Ana A., una cooperante española en la isla griega de Lesbos, relata a Públicoel terror que vivió junto a los refugiados durante el ataque de grupos de ultraderecha el pasado domingo en Mitilene, que causó decenas de heridos.
Policías antidisturbios griegos en la plaza de Mitilene, capital de la isla griega de Lesbos, donde grupos de ultraderecha atacaron e hirieron a decenas de refugiados el pasado domingo 22 de abril.- REUTERS/ELIAS MARCOU.
«¡Hay que quemarlos vivos!». Era el grito que no dejaba de escucharse el pasado domingo en la plaza central de Mitilene, la capital de la isla griega de Lesbos. Y no era sólo una proclama, sino la intención real de más de 200 neonazis que habían llegado a la ciudad para perpetrar un ataque coordinado contra los refugiados. «Fueron más de cinco horas de violencia ininterrumpida contra un grupo de afganos, entre ellos mujeres y niños, que llevaban varios días acampados en la plaza protestando por las pésimas condiciones en las que se encuentran, atrapados y hacinados en el campo de refugiados de Moria, el más grande de Europa», relata a Público Ana A., una voluntaria española de la ONG Attika Human Support que lleva varios meses en Grecia. Ana vivió en primera persona el terror que desataron los neonazis «sin que la policía antidisturbios que había allí hiciera nada para evitarlo».
Del ataque del domingo apenas han trascendido datos. Se sabe que hubo varias decenas de heridos, pero según esta cooperante debió de haber muchos más porque ni siquiera trasladaron al hospital a los refugiados. «Es más, muchos acabaron detenidos por resistencia a la autoridad, lo que les hará muy difícil renovar sus permisos y que les concedan el asilo en Grecia», señala.
Desde hace varios años, Lesbos, una isla de poco más de 25.000 habitantes, se ha convertido en una auténtica prisión para 7.000 personas refugiadas, la mayoría de Siria, Irak y Afganistán, que comenzaron a llegar en grandes oleadas en 2015 desde Turquía. Tras la mediática foto del cadáver de Aylan, la UE llegó a un acuerdo con el Gobierno de Ankara: 6.000 millones de euros a cambio de bloquear su frontera y cortar el flujo de refugiados. Durante los primeros meses del acuerdo, cientos de personas han sido deportadas desde territorio griego a Turquía, pero desde hace meses, las llegadas se están incrementado. Sin embargo, apenas nadie puede salir de las islas griegas, ya que las solicitudes de asilo tardan hasta dos años en procesarse y los solicitantes de asilo tienen restringida la libertad de movimiento por el país. El Tribunal Supremo ha dictado recientemente una orden para que los refugiados puedan moverse por el país, pero varias ONG denuncian que el Gobierno no la está cumpliendo y que, además, sólo se aplica a los que han llegado después del fallo judicial.
Las carencias en los campos de refugiados
Los campos de Moria y Kara Teppe, en Lesbos, están superpoblados, apenas cuentan con recursos, comida y hay carencias de material básico, una situación que han denunciado numerosas organizaciones humanitarias. «Son campos cuyo máximo aforo no llega a las 3.000 personas y hay 7.000 dentro, en donde se trata a las personas con una falta de dignidad y humanidad absoluta, en donde hay una ducha por cada 150 personas, donde para comer tienes que hacer colas de dos horas bajo la lluvia y el frío o bajo el calor más terrible. Moria es la ciudad sin ley a la que Europa da la espalda», describe la voluntaria. Contra esta situación protestaban pacíficamente los refugiados afganos cuando la creciente ultraderecha griega decidió atacar Mitilene.
Ana había llegado a la plaza alrededor de las 19:00 horas, como muchos otros cooperantes y personal de las ONG que trabajan en Lesbos. «Estaba circulando el rumor de que había cientos de fascistas viniendo a la isla desde Atenas y desde otras islas, así que fuimos para apoyar a los refugiados», explica Ana, quien también acabó siendo víctima de la violencia, como muchos otros voluntarios que fueron a apoyar a los refugiados acampados en la plaza de Mitilene. «Durante varias horas hubo una calma muy tensa. La plaza estaba llena, habría más de 250 fascistas a un lado, separados por un cordón policial. En el centro de la plaza estaban las mujeres y niños refugiados, los hombres habían hecho un cordón para protegerlos porque estaba claro que en cualquier momento iban a atacarles», explica. Entre insultos y cánticos ultraderechistas, a veces llovían algunas botellas que buscaban el centro del corro. «Quedó claro que su objetivo eran las madres y los niños», detalla Ana.
Gasolina, piedras, bengalas y petardos
«Alrededor de las 23:00 horas la cosa se puso seria. Los neonazis empezaron a avanzar para romper el cordón policial. Quemaron varios contenedores y los empujaron contra los policías. Entonces vi que grupos grandes empezaban a rodearnos por los lados de la plaza. Cuando fui a avisar a mis compañeros de lo que estaba pasando, empezó la violencia. La policía lanzó gas pimienta en mitad de la plaza, pero eso fue lo único que hicieron, no intentaron frenar a los neonazis y la gente empezó a correr, los niños tenían problemas para respirar, era un caos», recuerda.
«Empezaron a llover botellas, nos tiraban gasolina, piedras, bengalas y petardos. Había fuego por todos lados. Las mujeres refugiadas habían colocado unas mantas sobre sus cabezas para protegerse, pero los neonazis prendieron fuego. Intentamos huir como pudimos», describe la voluntaria. «Eran grupos de 20 personas, parecían un ejército en formación persiguiendo y agrediendo a quien pillaban», relata.
Fue entonces cuando empezaron las carreras por las calles aledañas. «Pensamos que en una calle cercana estaríamos seguros, pero empezaron a llegar grupos de fascistas, de unas 20 personas, parecían un ejército en formación, persiguiendo y agrediendo a quien pillaban. Yo iba con una compañera cuando nos encontramos a una mujer corriendo en sandalias, con su hijo de ocho meses cogido en brazos. De repente vimos que venían cuatro motos, iban a atropellarnos y nos gritaban cosas en griego. Tuvimos que esquivarlas y seguir corriendo», relata.
Una cafetería, hospital improvisado
Así llegaron hasta el Café Pi, un local frecuentado por cooperantes e incluso por los propios refugiados. «Nos abrieron las puertas para protegernos, pero cuando entramos vimos que se había convertido en un hospital improvisado. No paraban de llegar personas heridas, con brechas en la cabeza, personas inconscientes, niños que no podían respirar y madres en shock. Podían oírse muchos gritos que venían desde la plaza. No sabíamos qué decían y cuando preguntamos a una de las camareras nos asustamos mucho más. Nos respondió que gritaban ‘hay que quemarlos vivos’. Ya habían empezado a lanzar cócteles molotov», describe la voluntaria, que recuerda cómo algunos médicos voluntarios intentaban atender a todos los que iban llegando.
«Los rumores que nos llegan es que esto sólo ha sido el principio, que va a ir a más»
Ni la policía ni los militares que había allí parecían hacer nada para impedir la carnicería, subraya. «Entonces, alrededor de la 1:00 horas vimos que estaban rodeando el café y se empezó a evacuar a la gente. Pero había muchas personas inconscientes y era más peligroso intentar huir que quedarse dentro, era una situación de mucha angustia», afirma la cooperante. Consiguieron salir de allí a la carrera y llegar hasta la casa en la que se alojan, pero afirman que seguían escuchándose gritos y explosiones hasta las 5:00 horas. «Todo se calmó cuando la policía detuvo a varios afganos, que no respondieron a la violencia en ningún momento», dice. En la prensa griega no hay constancia de que ninguno de los atacantes haya sido detenido.
El Gobierno no ha dicho públicamente ni una sola palabra sobre estos incidentes, pero según esta cooperante, el miedo que se respira ahora en Lesbos es inenarrable. «Apenas se ve estos día a refugiados por la ciudad, no salen de los campos, tienen miedo de que los fascistas vuelvan y los rumores que nos llegan es que esto sólo ha sido el principio, que va a ir a más. En esta isla, a diferencia de otras, como Quíos, nunca ha habido problemas de este tipo, la población local es bastante solidaria y comprensiva, pese a la presión que supone que llegue tanta gente, pero a todos los que hemos preguntado nos dicen que no conocían a ninguno de los atacantes, venían de fuera y se dice que van a volver más veces», teme la cooperante.