Desde que Mohamed Bouzizi se dio fuego, en el Mediterráneo no deja de haber mareas vivas. Parecía que fuera un fenómeno que solo afectaba a la ribera sur, y en cambio, Italia lleva días notando las consecuencias. Primero fue la migración masiva de tunecinos en pateras hacia las islas de Lampedusa. Ya han llegado 3.000. […]
Desde que Mohamed Bouzizi se dio fuego, en el Mediterráneo no deja de haber mareas vivas. Parecía que fuera un fenómeno que solo afectaba a la ribera sur, y en cambio, Italia lleva días notando las consecuencias.
Primero fue la migración masiva de tunecinos en pateras hacia las islas de Lampedusa. Ya han llegado 3.000. Otros dicen 4.000. Pagan en torno a 1.000 euros por el viaje: un gran negocio para los traficantes que organizan las travesías. A este éxodo masivo lo llaman retóricamente en la prensa «emergencia bíblica». Según la crónica de Francesco Viviano y Alessandra Ziniti, la isla de Lampedusa no puede acoger a más gente. El ministro del Interior, Roberto Maroni (Liga Norte) que se negaba a reabrir el Centro de Permanencia Temporal, ha tenido que ceder. Pero en los 850 puestos previstos se alojarán 2.000 chicos. Se han creado puentes aéreos que transportan a estos «inmigrantes», que en realidad son refugiados, a los Centros de Permanencia Temporal de Bari y Crotone, o sea a cárceles. También se les trasladará con ferrys. Afortunadamente han sido días de buena mar, pero aún así ya se han producido las primeras víctimas. El sábado por la tarde se hundió una patera en las aguas del golfo de Gabes en el sur de Túnez y murió un joven. Ayer llegó la noticia del hallazgo de una barca neumática con cuatro cadáveres a bordo frente a las costas de Sfax. Se habla ya de otros treinta muertos en otro hundimiento provocado por un espolonazo de una motonave tunecina. La situación en la isla es dramática: 1.500 personas están encerradas en el campo de fútbol de Lampedusa vigilados por unos diez carabineros. Otras 700 están en el muelle. Duermen al aire libre, y por suerte no ha llovido estos días. El portavoz del gobierno tunecino ha calificado de «inaceptable» la hipótesis de desplegar fuerzas de seguridad italianas en Túnez para detener el flujo de inmigrantes. También dijo que la propuesta era previsible dado que la había formulado un ministro [Maroni] «de extrema derecha racista». A su vez, el ministro italiano Maroni se queja de que la UE les ha dejado solos. El ministro de Asuntos Exteriores italiano acudirá hoy a Túnez. 27 embajadores ante la UE se reunirán el miércoles. A lo mejor siguen intentando frenar el mar con tapones de corcho.
La segunda marea viva se advirtió ayer en 230 plazas de toda Italia, más otras 60 en el extranjero. Las organizadoras dicen que fueron un millón. Un millón de mujeres que reivindicó su dignidad pisoteada durante años de berlusconismo, de mercantilización del cuerpo. La de Roma se celebraba en Piazza del Popolo, adonde resultaba dificilísimo llegar del gentío que había. Un grupo numeroso de estudiantes y feministas optó por una manifestación «salvaje» que atravesó el centro de la ciudad, llegó a Palazzo Chigi (sede del gobierno), rompió el cordón policial (nunca había visto caer una barrera de policías tan limpia y rápidamente) y ocupó simbólicamente la plaza del Parlamento.»Nos gusta el sexo, no el bunga bunga», «Contra el gobierno patriarcal, huelga general», «Somos mujeres, ni santas ni vírgenes», «Dimisión, dimisión». Llamaban mucho la atención los eslóganes con alusiones a Egipto: «Somos todas egipcias». «Berlusconi como Mubarak».
Algo ha cambiado desde las revueltas de Túnez y Egipto. No hay reality que pueda maquillar la potencia de la realidad. No hay muro que pueda frenar el deseo de justicia y el aliento de libertad.
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