Quienes vengan después de nosotros se asombrarán de cómo en pleno siglo XXI la creencia nos embarga más que la razón. Al igual de cómo muchos de nosotros/as hacemos mofa de las generalizadas supersticiones religiosas que paralizaron las historias de los pueblos en pasadas generaciones. Quienes nos resistimos a engrosar las estadísticas de la «ciudadanía […]
Quienes vengan después de nosotros se asombrarán de cómo en pleno siglo XXI la creencia nos embarga más que la razón. Al igual de cómo muchos de nosotros/as hacemos mofa de las generalizadas supersticiones religiosas que paralizaron las historias de los pueblos en pasadas generaciones.
Quienes nos resistimos a engrosar las estadísticas de la «ciudadanía teledirigida», observamos estupefactos de cómo la coyuntura nacional de «la lucha contra la corrupción» que endilga a propios y extraños es definida y dinamizada nada más y nada menos que por los testimonios judiciales de Juan Carlos Monzón, ex secretario privado de la ex Vicepresidenta de la República, Roxana Baldetti (también reo encarcelada), ahora «colaborador eficaz» del Ministerio Público. Reo
Aunque Ud. no lo crea, las declaraciones de este reo confeso son asumidas (creídos) y reproducimas por los medios de información como «evidencias» para definir quién es y quién no es corrupto en Guatemala.
Resulta que en días pasados, por «descuido» de los operadores de justicia, se filtró in extenso las declaraciones testimoniales de Juan Carlos Monzón ante la Fiscalía Especia Contra la Impunidad sobre el caso de la «Cooptación del Estado» que involucra al partido político Patriota que gobernó al país en pasada gestión.
En dicha narrativa fluida de cerca de 180 páginas, el reo confeso, que ahora es legitimado como «testigo protegido» por los agentes principales de la lucha contra la corrupción en Guatemala, deja fluir toda su imaginación y su estrategia discursiva para convencer a la audiencia que lo que dice es «la verdad, y sólo la verdad». Y el problema no es tanto la capacidad narrativa (bien ensayada en la prisión) del reo, sino que la audiencia nacional le crea.
En dicho testimonio desfilan nombres de funcionarios públicos, empresarios privados, bancos, Embajada norteamericana, hasta de dirigentes indígenas campesinas aportando o desviando millones de quetzales en la industria de la corrupción. Casi siempre oleadas de muletillas sacramentales como «gracias a Dios», «yo comuniqué», «yo obedecía órdenes».
Sería de ingenuos creer que dicho testimonio no obedece a la promesa de otros millones de quetzales por recibir, protegiendo a unos delincuentes y hundiendo a la competencia en la industria de la corrupción.
Más sin embargo, los medios de información masiva, en especial cuyos dueños o cofinancistas salieron mencionados en dicha declaración, utilizaron y utilizan dicha fuente declarativa para auto encubrirse atacando a sus adversarios, o endilgar a su audiencia teledirigida haciendo cápsulas informativas mal intencionadas y descontextualizadas.
Los sectores empresariales que monopolizan el discurso en el país no sólo generan el teatro mediático de la lucha contra la corrupción, utilizando a sus peones como «chivos expiatorios», y convirtiendo en héroes legendarios en vida a sus aliados externos, sino también, con su maquinaria mediática, tienen la capacidad de hipnotizar casi al país entero, e intentar limpiar en el imaginario colectivo el rostro criminal de sus delincuentes y convertir en delincuentes a los y las defensoras de derechos.
Este discurso prefabricado en la prisión y muy bien financiada por la delincuencia empresarial, en el contexto racista, clasista y machista del país se convierte en un súper combustible para exacerbar estas taras coloniales presentes que configuran las estructuras psicológicas y sociales de la guatemalticidad, y así mantener al país en el embrollo instalado. Mientras, el saqueo, el despojo y la destrucción de las tramas de vida se sedimenta en Guatemala como la única opción terrenal.
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