Es importante decir que el crecimiento de la economía de un país no implica que los niveles de pobreza de ese país se vayan a reducir. Este es un mito que parece haberse extendido eficazmente en la mentalidad de muchos guatemaltecos, especialmente la clase media urbana, y que los hace bastante proclives a aceptar sin […]
Es importante decir que el crecimiento de la economía de un país no implica que los niveles de pobreza de ese país se vayan a reducir. Este es un mito que parece haberse extendido eficazmente en la mentalidad de muchos guatemaltecos, especialmente la clase media urbana, y que los hace bastante proclives a aceptar sin mayor cuestionamiento el discurso del empresariado tradicional.
Tal mito se fundamenta en la tradicional «teoría de derrame» que dice que si la riqueza aumenta en las clases económicas superiores, tal riqueza se derramará, llegando a todos los estratos de la sociedad y aumentado la calidad de vida de todos. Esto no puede estar más alejado de la realidad, la cual nos ha enseñado que si la riqueza aumenta , ésta no necesariamente se derrama, sino más bien, se acumula en la élite económica mientras los demás apenas reciben gotas de esa riqueza, si es que algo.
Por eso, cuando veo al empresariado tradicional guatemalteco hablar sobre la necesidad del crecimiento de la economía como la manera más eficaz para combatir la pobreza, dejar por un lado el coeficiente Gini (el de Guatemala es de 57.6, uno de los más altos del mundo) que sirve para medir la desigualdad de un país, se fortalece mi escepticismo sobre su discurso de querer reducir la pobreza.
Ante esto, el reto es pensar en un modelo económico en el que todos tengan cabida y no sólo unos pocos. Un reto difícil, porque no es solo un reto económico, sino también social y por supuesto, político. Reducir la pobreza pasa por reducir también el racismo, el machismo y la corrupción asegurando la democratización de las oportunidades de desarrollo humano. Pero no se puede cambiar sino se cuestiona primero y a profundidad el actual sistema de muerte que impera en Guatemala, que ha hecho que normalicemos situaciones tan extremadamente violentas como que 1 de cada 2 niños sufra desnutrición crónica.
La pobreza todavía es impactante para muchos de quienes tenemos asegurados los tres tiempos de comida cada día, pero debemos poder ser capaces de comprender que la pobreza es más una consecuencia que una causa. La pobreza es a una sociedad lo que la fiebre es al cuerpo humano. Sirve de alerta para indicar que algo no está funcionando bien, pero no es ella la causante del problema.
Las estadísticas que nos asustan, esas que ponen a Guatemala en los peores lugares de índice de desarrollo humano, están amarradas a una historia de negación de la humanidad de grandes grupos poblacionales, a quienes se les ha y se les sigue estigmatizando, haciéndolos más vulnerables a las condiciones de pobreza y pobreza extrema. El cinismo que ha acompañado a mucho del discurso por el progreso, debe ser cambiado si buscamos tener una sociedad más equitativa. Basta de recurrir a estereotipos absurdos para justificar la exclusión de varios grupos: No, los indígenas no son por naturaleza necios y huevones. No, a las mujeres no les corresponde por obligación quedarse en la casa y dedicarse a parir y cuidar niños. No, los pobres no son pobres porque quieren ser pobres. No, los jóvenes no son delincuentes e inmaduros.
La pregunta, a mi parecer, no es cómo combatir la pobreza sino cómo combatir la enfermedad que la causa. La respuesta, creo, pasa por ser escépticos del discurso de quiénes se han beneficiado de mantener a muchas personas en los límites de la supervivencia; en cuestionarnos a nosotros mismos para ser capaces de pensar en un mundo más vivible para todos.
Andrea Tock. Área de Estudios sobre Imaginarios Sociales de AVANCSO
Columna difundida por Noticiero Maya K’at de la Federación Guatemalteca de Educación Radiofónica FGER el 16 de diciembre del 2014: http://avancso.codigosur.net/article/mitos-neoliberales-y-estigmatizaciones-ver-mas-all/