Fue el 5 de julio de 1984. Mientras el termómetro marcaba 40 grados centígrados, 80 mil personas abarrotaron el viejo estadio San Paolo de Nápoles, los ojos llenos de sueños y un gran deseo de redención. No lo podían creer. Y no se trataba solamente de fútbol, sino de una historia marcada por la desconfianza y el estigma hacia las personas del sur, por la pobreza crónica, los prejuicios, la intolerancia y los estereotipos.
Pero Nápoles también es cultura, música, baile y poesía; las mil y una historias que serpentean entre antiguas y estrechas vías del centro histórico; es alegría, genio, resistencia y resiliencia; es caer y saber levantarse cada vez; Nápoles es el “pueblo pueblo”, aquel que te abraza y que, si se enamora, no te suelta nunca más.
Y aquel día Maradona, el Pelusa, el Diego apareció. Camiseta blanca y jeans, con el pelo alborotado, una gran sonrisa y la pelota pegada a su pie izquierdo. Yo no sé si esperaba ver a tanta gente enloquecida como si fuera la final de un mundial. Pero fue un flechazo, eso que sólo Cupido sabe tirar. Fue amor a primera vista, un donarse recíprocamente y un mutuo perdonarse.
El Diego nunca los desilusionó. Vino desde abajo, se cargó el equipo al hombro y dos años después el Nápoles ganaba el primer “scudetto’” de su historia y la Copa Italia, derrotando a los poderosos equipos del norte y de la capital, a la Juve de los Agnelli y al Milán de Silvio Berlusconi.
Dos segundos lugares, otro “scudetto” (1989-90), una Copa Uefa (la actual Uefa Europa League) y una Supercopa de Italia (1990-91) fue el botín del Nápoles con y de Maradona, algo inimaginable sólo unos cuantos años antes.
Mamma mía
Yo al Diego lo vi jugar solamente una vez, en febrero de 1990 en el San Siro de Milán. Aquella vez fue paliza. El AC Milán de Arrigo Sacchi, con sus tres holandeses, estaba en su apogeo. Pero a los hinchas que habían recorrido 800 kilómetros para acompañar a su equipo no les importaba y seguían cantando: “o mamma, mamma, mamma, sai perché mi batte il corazón? Ho visto Maradona, ho visto Maradona, ué mammà innamorato son”[1].
Y pocos meses después el Diego cobraría su venganza, eliminando a Italia en la tanda de penales en una histórica semifinal que se jugó en Nápoles. Un estadio con el corazón partido donde aparecieron banderas con leyendas que decían “Diego en los corazones, Italia en los cantos” y “Maradona, Nápoles te ama, pero Italia es nuestra patria”.
Maradona, el Pelusa, se quedó un año más, siete en total. El resto es historia, con sus aciertos y desaciertos. Nápoles y Maradona fueron y siempre serán uña y carne. El dolor que abrumó la ciudad en estos días tiene una sola explicación, un solo corazón, un sólo latido, una sola canción “o mamma, mamma mamma”.
“Se va un pedazo de la memoria épica de la ciudad de Nápoles. Maradona ya es parte de nuestra cultura, como el pastor de un pesebre o un santo patrono laico. Una figura inmensa que encontró a Nápoles y que Nápoles lo encontró a él. Maradona no ha sido el más grande, sino el único en su categoría”, dijo el jueves 26 el escritor napolitano Maurizio De Giovanni.
“Hizo soñar a un pueblo entero y aquí en Nápoles es más importante que San Gennaro [2]. Diego no ha muerto, Diego es eterno”, detalló Gennaro Gattuso, antiguo adversario en las canchas y actual entrenador del Nápoles.
Y a mí que no soy napolitano y que nunca hinché por el equipo que fue de Maradona; a mí que en su momento le grité y que hasta lo puteé en mil idiomas cuando metía un gol (o más de uno) a mi equipo; a mí que todavía tengo en algún lugar el VHS con los “100 mejores goles de Maradona” y no me canso de mirar el famoso gol de tiro libre contra la Juve [3], no me queda otra que hacer mío lo que dice el maestro Víctor Hugo Morales «…la infancia se terminó y para mí también ha terminado una etapa de mi vida”.
Notas
1. “Oye mamá, ¿sabes porque me late el corazón? He visto a Maradona y enamorado estoy”
2. Santo patrono de Nápoles.
3. https://youtu.be/KZnjHKuO_7A
Fuente: Rel UITA