El ambiente latinoamericano está enrarecido. Hay señales muy claras de que el Imperio ha decidido impulsar una contraofensiva de gran calado. Tanto, que el propio secretario de estado estadounidense John Kerry volvió a desenterrar un concepto que en los últimos años parecía olvidado. En ocasión de su discurso ante el Comité de Asuntos Exteriores de […]
El ambiente latinoamericano está enrarecido. Hay señales muy claras de que el Imperio ha decidido impulsar una contraofensiva de gran calado. Tanto, que el propio secretario de estado estadounidense John Kerry volvió a desenterrar un concepto que en los últimos años parecía olvidado. En ocasión de su discurso ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU, expresó muy suelto de cuerpo: «América Latina es nuestro patio trasero (…) tenemos que acercarnos de manera vigorosa».
De eso se trata precisamente lo que se viene: del vigor con que se están «acercando», intentándose aprovechar de algo que quizás ellos mismos provocaron (todo está por verse e investigarse), como es la muerte del Comandante Hugo Chávez.
Venezuela sigue siendo el plato especial de su apetito voraz, pero mientras tanto van generando acontecimientos en los alrededores que no pueden ni deben pasar desapercibidos.
Allí está por ejemplo la reconstitución de una coalición que apunta a poner otra vez en la superficie una especie de aquel ALCA derrotado por la dignidad latinoamericana y caribeña en Mar del Plata en 2005. Ahora le llaman Alianza del Pacífico, y a sus socios fundadores (México, Chile, Colombia y Perú) se le sumará muy pronto Costa Rica, mientras hacen cola, ansiosos por subirse al barco una docena larga de países entre los que figuran algunos que hasta ayer nomás decían estar del lado correcto de la calle, como son Uruguay y El Salvador. Países estos últimos, que, sin embargo, ya habían suscrito acuerdos económicos y militares bilaterales con Washington.
Sin duda, la Alianza del Pacífico será el portaviones desde el que se intentará atacar duramente al ALBA, pero también a la UNASUR y la CELAC.
De hecho, uno de sus hijos pródigos, el presidente chileno Sebastián Piñera, recientemente mimado hasta la saciedad por su protector Obama, acaba de desembarcar en El Salvador, para poner en práctica un acuerdo «estratégico» bilateral que será usado de modelo para operaciones venideras.
Por otro lado, está la avanzada realizada por el sionismo para institucionalizar lo que ya era una práctica constante. La embajadora Israelí en Argentina, Dorit Shavit acaba de dar un paso decisivo en asuntos de injerencia en temas del continente, al firmar con el presidente derechista paraguayo Horacio Cartes un convenio de cooperación en asuntos de seguridad, educación y manejo del agua. Esto en buen romance, significa que el Mossad israelí institucionaliza de esta manera algo que ya venía realizando desde hace tiempo: asesorar a las fuerzas policiales y militares paraguayas «en su lucha contra la subversión». Para ello, a principios de año, expertos en seguridad provenientes del Mossad, que trabajan para el presidente electo, Cartes, ya realizaron un recorrido por los departamentos de San Pedro, Concepción y Amambay.
El objetivo de los especialistas fue «reconocer y analizar» las zonas consideradas como las más conflictivas del país en cuestión de seguridad y en donde operan las guerrillas del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP).
A todo esto hay que sumarle la reciente disposición expresada por el presidente colombiano Juan Manuel Santos de acercar a su país a la OTAN, un detalle que sin duda surge de la estricta recomendación formulada por el vicepresidente estadounidense Joe Biden en su visita a Bogotá para «estrechar relaciones con un aliado fundamental de nuestra política exterior», según aclaró.
Santos no es un recién llegado a la política y por lo tanto no desconoce el efecto que su deseo de pertenecer a la familia otaniana iba a generar en el continente. Por lo pronto, ayudó a poner entre paréntesis las conversaciones en búsqueda de la paz, que lleva adelante en La Habana con las FARC. Lógico, nadie en su sano juicio, puede sentirse seguro ni estar imaginando escenas pacificadoras cuando el mayor ejército del continente (y el más agresivo) no sólo sigue recibiendo millones de dólares para aumentar su equipamiento, sino que además hace coincidir esta iniciativa con querer ensamblarse en la organización internacional que más practica el terrorismo de estado en el mundo.
Venezuela asediada por dentro y por fuera
En este marco tan complejo y peligroso que ofrece la realidad continental, el proceso revolucionario bolivariano sigue pujando por avanzar, cumpliendo con las políticas delineadas por el Comandante Chávez y ahora defendidas con toda dignidad y valentía por Nicolás Maduro.
Sin embargo, no es misterio para nadie que la pelea contra quienes adversan a la Revolución internamente se hace cada vez más cruenta. Se trata de un enemigo que, como lo expresara su referente electoral, Humberto Capriles, está dispuesto a aplicar todas las fórmulas, inclusive las más violentas (allí están los 14 chavistas muertos de los últimos meses) para expresar su no reconocimiento a los resultados electorales que consagraron la victoria bolivariana. Capriles, que muy pronto será recibido por el Papa Francisco (nada es casual en los tiempos que vivimos) es el principal responsable de la criminal ofensiva interna que no duda en asesinar a sus propios compatriotas.
A esta oposición de rasgos típicamente fascistas no les alcanza con el sabotaje eléctrico, o las maniobras de desabastecimiento, ambas ya controladas por la decisión del gobierno. En su afán de imaginarse un escenario de mayor conflictividad, han llegado a apelar a sus cómplices internacionales para adquirir en EEUU, tal cual lo denunciara el ex vicepresidente José Vicente Rangel, 18 aviones de guerra que han sido instalados en una base norteamericana en Colombia. Este anuncio, vuelve a coincidir con un nuevo apresamiento en Táchira y Portuguesa, de núcleos paramilitares, que con fines guerreristas, habían ingresado a Venezuela desde Colombia.
Por su parte, los acólitos de Capriles, siguen visitando «amigos» y «aliados» que tienen en países donde generalmente gobierna la derecha, buscando construir, en base a mentiras y exageraciones, la idea de que el actual gobierno venezolano es «ilegítimo» y ha perdido apoyo.
El plan conspirativo interno choca, sin embargo, con algo que la derecha no puede modificar. Nicolás Maduro, como «hijo de Chávez», tal cual lo reconoce su pueblo, no ha perdido ni un instante, y desde que asumiera su cargo está dando batalla en todos los frentes. Gobernando de manera directa con quienes lo votaron, pero intentando a su vez, extender su influencia sobre quienes no lo hicieron. El proceso de fortalecer las Comunas, extender y fortalecer las MIsiones, intensificar la formación y el despliegue de milicias populares, y a su vez avanzar decididamente en las metas fijadas en el Programa de la Patria, en lo que hace a política exterior (refuerzo del ALBA, creación del Banco del Sur, mayor cuidado de las relaciones en UNASUR), neutralizan por ahora cualquier intento de desestabilización interna. Más aún si se tiene en cuenta que los mandos militares está firmemente alineados con su nuevo comandante en jefe.
Por eso, el mayor de los peligros, sigue estando en los alrededores. Por un lado, en las incursiones del Imperio (más bases militares y «humanitarias», más ayuda económica a países subordinados y cooptación de otros que se hallan indecisos), y por otra parte, está la constante agresividad de ese vecino que hasta ayer nomás ejercía de ministro de Defensa de Alvaro Uribe y comandaba los operativos de exterminio contra guerrilleros y campesinos colombianos. El mismo hombre que dio la orden para invadir Ecuador y bombardear impunemente el campamento de Raúl Reyes, justamente cuando se estaban avanzando posibilidades de encuentros como los que ahora se llevan adelante en La Habana. Ese mismo personaje, que ahora, desde su omnipotencia, quiere dar una muestra más de «liderazgo» dentro de la derecha continental, adhiriendo a quienes arrasaron Belgrado, Iraq y Libia con sus bombas de uranio empobrecido y ahora bregan por entrar en Siria. Santos, les suena, amigo de Joe Biden y protector de Pedro Carmona, el frustrado golpista venezolano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.