Giaime Pala es un historiador italiano afincado en Barcelona desde hace más de un década y es miembro de los consejos de redacción de las revistas mientras tanto y Segle XX. Revista catalana d’història. Su tesis doctoral, «Teoría, práctica militante y cultura política del PSUC (1968-1977)», fue dirigida por el profesor y filósofo Francisco Fernández Buey.
-Me gustaría preguntarte sobre la siempre compleja situación política italiana. Antes de entrar en lo más reciente, para situarnos mejor, déjame ubicarme en la dimisión de Berlusconi. ¿Quién hizo dimitir a Berlusconi? ¿Fueron acaso los escándalos judiciales los que lo acorralaron?
-Vaya por delante que, de momento, nadie parece conocer toda la verdad acerca de lo ocurrió en 2011. Nos faltan demasiados datos para ello. De modo que yo tampoco tengo un cuadro orgánico de los acontecimientos que llevaron a la dimisión de Silvio Berlusconi en noviembre de 2011. Sólo los historiadores del futuro podrán reconstruir esta historia con la debida exhaustividad. Aún así, soy de la opinión de que, a la luz de lo que sabemos, un relato coherente de los hechos debería incluir algunos puntos de análisis.
-Adelante con ellos.
-El primero es el desgaste de Berlusconi y de su gobierno: a partir de mediados de 2010, la prensa empezó a publicar las primeras noticias sobre la vida sexual de Il Cavaliere y algunos casos de presunta corrupción económica que afectaron su imagen social; y a partir de 2011, la sintonía entre los ministros de su gobierno ya no era tan buena como antes. El ejemplo más evidente es el del otrora todopoderoso Ministro de Economía, Giulio Tremonti, quien empujaba para «mantener las cuentas en orden» ante un panorama económico potencialmente inestable. Eso significaba aumentar los impuestos y recortar el gasto público, algo a lo que Berlusconi no estaba dispuesto a acceder de ninguna manera. El resultado fue un conflicto entre los dos que se resolvió con la visible pérdida de influencia de Tremonti, un político harto apreciado en los ambientes internacionales.
Un segundo factor a tener en cuenta es la mala relación que Berlusconi mantenía con Nicolas Sarkozy y Angela Merkel. Esto es algo del que los periódicos hablaron bastante en aquellos meses y que era una suerte de secreto a voces. Berlusconi era un político ciertamente populista y pintoresco, pero demasiado imprevisible y, en parte, incontrolable para el eje «París-Berlín». Cuando dimitió como presidente del gobierno italiano, ni Merkel ni Sarkozy ocultaron su satisfacción. Esta mala relación debió de empeorar si es cierta la noticia que dio el economista alemán Hans-Werner Sinn el año pasado de que, en otoño de 2011, Berlusconi empezó a negociar la salida de Italia del euro para hacer frente a la crisis.
-¡Lo ignoraba!
-No se ha hablado mucho de ello. En cualquier caso, cabe suponer que la posición de «Merkozy» en aquellos meses no fuera exactamente favorable para Berlusconi.
En tercer lugar, hay que mencionar el papel del presidente de la República italiana, Giorgio Napolitano. Hasta hace unas semanas, la vulgata de esta historia decía que Napolitano se limitó a nombrar presidente del gobierno a Mario Monti después de que Berlusconi se viera forzado a dimitir por no saber controlar la crisis de la prima de riesgo de noviembre de 2011. Pero a principios de febrero de 2014, el periodista estadounidense Alan Friedman desveló, con la colaboración del Financial Times e Il Corriere della Sera, que Napolitano sondeó a Monti acerca de su disponibilidad a encabezar un nuevo gobierno ya en junio y julio de 2011, es decir, antes de que se desencadenara la primera crisis de la prima de riesgo de agosto (y bastante más que la segunda crisis de prima de riesgo de noviembre). El mismo Monti y Romano Prodi confirmaron la noticia, lo que ha provocado un intenso debate puesto que Italia es una república parlamentaria y el jefe del Estado no tiene poderes para plantear (aunque sea oficiosamente) gobiernos alternativos a otro con mayoría en el parlamento. Napolitano es probablemente el único ciudadano de la República que estuvo al corriente de todo lo que ocurrió ese año. Y su papel de protagonista en la caída de Berlusconi está fuera de toda duda.
-¡Pues vaya con Napolitano!
-En cuarto lugar, tenemos la crisis de la prima de riesgo en agosto de 2011, para salir de la cual el gobierno italiano tuvo que aceptar las duras condiciones que le presentó el BCE en la famosa carta del 5 de agosto: la compra de deuda pública italiana en los mercados secundarios a cambio de recortes del gasto público, precarización del mercado laboral, reforma de las pensiones, reforma constitucional que sancionara el deber de alcanzar el déficit cero, etc.
-Como la que se envió al gobierno español, la carta que acaba de desvelar, dos años y medio más tarde, Rodríguez Zapatero en sus Memorias.
-En los mismos términos. Como vemos, unas imposiciones que borraban conquistas sociales logradas a través de décadas de lucha social. Y aquí hay que subrayar un punto importante que los economistas con dos dedos de frente no se cansan de repetir: para los europeos del sur, la deuda pública puede ser un problema porque han adoptado el euro, una moneda que no controlan. Las deudas públicas son sostenibles cuando las adeuda un gobierno soberano en su propia moneda. Pero, como justamente afirmó Paul Krugman en noviembre de 2011, al adoptar el euro Italia se degradó a «nación del tercer mundo que tiene que tomar en préstamo una moneda extranjera, con todos los daños que ello implica«. Esta es la diferencia entre Italia y, por ejemplo, Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón, que tenían niveles de deuda pública aún más elevados pero que podían contar con un Banco Central que actuara de prestamista de última instancia (lo que hizo descender el coste de su deuda casi a cero). El BCE, que como es sabido es independiente de los poderes públicos europeos y no puede comprar deuda directamente a los Estados, se limitó a realizar en agosto una compra puntual de bonos italianos en los mercados secundarios que bajó la prima de riesgo durante unas semanas. El problema se presentó de nuevo a principios de noviembre, cuando los mercados volvieron a especular con la deuda italiana y la prima de riesgo volvió a dispararse.
-Un momento difícil.
-Lo fue desde luego. Fue entonces que se desató un clima de pánico en el país, atizado por los medios de comunicación, por el cual empezó a hablarse de bancarrota del Estado, de la imposibilidad de pagar las pensiones, la sanidad y los sueldos de los funcionarios, etc. Los grandes diarios hablaban de «tranquilizar a los mercados» y sostenían que el gobierno de Berlusconi ya no estaba en condiciones de hacerlo. Llegó a crearse, pues, una atmósfera de crisis y urgencia tal que al final Berlusconi presentó su dimisión sin pasar por una moción de censura.
-Exacto, ahora recuerdo, sin moción de censura.
-Sí. El 16 de noviembre, Napolitano encargó a Monti, al que había nombrado senador vitalicio un par de días antes, la formación de un gobierno técnico sostenido por las principales fuerzas políticas nacionales. Poco después de su nombramiento, la prima de riesgo volvió a bajar, un hecho que, según la prensa, demostraba la capacidad de Monti de «dar confianza» a los mercados y que ocultaba un dato muy sencillo: la segunda compra de deuda pública italiana en los mercados secundarios que realizó el BCE antes de Navidad. Fue Mario Draghi el artífice de aquella bajada, de la misma manera que lo sería en agosto de 2012 (cuando la prima de riesgo italiana volvió a alcanzar los niveles de 2011, eso sí, en un clima de sustancial tranquilidad mediática), cuando tranquilizó a los mercados al afirmar que haría lo necesario para salvar el euro. Ello no obstante, en las primeras semanas de su gobierno, Monti fue calificado por no pocos observadores políticos de «salvador de la Patria».
-¿Y qué representó realmente el gobierno técnico encabezado por Mario Monti? ¿Una subordinación a los grandes poderes europeos?
-Mario Monti fue el hombre encargado de llevar a cabo el programa que la BCE presentó al gobierno de Berlusconi en la carta de agosto de 2011. No pudo cumplirlo todo, porque duró en el cargo sólo unos 14 meses, pero todas las medidas que tomó su gobierno siguieron las direcciones indicadas en aquella carta: reforma de las pensiones, reforma del mercado laboral, reforma constitucional para sancionar la «regla de oro» por el cual el Estado italiano se compromete a alcanzar el déficit cero en los próximos años, aumento de los impuestos indirectos, recorte contundente del gasto público, etc.
-Reformas que son siempre contrarreformas sociales.
-Sí, claro. Los objetivos que se perseguían a corto plazo eran fundamentalmente dos: el primero, como afirmó el mismo Monti en una reciente entrevista a la CNN, era «destruir la demanda interna», lo que permitía al gobierno equilibrar la balanza de pagos mediante la disminución de las importaciones; el otro tampoco es un misterio para quien tenga nociones básicas de macroeconomía: aumentar el número de parados como condición indispensable para iniciar un proceso de devaluación interna, es decir, recortar los salarios con vistas a impulsar la competitividad de las empresas italianas. En una palabra, aplicar también en Italia las recetas que la Troika ya había impuesto a los gobiernos de Grecia y Portugal.
-Lo mismo o muy parecido que en el caso de España.
-Sí, sí. Así que, para responder a tu pregunta, no me parece descabellado afirmar que Monti era el hombre ideal para los grandes poderes europeos. Lo cual no debería extrañarnos: formó parte de la Comisión Europea, amén de ser haber sido presidente europeo de la Comisión Trilateral y miembro del comité directivo del Grupo Bilberberg. En este sentido, se podría decir que Monti es una especie de actualización de ese tipo de intelectual «supranacional» y no ligado a su realidad nacional concreta que Antonio Gramsci criticó en los Cuadernos de la cárcel.
-Se ha hablado en algún momento de golpe de Estado refiriéndose a la situación política italiana. Incluso Chomsky, si no recuerdo mal, ha usado esta expresión. ¿Es exagerado hablar en estos términos? ¿De qué golpe de estado se está hablando exactamente?
-Digamos que fue una operación que no tuvo ninguna legitimidad democrática real y que amplios sectores de la izquierda no entendieron en su momento. Recordemos que el día de la dimisión de Berlusconi se formaron en la calle concentraciones de personas que descorcharon el champán y festejaron lo sucedido. Il Manifesto hasta llegó a decir que la izquierda tenía que «besar el sapo». Evidentemente, no se enteraron de que Italia acababa de ser comisariada de facto por la UE y el BCE, y que estaba a punto de entrar en un túnel lleno de recortes sociales impuestos desde arriba. Y que, con Monti, se iniciaba una dinámica política en que la soberanía popular iba a contar muy poco a la hora de conformar el gobierno del país, como demuestra el hecho de que Matteo Renzi es el tercer presidente del gobierno (después de Monti y Enrico Letta) que no ha sido elegido por la ciudadanía. Si es cierto, como lo es, que Berlusconi fue un desastroso presidente del gobierno pero con legitimidad democrática, entonces podemos decir que hemos pasado de Guatemala a Guatepeor.
-¿Y por qué crees que la izquierda no enteró de algo que, tal como tú lo cuentas ahora, parece bastante elemental?
-Insisto en que, cuando hablo de «izquierda», me refiero a su mayor parte y a una tendencia general, porque hubo voces dentro de ella que, desde el primer momento, no aceptaron lo que estaba ocurriendo. Pues bien, me da que estos amplios sectores de la izquierda, tras tantos años de antiberlusconismo militante, cayeron en la trampa de aceptar el final de Il Cavaliere aunque fuera de forma no democrática. Y también que se creyeron que el país estaba realmente al borde de la bancarrota pese a la evidencia de que eso era imposible, en tanto que ello hubiera significado la salida obligada de Italia del euro y, por ende, la crisis general del sistema del euro. Igual que en agosto de 2012, Mario Draghi habría actuado con contundencia si hubiese advertido el peligro de ruptura del euro.
-Voy ahora al gobierno de Enrico Letta, ¿te parece?
-Me parece.
Salvador López Arnal es nieto del obrero cenetista asesinado en el Camp de Bota de Barcelona en mayo de 1939 -delito: «rebelión»- José Arnal Cerezuela.
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