Después de décadas de «ayuda al desarrollo» por parte del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), un sexto de la población mundial vive con menos de 77 céntimos (de euro) al día. Lo que va a ocurrir en Portugal (siguiendo a lo que ocurrió en Grecia e Irlanda y ocurrirá en España, y tal vez no quede ahí) pasó ya en muchos países en desarrollo. La intervención del FMI tuvo siempre el mismo objetivo: canalizar el máximo posible de los empeños del país para el pago de la deuda. La «solución a la crisis» bien puede ser la eclosión de la más grave crisis social de los últimos ochenta años.
Portugal es un pequeño barco en un mar agitado. Se necesitan buenos timoneles, pero si el mar anda excesivamente agitado no hay barco que resista, incluso en un país que siglos atrás fue al descubrimiento del mundo a bordo de cáscaras de nuez. La diferencia entre entonces y ahora es que Adamastor era un capricho de la naturaleza; después de la tormenta volvía cierta bonanza, y sólo eso tornaba «realista» aquel grito de confianza nacionalista del: «Aquí, al timón,/ soy más que yo…»
Hoy, el Adamastor es un sistema financiero global controlado por un puñado de grandes inversores institucionales e instituciones satélites (banco Mundial, FMI, agencias privadas de calificación de riesgo) que tienen el poder de distribuir las borrascas para la gran mayoría de la población del mundo y la bonanza para ellos mismos. Sólo eso explica que los 500 individuos más ricos del mundo tengan una riqueza igual a la de los 40 países más pobres del mundo, con una población de 416 millones de habitantes. Después de décadas de «ayuda al desarrollo» por parte del BM y del FMI, un sexto de la población mundial vive con menos de 77 céntimos de euro diarios. Lo que va a ocurrir en Portugal (siguiendo a lo que ocurrió en Grecia e Irlanda y a lo que ocurrirá en España, sin que tal vez se queda aquí la cosa) pasó ya en muchos países en desarrollo. Algunos se resistieron las «ayudas» debido a la fuerza de líderes políticos nacionalistas (caso de la India), otros se revelaron presionados por las protestas sociales (Argentina) y forzaron la reestructuración de la deuda. Siendo diversas las causas de los problemas que enfrentaron distintos países, la intervención del FMI tuvo siempre el mismo objetivo: canalizar el máximo posible de los empeños del país hacia el pago de la deuda. En nuestro contexto, lo que llamamos «nerviosismo de los mercados» es un conjunto de especuladores financieros, algunos con fuertes lazos con los bancos europeos, dominados por el vértigo de ganar ríos de dinero apostando a la bancarrota de nuestro país y ganando tanto más cuanto más probable sea ese desenlace trágico.
¿Y si Portugal no pudiese pagar? Bien, ése es un problema de medio plazo (puede ser de semanas o de meses). Después se verá, pero una cosa es cierta: «las justas expectativas de los acreedores no pueden ser defraudadas». Lejos de calmarse, este «nerviosismo» es alimentado por la agencias de riesgo: bajan la nota del país para forzar al gobierno a tomar ciertas medidas restrictivas (siempre contra el bienestar de las poblaciones); las medidas se toman, pero como hacen más difícil la recuperación económica del país (lo que permitiría pagar la deuda) la nota vuelve a bajar. Y así sucesivamente hasta la «solución de la crisis», que bien puede ser la eclosión de la más grave crisis social de los últimos ochenta años.
Cualquier ciudadano con perspicacia natural preguntará ¿cómo es posible tanta irracionalidad? ¿Vivimos en democracia? ¿Las diversas declaraciones de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos son letra muerta? ¿Habremos cometido errores tan graves que la expiación no se contenta con los anillos y exige los dedos, o hasta incluso las manos? Nadie tiene una respuesta clara para estas cuestiones, pero un reputado economista (Premio Nobel de Economía en 2001), que conoce bien al anunciado visitante, FMI, escribió al respecto lo siguiente:
«…las medidas impuestas por el FMI fallaron más veces de las que tuvieron éxito… Después de la crisis asiática de 1997, las políticas del FMI agravaron la crisis en Indonesia y Tailandia. En muchos países, llevaron al hambre ya la confrontación social; e incluso cuando los resultados no fueron tan sombríos y consiguieron promover algún crecimiento después de algún tiempo, frecuentemente los beneficios fueron desproporcionadamente para los de arriba, dejando a los de abajo más pobres que antes. Lo que me espantó fue que estas políticas no fuesen cuestionadas por quien tomaba las decisiones… Subyacente a los problemas del FMI y de otras instituciones económicas internacionales está el problema de gobernanza: ¿quien decide lo que hacen?» (Joseph Stiglitz, Globalization and its Discontents, 2002).
¿Habrá alternativa? Dejo este tema para la próxima crónica.
Boaventura de Sousa Santos es un reconocido científico social portugués.
Traducción para www.sinpermiso.info : Carlos Abel Suárez
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3855
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