El pasado 27 de abril se celebraron elecciones legislativas en Islandia, teniendo como resultado una victoria de los dos partidos de derecha que sumieron al país en la recesión más grande que ha sufrido la economía isleña en décadas. Muchas personas no logran explicarse cómo es posible que haya sucedido algo así, cuando precisamente los […]
El pasado 27 de abril se celebraron elecciones legislativas en Islandia, teniendo como resultado una victoria de los dos partidos de derecha que sumieron al país en la recesión más grande que ha sufrido la economía isleña en décadas. Muchas personas no logran explicarse cómo es posible que haya sucedido algo así, cuando precisamente los partidos castigados en estas elecciones son los que protagonizaron lo que ha venido a denominarse «la revolución islandesa». Para la izquierda española el movimiento popular que se rebeló frente a la élite política y financiera de Islandia se había convertido en todo un símbolo de lucha al haber conseguido importantes logros a la hora de responder a la crisis económica; a saber: iniciación de un proceso constituyente, validación de referéndums nacionales que rechazaban el pago de la deuda, sometimiento a juicio de varios responsables políticos y dirigentes de la banca, superación de la recesión económica…
Para profundizar en el asunto he realizado un estudio económico sobre los efectos y repercusiones que se han derivado de las actuaciones del gobierno hoy día castigado y del plan de ayuda del Fondo Monetario Internacional. El objetivo es valorar hasta qué punto se le ha dado una respuesta verdaderamente de izquierdas (es decir, solidaria en cuanto a distribución de costes, en la que paguen más quienes más tienen y quienes más responsabilidad han tenido y sin que afecte a las capas populares más indefensas) a la crisis económica. La conclusión más directa es que, a pesar de haber ejecutado políticas mucho menos agresivas para el ciudadano de renta media y baja que la de otros países europeos (como España), lo cierto es que la actuación del gobierno islandés ha estado lejos de llevar a cabo una política verdaderamente de izquierdas, y el mejor ejemplo lo tenemos en que la sanidad y la educación públicas han dejado de ser gratuitas en un país que sin duda podría permitírselo con creces, tal y como había ocurrido durante tantos años.
El estudio puede descargarse en la sección de documentos del blog, pero adelanto aquí las conclusiones generales que he extraído del mismo.
Conclusiones
Tras una profunda desestabilización del sistema financiero y monetario islandés provocada por una monumental quiebra del sistema bancario, la economía islandesa quedó herida de gravedad en el otoño de 2008. El Estado islandés recurrió a todas las herramientas de las que disponía a su alcance (recapitalización de bancos, compras masivas de coronas islandesas en el mercado de divisas, etc) hasta que se le agotaron, teniendo que solicitar finalmente préstamos internacionales tanto al Fondo Monetario Internacional como a otros estados vecinos.
Islandia recibió un trato preferencial por parte del Fondo Monetario Internacional a la hora de acordar los términos del programa de ayuda. Por un lado, fue el gobierno islandés quien llevó la voz cantante en todo el proceso, estableciendo prioridades inquebrantables (como la solidez del Estado del Bienestar) y proponiendo medidas económicas propias. Por otro lado, el equipo del FMI permitió que el gobierno llevara a cabo disposiciones claramente no convencionales en materia económica y que el organismo internacional nunca había permitido en negociaciones similares con otros estados. Entre estas políticas económicas heterodoxas destacan dos: el establecimiento de controles de capitales hacia y desde el territorio islandés, cuyo objetivo es evitar una fuga de capitales que termine hundiendo el tipo de cambio de la corona islandesa; y la concesión de un plazo de más de un año para realizar recortes en el gasto público y aumentos de impuestos, cuya finalidad era dejar respirar a la economía islandesa durante la primera etapa de la crisis y así darle tiempo a absorber buena parte de sus costes gracias a los estabilizadores automáticos.
Ambas medidas heterodoxas han logrado con creces sus objetivos y han favorecido sin ninguna duda la recuperación económica de la isla. El aplazamiento de los recortes y de las subidas de impuestos permitió que la actividad económica no se enfriara durante los primeros meses de la crisis, que fueron precisamente los más duros. Además, estas disposiciones han afectado más a las rentas más altas que a las medias y a las más bajas, aunque ello no ha impedido que el Estado del Bienestar islandés se haya visto marcadamente deteriorado, así como tampoco ha evitado que las rentas medias y bajas se hayan visto perjudicadas ni que las tasas de riesgo de pobreza pertenecientes a estos grupos hayan aumentado. En cuanto a la restricción de capitales -todavía hoy vigente-, y conjuntamente con el particular vínculo que existe entre la banca (parcialmente nacionalizada) y el Estado, ha permitido que este último pueda financiarse cómodamente y a bajo coste en el mercado de deuda pública. Este hecho es sin duda uno de los mayores logros de las respuestas a la crisis, pues posibilita que el Estado pueda seguir dinamizando la economía a través de su intervención en diversas áreas, lo cual contrasta fuertemente con la situación de otros Estados europeos -especialmente los de la periferia- que se encuentran una y otra vez con importantes dificultades para financiarse.
El hecho de que el Fondo Monetario Internacional haya permitido a Islandia acometer esta serie de medidas económicas no ortodoxas y no a otros países intervenidos sólo puede entenderse atendiendo a las particularidades de la economía islandesa, a saber, su reducido tamaño y su poca relevancia en el plano internacional. Al fin y al cabo, establecer restricciones de capitales a una economía cuyo tamaño es minúsculo en comparación con la mayoría de las economías europeas (el tamaño de la economía islandesa es 110 veces inferior a la de la española) apenas afecta al tráfico internacional de capitales. En cambio, una medida de este tipo llevada a cabo en una economía más importante hubiera alterado notablemente los flujos transnacionales de capitales, y esto es algo que el stablishment económico occidental quiere evitar a toda costa. Precisamente por motivos como éste, resulta difícil imaginar que las medidas permitidas por el FMI en el caso islandés sean extrapolables a otras economías de mayor tamaño.
Ahora bien, aunque la economía islandesa presente ciertos signos de crecimiento económico, y se encuentre en una situación mucho más favorable que la de otras economías europeas, no quiere decir que goce de una salud estupenda. Las tasas de crecimiento no sólo son muy tímidas sino que pueden estar reflejando el origen de una burbuja inmobiliaria en el país. El desempleo sigue estando en unos niveles que no se habían conocido en la historia reciente de Islandia. Las expectativas empresariales se sitúan bajo mínimos, al igual que la confianza que deposita el consumidor en el panorama económico futuro. Las posibilidades de inversión en la economía islandesa son muy reducidas, y siguen dependiendo fuertemente de los controles de capitales. Todo ello no hace sino evidenciar que no se puede hablar de una verdadera recuperación de la economía islandesa, a pesar de que las singulares medidas económicas realizadas por el gobierno estén permitiendo que capee los costes de la crisis internacional de una forma mucho más aceptable que la que se está dando en otros países europeos.
[Artículo publicado en el blog Saque de esquina, por Eduardo Garzón]