Theo R. Crevenna, brillante intelectual alemán nacionalizado estadounidense y vinculado al Departamento de Estado desde la administración Truman, fue muy versado en temas de geopolítica, reabrió el debate sobre los corredores interfronterizos. Theo fue autor de un libro sobre la invasión a Normandía y coordinador del más importante y pionero estudio sobre las clases medias en Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela, publicado entre los años de 1950 y 51.[3] En los años ochenta del siglo pasado registró en la Universidad de Nuevo México un proyecto sobre el corredor cultural colonial que unía Nuevo México hasta Zacatecas siguiendo la ruta minera de la plata, el cual involucró a un nutrido número de entidades e investigadores.[4] Los avances de ese proyecto presentados por los investigadores estadounidenses en eventos internacionales, ubicaban como principal eje de atracción y dinamismo de los bienes culturales las ciudades situadas del lado de su frontera. El gobierno de Vicente Fox condecoró en 2006 a Theo Crevenna con la orden del Águila Azteca, en grado insignia, dando por conocidos sus méritos académicos.[5]

El sector de la academia estadounidense que acompaña estos estudios transfronterizos en tiempos del TLC abre dudas razonables sobre su asepsia geopolítica con respecto a México. Existen otros elementos que fundan nuestra preocupación sobre el curso etnocultural de las relaciones bilaterales Estados Unidos / México. Mencionaremos dos de ellos. El primero, tiene que ver con los grupos étnicos binacionales. Tres meses antes de la firma del TLC, la administración de Salinas de Gortari convirtió en asunto reservado un delicado asunto fronterizo que de ser conocido hubiese frenado su firma, o por lo menos, puesto en riesgo. Un convenio bilateral sobre la condición de grupos étnicos binacionales con derecho a libre tránsito fronterizo a favor de los Pápagos y Kikapus había sido violentado. Todos los habitantes de esas etnias fueron convencidos de adoptar únicamente la nacionalidad estadounidense. La Constitución mexicana prescribe que ningún extranjero puede tener posesiones territoriales en zona fronteriza, y en estos casos, las mudanzas de nacionalidad de estos grupos étnicos, han suscitado un foco de tensión que aunque las autoridades mexicanas procuran invisibilizarlo, sigue latente. .

El segundo elemento tiene que ver con TLC, la soberanía alimentaria y la identidad. Las élites de poder en México han persistido en profundizar su relación con Estados Unidos no obstante que los costos del TLC son impactantes. La soberanía alimentaria quedó destrozada, lo refrenda un dato duro: la importación de maíz amarillo transgénico, el cual va relevando al maíz blanco y mixto, tan vinculados históricamente a la identidad gastronómica mesoamericana, a la cosmopercepción de los pueblos originarios y a su universo ritual. México en 2012, se ha convertido en el principal importador mundial de maíz transgénico. De las 396 mil toneladas importadas en 1992, se ha pasado a la cifra record de 9.8 millones de toneladas para el ciclo 2011-2012, según reveló la Confederación Nacional de Productores Agrícolas de Maíz de México (CNPAMM). [6] El segundo, por haber erosionado su campo cultural incrementándose la presencia de las industrias culturales estadounidenses.

A lo anterior se agrega un giro geopolítico que llevó a Estados Unidos a constituir el 1 de octubre de 2002 su Comando Norte, el cual integró a su hinterland de seguridad a Canadá, México y a un área de 500 millas náuticas que incluye algo más que el Golfo de México. El fantasma del 11 de septiembre sirvió de trasfondo ideológico de la redefinición de Estados Unidos del proceso de integración con sus vecinos más cercanos. En 2002, el general Richard B. Myers, jefe del Estado Mayor, explicó que el Comando Norte se comprometería a facilitar a las fuerzas armadas mexicanas una más eficiente «cooperación para la seguridad» (venta de equipo, entrenamiento castrense) y «coordinación militar».[7] En 2010, James Winnefeld Jr, su comandante en jefe, declaró enfáticamente: «La prioridad número uno será nuestra asociación con México. No hay duda de eso». [8]

El mismo año, se dio otro paso más, la firma de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), en la cual los presidentes de Estados Unidos, Canadá y México se comprometieron a aprobar nuevas «regulaciones» comerciales y otras relativas a la seguridad y la cooperación militar y energética que vienen siendo guardadas con celoso hermetismo.

La relación de México con Estados Unidos se contaminó al filtrarse información sobre el trasiego de armas inducido por la AFT en territorio mexicano y que favoreció el potencial de fuego del Cártel de Sinaloa. El presidente Obama aplicó el veto para evitar que la documentación vinculada a la Operación llamada «Rápido y Furioso», sea estudiada y debatida en la cámara de representantes. [9]

Por lo que respecta al Comando Norte, se estrenaron los cursos de entrenamiento a los cuerpos de élite de las fuerzas armadas de México en el manejo de nuevas técnicas contrainsurgentes.[10] En 2012 lo refrendó Charles Jacoby su comandante en jefe, al declarar que los mexicanos siguen la «estrategia correcta» en el noreste del país en materia de seguridad frente al crimen organizado, aunque en su opinión tendrían que realizar «otras cosas».[11] No fue casual que tres días después, visitase México acompañado del contralmirante Colin Kilrainy, el nuevo agregado naval, y sostuvo una reunión de alto nivel con Mariano Francisco Saynez, en ese momento Secretario de la Marina mexicana, quien declaró que intercambiaron «puntos de vista en lo concerniente a diversos temas de importancia para ambas fuerzas armadas».[12] En agosto, después de las elecciones presidenciales en México y aún bajo el mandato de Calderón, se realizará una nueve cumbre de Aspan. Leslie Bassett, ministra consejera de la Embajada de Estados Unidos, sugirió que en dicha cumbre era deseable que México aceptase la incorporación de la iniciativa Mérida. [13]

En el actual mapa geopolítico, México no va del lado de América del Sur, sus élites dominantes siguen firmes en su apuesta hacia el norte, aunque ello acentué la subalternidad de su país y de su gobierno. Está diferenciación de espacios interamericanos, auspiciada y sostenida por Estados Unidos, dota por contraposición de legitimidad al proyecto de UNASUR. Sin embargo, Estados Unidos ha reformulado la estrategia a seguir en América del Sur, incluida la que corresponde en el terreno militar a su Comando Sur.

La hegemonía del Pentágono sobre las fuerzas armadas latinoamericanas fue conferida a su Comando Sur, el cual impulsó la realización de conferencias por rama militar, maniobras militares conjuntas y un programa de becas en su controvertida Escuela de las Américas a partir de 1946 en la zona ocupada del Canal de Panamá. A partir de 1959 se dio inicio a las conferencias navales, un nuevo fantasma de la Guerra Fría que había cobrado identidad en el Caribe, por lo se debía exorcizar su propagación por mar. El desembarco y ocupación armada de la República Dominicana el 28 de abril de 1965, fue legitimada por los gobiernos aliados de turno. No fue un caso aislado si recordamos otras ominosas intervenciones.

La XXV edición de la Conferencia Naval Interamericana (CNI) realizada en mayo del presente año en Cancún, México, puso en primer lugar la cuestión de los nuevos retos de la «Seguridad Marítima Interamericana» en consonancia con la tesis de la posguerra que prescribió en 1947 el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) para los estados signatarios. La preocupación principal del Pentágono gira en torno al Pacífico, escenario principal de la economía mundial. La llamada «operación Martillo» al mando del general Douglas Fraser, jefe del Comando Sur, iniciada a partir de enero de este año entre el Pacífico y el Caribe, dista de tener como único objetivo el tráfico de drogas y la violencia que le acompaña, aunque consideró que debe ser tratado como «un problema hemisférico», que amenaza «desde Canadá hasta Chile».[14] El caso peruano es emblemático al respecto.[15]

La frontera estadounidense es móvil y se hace sentir en América del Sur en los terrenos diplomáticos, militares y económicos. No es casual que Roberta Jacobson, Subsecretaria interina para Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado, haya visitado Buenos Aires para reunirse con el Canciller Héctor Timerman, empresarios y políticos. Es la segunda visita de este tipo en el trienio, recuérdese la de Arturo Valenzuela, en diciembre del 2009. Valenzuela cuestionó la «seguridad jurídica» para los inversionistas estadounidenses y dijo con añoranza y tono provocador que bajo el gobierno de Carlos Menen el panorama de las inversiones era más saludable. La reacción del gobierno argentino fue oportuna y airada. En 2012, el gobierno argentino ha desactivado el convenio celebrado entre el Comando Sur y Jorge Capitanich, gobernador del Chaco para instalaciones de tipo militar. La política estadounidense no escatimará esfuerzos en tomar provocadoramente a su favor, la estructura federativa de algunos países para suscribir acuerdos no con los gobiernos centrales, sino con los estatales.

Ya se puede apreciar uno de los alcances del Convenio del 2006 y el Acuerdo de Cooperación firmado el 2 de septiembre de 2011 entre el Subsecretario de Defensa de Chile, Oscar Izurieta, y el Jefe del Comando Sur General, Douglas Fraser, sobre la frontera Pacífico de América del Sur. Las instalaciones del llamado Centro Conjunto para Operaciones de Paz (Cecopac) Fuerte Aguayo, en las cercanías de Valparaíso, estará nominalmente regida por el convenio bilateral «Programa de Fortalecimiento del Sistema Provincial de Emergencias». [16]

Si lo anterior lo vinculamos al quehacer de Leon Panetta, Secretario de Defensa estadounidense, durante a sus visitas a Colombia, Brasil, Chile y Perú, la política de Washington se hará más transparente en su acelerada carrera por ganar posiciones militares. Estados Unidos vende a nuestras élites gobernantes su maquillada «cultura estratégica» junto con sus modelos de «seguridad» y su ideología sobre los derechos humanos, incluida su cara intervencionista militar.[17] Panetta explicó a los medios, su interés en «participar en consultas con varios de nuestros socios en esta parte del mundo e intentar fomentar alianzas de seguridad innovadoras en la región». Frente a Brasil, la política de Estados Unidos es de presión, compromiso y premio consuelo. Un pacto de seguridad con Brasil es lo que está en juego. Paneta fue claro cuando sostuvo que: «Brasil es una potencia económica y la cooperación en alta tecnología, que necesita fluir en ambas direcciones, parece limitada por los controles a la exportación existentes actualmente. Respondiendo a esto, tomamos la decisión de librar 4 mil licencias de exportación para Brasil, un nivel similar al que tenemos con nuestros mejores aliados globales.» [18] La cuestión paraguaya tras la caída de Lugo, dará a Brasil el premio consuelo de Itaipú en términos más favorables que los ofrecidos por Lugo. Sin embargo, los escándalos mediáticos de espionaje electrónico y al injerencismo estadounidense en materia de navegación aérea internacional han enfriado las relaciones diplomáticas. Las relaciones entre los gobiernos de UNASUR y los Estados Unidos se han vuelto difíciles.

Memoria de los proyectos de integración

Los proyectos de integración en curso no pueden dejar de mirarse y dialogar con las iniciativas que se dieron en otros tiempos, por lo que justifican la presentación de una apretada sinopsis. Existe consenso de que las primeras ideas sobre la unidad suramericana se gestaron durante el proceso independentista que libraron los pueblos sometidos al colonialismo español. Lograda la independencia y establecidas la mayoría de las repúblicas suramericanas, padecieron los costos políticos, sociales y económicos que emanaron de la inserción asimétrica de sus regiones en el mercado mundial y sus caudillos, lo que trajo aparejado guerras civiles e inevitables antagonismos entre sus fuerzas centrípetas y centrífugas, capitalizados principalmente por el capital comercial y bancario, principalmente británico. La amenaza neocolonial española no había desaparecido, como lo probaría más adelante su flota naval en las costas del Pacífico sur, así como las presiones, amenazas e incursiones francesas, prusianas y británicas. Estados Unidos despertó fundadas preocupaciones con el lanzamiento de la doctrina Monroe, y a partir de la invasión de México en 1847, en potencial amenaza. En ese contexto, se reactivaron los encuentros y aspiraciones unionistas. Al Congreso Anfictiónico de Panamá realizado en 1826, siguió, dos décadas más tarde, un segundo congreso.

La realización del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 fue antecedida de acuerdos bilaterales que coadyuvaron a crear un clima favorable para avanzar hacia compromisos de mayor envergadura y de carácter multilateral. Joaquín Mosquera, Miguel Santa María y Pedro Gual, representantes de la Gran Colombia bajo la orientación de Bolívar, firmaron tratados de «unión, liga y confederación perpetua» con los siguientes países: Perú el 6 de junio de 1822; Chile el 23 de octubre de 1823; México, 3 de diciembre de 1823, la Unión Centroamericana el 15 de marzo de 1825. Argentina declinó firmar tal acuerdo y contrapropone uno de amistad el 8 de marzo de 1823. Los tratados bilaterales contenían una cláusula de cara a la realización ulterior del Congreso Anfictiónico, que obligaba a los países firmantes a acreditar dos delegados provistos de facultades para suscribir acuerdos.

Ninguna identidad cultural o política se afirma, desarrolla o reelabora al margen del reconocimiento de la historia de su propia heterogeneidad y de su relación con la alteridad. Si esta tesis es válida para la modelación de una identidad continental, podríamos en América del Sur iniciar un mejor camino que el que siguieron sus repúblicas en la construcción de sus identidades nacionales.

Las historias de las repúblicas suramericanas han dado cuenta de los procesos de construcción de sus identidades nacionales a costa de sus respectivas diversidades etnoculturales y en constante desconfianza o antagonismo frente a los países vecinos en grado mayor al que han tenido frente a las potencias neocolonialistas que vulneraron su soberanía de muchos modos y expoliaron sus recursos naturales y humanos.

Desde una perspectiva suramericana no dudamos en afirmar que las historiografías nacionales poco han ayudado y contribuido a cultivar una tradición compartida a favor de la integración. Expliquémonos. Si bien es legítimo el canon o paradigma historiográfico que orientó a los historiadores a investigar las tramas endógenas de cada país, dejaron muchos pendientes. Al incluir sus guerras fratricidas con tonos xenofóbicos entre los hitos más relevantes de sus existencias republicanas cultivaron resentimientos y desencuentros nacionales. Al escudriñar el pasado colonial, o el de las culturas de los pueblos originarios entre particularismos, continuidades y rupturas, segmentaron sus territorialidades e identidades que rebasaban las fronteras nacionales. Un capítulo relevante de dicha historiografía sobre el periodo republicano, se abocó a investigar nuestros intermitentes o crónicos conflictos fronterizos. Dicho afán, al mismo tiempo que nutría la pedagogía cívica con martirologios y rituales conmemorativos, sin querer, terminaba por erosionar el legado unionista de los próceres de la Independencia y de los que lo reactualizaron. En muchos casos, la obsesión por el mal vecino, invisibilizó el injerencismo de alguna potencia o de una gran corporación monopólica beneficiaria del conflicto. Las potencias o empresas productoras de armamentos que nutrieron nuestras guerras fratricidas o nuestras alucinadas carreras armamentísticas, no pueden ser olvidadas, forman parte de lo que debemos aprender en materia de seguridad suramericana.

Al mismo tiempo que se afirma un movimiento de rectificación historiográfica y antropológica acerca de las diversidades étnicas y sus territorialidades culturales, algunos mandatarios de UNASUR han invocado la necesidad actual de descolonizar nuestros saberes, memorias e imaginarios en aras de fortalecer el camino de la integración bajo nuevas bases. En esa dirección, una nueva historia y una nueva antropología se hace tan necesaria como los procesos de renovación de otras disciplinas humanísticas y de las Ciencias Sociales. Avanzar más allá de los lindes nacionales coadyuvará gradualmente a forjar un nuevo imaginario y memoria regional.

Las ideologías de la asimilación, de la integración y del mestizaje cultural solaparon muchos agravios. En la actualidad, enfrentamos el reto de atender sus demandas Reconocemos su emergencia política no como nuevos actores, la construcción de sus respectivas identidades nacionales a costa, descubriendo tardíamente, que nación y diversidad etnocultural no son ni antagónicas ni excluyentes.

La mirada puesta en el presente y la voluntad pragmática de forjar a UNASUR, generó tres significativas tensiones discursivas en documento intitulado Un Nuevo Modelo de Integración de América del Sur. Hacia la Unión Suramericana de Naciones, elaborado por la Comisión Estratégica de Reflexión. La primera tiene que ver con la idea presentista de «realidad más apremiante», algo dislocada de la historia que debemos rescatar. Por ejemplo, el legado decimonónico, el de los «próceres», es recordado con justicia pero reducido a su dimensión «utópica». El voluntarismo y pragmatismo político fueron también atributos de quienes lideraron el proceso independentista y tejieron las primeras bases unionistas de nuestro continente. El legado decimonónico unionista en la región trasciende el ciclo de fundación de la mayoría de nuestras repúblicas, así lo refrendan los congresos de 1846-1847 y los de 1865-1866.

Los pueblos originarios y la agenda de la integración suramericana

La II Cumbre de UNASUR en diciembre de 2006, se pronunció a favor de que la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas fuese votada en la asamblea de la ONU, además de expresar: «su contribución positiva en la construcción de las sociedades contemporáneas de la región».[19] La misma cumbre aprobó la constitución del Observatorio Regional para el Desarrollo Social y Humano Incluyente con el propósito de «monitorear y evaluar el avance de la región en la lucha contra la exclusión», entre los que se encuentran sin lugar a dudas, los pueblos indígenas y afrodescendientes. El lugar de las minorías asiáticas está ganando espacios, en parte favorecidas por los flujos contemporáneos de migrantes chinos y coreanos. La propia Europa se está reinventando en los escenarios sudamericanos gracias a los flujos más recientes acicateados por la crisis crónica que viven varios de sus países. De contraparte, la crisis, puso rango de alerta en países sudamericanos con fuerte presencia migratoria en Japón, Italia y España, sin acordar puntos o preparar una agenda conjunta. En un escenario más amplio y disperso los migrantes indígenas latinoamericanos han logrado cierta visibilidad en dichas latitudes y han fungido como correa de transmisión de las demandas de sus localidades de origen, avaladas por el Convenio 169 de la OIT y otras convenciones del derecho internacional. UNASUR muestra a la luz de sus migrantes una de sus debilidades más significativas.

De manera implícita, UNASUR reconoció a los pueblos originarios en su Tratado constitutivo de 2008, al afirmar que está integrada por «nuestras naciones, multiétnicas, plurilingües y multiculturales».[20] El enfoque de UNASUR dista, por ahora, de ser integral, pero algo se ha avanzado, por ejemplo, en materia de intercambios de experiencias sobre educación intercultural y en una loable iniciativa sobre las lenguas originarias. Pongamos tres ejemplos viables para UNASUR en materia de desarrollo alternativo que pueden aportar las experiencias y saberes indígenas de aplicación práctica vinculados a la preservación de la biodiversidad, los programas contra la desertificación[21] y la sustitución de la ganadería cebú en los ecosistemas andinos que los erosionan y contraen el rico potencial de los camélidos autóctonos. Empresas estadounidenses del tipo de la Shaman Pharmaceutical Inc., practican la vía corta de la biopiratería a través de la información sobre la sangre de grado brindada por los pobladores indígenas de Ecuador, Colombia y el Perú.[22] Al ser puesta en evidencia y demandada en el Ecuador, se declaró en quiebra y se volvió a dar de alta bajo otras firmas.[23]

El lastre del legado iluminista criollo escindió su reconocimiento a las grandes culturas prehispánicas de su trato a los derechos y demandas contemporáneas de los pueblos originarios. Reconocemos los orígenes como un referente simbólico. En la mayoría de los latinoamericanos no existe la idea de que la reacción anticolonialista de los pueblos originarios merezca ser reivindicada como el primer hito de nuestra identidad en resistencia, porque nuestras pertenencias étnico-nacionales son ajenas a ellas y porque en la actualidad teniendo poco espesor demográfico en nuestro proceso de integración suramericana levantan extrañas banderas contra el extractivismo minero en boga, las represas, las vías de comunicación y las políticas de Estado. Respecto a estos últimos actos de boicot y tenaz oposición indígena a los proyectos de desarrollo en sus espacios de residencia, Bolivia, Ecuador, Colombia y Perú, por citar los casos más conocidos en los últimos cinco años, tendrían motivos fundados para proponer en UNASUR una instancia de arbitraje respetuosa del Convenio 169 de la OIT. Los pueblos originarios se sienten excluidos de toda consulta sobre el futuro de UNASUR y sus proyectos. Nos debe preocupar que en noviembre de 2009, la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (COAI) interpusiese una demanda en contra de los proyectos de integración de IIRSA ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Las dirigencias indígenas se aproximan a la OEA y se distancian de UNASUR porque éste y sus países miembros, no solo carecen de un espacio de atención de sus preocupaciones y demandas, sino también por el hecho de que algunos de sus proyectos de infraestructura e integración son percibidos como reales amenazas. La COAI ante la Comisión ha expresado su deseo de participar y discutir la reestructuración de los proyectos de desarrollo e integración suramericana. Podemos criticar a la CAOI por inflar el número de identidades étnicas, pero eso no afecta los puntos sustantivos de sus reclamos. Los asiste el derecho ciudadano y el convenido 169 de la OIT, a discutir el destino de los gastos públicos y en particular de los que se destinan a favor de los proyectos de IIRSA que tienen que ver con sus territorios étnicos. LA COAI critica el sesgo economicista que caracteriza a los proyectos de IIRSA y que deja fuera el parecer e interés de los pueblos originarios, que son o serán afectados en las áreas de inversión y desarrollo. Por último: caracterizan a los megaproyectos de UNASUR por: «priorizar los grandes negocios en su mayor parte relacionados con el mercado de minerales, hidrocarburos, soya, madera, agronegocios, agrocombustible, agua. Es decir, de mercantilización de la vida en general».[24]

Sabemos que por separado o de manera coordinada, los pueblos originarios pueden recurrir a instancias multilaterales de mayor envergadura amparados en el Convenio 169 de la OIT. Pero debe preocuparnos otro asunto que no descalifica a la COAI y a organizaciones locales y sus redes suramericanas, la política de la USAID a través de ONG de cooptación de líderes emergentes de los pueblos originarios. No olvidemos que a partir de 1940, Estados Unidos en su diseño geopolítico hacia América Latina, consideró que era urgente realizar un inventario tanto de las lenguas originarias como una cartografía etnográfica del continente.

Recordemos que en el curso de nuestras historias republicanas, quienes son descendientes de inmigrantes europeos, los criollos y los mestizos impusieron a las poblaciones indígenas las lógicas diversas del despojo de tierras comunales, el exterminio o el etnocidio blando de políticas indigenistas y los programas no menos autoritarios de control natal que tuvieron como precursor a la FUNAI en el Brasil. Entre los años 1998 y el 2000, se esterilizó a un cuarto de millón de mujeres indígenas en el Perú. Cuando un programa de esta naturaleza y envergadura se orienta hacia un segmento de la población, debemos emplear sin eufemismos el término de «limpieza étnica», considerando su impacto en el mediano plazo en la recomposición étnica de ciertas regiones. Este asunto en el Perú ha sido silenciado y encarpetado por las autoridades judiciales y políticas, pero tampoco ha sido punto de agenda en UNASUR. El dramático caso mapuche nos recuerda que estas prácticas son muy extendidas en el continente. En el escenario de la Unión Europea, acciones como éstas no hubiesen quedado totalmente impunes. La memoria de Europa sabe cada día de las políticas etnocidas y genocidas que exceden con mucho el holocausto de judíos, gitanos y minusválidos y sus tribunales no han quedado atados de manos.

Estados, fronteras e historias fragmentadas

La historiografía de los países de América del Sur no contribuye a la integración suramericana, ya que le pesan como plomo los agravios de las guerras libradas con los países vecinos, los diferendos limítrofes y las maneras de significar las fronteras. El proceso de integración necesita impulsar otro modo de conferirle sentido a las fronteras, pero ello no significa que las tensiones entre estados miembros de UNASUR desaparezcan, por lo que tendrá que buscarse un espacio de legítimo arbitraje.

Los arbitrajes y laudos sobre cuestiones fronterizas en América del Sur han venido reproduciendo lastres propios del neocolonialismo incubados en nuestras propias élites políticas y diplomáticas, que las orilló a buscar en las potencias extranjeras o en organismos internacionales, su papel como árbitros y jueces, sin que quede demostrada su imparcialidad. Hay gobiernos que al no poder darle cauce a los acuerdos bilaterales o trilaterales, optaron por recurrir al arbitraje de alguna potencia real o simbólica, como el Vaticano, como lo desearon los gobiernos de Argentina y Chile para resolver el litigio fronterizo sobre el Canal del Beagle. El Tratado de Paz y Amistad fue firmado en la Ciudad del Vaticano el 29 de noviembre de 1984 por los ministros de relaciones exteriores Dante Caputo (Argentina) y Jaime del Valle (Chile).

Recordarán los colombianos y venezolanos, que durante tres décadas, de 1844 a 1874, disputaron diplomáticamente si el río Orinoco debía ser compartido o no, al quebrarse la negociación bilateral, aceptaron ambas partes recurrir al laudo arbitral de la Corona Española, proceso que duró una década. El fallo de 1891 suscitó resentimientos que perviven en la tradición historiográfica venezolana más reciente.[25] El laudo arbitral de Calvin Coolidge sobre los territorios cautivos de Tacna y Arica en manos de Chile, tras la derrota peruana en la Guerra del Pacífico, tuvo un accidentado camino entre los años de 1925 y 1927, que dejó dudas razonables sobre arbitraje del lado peruano. El Tratado del 3 de junio de 1929 no cerró el capítulo de las heridas de la Guerra del Pacífico. En la actualidad, la controversia sobre la línea fronteriza marítima en el Pacífico se ventila en el Tribunal de Haya.

Aunque resulte plausible que UNASUR sostenga que tenemos una historia común entre nuestros pueblos y naciones, tendremos que aceptar que a la fecha sigue siendo inexistente y por ende, debe ser algo más que un punto de agenda diplomática o política, el cual demandará un esfuerzo profesional y colectivo que discuta en primera instancia cómo construirla. Asumir el ideal de unir a nuestros pueblos, no puede trastocar los procesos históricos vividos, signados más por sus litigios y agravios fronterizos, económicos y políticos, que por sus prácticas solidarias. La historiografía nacional que es la que prima en nuestros medios académicos, políticos y diplomáticos ha respondido a una lógica endógena. Algunos dirán que existen historias continentales pero en sentido estricto, sus enfoques y énfasis sobre los diversos periodos tratados se han volcado más sobre nuestros particularismos económicos, políticos, étnicos y culturales.

La frontera suramericana del Pacífico merece especial atención por constituir el principal eje de gravedad de la economía mundial y de las tensiones geopolíticas entre Estados Unidos y las potencias asiáticas. Estados Unidos apuesta a fortalecer sus vínculos con los países suramericanos ribereños de Pacífico de manera directa o mediada a través de México.

Ecuador ha sido visto por el Comando Sur como un engranaje importante de su política de seguridad hemisférica. Sin embargo, el gobierno de Rafael Correa, al clausurar la base militar norteamericana en Manta, infligió un revés temporal a Estados Unidos, al que se sumó el veto argentino a la instalación de una base militar en su territorio,[26] que fue compensado con los acuerdos concertados con el gobierno colombiano. Argentina frustró la instalación de otra base. La visita de Obama a Chile, considerado su principal aliado estratégico sobre el Pacífico, se fortaleció con la firma de un acuerdo con ese país para la construcción de una central de energía nuclear.

El caso colombiano se inscribe en la misma dirección de tensión geopolítica de América del Sur. El acuerdo suscrito por el gobierno colombiano y el de Estados Unidos en agosto de 2009, que concede al segundo la instalación de bases militares en Palanquero y otras localidades, ha abierto una sensible fisura en el espacio sudamericano. Este acuerdo tuvo como antecedente la decisión del gobierno de Rafael Correa de no renovar el permiso a Estados Unidos para que mantengan la base militar de Manta, más allá de la fecha de vencimiento en noviembre de 2009. Entre la administración Bush y la de Obama encontramos una línea cada vez más injerencista en el campo militar que pone en riesgo la seguridad continental, en particular de países como Ecuador y Venezuela al norte y Bolivia al sur. Lo anterior, es el correlato práctico de los nuevos poderes conferidos al Comando Sur en la región, que corren en paralelo a la contracción de las funciones de la división de Asuntos Hemisféricos del Departamento de Estado bajo la gestión de Barack Obama.[27] Cuatro años antes, Nicholas Burns, subsecretario de Asuntos Políticos del Departamento de Estado hizo una sincera y trascedente declaración: «No tenemos un socio mejor en América Latina. Nuestra asociación con Colombia nos ayuda al progreso de los intereses de los Estados Unidos y a defender nuestros valores comunes. El Presidente Uribe es uno de nuestros aliados más fuertes, y el apoyo de los Estados Unidos, en particular el gran apoyo bipartidista del Congreso, ha formado parte integral del éxito que compartimos con Colombia.»[28]

Cerrando líneas

Desde otro horizonte histórico, el nuestro, Helio Jaguaribe ha recordado la importancia de la historia de la inserción continental en el curso de las tres grandes mudanzas de la economía mundial y del relevo de los ejes de poder que les correspondieron. No se trata de un ejercicio inútil sino trascendental para el proyecto de UNASUR. Los enfoques presentistas y pragmáticos hacen recordar los fracasos de nuestros intermitentes proyectos de integración, desde el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826 al presente, aunque muchos hayan insistido en señalar otros factores sociales, políticos y de carencia de instituciones operativas.

El desarrollo de la integración, siguiendo el documento fundacional de UNASUR, «debe fortalecer la identidad propia de América del Sur, basada en el carácter multiétnico, multicultural y plurilingüe de nuestros pueblos.»[29] Aspiración identitaria legítima que se resiente cuando se sesga el cauce del diálogo cultural a quienes forman parte de la «homogeneidad lingüística» mayoritaria. Abramos y fortalezcamos el diálogo cultural más allá de nuestras adscripciones lingüísticas y tendremos más espacios de reflexión, negociación y acuerdo, menos conflictividad interétnica y más democracia. Es recurrente el reclamo de los pueblos originarios ante la falta de consulta democrática sobre la viabilidad de ciertos proyectos extractivistas o de desarrollo sustentable en sus regiones de vida por parte de la iniciativa privada y el gobierno, como lo prescribe la Convención 169 de la OIT y la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos que inspirada en la Declaración de Recife de 1987 de la Asociación Internacional para el Desarrollo de la Comunicación Intercultural, que sirvió de fundamento en 1996 para que la Asamblea General de la ONU vote a favor de la constitución de un Consejo de las Lenguas.[30] En los países integrantes de UNASUR, la patrimonialización de la biodiversidad tiene mucho de retórica y muy poco de proyecto de conservación y desarrollo. Algo similar sucede con la diversidad etnolingüística. UNASUR y sus países miembros merecen elaborar una política de comunicación basada en la infodiversidad. He de recuperar los tres ejes de la declaración mencionada porque creo que son pertinentes para la agenda de UNASUR.

  • En la perspectiva política, concebir una organización de la diversidad lingüística que permita la participación efectiva de las comunidades lingüísticas en este nuevo modelo de crecimiento.

  • En la perspectiva cultural, hacer plenamente compatible el espacio comunicativo suramericano con la participación equitativa de todos los pueblos, de todas las comunidades lingüísticas y de todas las personas en el proceso de desarrollo.

  • En la perspectiva económica, fundamentar un desarrollo sostenible basado en la participación de todos y en el respeto por el equilibrio ecológico de las sociedades y por unas relaciones equitativas entre todas las lenguas y culturas.

  • Las relaciones de México con UNASUR bajo la actual conducción priista de Enrique Peña Nieto, han atenuado por lo menos en el terreno discursivo y diplomático las tensiones cultivadas por las pasadas administraciones panistas con los países sudamericanos. Sin embargo, nada indica, de parte a parte, un replanteamiento sobre la integración continental. México sigue por el camino ya trazado de su integración a Estados Unidos y Canadá persistiendo en el fortalecimiento de esa frontera móvil sobre el Pacífico sur a través de la Alianza ya mencionada.[31]

Frente a todo ello, la identidad suramericana necesita cimentar una de sus bases en la reelaboración entre todas las cancillerías de la región de una política concertada en materia de migraciones intra continentales y extracontinentales. Nuestros migrantes en Estados Unidos, Europa, y demás regiones, demandan una estrategia concertada de nuestros gobiernos. UNASUR es consciente de que los flujos migratorios continuarán a la alza y crecerán mucho más con las obras de integración como son los corredores bioceánicos, las carreteras y los nuevos corredores ferroviarios y lacustres, sin que contraigan de otro lado, los flujos migratorios extra continentales, mientras no se abran mejores horizontes en nuestro propio espacio.

Notas

[1] Agradezco las oportunas sugerencias críticas de Gilberto López y Rivas y Raquel Sosa Elízaga.

[2] http://www.csa-csi.org/migrantesbrasil/, consultada el 15/6/2013.

[3] Crevenna, Theo R., La clase media en Bolivia, Brasil, Chile y Paraguay, Washington, Pan American Union. Social Science Section, 1950.

[4] El Camino Real de Tierra Adentro, Texas–New Mexico: national historic trail feasibility study, environmental assessment, United States. National Park Service, U.S. Dept. of the Interior, National Park Service, 1997.

[5] Diario Oficial de la Federación, 18/1/2006, http://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=4913095&fecha=18/01/2006, consultado 3 de junio de 2010.

[6] Díaz, Ariene, «México, primer lugar en importación de maíz en el mundo, advierte la CNPAMM», La Jornada, México, 12/4/2012.

[7] Carlos Fazio, «Comando Norte», La Jornada, 22 de abril de 2002.

[8] Notimex, «Organismo militar de EU fortalece vínculo con México», 1/6/2010″,

[9] «Obama aplica fuero ejecutivo a Rápido y Furioso, Noticias Terra, 20/6/ 2012.

[10] «Comando Norte de los Estados Unidos entrena al Ejército en contrainsurgencia», http://patiobonitoaldia.com/2010/06/27/comando-norte-de-los-estados-unidos-entrena-al-ejercito-en-contrainsurgencia/ consultado el 7 de junio de 2012.

[11] Notimex, «Comando Norte apoya estrategia militar en México, El Universal, 13 de marzo de 2012.

[12] AFP, «Comandante de Comando Norte de EU viaja a México», 16/3/2012, http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/comandante-de-comando-norte-de-eu-viaja-a-mexico

[13] «Proponen incorporar Iniciativa Mérida al ASPAN», 18/6/2012 en: http://www.informador.com.mx/mexico/2008/17633/6/proponen-incorporar-iniciativa-merida-al-aspan.htm

[14] «El jefe del Comando Sur de EEUU alerta de la violencia en Centroamérica», EFE, 19/4/1912, http://www.revistatenea.es/revistaatenea/revista/articulos/GestionNoticias_8320_ESP.asp

[15] Elsa M. Bruzzone, José Luis García, «El Comando Sur en Perú», 4/6/2012 en ALAI, http://www.alainet.org/active/55377&lang=es, consultada el 8/1/2013.

[16] Olaso, Francisco, «Argentina: no al Comando Sur», Proceso, 1/6/2012 en: http://www.proceso.com.mx/?p=309423, consultado el 4/2/2013.

[17] Ros-Lehtinen: ‘despotas’ esconden su historial en DD.HH. La voz de América, 8/6/2012 en: http://www.voanoticias.com/content/congreso-ros-lehtinen-despotas-derechos-humanos-jacobson/1204911.html

[18] . Zibechi, Raúl, «La nueva estrategia de EU amenaza América Latina», La Jornada, 18/5/2012, p.1.

[19] Declaración de los derechos de los Pueblos Indígenas de la Organización de Naciones Unidas. II Cumbre de Jefes de Estado de la Comunidad Suramericana de Naciones Cochabamba, 9 de diciembre de 2006, en: http://www.comunidadandina.org/unasur/documentos.htm, consultada el 8 de junio de 2012.

[20] Tratado Constitutivo de la Unión de Naciones Suramericanas, Brasilia, 23 de mayo de 2008, http://www.comunidadandina.org/unasur/tratado_constitutivo.htm, consultado el 5 de junio de 2012.

[21] Mayer, Enrique. Tenencia y control comunal de la tierra: caso de Laraos (Yauyos). Lima: Departamento de Ciencias Sociales, P.U.C., 1977.

[22] Forero, E., Etnobotanical observations en Croton lechleri, Muell Arg. In the Amazon Valley (Colombia). Fina reportsubmitted to Shaman Pharmaceuticals INC, Colombia, 1992; Meza, E. El manejo sostenible de Sangre de Drago o grado, Material educativo. Shaman Pharmaceutical, Inc, 1998.

[23] Bravo, Elizabeth, «Biopiratería o ‘buen vivir’. El caso de Ecuador», Papeles, núm.107, 2009, pp. 69-76.

[24]»IIRSA El doble rostro de la integración Suramericana», 5/11/2009, http://www.abyayalacolectivo.com/web/compartir/noticia/iirsa-el-doble-rostro-de-la-integracion-suramericana, consultada el 10 de junio de 2012.

[25] Polanco Alcántara, Tomás, Guzmán Blanco, tragedia en seis partes y un epílogo, Caracas: editorial Grijalbo, 1992, p. 762; Picón, Delia, Historia de la Diplomacia Venezolana, Caracas: Universidad Católica Andrés Bello, 1999, pp. 156-157.

[26] Suspenden una base del Comando Sur de EE.UU. en Argentina, 08 de Junio de 2012, http://www.genteba.com.ar/component/content/article/71-portada-varias/53982-suspenden-una-base-del-comando-sur-de-eeuu-en-argentina, consultada el 10/06/2012.

[27] Véase: Sanahuja, José Antonio: «Estrategias regionalistas en un mundo en cambio: América Latina 2010: y la Integración Regional» en: América Latina y los Bicentenarios: una agenda para futuro, Madrid: Fundación Carolina, Siglo XX, 2010, p. 116 y La construcción de una región: Sudamérica y el regionalismo pos liberal» en : Una región en construcción. UNASUR y la integración de América del Sur de Celestino Del Arenal y José Antonio Sanahuja (editores), Barcelona: CIDOB, 2010, pp. 87-134.

[28] Burns, Nicholas, «Observaciones sobre el futuro de la política de los Estados Unidos en Colombia para el Diálogo Interamericano,» Washington, DC, 3 de agosto de 2005 en: http://spanish.state.gov/col/d/2005/51009.htm, consultado el 3/4/2012.

[29] http://www.sela.org/view/index.asp?ms=258&pageMs=77864, consultado el 6 de junio de 2013.

[30] http://www.egt.ie/udhr/udlr-es.html, consultada el 12/01/2013.

[31] Véase: http://www.viicumbrealianzadelpacifico.com/noticias/decisiones-de-la-vii-cumbre-de-la-alianza-del-pac%C3%ADfico, consultada el 1/6/2013.

Cómo citar este artículo:

MELGAR BAO, Ricardo, (2013) «Los caminos de la utopía: memoria, identidad y futuro en UNASUR», Pacarina del Sur [En línea], año 5, núm. 17, octubre-diciembre, 2013. ISSN: 2007-2309. Consultado el

Consultado el Miércoles, 11 de Julio de 2018.

Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.comindex.php?option=com_content&view=article&id=825&catid=13 Fuente: Pacarina del Sur – http://pacarinadelsur.com/home/mascaras-e-identidades/825-los-caminos-de-la-utopia-memoria-identidad-y-futuro-en-unasur – Prohibida su reproducción sin citar el origen.