El aleteo atronador del helicóptero gubernamental que está aterrizando a poca distancia indica que el mitin está a punto de comenzar. Unas 3.000 personas, sentadas en bancos de madera flanqueados por puestos que venden cerveza y salchichas, esperan a la canciller Angela Merkel en la Marktplatz de Cloppenburg, una ciudad mediana en el norte de […]
El aleteo atronador del helicóptero gubernamental que está aterrizando a poca distancia indica que el mitin está a punto de comenzar. Unas 3.000 personas, sentadas en bancos de madera flanqueados por puestos que venden cerveza y salchichas, esperan a la canciller Angela Merkel en la Marktplatz de Cloppenburg, una ciudad mediana en el norte de Alemania.
La banda toca un éxito pop del año pasado, Ich muss mal eben kurz die Welt retten, algo así como «Perdona un momento, que tengo que salvar el mundo«. Un guiño irresistible para el presentador del acto electoral de la Unión Democristiana (CDU) para las elecciones federales del 22 de septiembre: «Así es, la canciller está ocupada en salvar el mundo». Una tarea nada fácil como demuestra un pequeño grupo de egipcios que en este momento alzan carteles para protestar contra el golpe de Estado en su país.
«La crisis en Europa aún no ha acabado»
Finalmente, Merkel, la gran favorita para las elecciones de septiembre y la dirigente política más popular del país, toma la palabra en esta anodina plaza de la Baja Sajonia rural. «La crisis en Europa aún no ha acabado», advierte al público. «Los alemanes somos solidarios, porque Europa tiene muchas ventajas para nosotros», añade con respecto a los rescates de los países en crisis, «pero sólo somos solidarios si los otros hacen sus deberes».
En España, Portugal o Grecia saben muy bien en qué consisten estos deberes. Además de aplicar unos recortes brutales del gasto público, que truncan el Estado del Bienestar, Merkel, al igual que la Comisión Europea o el Fondo Monetario Internacional (FMI), no para de exigir reformas laborales que se pueden resumir básicamente en más flexibilidad y menos salario. En sus visitas a Madrid, Roma o Lisboa, los ministros alemanes nunca se olvidan de poner a su país como ejemplo de que estas recetas funcionan. «Hace diez años, Alemania era el hombre enfermo de Europa», recuerda Merkel desde la tribuna en un caluroso día de agosto. «Hicimos las reformas y ahora les toca hacerlo a otros», añade.
Estas reformas de las que Merkel alardea son, en realidad, obra de su antecesor en la cancillería de Berlín, el socialdemócrata Gerhard Schröder. Con motivo del décimo aniversario de la llamada «Agenda 2010», este año se ha hecho balance de los resultados del macropaquete de recortes sociales y reformas laborales que acabaron costándole el puesto a Schröder y auparon al poder a Merkel en 2005. Ante un paro récord de cinco millones de personas a principios del siglo, el gobierno de SPD y verdes optó por facilitar la creación de trabajos más baratos, más flexibles y con menos protección legal y social, los famosos minijobs. Desde entonces, el paro ha caído por debajo de los tres millones de personas, una tasa del 6,8% que es la envidia de Europa.
Sin embargo, uno de cada cuatro alemanes trabaja hoy por un minisalario que, en algunos casos, puede ser de tan sólo uno o dos euros la hora. Los trabajos a tiempo parcial, normalmente minijobs, han crecido más que los trabajos a jornada completa y ya ocupan a casi 7,5 millones de personas. Hay 1,3 millones de trabajadores que reciben también el paquete que combina subsidios sociales y de paro, conocido popularmente como Hartz IV. De esta forma, el Estado, efectivamente, subvenciona a trabajadores baratos para las empresas.
El argumento de los defensores de la Agenda 2010 es que el sector de minijobs facilita la entrada o reintegración en el mercado laboral y que estas personas acaban encontrando trabajos mejores a jornada completa. Pero, según un estudio de mayo pasado de la federación de sindicatos DGB, hay dos millones de trabajadores que no salen nunca de la espiral de encadenar un trabajo precario tras otro. Los efectos de los bajos salarios también se hacen notar en el aumento de la pobreza infantil, sobre todo en zonas del Este de Alemania o en la cuenca del Ruhr. Y muchos recién jubilados descubren que su pensión no alcanza para una vida digna. La desigualdad aumenta sin parar.
El motor de Europa
Desde fuera se ve de nuevo a Alemania como el motor de Europa, una economía que resiste a la crisis que azota al resto del continente y que este año desbancará a EEUU como segundo país exportador del mundo detrás de China. Puede resultar sorprendente entonces que, según las encuestas, la principal preocupación de los votantes alemanes sea el aumento de las desigualdades y la pobreza, mucho más que el reciente escándalo por el espionaje de ciudadanos comunes por la agencia norteamericana NSA.
Merkel, por supuesto, lo sabe. Mientras intenta imponer a los países en crisis las recetas laborales de la Agenda 2010, en su propia tierra se afana por arreglar los efectos nocivos de estas mismas fórmulas. Así ocurrió hace dos años cuando el abuso de las agencias de trabajo temporal (ATT) había adquirido dimensiones preocupantes, ya que cada vez más empresas despedían a empleados de la plantilla y los sustituían por personal externo más barato. El Gobierno de coalición de la CDU y los liberales del FDP aprobó una ley que obliga a las ATT a aplicar al menos el salario mínimo que marca el convenio sectorial.
«La economía social de mercado no es compatible con la explotación», subraya la canciller en el mitin de Cloppenburg. Tras la regulación de los salarios de las ATT muchos empresarios descubrieron otra vía para pagar lo mínimo posible a sus trabajadores: los contratos por obra (Werkverträge). Estos permiten a las empresas subcontratar servicios sin asumir responsabilidad alguna por el personal que emplea la subcontrata. Así, por ejemplo, algunas cadenas de supermercados externalizan el reabastecimiento de sus almacenes. Las empresas subcontratadas mandan trabajadores a llenar las estanterías por salarios miserables.
Ovejas negras
La propia comarca de Cloppenburg últimamente ha salido mucho en las noticias sobre los abusos de los Werkverträge. «En su región también hay ovejas negras que se aprovechan sin vergüenza de estos mecanismos», recuerda Merkel al público de esta región agrícola de infinitas praderas verdes, uno de los principales centros de la industria de carne en la carnívora Alemania. Las grandes empresas agroalimentarias de la zona subcontratan el procesamiento de reses y ganado porcino en sus gigantescos mataderos. Las subcontratas traen trabajadores extranjeros, sobre todo de Europa del Este, que viven hacinados en barracones y trabajan jornadas infinitas a cambio de un salario que a veces no llega a tres euros la hora.
Justo el día anterior a la visita de Merkel a Cloppenburg, la ministra de Trabajo, Ursula von der Leyen, hija de un expresidente de Baja Sajonia, había arrancado de algunos fabricantes de carne de la región el compromiso de negociar un salario mínimo para los trabajadores con contratos de obra. En su discurso, la canciller agradeció esta gestión a la popular ministra, lo más parecido a un rival interno de Merkel en la CDU, y anunció que el modelo se ampliará a otros sectores donde existen abusos.
«Los grandes agricultores se lo han tenido que tragar», explican Hannes y Frederik, de las juventudes socialdemócratas, que han montado un puesto de propaganda electoral del SPD cerca del Marktplatz, en la zona peatonal de Cloppenburg, entre heladerías y tiendas de ropa de ocasión. Aseguran que muchos de los líderes democristianos de la comarca son empresarios de mataderos. Cuentan que en la población hay mucha sensibilidad por la explotación de estos trabajadores rumanos o húngaros, sobre todo desde que el modelo de los contratos por obra ha comenzado a expandirse también a los comercios. Hannes y Frederik no rebosan optimismo respecto a las posibilidades electorales de su partido en este bastión conservador –en las últimas elecciones la CDU se llevó aquí el 60% del voto-. Y mucho menos ahora que los democristianos les han robado uno de los principales temas de su campaña local: la explotación en los mataderos.
Salario mínimo
Algo parecido le pasa al SPD a nivel nacional. La campaña socialdemócrata gira alrededor de la defensa de un salario mínimo nacional de 8,50 euros por hora, lo mismo que exigen los verdes, sus potenciales socios de gobierno. Die Linke, la formación de izquierda, mejora esta cifra hasta 10 euros. A diferencia de la mayoría de los países de su entorno, en Alemania no existe un salario mínimo a nivel nacional y marcado por ley. Sindicatos y patronales negocian ese mínimo vinculante en cada sector, pero aún quedan algunas partes de la economía sin este suelo salarial.
En otro giro estratégico sorprendente, la CDU de Merkel ahora también defiende un salario mínimo nacional. Incluso baraja la cifra de los 8,50 euros que ofrece la competencia política. La diferencia es que los conservadores prefieren que sean los agentes sociales, y no el gobierno, quienes establezcan esta tarifa a través de los convenios salariales y que luego pasen a ser obligatorios por ley. El socio de coalición FDP, que hace tiempo muestra su versión más neoliberal, no llega tan lejos, pero su presidente Philipp Rösler afirmaba hace poco: «No queremos un modelo de negocio que se basa en salarios de tres euros». Ya es algo.
La maldición de la Agenda 2010
La Agenda 2010 de Schröder persigue a los socialdemócratas hasta hoy. Algunos dirigentes se han desmarcado de algunas de las reformas, como la subida de la edad de jubilación a 67 años, aunque no así el candidato del SPD, Peer Steinbrück. Es una ironía cruel para los socialdemócratas que la canciller ahora se apunte los éxitos de la reforma que le costó tan cara a su antecesor en cuanto a las cifras macroeconómicas -bajada de paro y crecimiento del PIB-, y al mismo tiempo se empeñe en arreglar los efectos más negativos de las medidas, neutralizando así buena parte del programa del SPD.
A pocas semanas de la cita con las urnas hay pocas dudas de que Merkel seguirá como jefa del Gobierno alemán. Menos claro es, sin embargo, con quién gobernará. El FDP corre peligro de quedarse por debajo del umbral del 5% del total de los votos, necesario para entrar en el Parlamento. Pero también podría ocurrir que los dos actuales socios de gobierno no consigan renovar su mayoría absoluta, en cuyo caso todo apunta a una gran coalición entre CDU y SPD bajo Merkel. A estas alturas pocos esperan un triunfo de socialdemócratas y verdes, que han descartado pactar con Die Linke.
Crisis en Europa
La gestión de la crisis en Europa también da alas a la canciller. La oposición ha criticado la política de austeridad sin compromiso que Merkel impone a los países rescatados –Steinbrück la acusó de practicar mobbing contra Grecia-. Pero en el SPD saben que la aparente mano dura de Merkel con la periferia en crisis es muy popular con la mayoría de los alemanes, según confirman las encuestas. Seguramente ayuda la cobertura del tema por parte de la prensa alemana, desde el diario sensacionalista Bild hasta la revista política Der Spiegel, que confirma, día sí y día también, el estereotipo del ciudadano mediterráneo despilfarrador.
«Merkel juega a ser la schwäbische Hausfrau (ama de casa de la muy austera región de Suabia) que retiene el dinero», comentó Heribert Prantl en el diario Süddeutsche Zeitung. «Esto funciona sobre todo gracias a la crítica hostil a Merkel desde el sur de Europa».
Lars, un joven militante de la CDU que controla los accesos a la zona de invitados del mitin en Cloppenburg, dice lo que muchos alemanes piensan. «¿Por qué deberíamos pagar nosotros por los pecados de otros países?», se pregunta. Un señor mayor apostado en la verja expresa ciertas dudas después de haber escuchado el discurso: «La Merkel no ha dicho toda la verdad sobre Europa». Sus sospechas se confirmarían días después cuando el ministro de Finanzas, el democristiano Wolfgang Schäuble, rompía un tabú y admitía, por primera vez, que Grecia necesitará un nuevo rescate, algo que todos los economistas dan por hecho desde hace tiempo.
Merkel y Schäuble tampoco suelen contar que ya han dejado de ser tan intransigentes con los supuestos pecadores como quieren hacer creer a su electorado. Así, Berlín permitió la flexibilización de los objetivos de déficit de España y Portugal. No pocos comentaristas vaticinan que Merkel va a modificar su política europea, una vez superada la prueba electoral.
Quizás la mayor aportación que Merkel puede hacer para corregir los desequilibrios en la zona euro tenga que ver con su política doméstica. Aunque la actuación contra los salarios de dumping en Alemania responde a la creciente preocupación de los alemanes por las desigualdades y la pobreza de algunas capas de la sociedad, una subida de las remuneraciones de los trabajadores beneficiaría el consumo interno de la mayor economía de Europa. Hace tiempo que economistas, desde la izquierda hasta el FMI, exigen a Alemania que reactive el consumo doméstico para que sus ciudadanos compren más a otros países.
Igual eso no será suficiente para «salvar el mundo», pero sería un paso importante para aliviar las maltrechas economías de España, Portugal y otros mercados proveedores de Alemania. El renombrado sociólogo Ulrich Beck duda de que Merkel tenga una visión tan estadista y desinteresada. «Parece que a Angela Merkel realmente no le interesa en primer lugar salvar países endeudados», escribe en su libro Das Deutsche Europa (La Europa alemana), «antes que todo, quiere ganar elecciones en Alemania».
Fuente: http://www.lamarea.com/2013/09/14/merkel-quiere-salarios-dignos-en-alemania/