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Lúgubre Polonia

Fuentes: Mundo obrero

El nacionalismo siempre conduce al precipicio y la guerra. Pronto hará treinta años que sucumbió la Polonia socialista, y veinte desde que la nueva Polonia nacionalista y conservadora se incorporó a la OTAN, aunque los peligros vienen de lejos. Ahora, con la crisis en Ucrania y hablando de nuevo sobre Crimea, Estados Unidos y la […]

El nacionalismo siempre conduce al precipicio y la guerra. Pronto hará treinta años que sucumbió la Polonia socialista, y veinte desde que la nueva Polonia nacionalista y conservadora se incorporó a la OTAN, aunque los peligros vienen de lejos. Ahora, con la crisis en Ucrania y hablando de nuevo sobre Crimea, Estados Unidos y la OTAN aumentan sus tropas en todo el este de Europa, junto a las fronteras rusas.

Los turcos bautizaron a Polonia como Lechistán, y, en los años de Adam Jerzy Czartoryski (un príncipe varsoviano que fue ministro de asuntos exteriores del zar, y que después participó en la revuelta de 1830 y tuvo que exiliarse a París), los católicos polacos llegaron a un acuerdo con el imperio otomano: en 1842, Czartoryski, que vivía en el hotel Lambert parisino, viajó al Turco para alquilar un territorio al sultán, donde se establecieron oficiales polacos derrotados para vivir en Turquía como si fuera Lechistán, y combatir junto a ella contra Rusia. Durante la guerra de Crimea, también Mickiewicz, el poeta nacional polaco, llegó a Estambul, para luchar contra Rusia, enrolando a soldados ucranianos, polacos e incluso judíos, a quienes denominó «los húsares de Israel» dentro de una división de cosacos otomanos: la guerra de Crimea enfrentaba al imperio turco, Francia, Gran Bretaña y el Piamonte-Cerdeña de Víctor Manuel II y Cavour contra Rusia. Esa alianza hoy olvidada de católicos polacos con musulmanes otomanos todavía se recuerda en algunos lugares de Turquía, como en Polonezköy, donde pueden verse retratos de Ataturk junto a otros del papa anticomunista polaco Karol Wojtiła.

Esa obsesión antirrusa del catolicismo nacionalista polaco fue una constante incluso durante las décadas de la Polonia socialista, aunque, entonces, el gobierno comunista de Varsovia la contuvo e impulsó la solidaridad con otros pueblos y no la guerra. Después, con la revancha anticomunista, de nuevo el conservadurismo nacionalista se apoderó del país. La gran paradoja de esa Polonia nacionalista, que hace treinta años enterraba con premura el socialismo real y clamaba por la libertad, es que ha vivido desde entonces en la revancha y la contrarrevolución, borrando las huellas del socialismo, persiguiendo a los veteranos de las Brigadas Internacionales, derribando los recuerdos de la resistencia antifascista, enterrando la memoria del Ejército Rojo que liberó a Polonia de los nazis, aceptando colaborar en la opresión de otros países, en Afganistán o en Iraq, en Siria o en Ucrania.

En 2003, el intelectual polaco Adam Michnik (junto al al checo Václav Havel y el húngaro György Konrád), justificaba a George W. Bush y sus mentiras y consideraba la sanguinaria guerra e invasión de Iraq que lanzó Estados Unidos como «políticamente justificada». Bronislaw Geremek, que fue ministro de exteriores en Varsovia, calificó la guerra como una «intervención humanitaria», aunque causó centenares de miles de muertos y destruyó Iraq. El gobierno de Kwasniewski decidió participar en la guerra junto a Washington, aunque nada se le había perdido a Polonia en las orillas del Tigris. Después, el Pentágono encargó a las tropas polacas que ocupasen algunos territorios iraquíes: en las ruinas de Babilonia, tras haber arrasado el museo y parte del yacimiento, el general polaco Andrzej Tyszkiewicz y sus soldados posaron satisfechos ante una gran bandera norteamericana.

Esa es la Polonia de las últimas décadas: mientras la progresista permanece oculta, el nacionalismo polaco acompaña al imperialismo norteamericano en sus aventuras militares, acepta el escudo antimisiles del Pentágono, acoge cárceles secretas de la CIA, colabora con Washington en las operaciones de acoso a Cuba y Venezuela, entrena a los paramilitares que actuaron en los días del golpe de Estado del Maidán en Ucrania, en 2014. Ahora, Jarosław Kaczyński, principal dirigente del partido de extrema derecha que gobierna el país, recibe al dirigente de ese nuevo partido fascista que ha surgido en España, a la vez que el presidente, Andrzej Duda, ofrece a Washington abrir una gran base militar en Polonia con el nombre de Camp Trump.

Pobre Polonia, decía luchar por su libertad y ha quedado convertida en un aplicado agente norteamericano en la Unión Europea; triste Polonia, gobernada por la extrema derecha; lúgubre Polonia, atizando el militarismo y el acoso a Moscú, pidiendo a Estados Unidos que destaque en las fronteras de Rusia más soldados, más armamento, más angustia y miedo.