Desde que Vladimir Putin tomó posesión nuevamente de la presidencia de Rusia, importantes acontecimientos en la esfera mundial y en clave doméstica han situado al gigante ruso en el centro de la actualidad mediática e informativa una vez más. Las elecciones parlamentarias del año pasado y las presidenciales de hace unas semanas provocó una ola […]
Desde que Vladimir Putin tomó posesión nuevamente de la presidencia de Rusia, importantes acontecimientos en la esfera mundial y en clave doméstica han situado al gigante ruso en el centro de la actualidad mediática e informativa una vez más.
Las elecciones parlamentarias del año pasado y las presidenciales de hace unas semanas provocó una ola de protestas en las calles de las principales ciudades rusas, donde sectores opositores de diferentes ideologías confluyeron en la denuncia sobre la manipulación que a su juicio había tenido lugar durante ambos procesos electorales. Esta misma semana la manifestación de Moscú ha vuelto a centrar esa actualidad informativa en torno a la oposición y los movimientos que ha desarrollado el propio Putin para contener el descontento.
A la vista de los niveles de corrupción, el dirigente ruso lleva algún tiempo poniendo en marcha una seri de reformas para atajar ese déficit estructural que amenazaba la propia estabilidad de Rusia, aunque no del calibre que algunos análisis interesados de Occidente pretendían.
Putin ha anunciado que la base de su mandato se asentará en una serie de reformas políticas y de una modernización económica. Con la primera parte pretende evitar que las denuncias acaben calando en la mayoría del país (hasta ahora la mayor parte de las protestas se han centrado en las grandes ciudades, fundamentalmente en Moscú), y de esa forma pretende maquillar el sistema actual, pero sin dejar de lado las directrices fundamentales del mismo.
En el campo económico se ha rodeado de todo un abanico de asesores y tecnócratas para impulsar la citada modernización. Conscientes de la dependencia que mantiene la economía rusa para con el petróleo y el gas, desde el Kremlin se van impulsar determinadas medidas: inversiones en nuevas tecnologías; prioridad de nuevas áreas (aeroespacial, agricultura, farmacéutica, equipamientos electrónicos…);la diversificación de la economía; y, atraer la inversión extranjera en algunos campos de la economía.
Por su parte, la oposición no presenta una alternativa seria a día de hoy. Como señalan la mayor parte de analistas rusos, ésta «se presenta sin dirigentes creíbles, sin estrategia, y sin una autoridad reconocida entre sus propias filas». A la vista de las recientes protestas, se observa su incapacidad para capitalizar las mismas y aprovechar al mismo tiempo las cesiones del Kremlin como una oportunidad política.
La llamada oposición institucional no atraviesa sus mejores momentos. El Partido Comunista es incapaz de aglutinar un número de seguidores suficiente para volver a ser la fuerza política referencial de la mayoría de la población, «Rusia Justa» se encuentra divida y fragmentada, mientras que el millonario Prokhorov tras las presidenciales ha desaparecido de la escena política.
Por su parte, la oposición no institucional tampoco se encuentra en una mejor posición. Más allá de la demanda del «fin del régimen de Putin» y su rechazo a todas las reformas de éste, no son capaces de mostrarse ante la población como una alternativa seria al actual sistema político ruso.
Como señalaba recientemente una analista rusa, «la ausencia de un plan convincente, realista y concreto para el cambio es algo que todos los grupos de la oposición tienen en común. Esta falta de agenda y proyecto común juega a favor del gobierno ruso».
La política exterior rusa también ha generado importantes noticias estas semanas. La reunión con China, el protagonismo en torno al conflicto sirio, y las relaciones con EEUU o el proyecto de las potencias emergentes o BRICS, son algunos ejemplos.
Desde su toma de posesión Putin ha remarcado los ejes centrales de su actuación en el escenario internacional. El objetivo central sobre el que girará a partir de ahora su política exterior es «proteger los intereses de Rusia» por encima de todo. Al mismo tiempo cree que sin haber recuperado todavía el peso que en su día tuvo, cada vez está más cerca de un escenario internacional donde puede mantener una relaciones «cara a cara» con EEUU.
De cara a Europa, la apuesta pasa por incrementar la venta de gas y la cooperación en materia económica, cultura o educación. Aunque para ello deberá lidiar con la postura europea que sigue viendo en Rusia «una fuente de energía y materias primas; un objeto recurrente para el discurso sobre democracia y Derechos humanos; e incuso, un escenario donde en ocasiones Europa puede ejercitar el llamado «soft power» (poder blando en inglés)».
La cumbre de Beijing se enmarca en la colaboración que mantienen rusos y chinos frente a las nueva estrategia de EEUU, anunciada hace meses por el propio Obama, que pone su prioridad internacional en el llamado escenario de «Asia-Pacífico». Junto a ello se ha reforzado la Organización de Cooperación de Shangai» (SCO), como un intento para contrarrestar los deseos de Washington por incrementar sus alianzas y su peso en la región asiática. Tras esa reunión ambos estados han manifestado su rechazo a un ataque militar contra Irán y a una intervención militar en Siria para provocar un cambio de régimen.
Las elecciones estadounidenses, el nuevo equilibrio de alianzas regionales, son otros factores a tener en cuenta a corto y medio plazo, porque las maniobras de EEUU pueden tener consecuencias colaterales e impredecibles. El acercamiento entre EEUU e India, ha provocado que desde Pakistán se vea a China y Rusia como alternativa a su antigua alianza con Washington (a día de hoy a pesar de los altibajos parece que sigue en vigor). Y todo ello con el escenario de Afganistán en el centro de este tablero.
El escenario sirio ocupa buena parte de la centralidad actual de la actuación rusa en el mundo. En concordancia con la expresado por Putin, Moscú busca en torno al conflicto sirio proteger sus intereses comerciales, económicos y geopolíticos. Por ello apuesta por el plan Annan, y por una salida negociada. Sin olvidar tampoco la necesidad de Rusia por asegurar la estabilidad en la región, sobre todo mirando al sur de sus fronteras.
La experiencia del pasado condiciona la postura rusa. En Iraq, durante el embargo y el posterior cambio de régimen, Moscú perdió en las «renegociaciones de la deuda iraquí» ingentes cantidades de dinero. En Libia, más recientemente, ha visto cómo la política de embargo afectaba fundamentalmente a sus intereses, mientras que con el nuevo régimen ha perdido su peso del pasado. Por ello, no quiere perder ahora sus intereses económicos (venta de armas, comercio u oleoductos) o militares (uso de Tartus y Latakia) en Siria.
Su rechazo a las pretensiones de EEUU y sus aliados occidentales y regionales se une a su oposición a ese modelo generado por Washington desde el fin de la Guerra Fría, y que se basa en invasiones militares, la utilización retorcida de la «ayuda humanitaria» y el cambio de régimen.
La realidad de Rusia nos llega en muchas ocasiones envuelta en toda una serie de falsos e interesados estereotipos. Las recientes presiones internacionales habría que enmarcarlas en ese guión que algunos manejan para alterar el peso internacional de Rusia, y en el ámbito doméstico para impulsar los movimientos necesarios que desemboquen en un «cambio de régimen» en el país. De momento ambas ambiciones parecen condenadas al fracaso, al menos a corto o medio plazo.
Txente Rekondo.- Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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