Mientras el FMI expulsa a los africanos de sus países, la UE les cierra las puertas. Obligados administrativamente a ganarse la vida en los márgenes de la legalidad, hasta el apoyo mutuo y la solidaridad entre ellos se acaba poniendo bajo sospecha
Concentración de manteros en Barcelona contra la criminalización del colectivo SANDRO GORDO
En opinión de Lant Pritchett, economista, profesor en Harvard (EEUU) y antiguo directivo del Banco Mundial, «Europa necesita más de 200 millones de inmigrantes en los próximos 30 años» para que la economía del continente sea viable, medida que ayudaría a paliar lo que se está empezando a describir como el suicidio demográfico de la Unión Europea. Y es que en el viejo continente, la tasa de natalidad disminuye y las personas en edad avanzada y sin capacidad productiva, aumentan. De este modo, ¿quién pagará las pensiones de los ancianos del futuro?
A este contexto, se suman los distópicos agravantes de, por un lado, una economía cada vez más robotizada y con menos necesidad de mano de obra, y por otro, unas fronteras rígidas, tecnologizadas e infranqueables que alejan a los migrantes, cuya juventud y fertilidad serían una posible solución al envejecimiento y muerte de Europa. Sin embargo, la solución de Pritchett no deja de ser problemática y provocadora: dar permisos de trabajo masivos a inmigrantes, pero desvinculando esos permisos de la concesión de la ciudadanía. Es decir, migrantes que vendrían a trabajar, pero se les tendría prohibido echar raíces y después de un tiempo, deberán volver a casa. Justo como ocurre en algunas monarquías petroleras de medio oriente, donde hay una gran cantidad de trabajadores temporales que no cuentan con derechos.
La propuesta de Pritchett, aunque crítica con la propuesta de la ultraderecha de reforzar las fronteras, es una propuesta ultraliberal, dictada desde centros económicos globales como el Banco Mundial, donde se desvincula el trabajo de los procesos de acumulación capitalista. Como bien señalara Gramsci «las relaciones internacionales se entremezclan con las relaciones internas de los Estados-nación», y de esta misma manera, lo que Lenin dijo acerca del Imperialismo como «la última fase del capitalismo», sigue siendo vigente y estrechamente relacionado con el fenómeno de la migración.
Siguiendo a David Harvey, un Estado-nación determinado -pensemos en el rol global que tiene actualmente Estados Unidos, por ejemplo- exporta los peores elementos de la explotación capitalista, primeramente ensayados en sus propias fronteras con su propia clase trabajadora: facilita la exportación de capitales, obtiene materias primas a bajísimo costo, amplía y conserva los mercados y mantiene un ejército industrial de reserva (masas de desempleados dispuestos a trabajar a cualquier precio) compuesto de trabajadores migrantes.
La migración de trabajadores de los países subordinados a las metrópolis globales es un claro ejemplo de fórmula win-win para las burguesías nacionales. Por un lado, los migrantes, sobre todo cuando son ilegales, ayudan a abaratar la mano de obra de los países capitalistas, minando los derechos laborales conseguidos por las luchas obreras de los trabajadores occidentales, pero también estos mismos trabajadores migrantes, con o sin papeles, son usados como chivos expiatorios cuando se suceden algunas de las crisis endémicas e inevitables que produce el propio sistema capitalista.
De esta manera, cuando la cosa falla (y el capitalismo contiene en su interior la semilla de las crisis), siempre se le puede echar la culpa a los migrantes. El Estado-nación consigue comprar la fidelidad de los elementos de clase trabajadora dentro de sus fronteras a expensas de los trabajadores de los países dependientes (los que en otro tiempo se llamaban en vías de desarrollo), al mismo tiempo que obtiene apoyo ideológico al propagar las ideas de orgullo nacional, Imperio, chovinismo y racismo.
En pocas palabras, las burguesías nacionales empobrecen a sus propias clases trabajadoras y cuando estas han obtenido ciertos derecho, favorecen la migración para abaratar los costes del trabajo y explotar mejor tanto a trabajadores nacionales como de fuera. Si la cosa va mal, siempre tendrán la coartada ideológica de agitar el nacionalismo y culpar a los de fuera salvaguardando un sistema que les beneficia a ellos y solamente a ellos. La fórmula perfecta.
En un texto publicado el pasado domingo 24 de febrero en El Periodico de Catalunya, el autor descubría que ¡oh sorpresa!, los manteros son musulmanes. La derecha nunca se ha caracterizado por su carácter intelectual, pero, en esta ocasión, se ha superado a sí misma. Dejando la ironía al lado, el mencionado artículo vertía diatribas antiislámicas y xenófobas señalando la existencia de un determinado grupo islámico que controlaría -desde las sombras- la voluntad de los vendedores ambulantes.
Podríamos usar, para calificar el texto, la palabra panfleto, libelo, o simple fake news. O, incluso, como señalan los compañeros de El Salto, un intento naif de conseguir audiencia fácil en la era del clickbait. El medio confunde una cofradía, es decir, un grupo de fieles religiosos, con una organización criminal, por el simple hecho de ser musulmanes. Se trata de algo tan delirante como confundir a la Hermandad y Cofradía de la Virgen Macarena con el Ku Klux Klan, y no tanto por las túnicas y los capirotes, sino por el simple hecho de ser grupos de personas organizadas alrededor de una fe religiosa.
Una de las características de la última fase del capitalismo neoliberal es la preeminencia que se da a la circulación por sobre la quietud. Discurso que devela su carácter ideológico cuando se contrapone a una geopolítica fundamentada en la sistemática presencia de barreras físicas o burocráticas organizadas como fortalezas alrededor de ciertos territorios. Para el escritor nigeriano Fidelis Balogun, los Planes de Ajuste Estructural introducidos a mediados y finales de la década de los 80 por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han tenido consecuencias comparables con un desastre natural y así «para devolver la vida a una economía moribunda había que exprimir bien los jugos de los ciudadanos con menos recursos».
En el África subsahariana, el saldo de los ajustes estructurales no pudo ser más dramático en un medio rural tradicional que perdió todas las batallas frente a la agricultura automatizada y subsidiada del Norte, expulsando a millones de personas hacia núcleos urbanos que funcionan bajo una lógica paradójica, en la que el incremento de la población urbana solo hace decrecer la capacidad productiva. A finales de los años noventa, en las ciudades de países como Senegal, Costa de Marfil, Tanzania o Gabón, con economías que se retraían anualmente entre un 2 % y un 5 %, se da un sorprendente crecimiento demográfico urbano de entre 5 % y 8 %, obteniendo como resultado una población urbana desempleada en áreas hiperdegradadas.
En el caso específico de Senegal, de donde provienen la mayoría de los manteros que trabajan en las calles de Barcelona, esta situación sigue siendo crítica. Una institución como el Fondo Monetario Internacional genera las condiciones para expulsar a los africanos de sus países, mientras otro frankenstein supranacional -la Unión Europea- les cierra las puertas. Ambos fenómenos ocurren casi de manera simultánea.
La entrada en vigor del Tratado de la Unión Europea, firmado por España el año 91 y ratificado el 93, así como el acuerdo para la creación del espacio Schengen en marzo de 1995, son fechas que marcan un antes y un después en el control territorial español de sus fronteras. Algunas de las recientes acciones antimigratorias han sido producto de la propia iniciativa española, mientras otras han sido claramente impuestas por la Unión Europea. Sin embargo, como dijo el antropólogo francés Marc Augé «una frontera es una barrera y un paso» por lo que, a pesar de la Europa-fortaleza, España ha pasado de tener una población africana relativamente mínima (8.529 residentes en 1985) a multiplicarse por diez (82.601 en 1994). Para los senegaleses, a principios de los 2000, España se transformó en un destino migratorio comparable a Alemania, el Reino Unido o Francia.
En su mayoría de etnia wolof, los manteros, autodenominados Móodu-Móodu, comparten un elemento común de espiritualidad y devoción por ciertas figuras vinculadas a la rama senegambiesa del Islam, la cual se caracteriza por la mística sufí y, al igual que otras ramas del sufismo, comparten el pacifismo y la ideología de la no confrontación. Algunos son miembros de la Tariqa Tijaniyya y seguidores del profeta Sufí Ibrahim Niass, también conocido como Baye Niass (Padre Niass).
Otros, por el contrario, son seguidores de Ahmadou Bamba, también conocido como Cheik Ahmadou, fundador de los muridiyya, predicador musulmán y anticolonial de finales del siglo XIX y principios del XX. De gran influencia entre la comunidad migrante de Senegal, a Ahmadou Bamba lo describen como un asilo para aquellos que no tienen refugio, por lo que los sujetos transfronterizos se sienten identificados con él.
Los lazos tejidos por la espiritualidad Móodu-Móodu se materializan en redes de apoyo recíprocas. Si en una dirección los manteros se sienten responsables de apoyar a sus familiares en Senegal, como en el caso de la fiesta del cordero, los migrantes senegaleses de mayor experiencia en España se sienten responsables de acoger a los recién llegados. Justo lo mismo que ocurrió en Catalunya hace décadas con la emigración andaluza, extremeña, etc. y por eso los pueblos y ciudades del área metropolitana de Barcelona, por ejemplo, acogen antiguos vecinos y vecinas de los mismos lugares de origen.
Para los manteros esto es especialmente relevante y así los «dajar» (recién llegados) son acogidos por los diatugui (los padrinos), que dan alojamiento a los dajar de forma gratuita hasta que los nuevos migrantes hayan conseguido trabajo; conseguir trabajo sin contar con papeles es una tarea titánica si no imposible y es ahí en esta disyuntiva donde la venta ambulante se vuelve una dura alternativa, pero la gran mayoría espera que sea temporal, algo que solo es soportable debido a las redes de apoyo y solidaridad mantera y en el contexto de la pertenencia a una comunidad espiritual sufí.
Atados a dos mundos, la experiencia de la frontera para los manteros es un desgarro. Esto es independiente de la raza o color de la piel. Igual de desgarrados se sintieron los refugiados republicanos españoles, muchos de ellos niños y niñas, que llegaron a México de la persecución franquista.
La experiencia de frontera del mantero no termina al atravesar los límites del Estado-nación en su calidad de inmigrante sin papeles, sino que se reproduce continuamente en la ciudad, dando como resultado una experiencia de ubicuidad fronteriza a la que el mantero tiene que enfrentarse cada vez que realiza alguna incursión. Los manteros se encuentran continuamente saltando la valla que los separa de la muerte y la vida en unos grandes países europeos que parecen no querer a los migrantes.
José Mansilla, Observatori d’antropologia del conflicto urbá (OACU)
Horacio Espinosa, Observatori d’antropologia del conflicto urbá (OACU).
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/manteros/muerte-y-vida-de-los-grandes-paises-europeos-sin-migrantes