Los Estados de la Europa occidental se siguen resistiendo a la armonización. El mismo día que se hacían públicas las triquiñuelas de todos los anticuados carreristas que rivalizaban por el liderazgo parlamentario del New Labour -a cual más grotesco en la justificación de su apoyo a la guerra y a la ocupación del Irak-, el […]
Los Estados de la Europa occidental se siguen resistiendo a la armonización. El mismo día que se hacían públicas las triquiñuelas de todos los anticuados carreristas que rivalizaban por el liderazgo parlamentario del New Labour -a cual más grotesco en la justificación de su apoyo a la guerra y a la ocupación del Irak-, el gobierno italiano de centroizquierda, con menos de un año de existencia, caía tras un debate de política exterior en el Senado.
No era Irak lo que estaba aquí en cuestión. A diferencia del New Labour (protegido por leyes electorales antidemocráticas), el grueso de la izquierda italiana y el 80% de la población se oponía a la guerra. La disputa de esta semana tenía que ver con dos cuestiones: con la Operación Libertad Duradera -la satírica autodescripción de la ocupación de Afganistán por parte de la OTAN y la ONU- y la ampliación de la base militar estadounidense en Vicenza, en la Italia septentrional.
Dos senadores de izquierda votaron en contra del gobierno en el Senado italiano luego de que Prodi y su ministros de exteriores D’Alema hubieran hecho del voto una cuestión de confianza, arguyendo que la de Afganistán era una guerra legal porque tenía el apoyo de las Naciones Unidas. Se aludía, obvio es decirlo, al Consejo de Seguridad, con su férreo monopolio de un poder todavía bajo el control de los cinco países vencedores de la II Guerra Mundial. El argumento no consiguió convencer a dos senadores de izquierda en disenso.
Resultado, un debilitado Romano Prodi, prudente portavoz de una burguesía carente de moderación, ha dimitido. Su popularidad estaba en declive (36%, frente a un 44% que apoyó a la coalición), lo mismo que la de su ministro neoliberal de finanzas, Tommaso Padoa-Schippo (30%), cuyas tentativas de precarización y de contratos temporales para los trabajadores también habían dividido al gobierno, muchos de cuyos sostenedores y unos pocos ministros participaron en las protestas masivas del pasado noviembre en defensa de servicios sociales universales públicamente financiados y contra las restricciones a los derechos sociales.
¿Será que deseaban la derrota, a fin de poder reestructurar la coalición atrayendo a sus filas al partido moderado del centroderecha y prescindiendo de Refundación Comunista (RC)? Es una operación de riesgo, habida cuenta de que el líder de RC, Fausto Bertinotti (ebrio de felicidad tras llegar a dignatario del Estado), ha enterrado sus principios bajo siete llaves. Las próximas semanas dirán.
Sólo una semana antes, Prodi había prohibido expresamente la participación de cualquier miembro del gabinete en la masiva manifestación (100.000, de acuerdo con el diario La Repubblica) de protesta contra la ampliación de la base. Ahora, la crisis que sacude a la izquierda es manifiesta. El 62% de los italianos y el 73% de quienes apoyan al gobierno quieren la retirada de las tropas italianas de Afganistán. Como los políticos de centro en otros países, Berlusconi, Prodi y D’Alema se mantienen unidos en punto a ignorar a la opinión pública.
Si no fuera por divisiones de facción en otros respectos (señaladamente, clientela y comisiones corruptas), la oposición habría votado con Prodi. Pero la política italiana se mantiene volátil e impredecible, mientras que los grandes del centroizquierda y sus equivalentes en la derecha exudan hedor a putrílago, revolcados en el estercolero corrupto de su patria. La Unión Europea es una entidad política demasiado débil como para servir seriamente de auxilio, y América Latina, en donde se discuten -y se ponen por obra-alternativas nuevas, es un continente geopolíticamente remoto.
Tariq Ali es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.
Traducción para www.sinpermiso.info : Amaranta Süss