Los resultados de esta noche en todo el país, y especialmente en nuestros feudos, son realmente malos para nuestro movimiento. Después de una animosa campaña realizada por miles de activistas a lo largo de muchas semanas, este será un trago amargo. Pero las ramificaciones más importantes afectarán a quienes están fuera del partido: otros cinco […]
Los resultados de esta noche en todo el país, y especialmente en nuestros feudos, son realmente malos para nuestro movimiento. Después de una animosa campaña realizada por miles de activistas a lo largo de muchas semanas, este será un trago amargo. Pero las ramificaciones más importantes afectarán a quienes están fuera del partido: otros cinco años de gobierno del Partido Conservador traerán nuevos ataques a los sindicatos y a la gente trabajadora, a nuestros servicios públicos y a las personas que dependen de la asistencia pública para vivir.
En momentos como este es importante tratar de ganar perspectiva histórica. El movimiento obrero de este país ha sufrido graves derrotas, y después se ha recuperado. En 1926 perdimos una gran batalla en la huelga general; en 1929, el Partido Laborista fue la primera fuerza en el parlamento. En la década de 1930, el líder Ramsay MacDonald casi llegó a destruir el partido que tanta gente había ido construyendo durante tantos decenios; en 1945, el partido estaba reconstruyendo el país.
Este momento de la historia es diferente, por supuesto, pero está más cerca de los citados que no la analogía histórica que la derecha esgrimirá: la larga derrota de 1983, que sacó a la izquierda de la primera línea política durante toda una generación. En vez de socialdemocracia, nos dieron neoliberalismo y promesas de crecimiento económico y una salida de una prolongada crisis económica. Hoy no es este el caso. La clase dominante no ha hallado un nuevo modelo de prosperidad para el pueblo y el capitalismo sigue en crisis. Esta victoria tory es de calado, pero no necesariamente marcará una época, siempre que el Partido Laborista y la izquierda aprendan las buenas lecciones.
En un momento en que la clase reaparece como fenómeno central en las sociedades occidentales y podemos hablar de nuevo de capitalismo, la misión del corbynismo consistía sin duda en reconstruir el Partido Laborista como partido obrero, un partido que no sea cautivo de los sectores liberales de la elite empresarial, que se vea como una fuerza de oposición radical a Westminster y que, sobre todo, la mayoría de clase trabajadora de este país, la gente que depende de su salario para vivir, considere que puede mejorar su suerte. En esto ha fracasado. Todos y todas quienes formábamos parte del proyecto, fracasamos. Pero en la revista Tribune hicimos un intento, tras las elecciones europeas, de frenar una de las concesiones más dañinas: la transformación del Partido Laborista en un partido contrario al mandato democrático del brexit.
En aquel momento, la noción generalizada en gran parte de la izquierda era que el partido podía apoyarse simplemente en sus votantes partidarios de salir de la UE, cuya lealtad al partido era muy profunda, y que la verdadera amenaza era la de perder los votos de quienes optaban por la permanencia. Esto ha resultado ser fatalmente falso. Olvidada por la clase política durante décadas, la gente trabajadora de las zonas postindustriales vio acertadamente que el Partido Laborista daba por seguros sus votos. Respondieron con la misma moneda: no votándonos o votando a los tories.
Las consecuencias de este hecho son profundas. Si había algún grano de verdad en el relato de la lealtad, este era que muchos votantes laboristas que preconizan la salida de la UE habían votado por el partido durante años más por costumbre que por convicción. Esta costumbre ahora se ha quebrado. Repararla exigirá una lucha colosal. Esto nos lleva, por desgracia, a otro profundo problema del corbynismo: el hecho de que muchos de los lugares que más necesitan las transformaciones prometidas por el programa económico laborista nunca percibieron que este proyecto era suyo.
Mientras que la afiliación al partido crecía exponencialmente en Londres y el sudeste, permaneció estancada en los bastiones que hemos perdido esta noche. El resultado de 2017 lo disimuló, pero ahora ya no se puede disimular. El Partido Laborista ha perdido no porque haya sido demasiado de clase obrera, sino porque lo ha sido demasiado poco en demasiados lugares. Esto se debe en parte a que el corbynismo ha sido sobremanera el producto de la izquierda que resultó derrotada en las décadas pasadas. Cuando vino la marea baja para el socialismo en la década de 1990, quienes quedaban estaban extremadamente aislados. Libraron valientes batallas y sin esas personas -sin Jeremy Corbyn- no solo el movimiento socialista en el Reino Unido, sino también a escala internacional, estaría peor parado.
Pero cuando volvió a subir la marea, esta izquierda había quedado varada por mucho tiempo. Su conexión con la política de masas era mínima. Tenía que aprender con rapidez. No aprendió con la rapidez suficiente. Cuando las cosas se pusieron difíciles, demasiado a menudo se inclinó por el conformismo de una generación joven que había llegado al amparo de una ola de funestas perspectivas de empleo, endeudamiento estudiantil y alquileres disparados. Desgraciadamente, esta política progresista generacional no era un sucedáneo de la clase.
La crítica que hicimos después de las elecciones europeas -que nos inclinábamos por el progresivismo, «un proyecto de construcción de mayorías uniendo a quienes sostienen visiones sociales progresistas»- no implicaba que criticáramos ese punto de vista, sino que no constituye la base para una política de clase. Este es un esfuerzo para juntar una mayoría sobre la base de las condiciones materiales que unen y no dividir a la sociedad en segmentos cada vez más pequeños y tratar de contentar a cada uno.
Esto se reflejó tristemente en el manifiesto, que apareció como una lista de la compra. Muchas de las medidas como tales eran populares y, de hecho, este es uno de los legados y logros del corbynismo. Hemos de luchar por mantener estas políticas, que mejorarán la suerte de la gente de clase trabajadora, y cualquiera que sea la lucha que venga, Tribune hará precisamente esto. Sin embargo, esta lista de medidas, combinadas, apareció como una oferta al por menor: más y más cosas. Sin una visión unificadora que realmente permitiera venderlas, sin contar el relato de la sociedad a que aspira el laborismo. No bastó, y la gente, básicamente, no nos creyó.
Después de décadas de neoliberalismo, no es extraño que esto sucediera, pero dada la magnitud de la derrota, hemos de preguntarnos seriamente por qué no conseguimos cambiarlo. Las respuestas se hallan en el hecho de que simplemente no estuvimos presentes en demasiados lugares, en demasiadas vidas de la clase obrera, así como en el hecho de que el corbynismo no coincidió con un ascenso de la lucha de clases, que podría haber arrastrado a más gente nuestra a nuestro bando.
Mañana comienza la lucha por salvar lo que podamos. El movimiento socialista ya ha estado en esta tesitura en el pasado, y saldremos de esta con más fuerza: lo genuino se demostrará en las trincheras. Y vendrán a por nosotros. Sin embargo, esta noche hemos de recordar que nuestra causa sigue en pie, y que mientras exista un sistema capitalista habrá necesidad de un movimiento socialista, y debemos pertrecharnos para el próximo combate.
Fuente original: https://www.jacobinmag.com/2019/12/labour-losses-general-election
Ronan Burtenshaw es el editor de Tribune.
Traducción: viento sur