Ha terminado el período electoral en Francia dejando un escenario preocupante y peligroso. Si nos atenemos a lo expresado por la ciudadanía a través del voto, nos encontramos a un país que políticamente está dividido en tres bloques: El bloque mayoritario, o mejor, la minoría más grande, es la que está representada por el presidente Emmanuel Macron y equivale al mainstream político, esta posición se presenta a sí misma como la voz de la razón, de la estabilidad y de la prosperidad, como el centro del espectro político, de él emanaría la mesura y sería la opción más adecuada para dirigir los destinos del país durante los próximos años.
Asimismo, esta opción está revestida por un carácter tecnocrático oneroso, que se deja ver en algunos de los aliados políticos que Macron ha escogido para sus ministerios, pero además es personalista, pues el Presidente preserva su posición dominante en el circuito político a través de la eliminación y marginación de posibles rivales y la unción de funcionarios sumisos en los puestos clave, lo que no sería digno de mencionar, de no ser porque durante su primer gobierno, Macron concentró los poderes en sí mismo de una forma en que ningún presidente francés lo había hecho hasta ahora. Además la opción macronista es profundamente neoliberal, su programa político y social es sumamente regresivo, teniendo por bandera reformas en temas tan clave como las pensiones, con el aumento de la edad de 60 a 65 años, el subsidio para los desempleados, la desprotección a los migrantes y el endurecimiento de las políticas represivas en caso de protesta así como la negación de las violencias policiales. El proyecto que está en el poder hoy en Francia, es neoliberal y autoritario y pretende hacer pasar sus reformas a la fuerza, así tenga que romper el tejido social y el aparato institucional en el proceso.
Quizá por todo esto, no ha conseguido convencer a poco más de dos tercios de los franceses, que han optado, cada vez que se les ha dado la oportunidad, por votar a los otros dos bloques. De hecho, la gran ganadora del proceso electoral que recién termina es la extrema derecha, a través del partido Rassemblement National RN, representante del bloque identitario, que propende por un fortalecimiento de la comunidad nacional a través de la depuración de la ciudadanía de todos aquellos elementos disruptivos que irían en contra de lo que ellos consideran que son las características esenciales del pueblo y las instituciones.
Poniendo el debate en temas como la seguridad, la inmigración o la asimilación y presentando un cariz profundamente reaccionario frente a las nuevas ciudadanías y las reivindicaciones de los migrantes, de las
minorías sexuales, de las mujeres y de la población musulmana, ha conseguido ocultar un programa
económico indefinido, oportunista y resbaloso, que a
falta de consistencia, se alinea a los intereses de las clases ricas sin
divergir de forma sustancial a lo
propuesto por el bloque neoliberal. En lo relativo a las políticas sociales
y a la visión de sociedad,
el macronismo y la extrema derecha se confunden y traslapan, generando una frontera que cada vez es más difusa y
que a veces parece no ser más que
una cuestión de matiz.
El último bloque es el de la izquierda, que unida tras un acuerdo electoral, bajo el llamado de Jean-Luc Mélenchon, consiguió la segunda mayoría en la elección legislativa, renovando gran parte de la asamblea con diputados jóvenes, que provienen de la sociedad civil y abanderando las causas ecologistas, feministas y sociales, de la mano de un programa económico progresivo mientras hace énfasis en la necesidad de firmeza ante la avanzada de la extrema derecha y el peligro que su auge significa para el conjunto de las instituciones y de la sociedad.
Ante la complacencia de los macronistas con el bloque identitario, la posición de la izquierda ha sido la preservación del antiguo Frente Republicano, fundacional de las instituciones en vigor, cuyo mandato indica que las opciones políticas fascistas tienen que ser vetadas de suyo del debate, por ser herederas del nazismo y del corolario que significó la Francia de Vichy y la complicidad de las autoridades francesas en el genocidio a los judíos, la complacencia del mariscal Pétain con los alemanes y la ruptura que su gobierno significó para la democracia en los años 1940. Desde entonces, el Frente Republicano, de exclusión a la extrema derecha, es una de las piezas fundantes del sistema político, pero los macronistas lo están interpretando de una forma diferente.
A decir de algunas figuras representativas del macronismo, como el ex ministro de salud Olivier Véran, cabeza visible de la lucha contra la COVID, o la ministra de transición ecológica Amélie de Montchalin, la izquierda en el poder sería tan lesiva para la república como la extrema derecha y reivindicando la pretensión de ubicarse en el centro del espectro político, con la racionalidad y la promesa de estabilidad que emanan de él, han pretendido extirpar el carácter republicano a las izquierdas en lo que es el resultado de un cálculo electoral, pues viendo en ella su principal enemiga tanto en la elección presidencial, como en la legislativa, pretendieron marginarla del debate legítimo, y todo ello a través de la idea de la equidistancia entre la izquierda y la extrema derecha.
Así, si siguiéramos la retórica de los macronistas, nos encontraríamos con un espectro político reducido e hiperconcentrado, que dejaría fuera a las ideas de izquierda, transformadas discursivamente en extrema izquierda por sus adversarios y también a las de extrema derecha, que dado su tradicional carácter peligroso, también tendrían que mantenerse fuera de lo aceptable, lo que nos deja con un puñadito de propuestas políticas legítimas que a la larga se condensan en lo que antes hemos definido como el bloque neoliberal y de esta forma, nos recuerda al adagio thatcherista no hay alternativa, que vio la luz durante el proceso de imposición de dicho sistema económico en Gran Bretaña y consecuentemente, nos conducen a un régimen político autoritario, desprovisto de cualquier posibilidad de disenso en las cuestiones de fondo, a saber, en las que se relacionan sobre todo con el proyecto económico, pero también con sus consecuencias en lo político y lo social.
Sin embargo, la
realidad es mucho más preocupante, pues como ya se ha dicho más arriba, la complacencia del macronismo con la extrema
derecha, roza en la complicidad, por decir lo
menos, y si discursivamente se apela a los
miedos y los prejuicios al hacer
equivalencia entre
el bloque de izquierda y el bloque identitario, en la práctica, se ha adoptado su agenda autoritaria, normalizando su presencia en el debate, banalizándola al tomarla como una opción política legítima y aceptable, dentro de una estrategia electoral que abusando del Frente Republicano, buscaba perpetuarse en el poder.
Entonces, según el cálculo del macronismo, una vez eliminada la izquierda de la contienda a través de la estratagema de la equidistancia, la reelección presidencial y la mayoría legislativa estarían aseguradas, pues los votantes se verán obligados a votar por el bloque neoliberal para honrar al Frente Republicano y negar a la extrema derecha la posibilidad de gobernar.
Hoy, tras las elecciones, el panorama es un poco más sombrío, Macron obtuvo la reelección y gobernará durante cinco años más, su estrategia probó ser eficaz, pues al enfrentar a Marine Le Pen, candidata de RN en segunda vuelta, consiguió para sí, los votos de una parte del electorado, que llevada por el deber cívico pero también por el rechazo a lo que ella representa, se decantó por él a pesar de no apoyar su proyecto político, sin embargo, la mayoría absoluta a la que aspiraba en las Legislativas se le escapó ampliamente, destacando su silencio ante el evidente avance de la extrema derecha y de RN que pasó de 8 a 89 escaños en la Asamblea.
Este silencio resulta elocuente, pues consolida los nuevos límites de lo aceptable, así, en la práctica, tenemos un espectro ampliado, donde la izquierda, que obtuvo 142 escaños, aparece lejos de ser marginalizada, a pesar de la apuesta estigmatizadora de los macronistas pero que también da lugar a una extrema derecha cuyo crecimiento es exponencial y se nutre del silencio y la complicidad de los líderes macronistas, que en su oportunismo, prefieren lidiar con una opción fascista que pretenden controlable.
Pero también se nutre de la abstención de la ciudadanía que en un 72% prefirió no votar cuando tuvo que escoger entre un candidato de extrema derecha y un candidato de izquierda en la elección legislativa, fallando en el momento de hacer el Frente Republicano, para abrir de par en par la puerta de la Asamblea a RN, prueba que hasta cierto punto, el discurso que equipara a la izquierda con la extrema derecha adquiere un cierto arraigo entre la población.
Con todo, el
ascenso de la extrema derecha marca un cambio de época, que sin romper con el neoliberalismo, pone de presente la
posibilidad de que entre ambos, se consolide un nuevo régimen autoritario, que restrinja las libertades políticas y
limite los derechos sociales en pos de
austeridades derivadas de la ortodoxia económica. Asimismo, la débil mayoría
que obtiene el macronismo en la
Asamblea, marca lo que podría convertirse en una crisis institucional, pues en un estado de cosas en donde el
Presidente pretende acaparar tantos poderes para sí como le es posible, el ascenso del Legislativo y la ausencia de
un acuerdo de gobernabilidad, podría
conducir a un choque de trenes entre ambos poderes, a cierto inmovilismo e
incluso, como ya se especula en
algunos círculos, a la disolución de la Asamblea para llamar a nuevos comicios.
Aquí el problema no es en realidad que el Legislativo tenga poder de negociación y sea capaz de hacer frente a los proyectos del Presidente, el problema es que el sistema político francés no es presidencialista pero funciona como si lo fuera, hay una Asamblea nacional que lleva veinte años funcionando como caja de resonancia del proyecto del Ejecutivo gracias a sus holgadas mayorías y por eso, ha dejado de lado que también tiene vocación y rasgos parlamentarios y entonces, cuando éstos salen a flote impulsados por la actual coyuntura, desembocan en una crisis de gobernabilidad que se añade a la crisis institucional o de régimen, surgida en parte por la ambición que tiene el Ejecutivo de acaparar todos los poderes y de la que el auge de la extrema derecha es apenas un síntoma.
Así, con la nueva configuración de fuerzas que ha quedado plasmada en la Asamblea y con la vigorización de los tres bloques antes mencionados, es difícil imaginar que el Frente Republicano, ya tan maltrecho, sea capaz de renovarse para impedir que la extrema derecha con el RN o una opción muy próxima, consiga tomarse el Ejecutivo, ganando las presidenciales de 2027 y en caso de que esto pase la responsabilidad será en gran medida del bloque neoliberal, que habrá rifado al país y a sus instituciones respondiendo a cálculos electorales e intereses personales y que, en su afán de estigmatizar a la izquierda y normalizar a la extrema derecha, habrá entregado al país a ésta última, con las nefastas consecuencias que esto pueda traer para las minorías sexuales, las mujeres, la población musulmana, la transición ecológica y la democracia.
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