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El futuro de Europa

Neoliberalismo a pelo

Fuentes: Rebelión

Cuando Angela Merkel presentó en rueda de prensa los resultados del Consejo Europeo que enterraban definitivamente el Tratado Constitucional rechazado en referéndum por Francia y Países Bajos, no pudo ser más ambigua: «se conserva en gran medida el fondo, pero se cambia el formato». Es decir, se conservan las políticas neoliberales, pero se abandona cualquier […]

Cuando Angela Merkel presentó en rueda de prensa los resultados del Consejo Europeo que enterraban definitivamente el Tratado Constitucional rechazado en referéndum por Francia y Países Bajos, no pudo ser más ambigua: «se conserva en gran medida el fondo, pero se cambia el formato». Es decir, se conservan las políticas neoliberales, pero se abandona cualquier pretensión de legitimidad democrática a nivel comunitario de las mismas.
Más allá de de su resultado inmediato, la transformación del Tratado Constitucional en dos tratados sobre las políticas constitutivas del UE y sobre el funcionamiento de las instituciones y el reparto de poder, que deberán salir de la próxima Conferencia Intergubernamental de 23 y 24 de julio, marca claramente los limites de la estrategia de construcción europea neoliberal iniciada en Maastricht como respuesta a la caída del Muro de Berlín.
La Unión Europea como proyecto político autónomo de reconstrucción de la hegemonía de las oligarquías europeas en el continente tras la Guerra Fría no ha sobrevivido a la división de la guerra de Iraq sobre su relación estratégica con EE UU -la fractura de la «vieja» y la «nueva» Europa-; no ha soportado la erosión de legitimidad democrática que ha provocado el enfrentamiento social como consecuencia de la aplicación de las políticas de ajuste neoliberales y que se tradujo en el NO al referéndum francés y neerlandés; se ha bloqueado institucionalmente con la ampliación a los nuevos estados miembros de Europa central, que utilizan su cuota de votos para asegurarse ante todo unas ayudas estructurales puestas en cuestión por las propias políticas neoliberales. En definitiva, la oligarquía europea no ha sido capaz de ir más allá del mercado y de su lógica de acumulación internacional, dominada por la hegemonía geoestratégica de los EE UU.
El acuerdo del Consejo Europeo refleja la «Europa realmente existente», frente a cualquier pretensión de una construcción política de Europa que implicase un modelo propio de desarrollo, en el que se inscribía implícitamente el llamado «modelo social europeo». Esa «Europa realmente existente» ha encontrado en el populismo republicano de Sarkozy y en el populismo nacional-católico de los hermanos Kaczynski sus verdaderos dirigentes, ante una izquierda muda y ausente.
El significado europeo de Sarkozy
Los dos tratados de reforma previstos por el Consejo Europeo deberán ser redactados, siguiendo las directrices acordadas, en una breve Conferencia Intergubernamental, cuyos resultados serán aprobados por el Consejo informal bajo presidencia portuguesa de 18 de octubre. El proceso de ratificación parlamentaria -y en algún caso excepcional de referéndum como Irlanda- deberá estar listo antes de las elecciones al Parlamento Europeo de primavera del 2009, única ocasión en la que los ciudadanos de los estados miembros tendrán en su inmensa mayoría ocasión de pronunciarse, aunque sea indirectamente, sobre este nuevo proceso de acuerdos intergubernamentales, abandonada ya cualquier ilusión constituyente.
El miedo a todo referéndum ha sido determinante para los gobiernos. Su balance del NO francés y neerlandés es que cualquier debate sobre las políticas neoliberales europeas se vuelve en contra del Gobierno convocante, cualquiera que sea su signo político.
La presidencia británica respondió al NO francés y neerlandés con un llamamiento de Blair a un cambio de la correlación de fuerzas en los estados-miembros a favor de las políticas neoliberales, antes de reiniciar cualquier proceso de construcción europea. Ese cambio no fue posible en toda la profundidad requerida en Alemania, por el equilibrio electoral entre el CDU y el SPD y el surgimiento de Die Linke, unido a la movilización sindical, que se expreso en el Gobierno Merkel de coalición. Pero el ascenso espectacular de Sarkozy en Francia, con el derrumbe del Partido Socialista y de los restos de la «izquierda plural», ha permitido a nivel europeo crear las condiciones de renegociación de los llamados «minitratados».
Sarkozy ha hecho su propuesta frente a los 18 estados miembros del Club de Madrid que ya habían ratificado el Tratado Constitucional no en nombre de «más Europa», sino de «más mercado». Un mercado asimétrico en el que se respeten los privilegios proteccionistas de los «campeones nacionales» empresariales y cuyo motor central sean los mecanismos intergubernamentales. Ese 90% de contenido neoliberal del nonato Tratado Constitucional no necesita otro «formato» que el mercado y los mecanismos institucionales de reparto de poder intergubernamentales, representado por el Consejo Europeo. La derrota de la izquierda francesa por Sarkozy ha supuesto también oficialmente la derrota del «Delorismo» como ideología comunitarista de la construcción europea.
Repliegue anti-comunitario de lineas rojas
Quizás el ejemplo más inmediato de este repliegue del horizonte comunitario son las líneas rojas con las que se cerca la Politica Exterior y de Seguridad común, para asegurar su carácter intergubernamental y subsidiaria de las políticas nacionales exteriores de los principales estados miembros como Reino Unido, Francia o Alemania. No habrá ya más peligros de que la «vieja» Europa pueda encarnarse en una institución comunitaria como la PESC frente a la «relación estratégica» bilateral de los estados miembros con EE UU. El Alto Representante no podrá en ningún caso sustituir en los foros internacionales a los Ministros de Asuntos Exteriores de Reino Unido, Francia o Alemania.
Pero las líneas rojas afectan a todas las areas. Países Bajos ha salvado los resquemores del No en su referéndum ampliando el periodo de control de los parlamentos nacionales en el proceso legislativo comunitario en nombre del principio de subsidiaridad. (En algunos estados miembros como España este mecanismo de seguimiento no existe por la ineficacia de las comisiones parlamentarias especializadas). Pero no ha obtenido un derecho de veto sobre las propuestas de la Comisión para los parlamentos nacionales, que seguirán teniendo como hasta ahora el Consejo y el Parlamento Europeo.
Reino Unido por su parte ha conseguido la Carta de Derechos, la principal aportación de los sindicatos al proceso de construcción europea, quede fuera del texto de los dos Tratados, con una mera referencia a su «carácter vinculante». Un «carácter vinculante» que le reduce a la cada vez menguante entelequia comunitaria, porque los estados miembros siguen siendo los únicos capaces de legislar en materia social y Polonia introduce además una enmienda también vinculante en el sentido de que «la Carta no afecta en modo alguno al derecho de los Estados miembros a legislar en el ámbito de la moral pública, el derecho de familia, así como de la protección de la dignidad humana y el respeto de la integridad física y moral humana», por si había alguna duda.
Aunque se mantiene la personalidad jurídica única de la Unión Europea, se suprime toda referencia a la primacía del derecho de la Unión -que se sostiene exclusivamente por la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la UE- y esta por ver la situación legal de los distintos «pilares» comunitarios con sus regímenes específicos de voto. El derecho de aplicar la «cláusula de exclusión» de los estados miembros abre la puerta en la práctica al peligro de una recuperación de competencias en materias ya comunitarizadas como la inmigración. Sin embargo si se explicita que la personalidad jurídica única «no autorizará en modo alguno a la Unión a legislar o actuar más allá de las competencias que los Estados miembros le confieren en los tratados».
Los estados miembros de la zona euro, frente esta avalancha de líneas rojas de Países Bajos, Reino Unido y los nuevos estados miembros, han incluido un mecanismo de garantía a través de las «cooperaciones reforzadas» de un tercio de los miembros del Consejo en caso de bloqueo de este.
El chantaje polaco
Si a Sarkozy le ha correspondido ofrecer en positivo la propuesta sobre la que se construido el consenso, arrebatando a Merkel el papel de principal dirigente europeo en plena presidencia alemana, el chantaje polaco ha puesto sobre la mesa las verdaderas implicaciones de la ampliación para el proyecto de construcción europeo.
El mantenimiento del sistema de voto del Tratado de Niza hasta el 2015, cuando entraría el principio de doble mayoría recogido en el nonato Tratado Constitucional, le asegura a Polonia y a los nuevos estados miembros de Europa Central una capacidad negociadora «reforzada» en las nuevas perspectivas financieras 2014-2019 frente a Alemania y los estados miembros contribuyentes netos. De la misma manera que aplazaría hasta el 2014 la reducción del numero de estados miembros representados en la Comisión, si los nuevos tratados son ratificados antes de noviembre del 2009.
El chantaje polaco, expresado también en las cláusulas de solidaridad energética, es la expresión del miedo de una Europa asimétrica entre la zona euro y la periferia comunitaria, que ha alimentado la crisis del presupuesto comunitario. Una vez realizado el enorme esfuerzo de ajuste neoliberal, las economías de Europa central temen una segunda ola de ajuste con la reducción de las ayudas estructurales en las perspectivas financieras. El chantaje polaco es un «proteccionismo» de los pobres en términos nacionalistas.
Se cierra así un ciclo del proceso de construcción europeo que respondió al problema de la integración social y económica en la Europa capitalista de los estados de Europa central ante el derrumbe de la URSS. Pero cuya consecuencia es una puesta en cuestión de cualquier otra forma de integración que no venga determinada por el mercado y sus procesos de acumulación internacionales, poniendo limites a los propios horizontes institucionales y sociales de una Unión Europea como modelo de desarrollo específico.
Todo ello, es cierto, estaba ya en el Tratado Constitucional. Pero tenia la pretensión de ser otra cosa, de arroparse en una legitimidad democrática que hiciera de Europa un proyecto ciudadano en la tradición republicana. El neoliberalismo ha acabado por demostrar que es incompatible con ella también en el terreno de la construcción europea.