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La puesta en escena política y mediática del confinamiento

Necropolítica y barrios populares

Fuentes: Bouamamas (Blog)

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Por una parte tenemos el confinamiento y por otra el discurso político y mediático que le acompaña. La cuestión del confinamiento remite a la elección de la estrategia de lucha contra la pandemia, que se desprende ella misma de una serie de factores (criterios de las prioridades de quienes toman las decisiones, es decir, de la clase dominante; estado de los medios disponibles relacionado con las políticas estructurales anteriores – servicios públicos, política sanitaria, de vivienda, etc. -, grado de legitimidad del gobierno, etc.). El discurso ideológico de acompañamiento remite, por su parte, a la necesidad que tienen los dominantes de visibilizar determinados aspectos y de invisibilizar otros, de imponer unos esquemas y unas atribuciones causales de los comportamientos y ocultar otros. En este caso lo que revela la política que se ha elegido en la lucha contra la pandemia es una necropolítica para obstaculizar lo menos posible el funcionamiento de la actividad económica y de sus beneficios. La necesidad de ocultar las consecuencias de esta lleva, por su parte, a una esencialización de los barrios populares y de sus habitantes que combina racismo, desprecio de clase y moralización en el marco de la preparación estratégica para el periodo posterior a la pandemia.

1. Genealogía de una necropolítica

Desde el inicio de la pandemia son recurrentes las denuncias del “amateurismo” del gobierno y del presidente de la República. Señalan la incapacidad de prever, el retraso a la hora de tomar decisiones o incluso la sucesión de decisiones y declaraciones oficiales contradictorias. Aunque tienen el mérito de señalar claramente la responsabilidad del Estado y de los intereses que representa, estas denuncias tienden a atribuir a “fallos”, “defectos”, “incapacidades”, “insuficiencias”, etc., de los gobernantes unos hechos que son el resultado o la consecuencia lógica del funcionamiento de un sistema y de sus criterios de prioridad.

Una elección tardía y parcial

En ausencia de una vacuna solo existen dos caminos lógicos para frenar y detener una pandemia: frenar la propagación del virus por medio de la detección y/o del confinamiento o, por el contrario, permitir circular para llegar al llamado umbral de “inmunidad colectiva”. El enfoque teórico que se centra en el concepto de “inmunidad colectiva” apareció en 1923 en los debates sobre la eficacia o no de las campañas de vacunación (1). El objetivo de esas investigaciones era determinar la tasa de cobertura de vacunación para asegurar una protección óptima de la población destinataria. Así, por simplificar, la lógica consiste en difundir un “virus” (2) atenuado para provocar una inmunidad adaptativa. Como no soy médico, no vamos a entrar en el viejo debate sobre la eficacia o peligrosidad de las vacunas que son obligatorias actualmente. En cambio, sin ser especialista es posible y necesario examinar la transferencia de este enfoque teórico desde el campo de las vacunas al de la pandemia. Igualmente es indispensable examinar el atractivo que este enfoque tiene para el pensamiento neoliberal (es decir, la doctrina económica de un mercado sin trabas que impulsa la fase actual de globalización capitalista) de forma explícita, como en los Países Bajos, o implícita, como Francia.

Destaquemos en primer lugar las conclusiones opuestas en términos de política pública del enfoque “inmunidad colectiva” según concierna a las vacunas o la pandemia. En el primer caso lleva a una política activa del Estado en forma de campañas de vacunación o de la instauración de vacunas obligatorias. Existe además la posibilidad de que este carácter activo de las políticas públicas se ponga al servicio de los beneficios de la industria farmacéutica bajo la forma de la imposición de “vacunas inútiles” y/o “peligrosas” que suscita unos debates legítimos. En el caso de la pandemia, en cambio, el enfoque de “inmunidad colectiva” lleva a la inacción pública, es decir, a una lógica de “laissez faire”. Por supuesto, esta lógica tiene un coste humano que no niegan los partidarios de dicho enfoque. El economista de la salud Claude Le Pen evalúa este coste de la siguiente manera:

Si se contamina el 60 % de la población, entonces: 1. La epidemia desaparece; 2. La población está inmunizada contra un rebote epidémico, una recaída o una nueva infección por un patógeno de la misma naturaleza. Es el argumento “salud pública”: la “herd immunity” ofrece una inmunización eficaz, eficiente y definitiva. Excepto que el 60 % de una población de 60 millones de habitantes supone 36 millones de personas y aunque la tasa de letalidad de las personas infectadas sea débil, pongamos que del orden de 1 a 1,5 %, ¡supone entre 360.000 y 540.000 personas muertas! A decir verdad, sin duda sería menor porque estas tasas de letalidad se refieren a los casos probados cuando muchos sujetos son portadores asintomáticos. Haría falta una serología generalizada para conocer la «verdadera» tasa. Pero incluso dividida por 10, la cifra de entre 36.000 y 54.000 personas muertas es considerable” (3).

La cuestión planteada por la “inmunidad colectiva” no concierne solo al ámbito médico, sino que cuestiona los criterios de las decisiones políticas y la elección de las prioridades. Y es que este enfoque basado en la previsión de sacrificar a una parte de la población tiene unas ventajas evidentes en materia económica: no frenar la actividad económica ni sus beneficios. El “laissez faire” como reacción a la pandemia está al servicio del “laissez faire” en materia económica. Los costes no son de la misma naturaleza según estemos en una estrategia de confinamiento y de detección o en una estrategia de inmunidad colectiva: en el primer caso son económicos y en el segundo humanos. Esta es la razón esencial del atractivo inicial de la inmunidad colectiva para los gobiernos neoliberales. Ha sido necesario esperar a que se aceleraran los primeros contagios por una parte y, por otra, a que hubiera los primeros casos de personas que volvían a contaminarse (lo que ponía en tela de juicio la eficacia real de la inmunidad adaptativa para esta pandemia) para que haya un “cambio de doctrina”, por retomar la expresión consagrada, y se establezca el confinamiento. Además, esta elección tardía es una elección parcial, como atestigua el mantenimiento de la actividad en muchos sectores económicos no vitales. Por último, es una elección que se cuestiona continuamente, como atestigua la decisión de empezar la salida del confinamiento con la reapertura de las escuelas con el fin de “liberar” a los padres para que puedan volver a sus puestos de trabajo.

Una elección ideológica

Así, el atractivo que tiene la inmunidad colectiva para los neoliberales tiene una base económica: obstaculizar lo menos posible la actividad económica. También tiene una indudable dimensión ideológica. Para darse cuenta de ello basta con recordar algunos ejes del discurso y de la lógica neoliberal: la idea de una jerarquización legítima de la sociedad en “perdedores” y “ganadores”, la noción de “jefe de cordada” como aquella persona que tiene un valor superior a las demás, el principio del sacrificio de las personas más vulnerables, el axioma de una competencia sin obstáculos en todos los dominios y la creencia de que esta provoca dinamismo o excelencia, etc. Con el neoliberalismo nos encontramos ante el reflejo de la teoría filosófica de Herbert Spencer de la necesaria y deseable “selección natural” para la especie humana. El médico Dirk Van Duppen y el bioquímico Johan Hoebeke escriben lo siguiente al resumir las relaciones entre el “spencerismo” y el neoliberalismo:

“Sen Spencer, lo que rige la naturaleza humana es la «lucha por la supervivencia» por medio de la «ley del más fuerte». Spencer clasifica a la humanidad en pueblos y razas superiores e inferiores, lo cual justifica por medio de una pseudociencia el racismo y la división de la sociedad entre una élite y las demás personas. Según esta ideología, la competición es el principal motor del progreso. La herencia determina quiénes siguen siendo pobres, parados o no tienen éxito, y cualquier ayuda a su favor es inútil. […] El neoliberalismo ha logrado volver a poner de moda muchas de estas ideas” (4).

El atractivo que tiene el enfoque de la “inmunidad colectiva” para el gobierno Macron no es sorprendente ni nuevo. No es sorprendente porque se hace eco de su visión neoliberal global ni es nuevo porque se defiende regularmente, a menudo de manera implícita y a veces de manera explícita. Esto es lo que hace varios meses decía, por el ejemplo, el director general del CNRS [siglas en francés de Centro Nacional para la Investigación Científica] para justificar la ley de programación plurianual de investigación: “Hace falta una ley ambiciosa, no igualitaria (sí, no igualitaria), una ley virtuosa y darwiniana, que aliente a los científicos, equipos, laboratorios y establecimientos más eficientes a escala internacional, una ley que movilice las energías” (5).

La preocupación principal de no obstaculizar la actividad económica y sus benéficos llevan inevitablemente a la clase dominante a sacrificar a una parte de la población. Estamos claramente en presencia de una necropolítica, es decir, de una política de la muerte que se desprende ella misma de la política que plantea como prioridad absoluta preservar el beneficio.

2. El acompañamiento ideológico del confinamiento

La adopción de la estrategia del confinamiento se hace a regañadientes, impuesta por la magnitud de la pandemia (y la cólera social que, lógicamente, suscitaba) y tratando de limitarla lo más posible. Inmediatamente se acompañó de una campaña ideológica generalizada cuyo primer objetivo es ocultar la “política de la muerte” elegida. Se trataba también de ocultar las dimensiones de clase, de “raza” y de género del balance humano de esta necropolitica por medio de un discurso general sobre un “virus democrático” que no conoce fronteras sociales. La esencialización de los barrios populares y de sus habitantes es uno de los vectores del acompañamiento ideológico de la pandemia en el marco de una preparación activa de la situación posterior a la pandemia con el objetivo de instrumentalizar la catástrofe que vivimos, lo que la periodista canadiense Naomi Klein denomina la “estrategia del shock” o el “capitalismo del desastre”: “Este último [el ultraliberalismo] recurre intencionadamente a crisis y desastres para sustituir los valores democráticos […] por la ley del mercado y la barbarie de la especulación” (6).

La falta de civismo y la irresponsabilidad de los habitantes de los barrios populares

Desde los primeros días de confinamiento se multiplicaron los reportajes acerca de que los barrios populares no respetaban el confinamiento. Por supuesto, iban acompañados de múltiples “análisis” y comentarios de “cronistas” imprescindibles que coincidían en afirmar que existe una “falta de civismo” (una “irresponsabilidad”, una “indisciplina”, etc.) específica de los barrios populares tanto en su magnitud como en su carácter sistemático. “« Allah a plus de poids que nous » : Le confinement révèle les territoires perdus de la République” [“Alá tiene más peso de nosotros”: El confinamiento revela los territorios perdidos de la República] (7) era el titular de la revista Valeurs Actuelle. Desde hace dos días muchas personas, en particular africanas, hacen barbacoas […] y cuando llegan los policías, se indignan y les pegan” (8), confirma el ineludible Eric Zemmour. “Paris : le business des rues malgré le confinement” [París: el negocio de las calles a pesar del confinamiento] (9), añade en titulares el periódico Le Parisien. Acabemos estos ejemplos citando al exprefecto Michel Aubouin, que no tiene la menor duda: “El fondo del problema es la dificultad que tienen las fuerzas de policía para hacer respetar el confinamiento. En realidad, nadie quiere reconocer que no se puede intervenir en las cités [los barrios populares, n. de la t.], algo que ya es complicado en tiempos normales” (10).

Por supuesto, no se ofrece estadística alguna para apoyar estas afirmaciones que presentan a las personas que viven en los barrios populares como unas irresponsables que ponen en peligro la salud de toda la ciudadanía. Estas afirmaciones se contentan con retomar y acentuar, en un contexto de miedo social frente a la pandemia, las imágenes mediáticas y políticas de los barrios populares que se difunden desde hace varias décadas como “territorios perdidos de la República” caracterizados por la “secesión” (un término de Emmanuel Macon), la toxicomanía generalizada, la delincuencia banalizada, la reivindicación del comunitarismo y de la radicalización, etc. Por supuesto, en los barrios populares, como en otros sitios, hay ciudadanos que no respetan el confinamiento. Hablar de ello es una cosa y otra es poner el foco de atención en ellos de forma recurrente imputando las “constataciones” a “faltas de civismo” y no a unas causalidades objetivas.

Aunque es indudable que la gran mayoría de las personas que viven en los barrios populares respetan el confinamiento, por supuesto es probable que en ellos haya más personas que en otras partes que debido a sus condiciones de existencia se ven obligadas a no poder respetarlo como les gustaría. Como todos los seres humanos, las personas que viven en los barrios populares quieren vivir, tienen miedo por ellas y por sus familias, comprenden qué es un proceso de contagio, etc. Pensar lo contrario supone considerar que estas personas tiene una “naturaleza” diferente de la del ciudadano “normal”, están dotadas de menos inteligencia, actúan movidas por unas “culturas” irracionales o bárbaras, o por religiones del mismo tipo. Por consiguiente, hay un claro desprecio de clase y racismo.

El discurso sobre “la falta de civismo” y “la irresponsabilidad”, es decir, la lógica de moralización, permite ocultar las realidades económicas y materiales. Atribuye a unos componentes individuales lo que es resultado de imperativos vinculados a las condiciones de existencia. Por supuesto, la capacidad de soportar un confinamiento largo no es la misma dependiendo del entorno en el que se sufre dicho confinamiento. Los efectos concretos que tiene sobre la vida cotidiana no son indiferentes según se lleve a cabo en una segunda residencia en la Isla de Ré o en un edificio de pisos de alquiler de renta baja a las afueras de París. Las consecuencias para la salud física y psíquica no son idénticas en ambas situaciones. La idea de un “virus democrático” que se presenta para justificar que todos nos encontramos ante una misma prueba oculta las divisiones de clase, de “raza” y de género.

Además, la elección de poner el foco sobre las personas a las que “carecen de civismo” oculta las reacciones colectivas destinadas a hacer frente al carácter insufrible e insoportable del confinamiento en muchos barrios populares. En efecto, en ellos se han multiplicado las iniciativas de solidaridad para paliar las carencias de las políticas públicas. Hay que ser verdaderamente ajeno a la vida de los barrios populares, como es el caso de muchos periodistas, cronistas o políticos, para no ver la solidaridad entre vecinos y vecinas, las movilizaciones familiares, las iniciativas asociativas, etc, que se han multiplicado durante las últimas semanas. Quienes tienen la costumbre de hablar de “zonas sensibles” curiosamente son ciegos a la sensibilidad popular que hay en los barrios populares.

Las funciones de legitimación del discurso sobre la falta de civismo

El discurso dominante que explica por medio de la “falta de civismo” las infracciones del confinamiento no es fruto de un simple error de lectura de la realidad social. Está al servicio de la función de legitimación de las opciones de gestión del confinamiento por una parte y de las anticipaciones del periodo posterior al confinamiento por otra. En lo que concierne al presente, este discurso oculta la elección de una política policial de gestión del confinamiento cuya expresión más visible son las “multas”. Esta elección lleva a nuevos enfrentamientos entre la policía y las personas que viven en los barrios populares, como atestigua el recrudecimiento de la violencia policial en medio de un silencio mediático generalizado. Las elecciones hechas desde hace varias décadas en materia de seguridad en los barrios populares tienen unos efectos que se multiplican en el contexto de la pandemia y del estado de urgencia sanitaria, que anima a mostrar más celo todavía a muchos policías, que habitualmente ya se sienten autorizados a tratar de forma excepcional a esta “chusma” o a estos “salvajes”. No se ha tomado ninguna medida que movilice las energías ciudadanas para acompañar el confinamiento en los barrios populares. Se ha optado únicamente por la seguridad, con unas consecuencias previsibles: humillaciones, exceso de celo a la hora de imponer multas según la apariencia de las personas, violencia policial, etc. Testimonio de ello es la lista ya larga de brutalidades policiales desde el inicio de la pandemia censadas por el primer informe del Observatorio del Estado de Urgencia Sanitaria, publicado el 16 de abril de 2020 (11).

La segunda función del discurso sobre la falta de civismo concierne al periodo posterior a la pandemia y su inevitable balance humano. Cuando se quieren ocultar grandes disparidades que implican denuncias políticas se nos suelen presentar datos generales que no especifican todas las características de las personas afectadas. Ahora bien, se puede afirmar desde ahora que entre las víctimas hay una enorme proporción de personas pertenecientes a las clases populares y todavía más de personas “de color”. Estas personas son quienes están en las fábricas, incluidas las no vitales, que el gobierno decidió no interrumpir. Ellas son quienes trabajan en los empleos donde hay riesgo de contacto y a las que no se les han proporcionado mascarillas, batas, etc. Ellas son quienes generalmente tienen trabajos que no se pueden hacer por medio del teletrabajo. También son quienes utilizan masivamente los transportes públicos para ir a trabajar. Son quienes disponen de unas condiciones materiales peores para confinarse de forma eficaz, tanto en su vivienda como en su entorno urbano cercano. En resumen, el balance por clase social, por sexo y por origen no ofrecerá sorpresa alguna. El discurso sobre la “falta de civismo” ofrece una “explicación” que achaca a las personas las consecuencias de una situación objetiva fruto de las opciones económicas y políticas. Quienes sean escépticos no tienen más que recordar las explicaciones dominantes para los accidentes laborales, supuestamente provocados por la “negligencia de las personas asalariadas” debido a la falta de cuidado o a costumbres “culturales”. Quienes duden no tienen más que recordar las explicaciones dominantes para los suicidios en el trabajo, que supuestamente se deben únicamente a “razones personales”.

El balance también se hará de manera estática, es decir, en un tiempo que no permita tener en cuenta los efectos a largo plazo de la pandemia y del confinamiento. Ahora bien, vivir un confinamiento tan largo en el marco de las condiciones de existencia de los barrios populares, darse cuenta progresivamente de la magnitud de los fallecimientos en ellos, padecer el discurso sobre la “falta de civismo”, etc., no puede dejar de tener unos efectos duraderos. La violencia de la situación sufrida y contenida durante el confinamiento no puede sino tratar de expresarse y habrá descompensaciones en aquellos territorios que carecen de las necesarias estructuras de cuidados y de acompañamiento. Estos efectos no entran en las prioridades neoliberales dominantes. Tendrán como única respuesta la acción de las fuerzas de policía con unas consecuencias fácilmente previsibles.

Por último, el discurso sobre la falta de civismo durante el confinamiento prepara el discurso sobre otra “falta de civismo”, la del periodo posterior al confinamiento, que ya anuncian los leitmotivs “estamos en guerra” y de la “unidad nacional”. La opinión pública está preparada para la idea de una “reconstrucción” en “la postguerra” que exige “sacrificios” en materia de salarios, impuestos, horarios, periodos de vacaciones, etc. Quienes se nieguen a esta lógica serán tachados en el mejor de los casos de “incívicos” o de “irresponsables” y en el peor de “antifranceses” a los que hay que vigilar y castigar. Emmanuel Macron nos advirtió en su discurso del 13 de abril que habrá que “salir del camino trillado de las ideologías”. Y para prevenir el comportamiento de las personas recalcitrantes, siempre hay reservas de lanzadores de balas de defensa almacenadas previsora y juiciosamente.

La preparación ideológica para el período posterior al confinamiento está a la altura de la cada vez mayor revuelta popular, pero contenida debido al contexto excepcional. Anuncia la aceleración de una fascistización que había comenzado antes de la pandemia. Pide una respuesta convergente en términos de solidaridad sin fisuras frente a la represión y de apoyo activo a las diferentes luchas sociales que rechazan los “sacrificios” y la “unidad nacional”.

Notas:

(1) Paul E.M. Fine, Herd Immunity : History, Theory, Practice, Epidémiologic Reviews, volumen 15, n° 2, Oxford, 1993, pp. 265 – 302.

(2) Utilizamos este término para simplificar porque, de hecho, existen diferentes tipos de vacunas. La generalidad del término “virus” basta aquí para nuestro razonamiento, que no pretende ser médico sino económico, sociológico y político. Si hemos hecho el esfuerzo, difícil par nosotros, de leer algunas obras médicas es para examinar la pertinencia de transferir una teorización de un campo preciso (el de las vacunas) a otro (el de la pandemia).

(3) Claude Le Pen, “La théorie de l’immunité collective ou les ayatollahs de la santé publique”, https://www.institutmontaigne.org/blog/la-theorie-de-limmunite-collective-ou-les-ayatollahs-de-la-sante-publique,consultado el 12 de abril a las 18:00 h.

(4) Dirk Van Duppen y Johan Hoebeke, L’homme, un loup pour l’homme ? Les fondements scientifiques de la solidarité, Investig’action, Bruselas, 2020, pp. 17 -18.

(5) Antoine Petit, “La recherche, une arme pour les combats du futur”, Les Echos, 26 de noviembre de 2019.

(6) Naomie Klein, La stratégie du choc. La montée d’un capitalisme du désastre, Actes Sud, París, 2008, contraportada. [En castellano La doctrina del «shock»: el auge del capitalismo del desastre, Barcelona, Paidós, 2007; traducción de Isabel Fuentes García et al.].

(7) Quentin Hoster y Charlotte d’Ornellas, “Allah a plus de poids que nous » : Le confinement révèle les territoires perdus de la République”, Valeurs actuelles, 21 de marzo de 2020.

(8) Eric Zemmour, programa “Face à l’info” de C news del 19 de marzo de 2020.

(9) Cécile Beaulieu, “Paris : le business des rues malgré le confinement”, Le Parisien, 24 de marzo de 2020.

(10) Entrevista de L’Observatoire du journalisme, 28 de marzo de 2020, https://www.ojim.fr/banlieue-province-le-confinement-recouvre-deux-realites-differentes/, consultado el 14 de abril de 2020.

(11) Primer informe del Observatorio del Estado de Urgencia Sanitaria, https://acta.zone/premier-rapport-de-lobservatoire-de-letat-durgence-sanitaire/, consultado el 16 de abril de 2020 a las 16:10h.

Fuente: https://bouamamas.wordpress.com/2020/04/16/la-mise-en-scene-politique-et-mediatique-du-confinement-necro-politique-et-quartiers-populaires/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.