Traducción de Carlos Valmaseda
La retirada del ejército de Igor Strelkov de Slaviansk ha provocado una nueva ola de discusiones virtuales, con cambios de posición de las partes inesperados. Si hace solo unos días al líder militar de la República de Donetsk lo denostaban principalmente los liberales, ahora al coro de críticos se han unido los perros guardianes conservadores, quienes no hace mucho presentaban a las milicias y a su comandante poco menos que como héroes legendarios.
De los liberales y sus asistentes, incluidos antiguos izquierdistas, se entiende más o menos todo. La tarea de desacreditar a la gente que lucha contra el régimen de Kiev, se vuelve más aguda cuantos más crímenes se cometen en nombre de una «Ucrania unida» y menos atractivos aparecen los eslóganes abstractos del Maidán contra el fondo de los sucesos reales. En unas condiciones en las que presentar a los gobernantes en Kiev como defensores de la democracia y adalides de la justicia es positivamente imposible, se ven forzados a pasar a una nueva línea de defensa, diciendo: por malos que sean en Kiev, las milicias de la RPD y la RPL no son mejores, y por tanto la lucha contra el actual régimen ucraniano y la solidaridad con la resistencia no tiene ningún sentido.
Toda esta propaganda se basa en el repertorio habitual de lugares comunes y abstracciones políticas. Las simpatías monárquicas de Strelkov, las historias sobre la juventud de Guborev, quien durante no mucho tiempo estuvo unido a la ultraderechista Unidad Nacional Rusa [RNE por sus siglas en ruso, nota del tr.] y la referencia a la entrevista del pintoresco miliciano «abuelo Babay» quejándose de un complot judeomasónico. Estos son, en esencia, todos los argumentos que se repiten sin variaciones mes a mes. El hecho de que Gubarev haga mucho que se apartase de la RNE y que caracterice su visión actual como de «centroizquierda», y que Strelkov, no importa lo idealista que sea su relación hacia la monarquía rusa del siglo anterior, se abstenga completamente de comentar la situación política actual, no cambia en nada las cosas porque tales críticas no necesitan la verdad sobre la situación de la república, sino solo ser un pretexto para su condena ideológica.
Naturalmente, hay que criticar a las repúblicas de Donetsk y Lugansk, y de la forma más dura. Pero no por su inadecuación a las ideas directrices de los liberales y sus socios «de izquierda», sino por la pérdida de tiempo en mayo-junio, cuando nada se hizo para la organización de la retaguardia, la estabilización de la vida económica y el abastecimiento de víveres, por su ineficiencia y su incoherencia, porque no pudiesen e incluso no intentasen en serio corregir la ola de crímenes que invadió el Donbás. Por las farragosas entrevistas de los líderes de la RPD a la prensa rusa que sustituyeron el trabajo serio para la construcción de un aparato estatal, por la incapacidad y falta de voluntad de comprometerse en una estructura directiva de especialistas cualificados. Por las inexcusables vacilaciones sobre el tema de las nacionalizaciones, que aparecían y desaparecían de la agenda (al final de todo, la dirección de la RPD propugnó la confiscación de las propiedades de los oligarcas, pero lo hicieron demasiado tarde, cuando el enemigo ya estaba a las afueras de Donetsk y la posibilidad de una gestión de la economía real, en el fondo, ya no existía).
Pero para discutir todos estos problemas hace falta, como mínimo, interesarse por la situación real en el Donbás, lo que es un lujo inadmisible para unos señores dedicados completamente a otros asuntos. A ellos les resulta abominable la misma idea de una república popular, la misma idea que gente sencilla, que no pertenezca a la «élite» de los negocios, de la política o al menos de la intelectualidad, tome las armas e intente decidir autónomamente su propio destino.
La inesperada, a primera vista, incorporación al coro de los críticos de las repúblicas populares de algunos «conservadores» (el más conocido de los cuales, naturalmente, es el protagonista de los mítines progubernamentales del 2012 Sergey Kurginian) de hecho refleja una afinidad de posiciones no formulada abiertamente pero completamente natural: la idea del autogobierno de la gente sencilla, la transformación de las masas populares en autónomas, aunque inicialmente bastante incompetentes creadores de historia, les causa no menos horror que a los liberales. Ambos grupos están unidos en su profundo y fundamental antidemocratismo (si, naturalmente, por democracia se entiende no el cumplimiento formal de las normas procedimentales de Europa occidental sino la participación real del pueblo en la política).
Es interesante, sin embargo, por qué los ataques contra Strelkov y las intervenciones críticas contra la RPD y la RPL se desarrollan precisamente ahora.
Sin duda, la caída de Slaviansk fue la ocasión apropiada. No tiene ningún sentido presentar lo sucedido como un equivalente a la maniobra rusa de Tarutino en 1812. La situación estratégica es completamenta otra (a espaldas de Strelkov, a diferencia de Kutuzov, no hay una retaguardia profunda, y nada amenaza seriamente las comunicaciones del enemigo). Si hay que buscar una analogía histórica, probablemente más bien habrá que recordar la pérdida de Málaga por los republicanos españoles en 1937. Las tropas ucranianas han conseguido sin ninguna duda un éxito, otra cosa es si para conseguir este éxito pagaron un precio prohibitivo y bajo determinadas condiciones su éxito puede resultar pírrico. No obstante, hoy el régimen de Kiev tiene la posibilidad de reagrupar sus fuerzas, que durante dos meses y pico estuvieron inmovilizadas ante Slaviansk, moviéndolas en otras direcciones. Si podrán utilizar la oportunidad que han conseguido, es otra cuestión. Pero subestimar al enemigo sería un error.
Sin embargo Strelkov, menos que cualquier otro, es culplable del desarrollo de la situación. Durante todo este tiempo ha defendido con éxito la ciudad, dedicándose al mismo tiempo a la instrucción de las fuerzas insurgentes, convirtiendo grupos inconexos de milicias en algo similar a un ejército regular; avisó honestamente de la imposibilidad de mantener la ciudad indefinidamente, y enfrentado a la superioridad de fuerzas del enemigo, organizó irrreprochablemente la retirada. Conservando la capacidad combativa de sus fuerzas, sacándolas de la trampa en la que se habría convertido Slaviansk, le ha dado una oportunidad a la república. ¿Será ella capaz de utilizarla?
A Strelkov lo condenan precisamente porque no ha querido interpretar el papel de víctima propiciatoria que le otorgaron los marionetistas del Kremlin. La situación se desarrollará no según los escenarios diseñados en los gabinetes de Moscú, ni por un compromiso de la élite, sino por la lucha y el trabajo de la gente que determinarán el destino futuro de Novorosía y Ucrania. Quien ha sufrido una derrota estratégica en Slaviansk no han sido las milicias, que se han replegado con un orden ideal, ni el ejército ucraniano, que después de todo ha tomado la ciudad, sino los políticos moscovitas, cuyo plan de «librarse controladamente de Novorosía» ha fracasado explícita e irrevocablemente.
Strelkov promete poner orden en Donetsk y no hay base para no creer en sus palabras. Al crimen, el saqueo y la anarquía de los comandantes de campo les será declarada la guerra. La disciplina militar, que se mantuvo en la Slaviansk asediada, se establecerá en Donetsk. Pero hay que recordar que para la victoria en la guerra solo con la disciplina no basta.
La historia de la revolución nos muestra que los ejércitos populares, habiendo sufrido al principio una derrota, encontraron en sí mismos las fuerzas para una defensa con éxito y después infringieron un golpe demoledor a sus enemigos. Pero estas victorias no se forjaron solo en el campo de batalla. Un prerequisito para ellas fue la profundización de las transformaciones sociales y la construcción para su fundación de una dirección estatal efectiva. Las repúblicas que no consiguieron cumplir esta doble tarea murieron, como sucedió en España en 1939.
Naturalmente, la lucha en Novorosía y Ucrania no se detiene en los acontecimientos en Donetsk y Lugansk. La crisis económica, el agravamiento de la política antisocial de Kiev, sin duda dan sus frutos, pero la intoxicación chovinista se convertirá para la sociedad ucraniana en una amarga y dolorosa resaca. Y, muy probablemente, no habrá que esperar mucho para eso. Si las repúblicas resisten hasta el momento en el que se alce una nueva ola de protestas, se puede esperar el éxito. Pero nada se produce por sí mismo: el diseño y la radicalización del programa de lucha, la formación de coaliciones sociales competentes, son condiciones necesarias para el cambio. El resultado de la confrontación se decidirá en cualquier caso en la retaguarda del ejército ucraniano, como consecuencia de la protesta social en el territorio bajo el dominio del actual gobierno de Kiev, como consecuencia del cambio del estado de animo social en Ucrania y en Occidente.
Y esto se producirá con más rapidez cuanta menos sea la influencia de la élite de los políticos moscovitas en los acontecimientos en Donetsk y Lugansk.