Este jueves se presentó en Madrid la edición castellana de la revista New Left Review. La presentación se hizo en el marco del Seminario «Invención de la política, crisis del capitalismo y nuevos sujetos políticos en Europa», organizada por la editorial Traficantes de Sueños. Participaron Perry Anderson, Susan Watkins, Robert Brenner y Robin Blackburn, todos […]
Este jueves se presentó en Madrid la edición castellana de la revista New Left Review. La presentación se hizo en el marco del Seminario «Invención de la política, crisis del capitalismo y nuevos sujetos políticos en Europa», organizada por la editorial Traficantes de Sueños.
Participaron Perry Anderson, Susan Watkins, Robert Brenner y Robin Blackburn, todos miembros del comité editorial, junto a colaboradores como Marco D’Eramo, Emmanuel Rodríguez y Carlos Prieto del Campo, estos dos últimos integrantes de Traficantes de Sueños.
La segunda sesión abordó una temática diversa: «Los desequilibrios políticos de la UE» (Watkins); los «Populismos» (D’Eramo), las «Nuevas apuestas políticas en la coyuntura española» (Rodríguez) y los «Movimientos antisistémicos» en Europa (Perry Anderson). Las ponencias llaman a hacer varias discusiones, pero sin desmerecer el resto, fue el tema -y el ángulo- abordado por Anderson el que me resultó más interesante para la reflexión y el debate.
Anderson partió del concepto de «movimientos antisistémicos», acuñado por Arrighi, Wallerstein, Frank, etc., a finales de los años ’70, para definir una multiplicidad de movimientos de la izquierda anticapitalista en el mundo. Hoy sin embargo, el significado objetivo del término ha cambiado para que se consideran movimientos antisistémicos. Para Anderson, desde los años ’80 no hay en Europa ningún movimiento significativo que pueda considerarse anticapitalista. «Hay un tabú en considerarse anticapitalista», en el sentido de bregar por el fin del sistema capitalista como tal.
Así y todo, Anderson sostuvo que estos movimientos aún pueden considerarse «antisistémicos», en tanto se enfrentan al orden neoliberal capitalista. Un orden político, económico e ideológico que, en términos generales, es económicamente antisocial, basado en un consenso de partidos del «centro» (derecha e izquierda), cohesionados ideológicamente en el «pensamiento único» e intercambiables políticamente; de allí que se hable en Francia de la UMPS (UMP+PS), en Italia del PDL (PD y Popolo della Libertà) o en el Estado español, el ya famoso PPSOE (PP+PSOE).
En este marco, la clave de su interpretación fue que hay dos tipos de movimientos antisistémicos, los de izquierda, sobre los que más pensamos, y los de derecha. Para Anderson es completamente legítimo considerar a los movimientos de derecha (y extrema derecha) europeos como antisistémicos por el hecho de que son «radicalmente antineoliberales». Entonces, habría una situación completamente nueva, una «convergencia de agendas» entre movimientos de protesta que vienen de la derecha y de la izquierda.
En el panorama de Europa occidental, existen más variantes de movimientos antisistémicos en la derecha (Frente Nacional francés, UKIP en Reino Unido, Liga Norte en Italia, Partido Popular Danés y varios más), que en la izquierda (Syriza en Grecia, Podemos en el Estado español, Sinn Fein en Irlanda, y el Movimiento 5 estrellas en Italia, aunque es discutible si puede considerarse de la izquierda). Luego hay partidos de la izquierda tradicional más pequeños, como Die Linke en Alemania, el Front de Gauche en Francia o Izquierda Unida en el Estado español.
Muchos de estos movimientos son previos a la crisis (FN, el Partido Popular Danés, IU, Die Linke, etc.), pero para Anderson, los fenómenos más importantes son expresiones directas de la crisis económica que estalló en 2008; en la izquierda, claramente Syriza, Podemos y 5 Estrellas. Entre los primeros, para Anderson prevalece una estructura más clásica de partido, mientras que en los más nuevos tienden a ser movimientos más amplios, menos estructurados.
En este último caso, los liderazgos carismáticos aparecen para Anderson como un rol clave indispensable de estos movimientos (Le Pen, Farage, por la derecha; Tsipras, Iglesias, Grillo, por la izquierda), en tanto los más clásicos dependen menos de estas figuras. Esto se debe no sólo a la «personalización posmoderna de la política», sino también a sus recursos limitados en términos de la estructura de organización.
Anderson sostuvo que hay una «área de protesta antisistémica que varía entre 1/6 a 1/4 de población votante». Esto es claro en varios casos tanto de izquierda como de derecha. Hace tiempo con Josefina Martínez hicimos un mapa de la extrema derecha en Europa en el que se puede ver el peso de estos movimientos. El punto es que, cuando estos movimientos pasan de representar a 1/4 de la población, ya se convierten en una amenaza seria para el establishment.
En cuanto a la base social, según su exposición la derecha tiene un peso muy fuerte en sectores de la clase obrera tradicional (por ejemplo en Francia e Italia), lo cual incluye a un amplio sector en paro. También en parte de la pequeñoburguesía arruinada, y sectores pequeños y medianos de la burguesía; pero no así en las clases medias profesionales y la gran burguesía. En cuanto a la izquierda, su lectura es similar. Peso en sectores de la clase trabajadora y la pequeñoburguesía, aunque con más influencia en la clase media ilustrada y sectores empresarios. Pero esencialmente para Anderson la diferencia entre ambos casos es «generacional»: la juventud vota más a la izquierda que a la derecha.
Anderson abordó finalmente las principales ideas que, según él, estructuran estos movimientos. En la derecha, el tema de la inmigración (xenofobia), ligada a la demanda de seguridad social; la austeridad, relacionada con la demanda de la salida del euro (eurofobia); y la soberanía popular (nacionalismo), en términos de demanda de soberanía democrática contra las instituciones de la UE. En cuanto a la izquierda, dos ideas son idénticas: el cuestionamiento de la austeridad y la demanda de soberanía en términos de democracia política. Pero no así la cuestión de la inmigración, mientras le sumó una suerte de «política exterior antiimperialista».
Anderson se preguntó entonces «¿Qué estrategia debería adoptar la izquierda en relación a la derecha?», con la que se comparte una «arena antisistémica común», advirtiendo que esto solo surge en los lugares donde deben competir (la excepción es, por ahora, el Estado español, donde «sólo hay un movimiento antisistémico», porque el PP aglutinó históricamente a la derecha tradicional), y la respondió con algunas recomendaciones: a) No tratarlos como fascistas. «Son xenófobos, pero con la única excepción de Aurora Dorada, el resto de los movimientos no son fascistas»; b) Rechazar cualquier intento de los partidos del establishment (el «centro») de marcar líneas divisorias contra estos movimientos, haciendo de ellos una «gran amenaza» y situándose como la única salvación posible; c) Tomar seriamente «la cuestión de la inmigración, porque está conectada con la democracia». Para Anderson, los electores europeos «nunca fueron consultados sobre la inmigración», esta fue «impuesta por las demandas del sistema capitalista» (de abaratar el costo de la mano de obra) y «por las guerras imperialistas en el norte de África y Medio Oriente, que produjeron olas de refugiados». Pero «la gente debe ser consultada» sobre esto, incluso sobre cuál debe ser el flujo de inmigrantes que se permite que ingrese a los países europeos; y d) No tratar a estos movimientos como «algo uniforme o simplemente reaccionario», porque pueden ubicarse a la izquierda en cuestiones como la moneda común (euro), recordando que el FN francés y otros defienden la salida del euro.
Para finalizar, Anderson arriesgó una crítica hacia la izquierda: «Podemos y Syriza, debemos ser honestos, sostienen posiciones mucho menos radicales que la derecha antisistémica». En su lectura esta posición es «razonable», porque «hay indignación, pero el miedo aun predomina en la mayoría de la población europea», pero al mismo tiempo dijo que «debería reconocerse que en términos de competencia política, en la arena común de la protesta antisistémica, estas posiciones son una desventaja táctica en comparación con la derecha».
Algunas consideraciones
Evidentemente son varios los ángulos de debate posibles sobre la exposición de Anderson, pero valgan algunas consideraciones, previa advertencia de que polemizamos con su exposición oral (en un texto obviamente las posiciones tienen otros matices y desarrollo).
La definición de la que parte Anderson sobre los movimientos antisistémicos en tanto fenómenos de derecha y ultraderecha, como de izquierda, es un modo sugerente de pensar la dinámica política en la «Europa de los extremos«. El concepto «antisistémico» resulta útil descriptivamente, porque es un hecho que hay un terreno de crítica «antineoliberal» que en Europa está en disputa con movimientos de derecha. Sin embargo, al considerar antisistémicos a movimientos que no son anticapitalistas, es decir, al no ser un concepto relacionado a estrategias de clase, en lo que no resulta útil es justamente para pensar una política de izquierda. El mismo campo antisistémico requiere un análisis político de clase, ya que no es inmediatamente traducible a la estrategia política.
El crecimiento de estas fuerzas, especialmente las de derecha que sostienen un discurso eurófobo, es sin duda una amenaza real al orden político de postguerra que permitió la consolidación de la Unión Europea. En este punto, la analogía con los años ’20 y ’30 tiene rasgos similares, aunque no son exactamente los mismos movimientos. Como Anderson reconoce, los fenómenos de izquierda no son una amenaza al propio sistema capitalista, ni los de derecha son de conjunto fascistas.
Al no ver un peligro inmediato que amenace las bases de su régimen (por ejemplo, como sería ante un ascenso revolucionario), el conjunto de la burguesía europea sigue optando por su integración en las instituciones «democráticas» de la UE. Sin embargo, a nadie escapa -y mucho menos a Anderson- que en el pasado el capital ha utilizado todas las vías posibles para sostener su poder cuando este se vio amenazado, desde los frentes populares (para engañar, pacificar y subordinar a la clase obrera como aliada de la burguesía), hasta la solución del fascismo (como método de guerra civil contra la clase trabajadora y los derechos democráticos).
La aguda crisis del capitalismo imperialista, combinada con una crisis de representación democrático burguesa -y en particular de la construcción histórica que significó la UE-, exige pensar estas hipótesis, porque tanto los fenómenos de derecha como de izquierda, en determinadas circunstancias, pueden ser asimilados como una salida para la preservación del sistema capitalista. No en su forma neoliberal actual, sino como sistema histórico de dominación de clase.
Para Anderson sería un error considerar a los movimientos de derecha como «reaccionarios» de conjunto, teniendo en mente que un amplio sector de su base social son sectores de trabajadores. Tomando el caso francés, es cierto que a diferencia de mediados de los ’90 y la tradición de la extrema derecha histórica, el nuevo FN encabezado por Marine LePen adopta un carácter más «republicano», que le permite ganar una base social más sólida y aspirar a ser una opción de poder viable. No obstante, la realidad es que visto desde su estrategia, son movimientos reaccionarios que con un discurso radical y demagógico han logrado ganar adhesión en capas más o menos importantes de la clase obrera y la pequeño burguesía pauperizada. El problema esencial es entonces ¿con qué política operar sobre esa base social?
Anderson da en el clavo cuando dice, honestamente, que «Podemos y Syriza tienen un programa menos radical» que el Frente Nacional y otras variantes de extrema derecha. Lo mismo se podría decir del Front de Gauche, y sin lugar a dudas de Izquierda Unida. Este límite está entre una de las causas del fortalecimiento de la derecha en sectores obreros y de clase media arruinada. Sin embargo, no lleva esta crítica hasta el final, abordando la política en términos de clase y estrategias de clase.
El punto en el que convergen tanto los fenómenos de derecha como de izquierda es que son esencialmente antiausteritarios y se encuentran en oposición a las instituciones de la «Europa de la austeridad». Los distingue, sin embargo, no sólo aspectos programáticos (sin duda la xenofobia y el racismo), sino también la actitud frente a estas instituciones. Mientras frente a los padecimientos de la crisis y la ofensiva imperialista alemana y de la «Troika», las tendencias de extrema derecha se fortalecen con un discurso radical de abandono del euro, haciendo demagogia con la defensa del «estado nacional», los movimientos de izquierda como Podemos o Syriza, moderan hasta el infinito sus programas, defendiendo la utopía de democratizar la UE, ignorando su carácter imperialista y reaccionario.
Para abordar esta «debilidad táctica» de la izquierda, Anderson lo que propone es «dialogar» con la base de los movimientos de derecha, con los que se comparte una «arena antisistémica común», adoptando parte de su agenda. Esto lo lleva en un tema tan dramático como la inmigración, por ejemplo, a posiciones confusas. Evidentemente Anderson no defiende una política xenófoba. Su denuncia de que la inmigración fue promovida por el capital como parte de una política para atacar a la propia clase obrera es correcta. Sin embargo, al no relacionar esta problemática con una estrategia de clase, toda salida dentro de los marcos «antisistémicos» que plantea, puede abrir la puerta a soluciones reaccionarias. Además, la inmigración constituye la base material de la formación de una nueva clase obrera precaria y superexplotada en los países centrales, cuestión que no está incorporada en su lectura, que pareció ubicarse desde la estrecha óptica de la clase obrera europea, blanca y nativa.
El problema es que este tipo de experimentos ya fue intentado en el pasado y fue un fiasco. En Alemania en 1923, un sector de la Internacional Comunista (IC) teorizó sobre la necesidad de establecer alianzas con la corriente de extrema derecha, como el «nacional-bolchevismo«, para ganar a sus elementos «revolucionarios y nacionalistas», lo que derivó en acciones comunes «rojo-pardas» (la corta y tristemente famosa «línea Schlageter» de Radek), que resultaron un rotundo fracaso, puesto que sólo fortalecieron a los «pardos» mientras debilitaron y confundieron a los «rojos». Peor aún fue la deriva en Polonia, donde el PC ya estalinizado, llamó a los obreros a apoyar el golpe fascista en 1926 como «el camino de la dictadura democrática revolucionaria». Esto antes de que la IC dirigida por Stalin diera una giro brusco hacia la infame teoría del social-fascismo, que luego sería superada en otro giro hacia la no menos infame teoría de los frentes populares.
Obviamente no es la misma situación ni son los mismos protagonistas, pero la forma de abordar el fenómeno tiene muchas similitudes: «dialoguemos con la derecha», no los ataquemos en bloque como «reaccionarios», porque ambos somos «antisistémicos» y tenemos una «agenda común». Esta política, como ya sucedió en el pasado, lejos de debilitar a los movimientos de derecha no puede más que fortalecerlos.
Entonces volviendo a la pregunta de Anderson: «¿qué estrategia debería adoptar la izquierda en relación a la derecha?», nos parece que resulta mucho más útil recuperar los debates estratégicos de los años ’20 y ’30 sobre el frente único obrero, una táctica que al calor de la crisis capitalista y la creciente intervención de la clase obrera cobra renovada vigencia. Anderson, de hecho, escribió muy buenas páginas sobre el frente único obrero, cuyos debates en el seno de la Tercera Internacional consideró «la última gran polémica estratégica en el movimiento obrero europeo».
En toda su exposición, sorprendentemente Anderson no hizo referencia a los sindicatos. Salvo al final, en respuesta a una pregunta de un compañero, que hizo una breve crítica al rol de los sindicatos en la crisis y la falta de una respuesta dura a los ataques del capital. Pero los sindicatos no fueron parte de su ecuación política.
Sin embargo, para disputar la base social de la derecha lo que hace falta es justamente el impulso de la más amplia unidad de las masas para resistir los ataques del capital, así como la exigencia del frente único a las direcciones burocráticas del movimiento obrero -teniendo por objetivo estratégico el desarrollo de fracciones revolucionarias en su seno-, se torna una cuestión vital para unificar a la clase trabajadora con sus propias demandas, y no entregar la arena del cuestionamiento radical al establishment a la derecha. Por ejemplo, frente a la inmigración, lo que es necesario desarrollar es la unidad de las filas de la clase trabajadora y un internacionalismo obrero, no una política de restricción estatal al flujo inmigratorio.
No se trata de buscar un dialogo entre campos «antisistémicos» bajo una estrategia «anti neoliberal», sino de lograr la unificación de la clase obrera bajo una estrategia de clase propia, que pueda a su vez influenciar en la pequeño burguesía arruinada insuflándole confianza en la capacidad de la clase obrera de llevar a la sociedad por un nuevo camino. La política del frente único se vuelve así un componente central de una estrategia proletaria, tanto para unificar las filas de la clase trabajadora (dividida no sólo por el propio capitalismo -ocupados, parados, precarios, etc.-, sino también por los propios movimientos de derecha xenófobos entre nativos e inmigrantes); como para combatir a las direcciones reformistas del movimiento obrero, tanto políticas como en los grandes sindicatos burocratizados, que dividen y paralizan la fuerza social de la clase trabajadora ante los ataques del establishment, mientras mantienen a una minoría sindicalizada en sus estrechos marcos corporativos, e influir en las clases medias que en su desesperación tienden a gravitar hacia la derecha y la extrema derecha. Es decir, una estrategia para que la clase obrera se vuelva hegemónica.
Esta política presupone la necesidad de que se desarrolle un partido revolucionario con peso real en las organizaciones de la clase obrera, que permita imponer a las direcciones reformistas el frente único obrero y así disputar los sectores que son seducidos por la demagogia de la extrema derecha, que agita odios nacionales con el objetivo de separar a la clase obrera y atarla a un sector de las burguesías nacionales. Esta tarea aún está por hacerse.
En su esquema sobre los nuevos movimientos antisistémicos de izquierda, Anderson no hizo referencia a otras formaciones que se encuentran a la izquierda de estos, que dicho sea de paso, por momentos poco o nada se diferencian de la «centroizquierda» y su republicanismo reaccionario. Por ejemplo, no habló del NPA francés. Cierto es que el NPA trasunta una profunda crisis política, en gran medida debido a que la mayoría de su dirección ha optado por hacer del seguidismo a los reformistas una estrategia. Sin embargo, en el último período ha comenzado a cuajar una oposición de izquierda en el seno del NPA, que brega por construir un partido revolucionario implantado en la clase trabajadora, que defienda una orientación de frente único obrero. Esta perspectiva es la que hace falta desarrollar audazmente en los distintos países de Europa, en los que existen sectores revolucionarios dispuestos a batallar por una estrategia obrera independiente.
En su famoso ensayo de los años ’70, «Las antinomias de Antonio Gramsci», Anderson hace un análisis profundo de las contradicciones internas del pensamiento del comunista italiano sobre la revolución en Occidente, y una aguda crítica a las contradicciones en su concepción del Estado. Sin embargo, hay una crítica que no lleva hasta el final y es que la clave de la dominación de los estados capitalistas occidentales durante todo el siglo XX, estuvo en el control de la clase trabajadora a través de mediaciones (sindicatos y partidos) de conciliación de clases, cuya forma más perfeccionada fue el «frente popular». Como dijo hace tiempo un compañero que de esto entiende infinitamente más que yo, «las casamatas en Occidente están hechas de ladrillos proletarios».
Visto desde el ángulo del debate actual, el peligro es abordar la influencia de la extrema derecha en amplios sectores de trabajadores y clases medias arruinadas desde una lógica «antisistémica», que en perspectiva puede decantar en algún tipo de variante frente populista, y no desde una estrategia obrera contra la estrategia del capital.
* Agradezco los comentarios sobre estas notas de mis amigos y compañeros Gastón Gutiérrez, Juan Dal Maso y Matías Maiello.
Fuente original: http://www.laizquierdadiario.com/Perry-Anderson-Podemos-y-Syriza-sostienen-posiciones-mucho-menos-radicales-que-la-derecha