Celebrado a finales de diciembre de 1920, el congreso de Tours supuso el momento fundacional de este partido. Pese a su declive actual, la historia de la formación resulta inspiradora por su capacidad de politización de las clases trabajadoras.
Hace cien años se produjo el cisma que marcó la historia de la izquierda francesa en el siglo XX. Celebrado entre el 25 y el 30 de diciembre de 1920, el congreso de Tours supuso el divorcio definitivo entre socialdemócratas y comunistas en Francia. Este cónclave no solo comportó la afiliación de la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) a la Internacional comunista, sino que representó el momento fundacional del Partido Comunista Francés (PCF). Un siglo después, el PCF es una formación muy venida a menos. Apenas obtuvo el 2,5% de los votos en las últimas elecciones europeas. Pero el legado de esta organización intrínsecamente obrera resulta interesante para las actuales fuerzas progresistas.
Las resonancias con el presente abundan cuando se repasa la historia del congreso de Tours. En una Europa en plena ebullición social tras el éxito de la Revolución rusa de 1917, las delegaciones de la SFIO se reunieron para decidir si se unían a la Tercera Internacional, impulsada un año antes por los bolcheviques. Sin embargo, esta discusión reflejó la desconfianza entre las élites socialistas y unas bases que les reprochaban el apoyo a la Primera Guerra Mundial. También se debatió sobre los métodos de lucha más eficaces. ¿Hacía falta perseverar en el reformismo parlamentario? ¿O se debía apostar por la movilización en la calle y la vía revolucionaria?
Con 3.208 votos, dos tercios de los delegados presentes en el congreso apoyaron vincularse a la Tercera Internacional y expulsar a los sectores más moderados del socialismo francés, a los que reprochaban su «mentalidad pequeño burgués». De esta escisión, nació el PCF, que entonces se declaraba heredero de las tradiciones del socialismo y el republicanismo decimonónicos. Siguiendo el ejemplo del leninismo victorioso, se estructuró de manera burocrática y vertical. La disidencia interna estaba mal vista. En pocos años el comunismo francés se deshizo de la diversidad de corrientes revolucionarias que lo componían al poner su primera piedra en Tours. Y se convirtió en una potente maquinaria capaz de poner a la clase obrera en el centro.
Un partido-movimiento «vinculado a la lucha de la gente precaria»
El PCF ya fue desde mediados de 1930 un influyente actor político. Su apoyo parlamentario y presión desde la calle resultaron claves para conseguir las conquistas sociales del Frente Popular, como las vacaciones pagadas o la jornada laboral de 40 horas. No obstante, su mayor apogeo llegó tras la Segunda Guerra Mundial. Los comunistas lideraron la Resistencia a la ocupación nazi, junto con los partidarios del general Charles de Gaulle. «Fue de largo la formación que sufrió el fusilamiento de un mayor número de militantes«, explica a Público el historiador Guillaume Roubaud-Quashie, director de la revista comunista Cause Commune. Un rol caudal en la lucha antifascista que lo convirtió en el primer partido de Francia en 1945, con el 26% de los votos.
Creación de la seguridad social, de la función pública, nacionalización de numerosas empresas… Es larga la lista de avances sociales liderados entonces por ministros comunistas. Pese a un breve paso por las altas esferas del poder, el PCF se convirtió en una de las formaciones comunistas más influyentes en Europa Occidental, junto con sus camaradas italianos. Un rol preponderante que se debía a un apoyo masivo entre las clases trabajadoras. No solo era un partido votado por los obreros, sino también liderado por ellos. Así lo reflejan dirigentes históricos, como Maurice Thorez, Benoît Frachon y Jacques Duclos, que encabezaron la formación durante varias décadas tras haber trabajado antes como minero, operario de la metalurgia y pastelero respectivamente.
El principal motivo de la hegemonía del PCF en la izquierda francesa entre 1945 y 1970 fue «su capacidad para apoyarse en una clase obrera fuerte y bien organizada», asegura el sociólogo Julien Misch, doctor de investigación en el Inrae. «La gran baza de los comunistas franceses fue estar íntimamente vinculados a la vida y las luchas de la gente precaria. Esto funcionaba de manera recíproca. Por un lado, para explicar las acciones del partido. Por el otro, para tener un muy buen conocimiento de las nuevas reivindicaciones de los trabajadores», recuerda Olivier Munoz, miembro de la dirección del PCF en París y secretario de la sección comunista en la RATP (empresa de transportes metropolitanos de la región parisina).
«Contra la dominación masculina de la política»
Según Misch, que publicó en 2020 el libro Le Parti des communistes,
esta simbiosis con las clases populares se produjo gracias al hecho de que
actuó como una herramienta de emancipación de la gente trabajadora. A través de
su escuela de formación de militantes, logró catapultar a
puestos de poder a personas modestas que tuvieron que dejar de estudiar desde
muy jóvenes
Además del partido, los comunistas se organizaron, según Misch, «a través
de una constelación de sindicatos y colectivos», como la CGT, el Secours
Populaire, asociaciones de mujeres, grupos de inquilinos o federaciones
deportivas. Muchas de ellas eran organizaciones locales impulsadas en
municipalidades gobernadas por los comunistas. Prácticamente vetado del
gobierno central en el contexto de la Guerra Fría, el PCF creó una especie de «contra-sociedad».
Era capaz de influir en la toma de decisiones no solo por su peso
parlamentario, sino también por su capacidad de movilización en la calle y las
empresas y por impulsar políticas y espacios alternativos a nivel local. Más
que una formación tradicional, actuaba como un partido-movimiento con una
visión política más amplia que el trabajo institucional y la competición
electoral.
También contribuyó en la presencia de las mujeres en las instituciones. A pesar de que sus dirigentes no eran ajenos al conservadurismo social de mediados del siglo XX, esta formación tuvo un rol clave «en la lucha contra la dominación masculina», destaca Misch. «Era el partido más femenino en un momento en que la política estaba dominada por los hombres», añade. Entre las 33 primeras mujeres que fueron elegidas diputadas en Francia en 1945, 17 de ellas eran comunistas. En 1956, solo había 19 diputadas en la Asamblea Nacional, pero 15 militaban en el PCF.
Los comicios locales de 1976 representaron el momento de mayor implantación política del comunismo francés. Entonces, «llegaron a conquistar 1.500 alcaldías de más de 10.000 habitantes, mientras que ahora solo gobiernan en unas 50 ciudades», explica Misch. Tras la llegada de François Mitterrand al Eliseo en 1981 y el gobierno de coalición compuesto entonces entre socialistas y comunistas, el PCF inició un profundo declive, que aún perdura en el presente. No ha presentado a ningún candidato propio a las presidenciales francesas desde 2007, cuando la comunista Marie-George Buffet obtuvo menos del 2% de los sufragios.
Decadencia del comunismo francés
«La caída de la URSS fue para mucha gente la demostración de la imposibilidad del comunismo, asegura Roubaud-Quashie, sobre uno de los motivos principales de esta decadencia. Dotado de una estructura vertical y una disciplina férrea que favorecían el sectarismo, los comunistas franceses siempre se mantuvieron fieles a Moscú. Además de su incapacidad para denunciar los atropellos del bloque del Este, también pagaron el coste electoral de participar en gobiernos de coalición liderados por los socialistas en los ochenta y noventa que aplicaron medidas neoliberales.
Según el director de la revista Cause Commune, «los comunistas han mantenido una relación errática con los socialistas. Durante algunos años, fueron muy cercanos a ellos, mientras que en otros momentos rivalizaron directamente al crear en 2008 el Frente de Izquierdas —rebautizado Francia Insumisa desde 2017— junto con Jean-Luc Mélenchon», del que se separaron hace tres años. «Ha habido muchas batallas perdidas por los comunistas en las últimas décadas y los únicos triunfos fueron victorias defensivas, como el no en el referéndum sobre a la Constitución europea de 2005″, afirma Roubaud-Quashie.
A pesar de los pobres resultados a nivel nacional, Olivier Munoz prefiere ver el vaso medio lleno. «Respecto al número de ciudades y habitantes con un alcalde comunista, los resultados de las últimas municipales fueron los mejores del PCF desde 2001», destaca. En los comicios de junio los comunistas perdieron feudos históricos como Saint-Denis. Pero resistieron lo suficiente para mantenerse como el tercer partido francés con mayor implantación local en medio de un paisaje político completamente convulso, en que el partido del presidente Emmanuel Macron no logra arraigar a nivel local y los verdes irrumpieron con fuerza, pero solo en las grandes ciudades.
«Creo que la voluntad de los comunistas de defender su propio proyecto es más fuerte que nunca», declara Munoz, quien considera probable que los comunistas presenten a un candidato propio en las próximas presidenciales. Una decisión que contribuiría en fragmentar aún más la izquierda francesa, dividida entre socialistas, insumisos, verdes y comunistas. «En las elecciones regionales previstas para junio de 2021 parece que el resto de fuerzas de izquierdas prefieren presentarse por separado una vez más, en lugar de intentar construir una alternativa conjunta a la derecha liberal y la extrema derecha», lamenta este miembro de la dirección comunista parisina.
¿Una fuente de inspiración para el futuro de la izquierda?
No obstante, el hecho de presentar un candidato comunista en las presidenciales de 2022 coincide con la apuesta del secretario general del PCF, Fabien Roussel, de defender el legado y la identidad comunista. Este diputado del norte de Francia, una zona muy afectada por la desindustrialización, tomó las riendas del partido a finales de 2018 y desde entonces apuesta por recuperar la influencia de antaño reconciliando los comunistas con las clases populares. Un objetivo digno de alabanza, pero que se augura más que complicado.
Según Misch, la razón principal de los comunistas franceses se debe a «la evolución de las clases trabajadoras en las últimas décadas fruto de la desindustrialización, la precarización y el gran aumento del desempleo. El mundo del trabajo se ha disgregado a nivel social y espacial y esto dificulta su capacidad para organizarse». A pesar de ello, las clases populares no han desaparecido. «Los trabajadores y empleados representan el 50% del electorado francés», recuerda este sociólogo, a pesar de que solo un 5% de los diputados pertenecen a esta clase social. Movimientos como los chalecos amarillos recordaron que el apetito de una vida digna y mayor igualdad permanece intacto en Francia.
Aunque intentar reproducir en el presente el modelo del PCF de 1945 no tendría mucho sentido, «la historia de este partido resulta interesante por su estrecho vínculo con las clases populares». Es decir, por su capacidad para catapultar a los trabajadores al centro de la política. Un requisito necesario para dirigirse hacia la orilla de la justicia social.