Tras la secesión de Crimea, el nuevo poder ucraniano debe enfrentar una situación económica, demográfica y social desastrosa. El sistema oligárquico construido desde hace veinte años alimenta la pobreza, el rencor y el miedo. Y nada indica que será realmente puesto en tela de juicio. Muy cerca de la Plaza Lenin de Donetsk, el Donbass […]
Tras la secesión de Crimea, el nuevo poder ucraniano debe enfrentar una situación económica, demográfica y social desastrosa. El sistema oligárquico construido desde hace veinte años alimenta la pobreza, el rencor y el miedo. Y nada indica que será realmente puesto en tela de juicio.
Muy cerca de la Plaza Lenin de Donetsk, el Donbass Palace es el hotel más lujoso del este de Ucrania. La habitación cuesta 350 euros la noche, mucho más que el salario mensual promedio, en esta vidriera del imperio de Rinat Ajmetov. El hombre más rico del país formó parte del entorno de Viktor Yanukovich, el presidente depuesto, y hoy apoya con prudencia al poder surgido de la insurrección en Kiev. Además de este hotel y de numerosos inmuebles, el millonario es dueño del club de fútbol de la ciudad, el Shajtar Donetsk, y sobre todo de minas, acerías, fábricas. Entre los clanes de la oligarquía nacional, las más grandes fortunas nacieron en esta cuenca industrial y minera del Don. Estas tierras que corresponden a los oblasts (regiones) de Donetsk y Lugansk constituían ya uno de los centros industriales y mineros de la ex Unión Soviética.
Donbass aún provee la cuarta parte de los ingresos en divisas de Ucrania, aunque oficialmente no queden más de noventa y cinco minas en actividad, contra doscientas treinta hace veinte años. Durante el mismo período, el país perdió siete millones de habitantes. Inmediatamente después del acceso a la Independencia, a fines de 1991, frente al caos económico y al cierre de las primeras minas estatales, los hombres comenzaron a escarbar el suelo para sobrevivir. «Aquí basta con cavar un metro para encontrar carbón», desliza un viejo minero de Torez, la ciudad industrial vecina, que aún lleva el nombre del ex dirigente comunista francés (1). En las galerías artesanales, mal apuntaladas por troncos de madera, los accidentes abundan. Empujados por la esperanza de ganar 200 o 300 euros por mes, los mineros aceptan el riesgo de desaparecer en las entrañas de la tierra. Con la llegada de Yanukovich al frente del Estado en 2010, la red de kopanki, esas minas ilegales, se estructuró y organizó.
«El carbón extraído de las kopanki se cedía a bajo precio a las minas públicas, que luego lo revendían a precio de mercado», cuenta Anatoly Akimochin, vicepresidente del Sindicato Independiente de Mineros de Ucrania. A estas ganancias se sumaban los subsidios otorgados por el gobierno para mantener artificialmente la solvencia de las minas públicas. «Buena parte de estas sumas desaparecía en los bolsillos de los hombres del régimen», desliza Akimochin. Según los expertos nacionales, el 10% del carbón producido estos últimos años en el país provenía de estas explotaciones ilegales. Detrás de esta red se perfila la sombra de Alexandre Yanukovich, el hijo mayor del ex presidente, quien había asumido así el riesgo de competir con los propietarios de las minas privatizadas, a la cabeza de los cuales se encontraba Ajmetov.
Más de lo mismo
«¿Una revolución? No, simplemente, un nuevo reparto de cartas». El sociólogo Volodymyr Ishchenko, director del Centro de Investigación Social de Kiev, no oculta su amargura, unas semanas después de la huida de Yanukovich y la instauración de un nuevo régimen. «Este gobierno defiende los mismos valores que el anterior: el liberalismo económico y el enriquecimiento personal. No todas las rebeliones son revoluciones. Resulta poco probable que el movimiento de Maidán permita cambios profundos y pueda así aspirar al rango de revolución. El candidato más serio para las elecciones presidenciales del 25 de mayo no es otro que Petro Poroshenko, el ‘rey del chocolate’, uno de los hombres más ricos del país…». Mientras aún caían manifestantes bajo las balas en Maidán, la plaza de la Independencia, epicentro de la ira popular desde el 22 de noviembre, una extraña transición se negociaba en algunas antesalas con los poderosos hombres de negocios que tomaron el control de Ucrania.
Estos últimos veinte años, la república vivió una forma particular de desarrollo, a menudo calificada de «pluralismo oligárquico». Muchos hombres de negocios, que amasaron inmensas fortunas adquiriendo a precio vil las minas o las fábricas privatizadas tras el fin de la URSS, se involucraron en política. Comerciantes de petróleo o gas pueden convertirse así en ministros, o asumir la dirección de grandes organismos de la administración pública. La propia ex primera ministra Yulia Timoshenko, figura de la «revolución naranja» de 2004, elevada por los occidentales al rango de mártir tras su encarcelamiento en agosto de 2011, hizo una fortuna en la industria gasífera. Se hace carrera entre los negocios y los cargos públicos. Otros poderosos empresarios se conforman con una posición más discreta, financiando las campañas de políticos encargados de representar sus intereses, que se convierten así en sus servidores. Este sistema, que se formalizó bajo la presidencia de Leonid Kuchma (1994-2005), supone una recomposición permanente, en función de los intereses opuestos de estos poderosos, sus alianzas y rupturas.
A pasos del Donbass Palace, en el último piso del señorial edificio que alberga las sedes de Metinvest y DTEK, dos de las empresas de Ajmetov, se exhibía el cartel luminoso de Mako, el holding creado en Suiza por Yanukovich hijo para exportar el carbón ucraniano. Pocos días después de la caída del padre, fue discretamente desmantelado, señal de que la alianza que unía al dueño del Donbass y los hombres del presidente había fracasado.
En 2010, el presidente Yanukovich, considerado desde los años 1990 como el representante político de los intereses del clan de Donetsk, había decidido adquirir cierta autonomía frente a su poderoso protector. Ubicó a sus hombres de confianza -los miembros de su «familia», como la llamaron rápidamente los ucranianos- en puestos clave del Estado. Entre ellos, Serhiy Arbuzov, considerado su banquero personal, asumió la dirección del Banco Nacional a fines de 2010. Fue designado por corto tiempo primer ministro en el momento más álgido de la crisis, el 28 de enero pasado, tras la partida de Mykola Azarov. El presidente se apoyaba también en Vitali Zajarchenko, un amigo cercano de su hijo Alexandre, a quien designó al frente de la administración impositiva en diciembre de 2010, antes de catapultarlo como ministro de relaciones exteriores en noviembre de 2011. Finalmente, al asumir el poder, decidió favorecer los negocios de otro hombre de influencia, Dmytro Firtash, quien detentó durante un tiempo el monopolio de la importación de gas ruso, antes de diversificarse en la química y el sector bancario. Zajarchenko huyó a Rusia, mientras que Firtash fue detenido en Viena el 13 de marzo.
«Familias» de magnates
La «familia» favoreció también la aparición del llamado grupo de los «jóvenes oligarcas», cuya estrella en ascenso era Serhiy Kurchenko. Este hombre muy joven (nació en 1985 en Járkov), calificado de «revelación» del mundo de los negocios en 2012, es el propietario de la compañía Gas Ucrania, que controlaba el 18% del mercado de gas líquido, con un volumen de negocios global de 10.000 millones de dólares. Kurchenko adquirió en 2012 la refinería de Odesa, así como el club de fútbol de su ciudad natal, el Metalist Járkov. Este fulgurante ascenso se basa ante todo en las estrechas relaciones que mantenía con el hijo del ex fiscal Viktor Pchonka, otro miembro eminente de la «familia». Al adquirir la refinería de Odesa, el joven propietario de Gas Ucrania se convirtió abiertamente en rival de Igor Kolomoisky, considerado la tercera fortuna del país, muy presente en el mercado del petróleo. «La competencia estaba desvirtuada, explica la periodista Anna Babinets, ya que Kurchenko tenía el apoyo del régimen».
Tras la caída de la «familia», Kurchenko, al igual que los Pchonka padre e hijo, huyeron a Rusia. El 2 de marzo de 2014, su rival, Kolomoisky, fue designado gobernador del oblast de Dnipropetrovsk por las nuevas autoridades. El mismo día, Serhei Taruta, actor central de la siderurgia, propietario de la Unión Industrial de Donbass (IDS), fue designado gobernador del oblast de Donetsk. El hombre fue uno de los financistas de la «revolución naranja», pero se cuidó siempre de exponer demasiado sus compromisos políticos. «Taruta y Ajmetov nunca fueron amigos. Pero, después de muchos conflictos, supieron celebrar una suerte de acuerdo para controlar nuestra región -explica el politólogo Valentin Kokorski, profesor de la Universidad de Donetsk-. Resulta inconcebible que Ajmetov no haya avalado la designación de su rival». Sin embargo, entre ambos hombres, la batalla fue feroz durante mucho tiempo; Ajmetov aumentaba sus precios para llevar a Taruta a ceder el control de su empresa.
Una de las pocas ventajas del sistema oligárquico fue quizás preservar al país de la influencia de los capitales rusos (2). «Sin embargo, precisa Kokorski, sería ilusorio imaginar que la economía ucraniana, especialmente en Donbass, pudiera prescindir de Rusia. Todas nuestras industrias de transformación están orientadas hacia ese mercado y, con mucha frecuencia, no se ajustan a las normas de la Unión Europea. Nuestros oligarcas saben muy bien que Ucrania sólo puede encontrar su salvación cumpliendo plenamente su función de puente entre la Unión Europea y Rusia.» Por ejemplo, la fortuna de Ajmetov se arraiga en la tierra de Donbass, pero se extiende a Rusia y varios países de la Unión (Bulgaria, Italia, Gran Bretaña). El oligarca posee allí fábricas, así como una serie de empresas fantasma y participaciones cruzadas.
Por su parte, Taruta surgió de la minoría griega de las costas del mar de Azov. Su ciudad natal, el gran puerto de Mariúpol, es un bastión del grupo Ajmetov. Éste posee los complejos metalúrgicos Azovstal e Illich, así como la fábrica de vagones y locomotoras Azovmach, que exporta casi la totalidad de su producción a Rusia. Unos días después de su designación, Taruta viajó a Mariúpol para encontrarse con los representantes de los sectores económicos. «La reunión fue fructífera. A nadie le interesa el estallido de Ucrania», asegura Nikolai Tokarskyi, director del influyente diario local Priazovskii rabochii, quien participó del encuentro. El diario pertenece al holding SKM de Ajmetov. Tokarskyi es también diputado en el Parlamento del oblast de Donetsk donde, bajo la etiqueta de «independiente», representa directamente los intereses de los oligarcas. A riesgo de disgustar a su electorado, muy sensible a las sirenas rusas, el Priazovskii rabochii milita por la «integridad territorial» de Ucrania, expresando así la adhesión de Ajmetov a las nuevas autoridades de Kiev.
Pero… ¿quién manda?
El gobierno cuenta con los oligarcas para tratar de paliar la quiebra y la casi desaparición del aparato estatal. Trata sobre todo de involucrarlos en la defensa contra la «amenaza rusa», considerando que un conflicto duradero sería desastroso para sus intereses. Ajmetov y Taruta parecen muy conscientes del peligro, y multiplicaron los llamados a la calma. Tras las violentas refriegas del 13 de marzo, que costaron la vida de un manifestante en el centro de Donetsk, Ajmetov emitió finalmente un comunicado para decir que «Donbass es una región responsable», donde vive un «pueblo valiente y trabajador», y que no podría ceder a los demonios de la violencia.
Durante el mes de marzo, una extraña batalla enfrentó a manifestantes prorrusos y fuerzas del orden por el control de los edificios públicos en el Este. Ocupados por los contestatarios, fueron recuperados por la policía unos días más tarde. Cuando la sede de la administración regional de Lugansk fue sitiada, el 9 de marzo, trescientos policías equipados con escudos antidisturbios, en lugar de defender el edificio, salieron aclamados por una multitud de dos mil personas, en su mayoría mujeres y jubilados. Muchos policías mostraban una sonrisa de connivencia con aquellos que acababan de desalojar. Este escenario se repitió en varias ocasiones en Donetsk. «Los policías ya no saben a quién obedecer. Sus jefes servían a las anteriores autoridades», señala Denis Kazantski, célebre bloguero de Donetsk.
Las cadenas de mando son inciertas en todos los escalones de las fuerzas de seguridad. La administración central, donde se nombraron nuevos directivos, apenas funciona: «Respecto de la corrupción, el Ministerio Fiscal cuenta con los datos que nosotros, los periodistas, podemos brindarle, ya que los archivos desaparecieron», explica así Anna Babynets. Mientras que el ejército ucraniano, según Oleksandr Turchinov, presidente interino de la República, sólo contaría con «seis mil hombres preparados para combatir», el Parlamento votó, el 13 de marzo, la creación de una guardia nacional. Esta tropa, que podría estar integrada por los nacionalistas más radicales, como los del grupo de extrema derecha Praviy Sektor (3), tiene pocas posibilidades de responder a los desafíos securitarios, pero corre el riesgo de seguir aumentando la desconfianza de las poblaciones del Este. El 14 de marzo, un altercado mortal enfrentó, en la ciudad de Járkov, a militantes de Praviy Sektor con prorrusos.
En realidad, mientras el Estado parece desmembrarse, la historia de la «revolución» ucraniana es quizás ya la de una oportunidad perdida. Responsable del Partido de las Regiones en la ciudad de Lugansk, a unos treinta kilómetros de la frontera rusa, Alexandre Tkachenko reconoce haberse escandalizado, «como todo el mundo», con las imágenes de la lujosa mansión de Yanukovich, con sus famosos baños de oro macizo: «Cuando éramos jóvenes, nos enseñaron el viejo lema: ‘Paz a las chozas, guerra a los palacios’, suspira. Pero la corrupción socavó al conjunto del país».
Sin duda, las poblaciones del Este habrían podido unirse a las del Oeste en un movimiento común contra la oligarquía y la corrupción. Pero la exaltación del nacionalismo ucraniano desempeñó un papel de contrapunto para los rusófonos de la parte oriental, mientras que los partidarios del ex presidente Yanukovich responden agitando el espantajo de una «amenaza fascista». Bastaron unas pocas semanas para que la manipulación de los miedos y los sentimientos identitarios condujera al país al borde de la guerra civil.
Notas:
1. Maurice Thorez fue secretario general del Partido Comunista francés de 1930 a 1964.
2. Sławomir Matuszak, «The oligarchic democracy: the influence of business groups on Ukrainian politics», Center for Eastern Studies, Varsovia, 2012.
3. Léase Emmanuel Dreyfus, «En Ukraine, les ultras du nationalisme», Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2014.
Traducción: Gustavo Recalde