El artículo cuya traducción castellana reproducimos a continuación se publicó originalmente en inglés el pasado 8 de noviembre, tras la primera de las dos vueltas de que constan las elecciones municipales griegas. La segunda vuelta, celebrada el pasado día 14, confirmó esencialmente el dictamen de sus autores sin modificar en nada substancial su análisis.
Las elecciones locales del pasado domingo en Grecia han sido cosa insólita. Siendo importantes como eran para la gestión de las autoridades locales, las elecciones municipales nunca se han considerado cruciales para la supervivencia del gobierno. Pero en esta ocasión el primer ministro griego envió un extraño ultimátum al electorado: o votáis a los candidatos regionales y municipales del Pasok o dimitiré, convocaré elecciones generales y por consiguiente hay quienes perderán la confianza en Grecia que tanto ha costado conseguir, con nefastas consecuencias para la gente del común.
Este gambito tan extraordinario, ¿era la petición veraz de un renovado mandato democrático o el farol desesperado de un jugador al que se le agotan las fichas? El gesto de Yorgos Papandreu indica la naturaleza febril de la política griega tras las medidas de austeridad y reestructuración impuestas al país por el FMI y la UE a cambio de un préstamo de 110.000 millones de dólares. Los recortes salariales de los funcionarios y los de las pensiones de hasta un 30% y el aumento de los impuestos directos y del IVA han llevado a tan frágil economía a una profunda depresión. El desempleo juvenil se cifra en torno al 30%, a medida que el sector privado emplea las medidas para eliminar puestos de trabajo y minar aún más las formas de protección laboral que vienen de antiguo.
El gambito de Papandreu se puede explicar por una volatilidad económica y política sin precedentes. Los griegos se han visto bombardeados durante los últimos dos meses con mensajes optimistas según los cuales las medidas están teniendo éxito a la hora de reducir el déficit, aumentar los ingresos fiscales, cambiar décadas de bajo rendimiento funcionarial y liberar la iniciativa privada. El apoyo ofrecido por los medios de comunicación impresos o electrónicos ha resultado tan generoso como para suscitar la envidia de Silvio Berlusconi. Papandreu ha llevado su mensaje penitencial a las principales capitales europeas mientras un puñado de funcionarios del FMI-UE se han instalado en Atenas, comportándose a todos los efectos como administradores de un territorio bajo mandato.
Pero la realidad es muy diferente de la halagüeña imagen proyectada. En el último mes, el diferencial entre los bonos soberanos alemanes y griegos se han incrementado a niveles desconocidos desde la aprobación del préstamo del FMI y la UE. El aumento del coste de asegurar los bonos griegos significa que los mercados esperan que el país no pague. La idea del impago, de reestructurar la deuda, incluso de abandonar la eurozona, se denunciaba hasta hace poco como extremista y catastrófica. Pero tras las enmiendas de Angela Merkel al mecanismo de apoyo, parece más probable la restructuración de la deuda, y los ministros más importantes han comenzado a preparar a la opinión pública para dicha eventualidad.
Las intensas manifestaciones y huelgas de esta primavera remitieron con las vacaciones veraniegas. Pero el clima se ha ido recalentando desde septiembre, conforme la gente empieza a sentir el efecto de las medidas en su paquete salarial. Las encuestas de opinión muestran de forma consistente que hay una gran mayoría opuesta a las medidas y un extendido desencanto con los partidos de centro-izquierda y centro-derecha que, alternándose, han gobernado el país y han llevado a un déficit y a una deuda cada vez más ingentes. Si bien la aniquilación del sector público ha reducido el déficit, los ingresos fiscales se están quedando rezagados respecto a las exigencias del FMI y el esperado recálculo al alza del déficit de 2009 significa que habrán de imponerse el año próximo medidas de austeridad aún más rigurosas. Tras un «éxito» tan pregonado, la economía se tambalea, los problemas sociales se multiplican y la élite política se ve incapaz de gestionar la crisis. El contrato social de postguerra se da por muerto y la soberanía del país no anda mucho mejor.
Puede entenderse con este trasfondo el ultimátum de Papandreu. Su gobierno fue elegido en octubre de 2009 sobre la base de un programa socialdemócrata, y carece de mandato para imponer las medidas neoliberales más amplias registradas en Europa. Ya sea que Grecia no pague o que solicite un severo «pelado» de la deuda o que imponga nuevas y más severas medidas, las tranquilizadoras declaraciones de Papandreu se verán de nuevo como algo que no vale ni el papel en que están escritas. Por esa razón el gobierno convirtió las elecciones municipales en un referéndum, chantajeando al electorado y tratando de conseguir carta blanca para llevar cabo nuevos recortes, además de la privatización de las joyas del país (energía, comunicaciones y transporte) a medida que lo exija el FMI. Pero, decididamente, las elecciones de ayer no le han otorgado ese mandato.
En un país en que la participación suele llegar habitualmente al 80%, se abstuvo un 45% del electorado y otro 10% emitió un voto nulo. El Pasok recibió aproximadamente un 34% del voto, Nueva Democracia, principal partido de la oposición, el 32%, y los comunistas, el 11%. Los tres partidos de la izquierda radical que no habían logrado presentar candidatos comunes recogieron cerca de un 12% del voto. Si la izquierda en su sentido más amplio hubiera creado un frente unido contra las medidas, habría surgido como bloque hegemónico enfrentado a la lógica neoliberal de las élites dominantes. A la vista de estos resultados, un Papandreu demacrado y exhausto anunció que no convocará elecciones pero continuará con la puesta en práctica de las medidas.
¿Cómo puede explicarse una participación tan baja y un voto nulo ambos sin precedentes ? Nos recuerda al Ensayo sobre a lucidez, la maravillosa parábola política del Premio Nobel José Saramago, en la que los ciudadanos de una capital anónima emiten de forma masiva su voto en blanco en dos elecciones nacionales consecutivas. El gobierno de derechas considera esto un acto de alta traición y declara el estado de emergencia. Finalmente, el gobierno abandona la capital esperando que el desorden consiguiente haga recapacitar a los electores. Sin embargo, la vida continúa pacíficamente.
También en Grecia los ciudadanos comunes y corrientes se han resistido a las medidas no yendo a votar. Abstenerse o emitir un voto nulo en un país enormemente politizado es un hecho político de grandes consecuencias que deja al gobierno sin mandato para continuar con sus medidas. Es el equivalente griego de la consigna argentina «que se vayan todos» [1] dirigida a las élites que habían llevado al país a la bancarrota en diciembre de 2001.
La crónica de una muerte anunciada de la economía, cuyos autores son el FMI y la UE, se moverá hacia el final de la partida con los plenipotenciarios bancarios para que firmen el certificado de defunción del Estado del Bienestar, pero la resistencia popular tiene hoy más posibilidades de concentrarse. Las huelgas, las manifestaciones y el malestar social decidirán el futuro del país en los meses venideros. Los griegos tienen un orgulloso historial de resistencia a la dominación foránea y del país. Lo que hoy necesitan son nuevas ideas, nueva gente y formas de convergencia, si ha de surgir una nueva política de la actual debacle. Y en esta dirección la izquierda más amplia, el único grupo no implicado en las crisis de la deuda y la corrupción, tiene un papel principal que desempeñar.
NOTA T.: [1] En español en el original.
Costas Douzinas es profesor de Derecho en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Entre sus libros están The End of Human Rights y Human Rights and Empire. Petros Papaconstantinu es columnista del diario Kazimerini.
Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón
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