La historia y trayectoria de esta feminista y activista política es vital para comprender la historia reciente de El Salvador y el proceso de paz que sigue construyéndose tras su guerra civil
Gloria Guzmán Orellana (El Salvador, 1965) Feminista y activista política. Formó parte de la Asociación de Mujeres por la Dignidad y la Vida (también llamada Las Dignas) desde su inicio, en 1990, y pasó a dirigirla entre 2002 y 2004. Su compromiso por los derechos humanos y la justicia la llevó a fundar en 1996 el Comité Pro Monumento de las Víctimas Civiles de violaciones de los Derechos Humanos; un Memorial que para los familiares significa verdad, justicia, dignificación y en parte reparación. Actualmente vive en Bilbao y trabaja en el área de investigación del Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional Hegoa.
El 6 de diciembre del 2003 es una fecha imborrable en la memoria de Gloria Guzmán. Es difícil expresar la amalgama de sentimientos que tantos salvadoreños y salvadoreñas compartieron ese día al celebrar colectivamente el fruto de su determinación por la verdad y la justicia. Ese día se inauguraba en el Parque Cuscatlán de San Salvador el Monumento a la Memoria y la Verdad, un memorial para las víctimas civiles -personas asesinadas y desaparecidas- durante conflicto armado en El Salvador (1980-1992).
«Desde un sentido racional, sentía la certeza de que estábamos haciendo uno de los actos simbólicos más importantes en el posconflicto, un acto de resistencia y rebeldía frente a la impunidad, dejando constancia física de que detrás de cada nombre grabado en las placas hay una historia de violación de derechos a la que no se ha hecho justicia». Pero las palabras son aún más difíciles de escoger cuando se piensa en el significado personal de ese acto: «Por mi propia condición de hija de padres desaparecidos y familia asesinada, me sentía muy aliviada porque estábamos construyendo un espacio para elaborar los duelos que tanto postergamos durante la época del conflicto».
Gloria estuvo desde niña vinculada a la organización popular. Siendo la hija pequeña de una familia que participaba activamente en las comunidades eclesiales de base, en los movimientos estudiantiles y en los grupos barriales, su compromiso político y su sentido de comunidad y de justicia social se desarrollaron pronto en su espíritu. «Había mucha vida barrial, mucha vida organizativa comunitaria: si había que mejorar una calle, preparar actos culturales o hacer actividades para la Navidad, se vinculaba mucha gente, adultos y jóvenes. Fueron las semillas organizativas de muchas personas que posteriormente se sumaron a la lucha de las diferentes organizaciones del Frente, cuando la represión se hizo más cruda y cualquier protesta o demanda social era respondida con una acción del ejército. Mi propio padre tuvo que dejar el sindicato (era el secretario general) ante reiteradas amenazas de muerte». Al recordar esta época, es inevitable el trágico añadido: «Recuerdo que muchísimos de los y las jóvenes que estuvieron en esa época posteriormente fueron asesinados…».
Como muchas otras mujeres salvadoreñas, durante la guerra se enfrentó a la agresión, al militarismo y al autoritarismo del Estado desde las bases de apoyo del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Y, como muchas otras mujeres salvadoreñas, fue consciente en ese tiempo de la situación de especial discriminación que sufren las mujeres en El Salvador y de la necesidad de abordar la lucha por los derechos de las mujeres desde la organización autónoma y la reflexión feminista. Esta inquietud la llevó a sumarse en 1990 a la Asociación de Mujeres por la Dignidad y la Vida, Las Dignas, colectivo desde el que Gloria trabajó activamente por el reconocimiento de las mujeres de su país como ciudadanas con plenos derechos y por su ejercicio en todos los ámbitos de la sociedad.
Como desde el feminismo no se concibe la paz sin el respeto de los derechos de las mujeres, pero tampoco sin el derecho a la verdad y la reparación, las mujeres de la organización Las Dignas como Gloria dieron forma a la idea, junto con personas de otras nueve organizaciones sociales, de construir un Memorial para las víctimas civiles del conflicto armado. Se trataba de hacer realidad la recomendación contenida en el Informe de la Comisión de la Verdad, auspiciada por Naciones Unidas, de levantar un Monumento Nacional en memoria de las víctimas de la violencia. Allá donde el Gobierno ignoró ésta y otras recomendaciones, la sociedad civil, y en particular las mujeres, mantenían viva la llama de la justicia para las víctimas y sus familiares. «Fue una iniciativa promovida y protagonizada en su mayoría por mujeres, y eso no es casual. Mujeres de muy diversas edades, procedencias y experiencias logramos construir una estructura de trabajo convencidas de que lo que hacíamos era necesario no sólo por el pasado, sino para el presente y futuro de las personas que formamos esta sociedad».
Después de siete largos años de trabajo, el 6 de diciembre del 2003 se celebró la inauguración del Monumento a la Memoria y la Verdad, un muro de casi 90 metros lineales cubierto por placas de granito que contienen los nombres de 25.626 víctimas civiles de la violencia armada. «Por estar frente a la organización del acto, por garantizar que todo concluyera como lo habíamos trabajado, tuve que distanciarme de mi propio dolor. Aunque no fue fácil, fue posible porque sabía que la gente necesitaba tener un espacio simbólico y de dignificación donde trabajar el duelo. Obviamente, me vi reflejada en la gente que colocaba una flor en un nombre o en varios de ellos, en el sentimiento de fortaleza de cada uno y cada una de las que estábamos allí. Pero, aparte de estar organizando ese día, el trabajo de esos años fue ya reparador para mí. Sabía que eso lo hacía por mi familia, por cada una de sus vidas y por todas juntas. Estoy convencida de que continuar con el camino de la justicia -y no de la paralización- es tremendamente reparador y vital para las personas que tenemos la vida rota por la magnitud de la violencia que ejerció el Estado salvadoreño».
Posteriormente, el 15 de marzo de 2008 se inauguraron nuevas placas en las que quedaron registrados los nombres de otras 3.169 personas. «Cada paso que hemos dado en contra del olvido es un mínimo para dignificarles desde nosotros y nosotras mismas, desde nuestra condición de familiares». Aun cuando sea posible realizar grabaciones de nuevos nombres, Gloria sabe que los cuerpos de muchas personas que fueron asesinadas no pudieron ser reconocidos. «Por eso es importante que haya placas con alguna referencia a las miles de personas sin reconocer, sin nombres; así como también dejar constancia de los cientos de masacres ejercidas contra la población civil como parte de las políticas del momento, donde la mayoría de las víctimas fueron mujeres con hijos e hijas. En eso se sigue trabajando».
Además del sentido reparador y de justicia del proyecto, Gloria resalta también la perspectiva educativa con la que se trabajó: «Las generaciones más jóvenes no han vivido la dureza de un conflicto como en el pasado reciente salvadoreño, pero es necesario conocer lo que ello implicó y trabajar por que no vuelva a ocurrir».
Con el corazón algo más reconfortado que antes del 6 de diciembre de 2003, Gloria tomó la decisión de continuar por un tiempo su camino fuera del propio país. En 2005 emprende un viaje de aprendizaje y formación personal, pero sobre todo de búsqueda de nuevas formas de activismo por la justicia, en un contexto que necesita muchas personas con su capacidad de compromiso.
Fuente: http://periodismohumano.com/mujer/gloria-guzman-orellana.html