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Monseñor Romero y la visita de Obama a El Salvador

Fuentes: Rebelión

La visita del presidente Barack Obama a El Salvador se da en la misma semana de la conmemoración del asesinato de Monseñor Romero. Es la primera visita del actual huésped de la Casa Blanca al gobierno que tomó posesión hace dos años. Como si no fueran pocas las casualidades, el interlocutor de Obama es un […]

La visita del presidente Barack Obama a El Salvador se da en la misma semana de la conmemoración del asesinato de Monseñor Romero. Es la primera visita del actual huésped de la Casa Blanca al gobierno que tomó posesión hace dos años. Como si no fueran pocas las casualidades, el interlocutor de Obama es un presidente quien ha declarado en varias ocasiones que su inspiración ética está en Monseñor Romero. Tampoco es despreciable el hecho de que una de las estaciones del viaje de Obama incluye una visita a la tumba del Arzobispo mártir.

El 17 de febrero de 1980, Monseñor Romero escribía una carta al presidente estadounidense Jimmy Carter, en la que le exponía su preocupación acerca del destino de la ayuda económica que su gobierno daba a El Salvador. No era una novedad para nadie que la ayuda estadounidense servía -y siguió sirviendo durante toda la guerra- para financiar las acciones represivas del Estado salvadoreño.

«Me preocupa bastante la noticia de que el gobierno de Estados Unidos esté estudiando la manera de favorecer la carrera armamentista de El Salvador enviando equipos militares y asesores para ‘entrenar a tres batallones salvadoreños en logística, comunicaciones e inteligencia’.»-escribe el Arzobispo.-«En caso de ser cierta esta información periodística, la contribución de su gobierno en lugar de favorecer una mayor justicia y paz en El Salvador agudizará sin duda la injusticia y la represión en contra del pueblo organizado que muchas veces ha estado luchando porque se respeten sus derechos fundamentales».

En su misiva, Romero expone su preocupación por que la intervención «de potencias extranjeras» conllevara a frustrar al pueblo salvadoreño, a reprimirlo y a impedirle «decidir con autonomía sobre la trayectoria económica y política que debe seguir nuestra patria».

El gobierno salvadoreño que recibía la ayuda de la Casa Blanca no es el mismo gobierno de hoy. Tampoco lo es el contexto histórico: El Salvador sigue siendo un país violento, pero, citando el título de una novela española, desde 1992 «ha estallado la paz». Con todo esto, la presencia de Monseñor Romero es el telón de fondo de la visita del sucesor de Jimmy Carter, treinta y un años después.

Jimmy Carter y Barack Obama comparten algo más que el simple hecho de ser ambos miembros del Partido Demócrata. Carter sucedió en el poder a Gerald Ford, a quien le tocó terminar el período presidencial de Richard Nixon, «Tricky Dicky», forzado a renunciar tras el escándalo de Watergate. Carter era una cara nueva, que venía a insuflar esperanzas y a restituir la credibilidad de la primera magistratura norteamericana. Además, su discurso estaba orientado a la defensa de los derechos humanos. Hizo de este último el eje de su política exterior.

Barack Obama también ascendió al poder tras un gobierno republicano desastroso, el de las dos administraciones de George W. Bush. El candidato demócrata y su crítica a los errores de Bush hijo, incluyendo su política belicista y sus recortes del gasto público, crearon esperanzas en que las cosas podían cambiar en Estados Unidos. «Sí se puede» fue su lema de campaña.

Pero las buenas intenciones de Carter, si es que existían, tuvieron que condicionarse a las exigencias de los poderes económicos y militares reales en Estados Unidos. Su discurso de defensa de los derechos humanos se contrastaba con la política intervencionista en Afganistán y el apoyo a los regímenes militares en Centroamérica. Lo mismo le ocurre al presidente Obama en Medio Oriente o en Libia. Con lo que respecta a Latinoamérica, prosigue la política de desestabilización de los regímenes del «eje del mal», Venezuela, Bolivia y Ecuador. En todo caso, en política, las buenas intenciones no bastan.

La preocupación que Monseñor Romero le expresara a Jimmy Carter en su carta, con relación al destino de la ayuda estadounidense sigue teniendo validez. Romero admitía que el país necesitaba ayuda económica, pero no una ayuda para la destrucción, sino una ayuda cuyos fines deberían ser definidos por el consenso del pueblo salvadoreño. En otras palabras, para el Arzobispo, la ayuda que el país necesitaba era ayuda para fortalecer su autonomía, no para imposibilitarla.

Se está muy lejos de construir esa autonomía como país. En contra se esgrimen argumentos como «no podemos mantenernos al margen de la globalización», o «en Estados Unidos viven más de un millón de salvadoreños y no podemos estar al margen de ese país», etc.

Acerca de lo primero, el economista Luis de Sebastián escribió en su libro El rey desnudo (Trotta, Madrid, 1999) que querer jugar en la globalización a cualquier precio es una apuesta peligrosa. «Un país se expone más a los dictados de los mercados de capitales cuanto menos ahorro interno tiene. Ahorremos más, ofrezcamos nuestros ahorros a las empresas y las administraciones públicas y no dependeremos tanto del ahorro extranjero ni seremos tan vulnerables a las malas consecuencias de los movimientos de capitales» (p. 60). La actual crisis económica, empeorada por la subida de los precios del petróleo en el mercado mundial, nos golpea con mayor dureza en la medida en que no sólo carecemos de ahorro interno, sino que dependemos directamente de la economía estadounidense, por la doble vía de las remesas y por la dolarización.

Sobre lo segundo, no es un criterio válido aducir el tema migratorio como excusa para abdicar de la libre determinación. Una cosa es buscar relaciones respetuosas con Estados Unidos como con cualquier país y otra cosa es la sumisión -la protesta del canciller ante las expresiones de Charlie Sheen son una caricatura de lo que debería ser la búsqueda de una relación respetuosa con Estados Unidos.

Se está muy lejos, además, de pensar que la política exterior de los Estados Unidos esté orientada al fortalecimiento de la autonomía del país. Es dudoso que esta gira, por muy simbólica que sea la visita de Obama a la tumba de Monseñor -cosa que les ha dolido, por cierto, a los miembros de ARENA, quienes suspiran por que también se incluya la sepultura de D’Aubuisson en la agenda de Obama-, sea un punto de inflexión en la política exterior de Estados Unidos y con ello se revierta más de un siglo de intervencionismo en Centroamérica. Así, pues, cambia el destinatario, pero lo señalado por Romero en su carta de 1979 sigue teniendo preocupante vigencia.

Publicado anteriormente en: http://www.contrapunto.com.sv/columnistas/monsenor-romero-y-la-visita-de-obama

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.